Libros del crepúsculo
jueves, 2 de noviembre de 2017
Nabokov sobre Sartre: una opinión contundente
En la más reciente edición de entrevistas, cartas y artículos sueltos de Vladimir Nabokov, en Anagrama, se incluye la ácida reseña de La náusea de Jean Paul Sartre, que el gran novelista ruso publicó en The New York Times Review of Books en 1949. El desprecio de Nabokov había empezado por la filosofía de Sartre, como se desprende de las primeras oraciones: "tengo entendido que el nombre de Sartre se asocia con un tipo de filosofía de café muy a la moda, y puesto que por cada así llamado existencialista uno encuentra a unos cuantos succionalistas..." La aparición de la traducción al inglés de la primera novela de Sartre puso al filósofo francés en el cuadrilátero del novelista ruso.
Nabokov comenzaba inventariando las pifias de la traducción de Lloyd Alexander para New Directions, en una implacable exhibición de su manejo del inglés y el francés, y luego entraba en la denuncia propiamente literaria. Los personajes y las tramas de Sartre le parecían tediosos e intrascendentes: la vida de Roquentin, entre el café y la biblioteca y las insulsas conversaciones sobre la sexualidad, el vacío o la muerte, era aburrida. Según Nabokov, para lograr lo que se propuso Sartre -"infligir su fantasía filosófica descabellada y arbitraria sobre una persona desamparada a la que ha inventado para ese propósito-, se necesitaba demasiado talento.
"No es que discrepe especialmente de Roquentin cuando éste decide que el mundo existe. Pero la tarea de conseguir que el mundo exista como obra de arte queda fuera de la capacidad de Sartre", concluía Nabokov. Más que la conclusión, que por su rotundidad es inapelable, me interesa la tradición literaria en la que Nabokov ubica a Sartre. Una tradición cuya nómina presenta de manera imprecisa, con un "etc", pero que le sirve para liberar prejuicios, mezclando a Dostoievski y Céline con Eugène Sue y Henri Barbuse: "otra cuestión es, si desde el punto de vista literario, valía la pena traducir La Nausée. Pertenece a esa clase de escritura de aspecto tenso, pero en realidad muy laxa, que han popularizado muchos autores de segunda fila: Barbuse, Céline, etc. Detrás de todos ellos asoma lo peor de Dostoievski, y aún más atrás encontramos al bueno de Eugène Sue, a quien el melodramático ruso tanto debía".
sábado, 28 de octubre de 2017
Gaitán: tumba y escatología
Hemos visitado la Casa Museo de Jorge Eliécer Gaitán en el barrio de Santa Teresita en Bogotá. Muchas cosas impresionan del recinto: las lecturas positivistas del joven abogado penal, la religiosidad de sus discursos, la intensa relación con su hija Gloria, el gimnasio improvisado en el baño, la fachada del edificio donde estaba el despacho del popular político hasta el 9 de abril de 1948, día del "bogotazo"... Pero nada como la historia de la tumba del líder del Partido Liberal colombiano.
Días después del asesinato de Gaitán por Juan Roa Sierra, su viuda, Amparo Jaramillo, enterró al político en la sala de la casa y ocultó el hecho a la policía del gobierno de Mariano Ospina, que, sin embargo, allanó la residencia, extrajo el cadáver y lo sepultó en una fosa común. En 1988, durante la celebración de los cuarenta años de la muerte de Gaitán, el presidente Virgilio Barco facilitó la exhumación del cadáver de Gaitán y su traslado al patio izquierdo de la casa de Santa Teresita.
La tumba de Gaitán se encuentra en medio de un magnífico y fantasmal edificio, que nunca llegó a terminarse, llamado "Exploratorio Nacional". En un jardín interior, que lleva el no menos rimbombante nombre de "Patio de la Tierra", está Gaitán enterrado, de pie, pero sin el corazón y el cerebro que, según la familia, se preservan en un lugar oculto. En la tarja, incrustada en una de las paredes, junto a las oraciones "por los humildes" y "por la paz", dos de sus célebres discursos, se dice que Gaitán "está enterrado de pie, mirando hacia San Pedro Alejandrino, en tierra proveniente de todos los municipios de Colombia, regada con agua del Canal de Panamá, del río Magdalena y de nuestros mares Pacífico y Atlántico".Y concluye: "porque es semilla y no cadáver, fue sembrado el cuerpo del caudillo popular".
