Libros del crepúsculo
viernes, 23 de noviembre de 2018
sábado, 17 de noviembre de 2018
Fernando del Paso: barroco y melancolía
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No creo que haya en la literatura mexicana un autor más endeudado con Alejo
Carpentier que Fernando del Paso. Más de un crítico lo ha destacado y el propio
Del Paso lo reconoció una que otra vez. Como en Carpentier, la narrativa del
mexicano propone una lectura de la historia regida por la melancolía y el
barroco.
Viejo motivo, que hemos leído
en Robert Burton y Eugenio D’Ors, Walter Benjamin y Roger Bartra. Pero lo que
distingue el vínculo de Del Paso con Carpentier, dentro de las muchas
afinidades que se le atribuyen con Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, Gabriel
García Márquez, José Donoso o Reinaldo Arenas, es la trama entendida como
superposición de voces o coro polifónico, y el dibujo de una imagen de época,
que por más sangrienta o miserable, asume algún grado de idealización.
Ya en la primera novela, José Trigo (1966), leemos esa prosa
evocadora de los alrededores del volcán de Colima o de las grandes extensiones
de tierra recorridas por trenes en lontananza. Hay ahí un México de valles,
montañas y cielos nublados, como salido de las pinturas de José María Velasco o
las fotos de Gabriel Figueroa, al que se contrapone la crueldad de la Guerra
Cristera en los años 20 y la represión del movimiento ferrocarrilero en los 50.
La ficción coral reaparece en
la segunda novela de Del Paso, Palinuro
de México (1977), en los merodeos por la Plaza de Santo Domingo y el
romance de Palinuro con su prima Estefanía, que recuerdan las primeras páginas
de El siglo de las luces (1962). A
través del tío Esteban, médico cirujano nacido a orillas del Danubio, Del Paso
encapsula la decadencia del imperio austro-húngaro en una suerte de nostalgia
americana, que en propiedad podría definirse como “post-colonial”, y que
explayará en su siguiente novela, Noticias
del imperio (1987).
Christopher Domínguez Michael
ha destacado el espíritu “rabelesiano y renacentista” de Palinuro de México. Pero también ha hablado de las marcas de James Joyce
y el surrealismo en aquella novela que puede ser leída como saga mexicana o
“ciclo verbal” de los viajes del piloto virgiliano, como le llamara el gran
crítico inglés Cyril Connolly. El tío Esteban, como el propio Palinuro, era un
viajero o un timonel, que conducía al lector de la nostalgia de la Viena
finisecular a la Nueva Orleans de los orígenes del jazz.
Es en Noticias del imperio (1987) donde Del Paso condensará más
hábilmente aquellas ficciones de la melancolía. Su gran personaje será, sin
duda, un ser histórico: María Carlota Amalia de Bélgica, Emperatriz de México y
de América. Por la voz y la memoria delirante de Carlota, desde sus encierros
en los castillos de Miramar, Terveuren y Bouchout, habla no sólo la monarca
destronada sino toda la aventura del imperio de Maximiliano y sus cómplices
europeos: desde Napoleón III hasta el más anodino príncipe de la dinastía
Habsburgo.
La polifonía barroca resuena
en el discurso de Carlota, donde se entremezclan los sabores del cacao de
Soconusco y la vainilla de Papantla con el recuerdo de los baños muriáticos y
la leche de burra que amamantaba al Duque de Reichstadt. Como sabemos, Del Paso
basó su reconstrucción de los delirios de Carlota en las pocas cartas que se
conocían antes del muy completo estudio de la historiadora belga Laurence van Ypersele,
de la Universidad Católica de Lovaina, quien rescató la correspondencia de la
emperatriz hasta su muerte en 1927, en el volumen Una emperatriz en la noche (2010).
Esas cartas, traducidas por
la escritora mexicana Martha Zamora, exponen la realidad de la locura de
Carlota. Sin embargo, es asombroso el acercamiento de la ficción de Del Paso a
dicha realidad. El novelista decía que Carlota se arrastraba en su celda para
comer arañas y cucarachas, por miedo a ser envenenada. Y en las cartas al
general Charles Loysel, la emperatriz denuncia constantemente intentos de
envenenarla. Para Fernando del Paso, como para Alejo Carpentier, la ficción era una vía de acceso a la historia.
jueves, 15 de noviembre de 2018
Exilios de Ida Vitale
EXILIOS
…tras tanto acá y allá yendo y viniendo.
