Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 18 de octubre de 2025

Centenario y actualidad de La Raza Cósmica




Más o menos por estos días, hace cien años años, debió comenzar a circular la primera edición del deslumbrante ensayo La raza cósmica de José Vasconcelos. En la reciente edición crítica de ese clásico del pensamiento latinoamericano, en la editorial Verbum, la estudiosa Yannelys Aparicio Molina señala que, aunque no puede fecharse con precisión el día de la salida de imprenta de aquella primera versión, a cargo de la Agencia Mundial de Librería, en Madrid, muy probablemente debió ser en octubre de 1925. 

 Un artículo en el periódico La Época, de Melchor Fernández Almagro, historiador y periodista granadino, quien a diferencia de su amigo Federico García Lorca, se alinearía con el bando franquista en la guerra civil, anunciaba, en noviembre de 1925, que circulaba en librerías madrileñas un manifiesto iberoamericanista, escrito por el ex Rector de la Universidad y ex Secretario de Educación Pública de México, José Vasconcelos. 

 La profecía del ensayo vasconcelista, esto es, que el ascenso del mestizaje produciría una quinta raza universal, que contendría virtudes de las cuatro originarias y haría trascender el racismo, comenzó a ser cuestionada desde muy pronto, no sólo por pensadores racistas sino por antropólogos críticos del evolucionismo e, incluso, del funcionalismo, como el cubano Fernando Ortiz. 

 Pero la premisa de Vasconcelos, que no era otra que un cuestionamiento a fondo del darwinismo social y la eugenesia, del evolucionismo y el positivismo, de Gobineau y Spencer, era correcta. Lo que interesaba al mexicano era refutar la creencia, durante siglos basada en estereotipos y, a partir del último tramo del siglo XIX, sustentada en saberes pseudocentíficos, de que había unas razas superiores a las otras y, lo que era igual de importante, que esa jerarquía racial determinaba el mayor o más rápido acceso a la civilización y el progreso. 

 Comenzaba Vasconcelos desafiando el mito de los orígenes: las culturas de los pueblos originarios incaicos de Los Andes, así como las de los mayas y toltecas, quechuas y mexicas, eran “tan antiguas como las que más en el planeta”. Por momentos, se enfrascaba Vasconcelos en una disputa por aquella antigüedad, que luego fue abandonando –en el Prólogo que se insertó en la edición de Espasa Calpe, en 1948, concedía que la “raza más antigua de la Historia era le da los egipcios”. 

 Sin embargo, lo decisivo en su argumentación era el cuestionamiento de aquellas falsas jerarquías raciales que, tanto en Europa como en las dos Américas, habían derivado, desde fines del siglo XIX, en una especie de torneo pueril entre los caracteres o temperamentos sajones y latinos. Para Vasconcelos, el peor saldo del discurso darwinista había sido su desplazamiento de la etnología y la antropología a la sociología y la psicología, creando esos cuadros ridículos de razas más o menos aptas para el desarrollo material y espiritual. 

 Los críticos de Vasconcelos tienen razón en que la ideología del mestizaje que se sugiere en La raza cósmica también contiene elementos racistas, que restan visibilidad a los pueblos originarios o a las comunidades afrodescendientes. Pero si la lectura del ensayo vasconcelista se mueve de la parte profética a la más reactiva del texto se constatará que estamos en presencia de uno de los más apasionados alegatos contra el racismo del siglo XX latinoamericano. 

Muy probablemente, el fundamento doctrinal del latinoamericanismo de Vasconcelos también estuviese equivocado. De lo que no cabe duda es que su asignación de un papel antirracista a América Latina y el Caribe en el mundo posee un poderoso mensaje político que no deja de ser actual. Escrito en el nacimiento de los fascismos, buena parte de la argumentación de aquel ensayo es válida para hoy, cuando las más peligrosas supercherías racistas vuelven a circular, con el aliento de líderes políticos de grandes potencias globales.