En la tumba circular, rodeando el rosal, los años de vida de Jorge Eliécer Gaitán van de 1903 al símbolo de infinito. Una declaración de eternidad que se ve refutada por las ruinas del edificio inconcluso del "Exploratorio Nacional". Los guías de la Casa Museo atribuyen al presidente Álvaro Uribe la negativa a continuar y culminar las obras de la institución, pero, a juzgar por la historia política colombiana más reciente, el desinterés tal vez no sea sólo de Uribe y sus partidarios. En todo caso, la escatología del gaitanismo, su grandilocuencia mortuoria, llega a extremos poco persuasivos y atenta contra el propio culto al héroe populista.
jueves, 26 de octubre de 2017
Hombres de sobretodo en las plazas de Bogotá
En el conocido libro El Bogotazo. Memoria del olvido (1983), del periodista colombiano Arturo Álape, asistimos a una de las tantas escenificaciones del culto a la personalidad de Fidel Castro en las visiones históricas de América Latina durante la Guerra Fría. Un culto que una parte de la izquierda colombiana, respetuosa del legado del líder populista Jorge Eliécer Gaitán, reprodujo mecánicamente, hasta el punto de inscribir, en la Casa Museo del político, en Bogotá, el mito de que el elocuente abogado del Partido Liberal fue ejecutado el 9 de abril de 1948 antes de entrevistarse con Fidel Castro.
En 1948 Castro tenía 22 años y era estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Había viajado a Bogotá como parte de la delegación cubana al Congreso Latinoamericano de Estudiantes, promovido por jóvenes peronistas y militantes del Partido Justicialista argentino, como Antonio Cafiero y Diego Luis Molinari, que visitaron La Habana en marzo de ese año para hacer los preparativos de aquella reunión.
Los jefes de la delegación cubana al congreso estudiantil de Bogotá eran Enrique Ovares, Presidente de la FEU, y Alfredo Guevara, Secretario de la misma organización. Sin embargo, en la visión retrospectiva de Castro, copiada por una franja del gaitanismo, el líder no sólo del grupo cubano sino de toda la juventud latinoamericana reunida en Bogotá era el propio Fidel, quien decía lo siguiente a Álape: "yo estaba de organizador del congreso y en todas partes aceptaron el papel que desempeñaba..., prácticamente de manera unánime los estudiantes me apoyaron..., de hecho yo estaba presidiendo la reunión..., los estudiantes aplaudieron mucho cuando yo hablé y apoyaron la idea de que yo continuara en el papel de organizador del evento".
Hay suficiente información histórica para refutar esa imagen. El congreso estudiantil fue organizado por el gobierno de Juan Domingo Perón para contrarrestar la Conferencia Panamericana en la que intervendría el entonces Secretario de Estado norteamericano, George Marshall. El programa político que Castro se atribuye a sí mismo, incluida la demanda de soberanía del canal de Panamá o la lucha contra dictaduras como la de Trujillo o los Somoza, era compartido por el aprismo, el peronismo, el priismo mexicano, el figuerismo costarricense, Acción Democrática venezolana e, incluso, el Partido Auténtico cubano, que formaron parte de la Legión del Caribe.
En los diarios de Gaitán se habla de dos reuniones con representantes del congreso estudiantil. Una informal antes del asesinato del líder colombiano y otra programada, efectivamente, para unas horas luego del atentado de Juan Roa Sierra. Fidel Castro no fue la figura central de aquel capítulo sino uno más, cuyo rol es agrandado, luego, por él mismo y sus adoradores en América Latina, a razón del poder que ejerció en la izquierda regional desde su condición de jefe perpetuo del Estado cubano.