Francisco de Aldana
Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier fisura.
No hay brújula ni voces.
Cruzan desiertos que el bravo sol
o que la helada queman
y campos infinitos sin el límite
que los vuelve reales,
que los haría de solidez y pasto.
La mirada se acuesta como un perro,
sin siquiera el recurso de mover una cola.
La mirada se acuesta o retrocede,
se pulveriza por el aire
si nadie la devuelve.
No regresa a la sangre ni alcanza
a quien debiera.
Se disuelve, tan solo.
sábado, 10 de noviembre de 2018
Las fronteras verticales
Hoy, en el suplemento El Cultural del diario La Razón de México publico un ensayo sobre algunas crisis migratorias y fronterizas recientes, provocadas por éxodos masivos como el cubano de 2015-2016, el venezolano, el nicaragüense y el del Triángulo Norte de Centroamérica, en los últimos dos años. Son crisis que han generado fricciones y rebrotes de nacionalismo y xenofobia, no sólo en Estados Unidos como generalmente se piensa, sino también en diversos países latinoamericanos: Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Brasil, Costa Rica y México. El tránsito de una concepción horizontal o de fronteras permeables, en el arranque de la globalización, simbolizado por la caída del Muro de Berlín, a otra de fronteras verticales, como las que defienden abiertamente nuevos líderes de derecha en el hemisferio, como Donald Trump, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro, representa una clara regresión en términos de la cultura política democrática. Esa regresión hará más difícil el avance de las agendas de derechos humanos frente a regímenes autoritarios concretos, de derecha o izquierda.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
Teodoro Petkoff y el socialismo democrático
Buena parte de la tendencia autoritaria de la izquierda latinoamericana, en
las dos últimas décadas, está relacionada con la renuncia a conjugar socialismo
y democracia. Aquella síntesis, que para muchos marxistas latinoamericanos de
los 70 y 80, que se involucraron en las transiciones democráticas, era posible,
dejó de serlo en los últimos años por la hegemonía de la izquierda
neopopulista. Los socialistas reacios a la geopolítica bolivariana son fieles a
aquel proyecto.
Muchos líderes de la última
izquierda latinoamericana, la chavista, originalmente no se autodenominaban “socialistas”.
Cuando empezaron a hacerlo, como el propio Chávez, fue para insistir en que su socialismo
era diferente al socialismo democrático. Un socialismo más cercano al modelo
cubano y, por tanto, a su origen soviético, si bien en la práctica el tipo de
régimen que construían era muy distinto.
Desde una perspectiva de
larga duración, en la historia de la izquierda latinoamericana, se ha vivido
una regresión ideológica, relacionada con el abandono de la tradición
socialista y el ascenso de la hegemonía neopopulista. La oposición que, desde
su revista Tal Cual, hizo el
importante intelectual venezolano, Teodoro Petkoff, a los gobiernos de Hugo
Chávez y Nicolás Maduro, es toda una lección moral, que pone en evidencia dicho
retroceso.
Petkoff fue un comunista que,
bajo la influencia de la Revolución Cubana, se sumó a la guerrilla contra los
gobiernos democráticos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni a principios de los 60.
Varias veces encarcelado y varias veces fugado de sus captores, en verdaderas
hazañas, el joven marxista comenzó a tomar distancia de la vía violenta a fines
de la década, impulsado, en buena medida, por la decepción que le produjo la
invasión soviética a Checoslovaquia en 1968.
Su primer libro, justamente
titulado Checoslovaquia: el socialismo
como problema (1969), fue una defensa del proyecto de Alexander Dubcek desde
América Latina. El lanzamiento del Movimiento al Socialismo (MAS), en 1971,
junto a Pompeyo Márquez, otro ex guerrillero marxista, que abandonó el Partido
Comunista de Venezuela, fue uno de los primeros capítulos de la incorporación
de comunistas latinoamericanos a la vía pacífica y electoral, alentada por el
triunfo de Salvador Allende y Unidad Popular en Chile.