Osvaldo Sánchez y el cuerpo de la nación






Hace poco falleció en Mérida, donde residía desde los últimos años, el poeta, narrador y crítico cubano Osvaldo Sánchez. La naturalidad de su presencia entre nosotros hacía olvidar la relevancia de su obra para Cuba y México entre fines del siglo pasado e inicios del presente. Ahora la memoria impone su rescate. 

 En el principio fue, como casi siempre en Cuba, la poesía. En 1983, luego de haber ganado el Premio David, se publicó en La Habana el cuaderno Matar al último venado de Sánchez, quien junto a Reina María Rodríguez, Soleida Ríos y Marilyn Bobes, proyectaría una voz reconocible en el arranque de aquella poesía del fin del siglo XX cubano. 

 Los poemas de Sánchez afinaban la mirada a los cuerpos de la isla. Hablaban de jóvenes amantes que emprendían una “oscura ascensión”, de bañistas de la Playita de 16 que eran “adolescentes frívolos”, con “máscaras doradas”, sobre “zeppelines verdes”, de un “último venado” acechado por “arqueros en los árboles”, de Paul Rée y Lou-Andreas Salomé, y de su hermana mayor, que emigró por el Mariel en 1980: “matamos a mi hermana, con un golpe de patria, ahí en la puerta”. 

 En La Habana de los 80, graduado de Historia del Arte, se estrenó como crítico y guionista. Defendió el giro postmoderno de la plástica cubana, que vio personificado en la obra de Flavio Garciandía, José Bedia o Consuelo Castañeda, y escribió el guion del film Papeles secundarios (1989) de Orlando Rojas, cuya propuesta visual desestabilizó las formas de representación cinematográfica en Cuba. 

 Desde su llegada a México en 1990, Sánchez se insertó en el circuito más sofisticado de la fotografía y el arte. Colaboró en varios proyectos con Graciela Iturbide y escribió las palabras del catálogo de la serie En el nombre del padre (1993), con fotos tomadas en la Mixteca poblana y oaxaqueña. Observó el crítico un “espectáculo de aniquilación” en las fotos de Iturbide, donde resplandecían los cuchillos y las sangres de los borregos. 

 Luego de unos años trabajando en el Festival Cervantino, Osvaldo Sánchez inició una carrera exitosa como curador y director de museos en la Ciudad de México. Dirigió primero el Museo Carrillo Gil, luego el Tamayo de Arte Contemporáneo y, finalmente, el de Arte Moderno. En los tres dio visibilidad a una nueva generación de artistas mexicanos o residentes en México, que renovaban el lenguaje plástico. 

 La obra de Sánchez como curador y gestor fue una extensión de su proyecto como crítico, desarrollado primero en Cuba y luego en sus columnas en el periódico Reforma y las revistas Poliester y Curare. Si en Cuba, Sánchez había defendido la respuesta postmoderna al agotamiento paralelo del realismo socialista y el nacionalismo revolucionario, en México advirtió que dentro de la plataforma conceptualista, que él mismo alentaba, surgía un “neomexicanismo” que, a su juicio, exigía otra lectura. Artistas como Carlos Amorales, Minerva Cuevas, Betsabée Romero, Boris Viskin, Daniela Rossell, Francis Alÿs, Melanie Smith, Teresa Margolles y el Grupo Semefo serían algunas variantes de aquella poética. 

Un ensayo de Sánchez de 2001, en Curare, titulado “El cuerpo de la nación. El neomexicanismo: la pulsión homosexual y la desnacionalización”, mostraba las paradojas de esa vuelta al discurso identitario en las artes visuales: por un lado, aquel arte retaba la ficción modernizadora del neoliberalismo, pero por el otro, creaba otra barreras de distinción. 

