Libros del crepúsculo
lunes, 22 de julio de 2019
Eugenio Florit y las noches de Middlebury
Regreso otra vez a la Escuela de Verano de Middlebury College, en Vermont, ahora para una conferencia y algunos encuentros con estudiantes, no como profesor del curso. Pero gracias a esta breve estancia recibo el regalo del libro En las montañas de Vermont. Los exiliados en la Escuela española de Middlebury College (1937-1963) del colega y compatriota Roberto Véguez. Se trata de una de las más completas historias de este centro fundamental del hispanismo en Estados Unidos, que acaba de cumplir un siglo.
Véguez ha tenido el cuidado de entender el exilio como una condición múltiple y, además de a los célebres desterrados españoles que aquí enseñaron (Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Juan Marichal, Américo Castro...), estudia a los cubanos exiliados que pasaron veranos en Midllebury después del triunfo revolucionario de enero de 1959. Menciona especialmente a dos: el filósofo Humberto Piñera Llera y el poeta Eugenio Florit. De éste segundo reproduce un poema, escrito en las montañas de Vermont, que capta el silencio de estas noches bajo la luna, cuando terminan las clases.
Callan las voces, y el vacío suena
Sólo con ecos. ¿Dónde la palabra?
¿En qué rincón del mundo, en qué país,
ya sin color, como la alondra se alza?
Ya todo el mundo ausente,
flota en el aire como su fantasma.
No se la ve, pero las hojas ruedan
al toque imperceptible de sus alas.
¿Qué recuerdo, de qué, por qué persiste
a la luz de un verano que se acaba?
¿De qué boca salió; por qué se queda
herida y viva aún esta mañana?
Palabra dicha ayer, que para todos
era de sí, de no, de letra clara,
y que no sabe ya donde posarse
porque nadie la atiende ni la ampara,
y que para acabar serenamente
en el canto de sí, callada,
se ha venido a la pluma que la escribe
y la deja caer en esta página.
domingo, 14 de julio de 2019
El laicismo a prueba
En la lección primera de la Cartilla
moral (1944), Alfonso Reyes escribe una frase perfectamente manipulable
desde cualquier iglesia: “la moral de los pueblos civilizados está toda
contenida en el Cristianismo”. Reyes, sin embargo, dejaba claro que aunque la
religión y la moral “coinciden en lo esencial”, no eran la misma cosa. La moral
debía estudiarse como “una disciplina aparte”, ya que sus valores,
especialmente el valor del bien, era atribuible a todos los hombres, no sólo a
los creyentes de una u otra religión.
La Cartilla moral de Reyes, como recuerda Javier Garciadiego en la
edición reciente de El Colegio Nacional, fue un encargo del Estado
postrevolucionario mexicano: el Secretario de Educación Pública, Jaime Torres
Bodet, a fines del sexenio de Manuel Ávila Camacho, se la solicitó al escritor
para incorporarla a la Campaña Nacional contra el Analfabetismo. El texto, que
rebasó ampliamente los paternalistas fines oficiales –“un mínimo de principios
morales que ayuden a cambiar la forma de vida de nuestras clases bajas”- no
satisfizo, desde luego, a las autoridades.
Aquel desencuentro marcó la Cartilla de Reyes con el signo de la
autonomía. Tras una edición en la colección del Archivo Personal de Alfonso
Reyes en 1952, el texto fue publicado por el Instituto Nacional Indigenista en
1959. Luego el PRI, el Estado de Nuevo León y la SEP hicieron sus propias
ediciones del volumen, pero no lo incorporaron como una lectura básica de la instrucción
cívica de los mexicanos. En 1992, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación (SNTE), dirigido por Elba Esther Gordillo, se opuso a que el libro de
Reyes formara parte de los “materiales de apoyo al magisterio”.
En contra de esa tendencia histórica, el nuevo
gobierno de Andrés Manuel López Obrador sí parece interesado en una apropiación
de la Cartilla moral como manual de
moral y cívica. Apenas iniciada la presente administración, en diciembre de
2018, el gobierno federal ordenó hacer una edición masiva del libro con un
diseño de portada donde se juntan imágenes de Sor Juana Inés de la Cruz, Leona
Vicario, Benito Juárez y Francisco I. Madero. El rescate oficial de la Cartilla de Reyes ha coincidido con el
anuncio del lanzamiento de una “Constitución moral” para el México de la Cuarta
Transformación.
No sólo eso. Entre los mayores distribuidores de
la Cartilla editada por el gobierno
federal se encuentra la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas AC
(Confraternice), que está asignando 10 mil ejemplares a sus 7 mil templos
afiliados. El libro de Reyes, por tanto, no sólo está siendo utilizado como un
manual tentativo de instrucción moral y cívica sino como un catecismo de la
“transformación espiritual de la sociedad” que, según el presidente de dicha
Confraternidad, Arturo Farela, tiene lugar en México.