No es extraño que, una vez
ubicado en esa posición, Petkoff convergiera con intelectuales iberoamericanos
como Jorge Semprún, Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza
y Gabriel García Márquez que, por esos mismos años, impulsaban la revista Libre en París. El tercer número de esta
revista, en la primavera de 1972, fue coordinado por Petkoff y el escritor
venezolano Adriano González de León.
En ese número se insertó una
entrevista con Pompeyo Márquez, donde el líder socialista hablaba de la “crisis
del marxismo dogmático” y de la necesidad de incorporar al debate temas como “democracia
interna, la forma de compaginar centralismo y democracia, centralización y
descentralización, responsabilidad colectiva e individual, espíritu de
iniciativa y disciplina”. Todas, expresiones que rápidamente hicieron del MAS
una organización “revisionista”, a los ojos de La Habana y Moscú.
En sus libros de los 70, como Razón y pasión del socialismo (1973) y Proceso a la izquierda (1976), Petkoff defendió aquel socialismo. Las transiciones democráticas de la década siguiente y la caída del
Muro de Berlín en 1989 le dieron la razón. Su participación en el gabinete de
Rafael Caldera, en 1996, desde donde impulsó la política social del gobierno,
fue consecuencia de una larga apuesta por la democracia desde la izquierda.
Dada esa trayectoria, era lógico que Petkoff entendiera la llegada de Hugo
Chávez al poder, en 1999, como una alternancia que consolidaba la democracia en Venezuela.
Tan lógico como que se opusiera a los indicios de autoritarismo del chavismo originario, desde el primer editorial de Tal Cual en 2000, y, sobre todo, a partir 2002, cuando tras el fracaso del golpe de Estado en su contra, Chávez inició un avance acelerado hacia la concentración del poder, en alianza con Fidel Castro. No sólo fue crítico Petkoff con los efectos internos de esa ruta autoritaria sino con los impactos negativos de la geopolítica chavista en América Latina, cuyas peores consecuencias vivimos hoy. Se llama coherencia.
sábado, 27 de octubre de 2018
Los azules de Carlos Pellicer
Está el azul de Yves Klein y están los azules del poeta católico mexicano Carlos Pellicer. Durante un viaje a Jerusalén, en 1927, de paso en Jafa, Pellicer escribió este "Estudio", que Gabriel Zaid calificó de "milagro literario", y que Julia Santibáñez reúne hoy en El Cultural de La Razón, como adelanto de la antología Tierra Santa. Invitación al vuelo, del poeta tabasqueño, preparada por Alberto Enríquez Perea para la editorial El Equilibrista.
(Segunda visita, 1927)
Estudio
Para J. M. González de Mendoza
1. Los pueblos azules de Siria
donde no hay más que miradas y
sonrisas.
2. Donde me miraron
y miré.
Donde me acariciaron
y acaricié.
3. Las casas juegan a la buena suerte
y a la niña de quince años
inocente como la muerte.
4. Hay una sed de naranja
junto a la tarde todavía muy alta.
5. El agua de los cántaros
sabe a pájaros.
6. Unos ojos me sonríen
sobre un cuerpo prohibido.
7. Hay azules que se caen de morados.
8. El paisaje es a veces de bolsillo
con todo y horas.
9. El amarillo junto al azul no cuesta caro:
un charco de cielo y un ganso.
10. Estoy en Siria.
Lo sé por los ojos
que veo puestos a la brisa.
11. Y es un martes viajero y alegría
de dulce tiempo y de fastuosa fecha,
tan flexible y tan apto que podría
borra mi sombra sin tirar la flecha.
Jafa, 1927 (Enero)
domingo, 14 de octubre de 2018
Celia y Bebo según Granma
Es conocida la afición del gobierno cubano por reconocer como parte de la nación a los artistas y escritores exiliados, una vez que mueren. Mientras viven son catalogados de "contrarrevolucionarios", "traidores" o, incluso, "anticubanos". Cuando mueren, por muy críticos que hayan sido del régimen de la isla, son sometidos a una apropiación simbólica, que llega a niveles insultantes. Insultantes no con el público sino con el que muere, al que se despoja de su dignidad. Retengamos esta última palabra.