 Habrá que regresar, en homenaje al poeta y al crítico, a aquellos desencuentros entre Cuba y México en el diálogo sordo de nacionalismos y revoluciones muertas y vampirizadas. La mayor antigüedad de la Revolución mexicana pudo propiciar, a los ojos de Sánchez, el sentido de un neomexicanismo a principios del siglo XXI. No en Cuba, donde a pesar de tanta experiencia diaspórica o transnacional, la hegemonía nacionalista sigue excluyendo los cuerpos reales de la nación.

martes, 23 de septiembre de 2025

Tiempo de dudar



En los últimos años, el historiador y periodista Carlos Bravo Regidor ha sostenido en la revista Gatopardo una serie de conversaciones con pensadores globales que discuten algunos de los grandes temas de nuestro tiempo: el populismo, la erosión democrática, las ultraderechas, la melancolía de izquierda, la desautorización de la ciencia, los nuevos fascismos, las guerras simultáneas, el crecimiento de la desigualdad… 

 Esas entrevistas han sido reunidas y editadas por Grano de Sal en un volumen que lleva por título Mar de dudas. Conversaciones para navegar el desconcierto. Algunos de los entrevistados son el filósofo español Daniel Innerarity, la profesora de Columbia, Nadia Urbinati, el argentino Federico Finchelstein, la colombiana Laura Gamboa, el estudioso de la desigualdad Branco Milanovic o el autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha? (2021), Pablo Stefanoni. 

 Un diagnóstico que recorre todo el libro es que vivimos una innegable crisis de la democracia liberal. La idea emerge lo mismo en el diálogo con David Altman, analista preciso de los mecanismos de democracia directa, que en la entrevista a Sophia Rosenfeld, historiadora de la Universidad de Filadelfia, que ha estudiado el agrietamiento de la noción de “verdad”. También aparece esa idea en el intercambio de Bravo Regidor con la pensadora turca Ece Temelkuran, autora de Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura (2019) o en la charla con Margaret MacMillan, historiadora canadiense que ha recorrido la trayectoria universal de las guerras. 

En todos esos diálogos –mucho más que entrevistas, ya que las intervenciones del autor del libro suelen ser decisivas- se reitera la evidencia de que vivimos en una época posterior a la que siguió a la Guerra Fría y que estuvo marcada por la expansión global de la democracia. Pero la presencia de esa nueva temporalidad en la historia global no sólo se afirma por medio de la crisis de la democracia. También aparece a través del énfasis en la nueva envoltura de viejos fenómenos. 

Son frecuentes las reiteraciones del adjetivo: nueva complejidad, nuevos populismos, nuevos fascismos, nuevas desigualdades, nuevas derechas, nuevas guerras… Lo nuevo se establece en relación con el periodo inmediatamente anterior de la Postguerra Fría, aunque también de buena parte del siglo XX. El libro se instala, como decíamos, en un diagnóstico global de nuestro tiempo. Todos los síntomas del cambio son localizables en cualquier costado del planeta. 

Sin embargo, no están ausentes los aterrizajes en contextos inmediatos como Estados Unidos con Trump, Turquía con Erdogan, Hungría con Orbán, el México de López Obrador o los regímenes más prolongados de Vladimir Putin en Rusia, Xi Jinping en China, Nicolás Maduro en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragua. Los dos diálogos finales, con Francis Fukuyama y con Iván Krastev, aportan acaso la mirada menos localizada del volumen y, a la vez, la más deudora del debate sobre el mundo posterior a la caída del Muro de Berlín y el supuesto “fin de la historia”. 

Un nuevo Fukuyama, de vuelta del triunfalismo de fines del siglo XX, llama a mirar de frente los “desencantos” con el orden liberal. Krastev, por su lado, autor con Stephen Holmes de La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz (2019), advierte que desde 1989, cuando cayó el el Muro de Berlín pero se masacró a la juventud en Tiananmén, hubo indicios de aquella ficción triunfalista. 