En su columna del pasado miércoles 10 de julio en La Jornada, el estudioso de las
religiones en México, Bernardo Barranco, no duda en afirmar que “Andrés Manuel
López Obrador ha sido el presidente que más se ha atrevido a hacer un uso
político de las iglesias y la religión al incluir a un sector de cristianos
evangélicos como difusores de planteamientos sociales y morales de la 4T”. Y
reitera Barranco: “ningún presidente en los últimos años había logrado convertir
la fe en un acto político como Amlo”.
El laicismo está a prueba en el México del siglo
XXI. El laicismo entendido, a la manera juarista, como separación de las
iglesias y el Estado, pero también como separación de la religión y la moral,
como sostiene Reyes desde la primera página de su libro. Uno de los efectos
colaterales de la nueva religiosidad política, alentada por la presente
administración, es que la apropiación oficial distorsiona el sentido humanista
y laico del pensamiento de Alfonso Reyes y, a la vez, acentúa algunos elementos
conservadores de la Cartilla como los
relacionados con el matrimonio, la familia y el género.
domingo, 30 de junio de 2019
Del asilo a la muerte
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Peter Sloterdijk,
uno de los últimos discípulos de la Escuela Frankfurt, tan último que ya no se
sabe si sigue perteneciendo a esa corriente, dice en su libro Esferas III (2004) que el derecho de
asilo, tan celebrado Occidente, se practica lo mismo para bien que para mal.
Desde la antigüedad, aclara el filósofo, se utilizó el asilo para dar refugio
al perseguido pero también para someterlo a una mayor explotación en el país de
destino. El derecho de asilo era, además de una noble tradición, un mecanismo
del poder para preservar la jerarquía social.
Lo ejemplificaba Sloterdijk con la
política que siguieron los zares rusos en el sur de Europa del Este, permitiendo
el asentamiento selectivo de “tártaros auténticos, turcos otomanos, genoveses
con restos de Crimea, griegos pónticos y hasta esquirlas de poblaciones
iraníes”. También mencionaba Sloterdijk, siguiendo a W. E. Mühlmann, leyes migratorias
más viejas: la “activa política de asilo” de las polis helénicas con “metecos”
y otros clientes “bárbaros”. Cuando no terminaban como esclavos, los bárbaros
eran merecedores de un tipo de asilo que suponía una muerte lenta bajo las
leyes griegas.
El comentario de Sloterdijk ayuda a
comprender los conflictos fronterizos en el siglo XXI. Lo mismo en Europa del
Este que en el Mediterráneo las leyes migratorias se mueven entre la admisión
de fuerza de trabajo y el cierre del paso. La nueva xenofobia de las derechas
europeas impide ver un tipo de racismo antimigrante, que ha predominado en las
últimas décadas en Europa, y que tiene que ver con una combinación de
estrategias de asilo y explotación de mano de obra barata, sumamente costosa
para las comunidades migrantes.
Además de la adversidad de ofertas
de trabajo mal remunerado, los migrantes son sometidos a diversas prácticas de
odio por parte de las sociedades civiles. El rebrote de enfoques nacionalistas
en las políticas europeas, como las oleadas de antisemitismo de hace un siglo,
está relacionado con visiones excluyentes de las identidades nacionales pero
también con una lucha por el mercado de trabajo y la asistencia social del
Estado. La derecha europea moviliza a los pobres con el argumento de que los
migrantes los desplazarán como beneficiarios de ofertas laborales y programas
sociales.
Algo similar están haciendo Donald
Trump y y la derecha republicana en Estados Unidos. En el discurso trumpista se
mezclan la grosera criminalización del migrante y el aliento a un cierre de
filas de los sectores de bajos ingresos, especialmente, en estados fronterizos
sureños como Texas, Nuevo México, Arizona y California, contra la migración de
trabajadores centroamericanos y caribeños. La fuerza del mensaje trumpista
tiene que ver con una transversalidad que convoca a sectores de clase alta y
clase baja en una misma ofensiva racista.
Lamentablemente, una versión menos
descarnada de ese racismo comienza a observarse en México. No me refiero a
nuestro horrible racismo cotidiano sino a una tendencia cada vez más visible de
autoprotección del mercado de trabajo, que rechaza el asilo o lo utiliza como
método de empleo mal pagado. El asilo explotador es la otra cara de la muerte
de los migrantes en la frontera: una forma de exclusión dentro del propio
espacio nacional que reproduce la xenofobia por otras vías.