Cuando murió Celia Cruz el 16 de julio de 2003, leímos en Granma una escueta nota que hablaba de una "importante intérprete cubana, que había popularizado la música de nuestro país en Estados Unidos", pero que "durante las últimas cuatro décadas se mantuvo sistemáticamente activa en las campañas contra la Revolución Cubana generadas desde Estados Unidos, por lo que fue utilizada como ícono por el enclave contrarrevolucionario del Sur de la Florida".
Como sabemos, Celia fue mucho más que una "intérprete", su música no fue únicamente "cubana" y su popularidad no se limitó a Estados Unidos. Sobre su participación en "campañas" o su "uso como ícono" político, lo que dicta el decoro cristiano, en una situación de duelo, es reconocer que si una persona profesó ideas distintas a las de otra, o distintas a las de un Estado, simplemente estaba en su derecho. Presentar esas ideas como actuación "contra la Revolución Cubana" es tergiversar la identidad del que muere, reafirmar su condición de enemigo y, a la vez, abrir la puerta para desligar su obra cultural de sus convicciones políticas. Algo que va contra lo que José Martí llamaba "culto a la dignidad plena del hombre". De la mujer Celia Cruz, en este caso.
Diez años después, cuando murió Bebo Valdés, el 22 de marzo de 2013, Granma, más cuidadoso en esta ocasión, dedicó un editorial en que se limitaba a destacar los aportes de Bebo a la música y su amplio reconocimiento internacional. No se dijo nada entonces, en medios oficiales, de la postura política de Valdés, lo cual era otra forma de irrespeto o escamoteo. Si a Celia se le fijaba como "traidora" en la prensa oficial, a Valdés se le despojaba de su rechazo genuino al sistema político instaurado en Cuba, que lo llevó al exilio.
Aquella discordancia en el trato oficial de la muerte de Celia y Bebo se acaba de corregir. Un artículo de Pedro de la Hoz en Granma, a propósito del cumpleaños número 100 de Valdés, que ha provocado muy buenas coberturas en la prensa iberoamericana, amplifica el enfoque que los medios cubanos dieron a la muerte de Celia. En el texto se reconocen las virtudes de Bebo como compositor, arreglista e intérprete, aunque se limita bastante su biografía al periodo habanero de los 50, del batanga, la orquesta Sabor de Cuba, Tropicana y el Benny.
En tres líneas se alude la impresionante obra de Bebo en las tres últimas décadas. Se habla de Calle 54, de sus álbumes Lágrimas negras con Diego el Cigala, Juntos para siempre con su hijo Chucho Valdés y, sin mencionar propiamente el título, del clásico Bebo Rides Again, de 1994!, con Paquito D'Rivera, Arturo Sandoval, Patato Valdés y otros, a quienes, por supuesto, no mencionan. Como tampoco se menciona a Fernando Trueba o a Nat Chediak, de quienes, sencillamente, no se puede dejar de hablar si de la recuperación de la música de Bebo se trata.
Pero lo más insultante de la nota es que, a pesar de su parquedad y sus silencios a voces, Granma no pierde la oportunidad de callar ante lo que más le incomoda, que es que un artista, que para colmo vivió fuera de la isla por más de medio siglo, exprese libremente su rechazo al sistema cubano. Dice el articulista que Bebo "nunca entendió los cambios que tuvieron lugar en su país natal". Como si un Estado tuviera la potestad de decidir quién entiende o no la realidad o como si el no entender fuera prueba de alguna traición.
Antes, en el periodo soviético, en las publicaciones más serias de la isla, cuando había que referirse a algún intelectual exiliado luego del triunfo de la Revolución, se decía: "abandonó el país en desacuerdo con la ideología marxista-leninista". La frase, a pesar de su dogmatismo, era menos irrespetuosa que las que se utilizan para la valorar la obra de los grandes creadores cubanos exiliados, en las publicaciones de la isla desde los años 90. El nacionalismo y sus parques temáticos son, en el fondo, más maniqueos e injustos que las viejas ideologías de la Guerra Fría.