El mensaje final de este libro, que ofrece una guía de lecturas para orientarnos en la tercera década del siglo XXI, no es desesperanzador: es un exhorto a dudar. Lo que proponen el anfitrión y los invitados a este coloquio es no enfrentar la incertidumbre con una certeza sino con más dudas e interrogaciones. Para no repetir los errores del último liberalismo, mejor regresar a la premisa de que un orden plural es posible si se abandonan los dogmas.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Una historia de la izquierda en Puerto Rico




El historiador puertorriqueño Carlos Pabón Ortega ha escrito la que, hasta ahora, sería la reconstrucción histórica más completa de las izquierdas en esa isla caribeña durante la Guerra Fría. El libro se titula Ilusión y ruinas. ImaginaIrios de izquierda en Puerto Rico desde los 60 y ha sido publicado por Ediciones Laberinto, en San Juan, este año. 

 Uno de los primeros efectos de la lectura es la relocalización de Puerto Rio en su entorno latinoamericano y caribeño. La prolongada experiencia del Estado Libre Asociado en la isla, durante la Guerra Fría, condujo a una expulsión de Puerto Rico de ese entorno. Una expulsión que lo mismo operaba dentro de las corrientes más proclives a la autonomía o a la anexión, es decir, a preservar el status quo o a lograr la estadidad, que en el independentismo más aferrado al modelo cubano, cuya premisa excepcionalista era ineludible. 

 Pabón narra una historia que se reconoce en la más reciente historiografía sobre las izquierdas latinoamericanas y caribeñas de las últimas décadas del siglo XX. Los dilemas a que se enfrentaron las principales asociaciones independentistas y socialistas en Puerto Rico, el MPI y el PSP, el PIP y el MST, y sus principales líderes, César Andreu Iglesias, Juan Mari Brás, Rubén Berríos, Luis Ángel Torres…, son muy parecidos a los de cualquier país de la región: elecciones sí o no, lucha armada o resistencia cívica, marxismo-leninismo o nacionalismo revolucionario, vieja izquierda o nueva izquierda, revolución o democracia. 

 El itinerario también es parecido. Pabón encuentra en los debates y documentos programáticos del MPI en los 60 aproximaciones a la Nueva Izquierda por medio del llamado a la lucha armada, al boicot de las elecciones, a la inscripción flexible en el marxismo, la descolonización y el tercermundismo e, incluso, en la oposición a la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968 y el rechazo a la práctica imitativa de copiar el modelo cubano. 

 A mediados de los 70, cuando el PSP, que demoró en asimilar la experiencia del socialismo democrático de Salvador Allende y Unidad Popular en Chile, regresa a la vía electoral y, a la vez, reproduce las líneas rectoras de la sovietización cubana, también se identifican ciertas pautas regionales. Para fines de esa década e inicios de los 80, cuando el MPI y el PSP generaban alianzas electorales poco exitosas, la izquierda puertorriqueña se enfrentaba a los dramas familiares latinoamericanos. 

 La relocalización de Puerto Rico en América Latina que produce el libro de Pabón se refuerza en el contexto de las transiciones democráticas de los 80 y 90, la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la URSS y el giro neoliberal. El historiador estudia cómo el PIP y el MST, que encauzaban las ramas nacionalistas y marxistas, se adaptaron a aquella coyuntura crítica. Observa Pabón que en Puerto Rico, como en toda la región, se produjo, en el cambio de siglo, un desplazamiento y apropiación de las izquierdas socialistas por las populistas. 

La hegemonía bolivariana dentro de las izquierdas latinoamericanas y caribeñas también se constató allí, a pesar de la fuerte inscripción de la isla en la hegemonía estadounidense. Esa tensión produjo desdoblamientos reconocibles, como los detectados por el historiador en el discurso de varios dirigentes, que distinguían entre izquierdas autoritarias e izquierdas democráticas, pero respaldaban los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba. 

 De existir una peculiaridad decisiva en la política puertorriqueña de la Guerra Fría tal vez habría que encontrarla en esa mezcla de un país directamente expuesto a la hegemonía de Estados Unidos y una izquierda más plegada a la línea oficial cubana que en otros de sus vecinos. Como recuerda Pabón, muy pocos socialistas, como Luis Ángel Torres, tomaron distancia de la autocratización bolivariana en la primera década del siglo XXI.