Esta nueva dialéctica del amo y el
esclavo, en el siglo XXI, ha sido estudiada por el filósofo surcoreano Byung
Chul Han en su libro La sociedad del
cansancio (2017). La explotación del migrante se produce tanto desde un
higienismo que aspira a comunidades incontaminadas por presencias extrañas o
disolventes como desde un “estado patológico”, que llama a convivir con el
migrante, sometiéndolo. La muerte de niños ahogados en el Mediterráneo o en el
Río Bravo o en el Estrecho de la Florida nos escandaliza, dice Han, pero nos
parece normal que el migrante haga el trabajo más injusto a ambos lados de la
frontera.
domingo, 23 de junio de 2019
Marta Harnecker y la ortodoxia exitosa
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En una entrevista
de 1978, Marta Harnecker recordaba que su encuentro con el marxismo se produjo
en París, en 1964, cuando recién llegada de Chile, donde era dirigente de la
Acción Católica Universitaria de Santiago, comenzó a tomar clases con Louis
Althusser en la Escuela Normal Superior. De aquel contacto salió el más exitoso
manual de marxismo-leninismo en América Latina: Los conceptos elementales del materialismo histórico (1968).
La muerte de Harnecker motiva este
apunte sobre el éxito de la ortodoxia en la izquierda latinoamericana. Pero los
orígenes del manual de Harnecker no tienen que ver con la ortodoxia. La primera
edición de su libro, en 1968, prologada por Althusser, no disimulaba el interés
en ofrecer un manual alternativo a los que los soviéticos difundían en el
mundo. El primer exergo del libro era de Mao Tse Tung y postulaba la necesidad
de una “teoría de la historia” para cualquier movimiento revolucionario.
Althusser, por su parte, insistía en agregar a la rusa la Revolución china como
modelos del cambio revolucionario en el siglo XX.
El estructuralismo y el maoísmo que
circulaban en torno al mayo francés se respiraban en la versión original del
texto. La bibliografía prescindía rigurosamente de autores soviéticos y, en
muchos capítulos, antes que Marx, Engels o Lenin, aparecían citados el propio
Althusser o su colega Étienne Balibar. Esa manera de organizar las fuentes
resultaba herética al marxismo-leninismo ortodoxo de los partidos comunistas,
leales a Moscú, y, a la vez, ponía énfasis en la importancia de la ideología o
las llamadas “condiciones subjetivas” de la Revolución, un tema que
tradicionalmente había interesado a la izquierda occidental.
Cuando el texto de Harnecker viajó a
América Latina y comenzó a ser editado y reeditado en Siglo XXI fue perdiendo,
gradualmente, su maoísmo y estructuralismo originarios. Inicialmente, el manual
circuló entre las juventudes universitarias y guerrilleras, para las que fue
deliberadamente escrito, formando parte de las lecturas básicas de la Nueva
Izquierda guevarista. Sin embargo, ya en los 70, con el involucramiento de la
propia Harnecker en la defensa de Salvador Allende y Unidad Popular en Chile y,
luego, de la institucionalización del socialismo cubano, el texto cambió
considerablemente.
En otro libro de Harnecker, Cuba, ¿dictadura o democracia? (1975),
también editado en Siglo XXI, se defendía aquella institucionalización sin
mencionar a un solo autor soviético. La réplica cubana del orden constitucional
estalinista era presentada como una “democracia popular”, el mismo término que
se usaba en los países de Europa del Este, pero como si se tratara de un
proceso político totalmente autónomo y, de hecho, desconectado de la Guerra
Fría y el campo socialista. Eso explica que el mensaje de los libros de
Harnecker tuviera tanta recepción en América Latina y, a la vez, muy poca
resonancia en Cuba.
Aunque casada con el comandante
Manuel Piñeiro, figura central de la estrategia de La Habana hacia América
Latina, Harnecker era una autora que circulaba muy precariamente en las
ciencias sociales cubanas. La enseñanza de la filosofía marxista en Cuba, tras
el cierre de la revista Pensamiento
Crítico y la disolución del grupo de profesores que la editaba en la
Universidad de La Habana, se aferró al paradigma soviético hasta bien entrados
los años 90. Allí Harnecker, defensora de la ortodoxia por otras vías, no era
pedagógicamente útil.
Sin embargo, luego de la trágica
experiencia chilena, la asesoría que dio Marta Harnecker a otros proyectos de
la izquierda latinoamericana no puede definirse sino como exitosa. Su apoyo
irrestricto a Daniel Ortega y el sandinismo en Nicaragua, a Fidel y Raúl Castro
en Cuba y a Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, así lo confirma. Esas
tres izquierdas, las más autoritarias de la región, permanecen en el poder.
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