Cuando murió Celia Cruz el 16 de julio de 2003, leímos en Granma una escueta nota que hablaba de una "importante intérprete cubana, que había popularizado la música de nuestro país en Estados Unidos", pero que "durante las últimas cuatro décadas se mantuvo sistemáticamente activa en las campañas contra la Revolución Cubana generadas desde Estados Unidos, por lo que fue utilizada como ícono por el enclave contrarrevolucionario del Sur de la Florida".
Como sabemos, Celia fue mucho más que una "intérprete", su música no fue únicamente "cubana" y su popularidad no se limitó a Estados Unidos. Sobre su participación en "campañas" o su "uso como ícono" político, lo que dicta el decoro cristiano, en una situación de duelo, es reconocer que si una persona profesó ideas distintas a las de otra, o distintas a las de un Estado, simplemente estaba en su derecho. Presentar esas ideas como actuación "contra la Revolución Cubana" es tergiversar la identidad del que muere, reafirmar su condición de enemigo y, a la vez, abrir la puerta para desligar su obra cultural de sus convicciones políticas. Algo que va contra lo que José Martí llamaba "culto a la dignidad plena del hombre". De la mujer Celia Cruz, en este caso.
Diez años después, cuando murió Bebo Valdés, el 22 de marzo de 2013, Granma, más cuidadoso en esta ocasión, dedicó un editorial en que se limitaba a destacar los aportes de Bebo a la música y su amplio reconocimiento internacional. No se dijo nada entonces, en medios oficiales, de la postura política de Valdés, lo cual era otra forma de irrespeto o escamoteo. Si a Celia se le fijaba como "traidora" en la prensa oficial, a Valdés se le despojaba de su rechazo genuino al sistema político instaurado en Cuba, que lo llevó al exilio.
Aquella discordancia en el trato oficial de la muerte de Celia y Bebo se acaba de corregir. Un artículo de Pedro de la Hoz en Granma, a propósito del cumpleaños número 100 de Valdés, que ha provocado muy buenas coberturas en la prensa iberoamericana, amplifica el enfoque que los medios cubanos dieron a la muerte de Celia. En el texto se reconocen las virtudes de Bebo como compositor, arreglista e intérprete, aunque se limita bastante su biografía al periodo habanero de los 50, del batanga, la orquesta Sabor de Cuba, Tropicana y el Benny.
En tres líneas se alude la impresionante obra de Bebo en las tres últimas décadas. Se habla de Calle 54, de sus álbumes Lágrimas negras con Diego el Cigala, Juntos para siempre con su hijo Chucho Valdés y, sin mencionar propiamente el título, del clásico Bebo Rides Again, de 1994!, con Paquito D'Rivera, Arturo Sandoval, Patato Valdés y otros, a quienes, por supuesto, no mencionan. Como tampoco se menciona a Fernando Trueba o a Nat Chediak, de quienes, sencillamente, no se puede dejar de hablar si de la recuperación de la música de Bebo se trata.
Pero lo más insultante de la nota es que, a pesar de su parquedad y sus silencios a voces, Granma no pierde la oportunidad de callar ante lo que más le incomoda, que es que un artista, que para colmo vivió fuera de la isla por más de medio siglo, exprese libremente su rechazo al sistema cubano. Dice el articulista que Bebo "nunca entendió los cambios que tuvieron lugar en su país natal". Como si un Estado tuviera la potestad de decidir quién entiende o no la realidad o como si el no entender fuera prueba de alguna traición.
Antes, en el periodo soviético, en las publicaciones más serias de la isla, cuando había que referirse a algún intelectual exiliado luego del triunfo de la Revolución, se decía: "abandonó el país en desacuerdo con la ideología marxista-leninista". La frase, a pesar de su dogmatismo, era menos irrespetuosa que las que se utilizan para la valorar la obra de los grandes creadores cubanos exiliados, en las publicaciones de la isla desde los años 90. El nacionalismo y sus parques temáticos son, en el fondo, más maniqueos e injustos que las viejas ideologías de la Guerra Fría.
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