El rock en América Latina





La colección Historias Mínimas de El Colegio de México, coordinada por Pablo Yankelevich, rebasa ya los ochenta títulos y uno de los últimos, a cargo de los argentinos Abel Gilbert y Pablo Alabarces, es El rock en América Latina (2025). Se trata de uno de los pocos estudios sistemáticos sobre la música rockera en nuestra región. Luego de la discutida serie Rompan todo (2020) de Gustavo Santaolalla, esta es la otra síntesis histórica sobre el tema. 

 El libro está organizado como un viaje por varias escenas nacionales. América Latina es el espacio común en que se produjo la emergencia de un rock vernáculo, entre los años 50 y 60, pero dicho espacio estaba conformado por distintas plazas nacionales. Ni comercial ni estéticamente llegó a producirse un rock latinoamericano, a lo sumo un conjunto de comunidades rockeras en cada país y, más específicamente, en cada capital. 

 El recorrido arranca con Cuba, aunque los autores advierten desde las páginas introductorias que hubo manifestaciones del rock en México y Argentina, desde los años 50, con Gloria Ríos, Enrique Guzmán y Los Teen Tops o Palito Ortega y la Nueva Ola en Buenos Aires. El primer capítulo cubano sirve para ofrecer un contexto de los orígenes del rock latinoamericano en el arranque de la Guerra Fría. Alabarces y Gilbert resumen la tensa historia de los primeros grupos de rock en la isla (Los Dada, los Dandys, Los Enfermos del Rock and Roll, Los Fantasmas, La Guerrilla de Landy, Los Huracanes, Tomy y sus Satélites…), que debieron producir su música en medio de la atmósfera censora y represiva de la Cuba de los 60 y 70. 

Muchos jóvenes rockeros cubanos, como ha contado el historiador Abel Sierra Madero, catalogados de “enfermitos”, fueron recluidos en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). El arranque cubano permite a los autores identificar un conflicto de rango continental: en los años 60 y 70 el rock fue visto con recelo tanto por las derechas militaristas y conservadoras, que impusieron no pocas dictaduras en la región, como por las izquierdas revolucionarias más radicales o más ortodoxas, inspiradas en Cuba, China o la Unión Soviética, que veían esa música como parte del “diversionismo ideológico” del imperialismo contra la identidad cultural latinoamericana. 

 Siguiendo de cerca los trabajos de Eric Zolov, los autores encuentran en México una modalidad de adaptación del rock a contextos autoritarios en la América Latina de la Guerra Fría, que ofrece claves para entender el fenómeno en toda la región. De los refritos de Elvis al rock jipi y ondero del Festival de Avándaro, en 1971, los autores observan un avance en la apropiación y recreación desde códigos propios. En los 80, sin embargo, con Botellita de Jerez, el Tri y Rodrigo González es que Gilbert y Alabarces enmarcan el esplendor mexicano. 

 A pesar de las enormes diferencias políticas entre México y Argentina, en aquellas décadas, la trama que los autores encuentran en la evolución del rock mexicano es muy parecida a la de la ribera del Río de la Plata. Dan mucha importancia Alabarces y Gilbert al Uruguay en ese capítulo, destacando el papel de Los Shakers en el momento fundacional del rock conosureño. Luego vendrían los años de Almendra y Sui Generis, de Charly García y Luis Alberto Spinetta, pero los autores son cautos al afirmar el papel de resistencia del rock argentino a las últimas dictaduras militares. 

 Este libro tiene la virtud de adentrarse en dos regiones, no siempre bien captadas en los estudios latinoamericanos, especialmente desde México: el Brasil y los Andes. Destacan en ambos escenarios, la gran capacidad de los brasileros, los peruanos y también los chilenos y bolivianos para poner a dialogar el rock con sus tradiciones sonoras: Os Mutantes en Brasil, con su rock tropicalista, Wara en Bolivia, con sus armonías incaicas, y Los Jaivas en Chile, con su psicodelia andina, serían tres buenos ejemplos.

martes, 29 de julio de 2025

Las tres catástrofes




Étienne Balibar es un marxista francés, nacido en 1942, discípulo de Louis Althusser, que siendo muy joven formó parte del equipo que coordinó la obra colectiva Para leer El Capital (1965). Durante un tiempo, Balibar fue profesor en Argel y se identificó fuertemente con la causa de la descolonización en el norte de África. Luego, en las últimas décadas del siglo XX, todavía involucrado en el Tribunal Russell-Sartre, foro que surgió de la colaboración pacifista de aquellos dos filósofos, tuvo posiciones firmes a favor de la independencia de Palestina, que mantiene hasta hoy. 

 Uno de los últimos ensayos del filósofo francés lleva por título Tres catástrofes (2025) y resulta otro diagnóstico más del cambio de época que estamos viviendo. Insiste Balibar en que desde hace años ya no vivimos en el periodo globalizador que siguió a la Guerra Fría, a partir de los años 90 del siglo XX, sino en una nueva era, desglobalizadora y terriblemente destructiva. 

 La reversión de la precaria o mínima normatividad internacional construida tras la Segunda Guerra Mundial avanza desde múltiples flancos –las nuevas derechas reaccionarias, las viejas izquierdas dogmáticas, las autocracias, los nativismos, el terror…-, pero, según Balibar, habría tres rutas centrales: la destrucción del medio ambiente, las guerras simultáneas propiciadas, aunque no libradas directamente, por las grandes potencias mundiales, y los efectos más perniciosos de las nuevas tecnologías, específicamente, de la robotización del trabajo humano. 

 Desde 2010, las emisiones globales de CO-2, procedentes de combustibles fósiles y actividad industrial, han rebasado las 30 mil millones de toneladas. A pesar de todos los protocolos y llamados de la ONU o el Foro Económico Mundial, la expulsión a la atmósfera de gases con efecto invernadero se ha vuelto imparable y en 2024, el CO-2 emitido superó las 40 mil millones de toneladas. La contaminación ambiental, el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad han resultado ser indetenibles por los organismos y las normas internacionales. 

Ninguna de las grandes potencias del mundo está comprometida con el tránsito hacia las energías limpias y si algunas corrientes políticas llegaran a estarlo, muy pronto se activarían mecanismos incontrolables para ellas, como las guerras, que producen automáticamente una recuperación del extractivismo energético. Tiene razón Balibar en observar una complementariedad entre el ecocidio y la guerra. No sólo por el argumento tradicional de que las grandes potencias luchan por el control del mercado del petróleo, el gas y otros hidrocarburos sino por algo más tangible hoy: a cada pequeño paso de los protocolos ambientalistas se interpone una guerra que vuelve a disparar la producción y los precios de los recursos energéticos más contaminantes. 

 La segunda catástrofe, la de las guerras, está directamente relacionada con la primera. Algunos elementos constitutivos del capitalismo industrial del siglo XX se han alterado en el siglo XXI. Pero hay uno que no y es el de la industria y el mercado de las armas, que han crecido a niveles descomunales en las últimas décadas. Las guerras simultáneas, bajo la disuasión nuclear multipolar, es una realidad que llegó para quedarse. 

 La tercera catástrofe, apuntada por Balibar, es la de las nuevas tecnologías y, tal vez, la única con un impacto ambivalente en el proceso civilizatorio. La postura del marxista francés no es demonizante de la revolución tecnológica, pero sí de rechazo a la deshumanización de la racionalidad instrumental, que tanto cuestionaron los marxistas de la Escuela de Frankfurt. Las tres catástrofes forman una. Un embate colosal a la existencia humana, no de manera cataclísmica o en forma de apocalipsis expedito, que acabará de modo fulminante con la especie. No, es una destrucción más dolorosa porque es lenta y, a la vez, irreversible.

sábado, 19 de julio de 2025

El apocalipsis aquí





En estos tiempos de guerras y conflictos simultáneos en diversos países y regiones del mundo, las corrientes de la opinión global tienden a parcializarse y, a la vez, a concentrarse en uno de los escenarios. Esa concentración, según las ubicaciones físicas y simbólicas de cada quien, muchas veces, prefiguran visiones sectarias del mundo. 

Hay quienes ven el mundo a través de la causa palestina o de la ucraniana, de Israel o de Estados Unidos, de México o de Venezuela. En medio de la actual superposición de causas es de agradecer un libro como Crisis o apocalipsis. El mal en nuestro tiempo (Taurus, 2025) de Javier Sicilia y Jacobo Dayán. 

El volumen está escrito como un diálogo entre estos dos intelectuales, que se inspira en una célebre conversación de 1995, cuando se cumplió medio siglo de la caída del nazismo y la revelación del horror del holocausto, entre el español Jorge Semprún y el rumano Elie Wiesel, ambos sobrevivientes del campo de concentración de Buchenwald. 

 La charla de Sicilia y Dayán glosa casi todas las amenazas a la paz y la convivencia globales: las guerras, el terrorismo, los fundamentalismos religiosos o ideológicos, la destrucción del medio ambiente, el avance de la autocratización en cualquier región del mundo, la crisis de las democracias occidentales o la postverdad y las fakenews que esparcen las redes sociales y las nuevas tecnologías. 

 El recorrido llega a ser geográficamente exhaustivo y se remonta al gran antecedente de la actual regresión, que no es otro que el de los totalitarismos construidos en el periodo de entreguerras y confrontados de 1939 a 1945. En su inventario de testimonios de las víctimas de aquellos totalitarismos, Sicilia y Dayán son especialmente cuidadosos al referir textos de Primo Levi, Jean Améry, Paul Celan y Nelly Sachs, pero también de Anna Ajmátova, Nadeshda Mandelshtam, Alexander Solzhenitsyn y Varlam Shalamov. 

 Este cuidado al reconocer el saldo genocida de totalitarismos de derecha o de izquierda, sin abusar de las equivalencias, también se refleja en algunos pasajes en que se admite francamente que las democracias han perpetrado crímenes masivos, como las bombas que arrojó el gobierno de Harry S. Truman en Hiroshima y Nagasaki o las masacres de los últimos colonialismos europeos en África. En diversos momentos, recuerdan el secuestro y asesinato de Germana Stefanini por las Brigadas Rojas italianas y los genocidios de Pol Pot, Ríos Montt, Sadam Hussein o Ruanda. 

 Pero la singularidad de este recorrido no tiene tanto que ver con su pluralidad, que ya han intentado otras pensadoras y pensadores, como Hannah Arendt o más recientemente Daniel Feierstein, sino con la localización del México contemporáneo en ese mapa de la violencia y el terror. Sicilia y Dayán, que han sido importantes activistas del proceso de memoria, justicia y verdad entre los gobiernos de Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador, están convencidos de que la crisis civilizatoria y la cultura del terror han alcanzado a México. 

 Esa localización del apocalipsis aquí y ahora, en el México de 2025, no sólo por la evidencia de las muertes y desapariciones sino por la documentable reticencia de un gobierno de izquierda a una verdadera política de memoria, justicia y verdad y a un diálogo permanente con la comunidad de víctimas, es el aspecto de mayor dificultad en la recepción del libro de Sicilia y Dayán. Pero ambas cosas no están desligadas. 

El reconocimiento de genocidios en los totalitarismos de izquierda está conectado con la ubicación de México en la cartografía del mal planetario. Las dos perspectivas se complementan y deben enfrentarse a los mismos enemigos: quienes idealizan la realidad mexicana día con día e inscriben el proyecto hegemónico actual en un “humanismo”, que provendría de la tradición revolucionaria latinoamericana, cuya diversidad irreductible da pie a burdas manipulaciones de la historia.