En todas las biografías oficiales de Fidel Castro, desde la de Antonio Núñez Jiménez hasta la más reciente de Katiushka Blanco, se presenta al entonces dirigente estudiantil de la Juventud Ortodoxa en la Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana como un socialista en ciernes. El aporte del propio Castro a esa visión mítica es documentable. No sólo por la alabanza de sí mismo sino por la sutil transmisión de un clima de conspiración comunista en Bogotá, en abril de 1948, que en su memoria se proyecta a través de la escena de los misteriosos hombres de sobretodo en la Plaza Bolívar. Esos mismos hombres que hoy se ven en la Plaza Gonzalo Jiménez de Quesada, donde se erige, como la de Francisco Pizarro en Lima, una estatua a un conquistador español en una capital latinoamericana, y que no hacen más que vender esmeraldas.
lunes, 23 de octubre de 2017
Bolívar sin caballo
Dos de las principales estatuas de Bolívar en Bogotá, a diferencia del Bolívar caraqueño al que rindió respeto el viajero José Martí, sin sacudirse el polvo del camino ni preguntar dónde se comía o dónde se dormía, muestran al Libertador sin caballo. Palomo, el pinto de cola hasta el suelo, que acompaña, casi siempre relinchando, a Bolívar, en cuanta imagen suya hemos visto en la pintura y la estatuaria latinoamericana, ha desaparecido.
El héroe de la Plaza Bolívar, esculpido en Roma por Pietro Tenarani, está parado con la espada en el brazo derecho hacia el suelo. La hora de las armas ha pasado y ha llegado el momento de las leyes, los decretos y las reformas en la paz. El documento que enrolla en la mano izquierda alude a la importante obra constitucional y legislativa del caraqueño en la Gran Colombia.
El Bolívar del Templete en el Parque de los Periodistas, obra de otro italiano, Pietro Cantini, avecindado en Colombia, es también un héroe civil, un estadista honrado en el centenario de su nacimiento. Un Bolívar más claramente romano o republicano, que marcó con su pensamiento político todo el proceso de fundación de las nuevas naciones latinoamericanas.
Esta elección deja ver un ángulo del culto a Bolívar en Colombia, muy diferente al venezolano o, más específicamente, al chavista, que tiene que ver con la pluralidad del panteón heroico en este país. En la entrada del Museo Nacional, el antiguo panóptico de la penitenciaría, están dos bustos, frente a frente, de Francisco de Paula Santander y Simón Bolívar, como si establecieran un contrapunto que impide la monarquización del panteón, a la manera del bolivarismo venezolano o el martianismo cubano. Ese equilibrio se percibe en toda la monumentalística del espacio público de la ciudad: Bolívar y Santander, Pedro Nel Ospina y Jorge Eliécer Gaitán.
domingo, 15 de octubre de 2017
Tzvetan Todorov y el problema de la criminalización del comunismo
En su libro póstumo, El triunfo del artista: la revolución y los artistas rusos, 1917-1941 (Galaxia Gutenberg, 2017), Tzvetan Todorov vuelve a contar las armonías y conflictos entre los poetas y narradores, músicos y pintores soviéticos con el Estado, primero bolchevique y luego estalinista, construido en Rusia. Regresa Todorov a los dramas familiares de Ajmátova y Mandelshtam, Malévich y Bunin, Pasternak y Bulgakov. El importante pensador búlgaro-francés hace un apunte sobre las simplificaciones y escamoteos históricos que produce la criminalización del comunismo, que me parece válido no sólo para la historia de la URSS o los socialismos reales de Europa del Este sino para la historia china, vietnamita o cubana del siglo XX:
"El hundimiento de los regímenes comunistas en Europa del Este y Rusia, en 1989-1991, supuso el debilitamiento, cuando no el declive, de una ideología en el mundo, pero no deberíamos pasar esta página de la historia reciente sin haberla leído con atención. Como la doctrina y los regímenes que se inspiraron en ella generaron incalculables víctimas, los han denunciado como criminales y han quedado señalados por el oprobio. Ahora bien, aunque no podemos pasarla por alto, esta perspectiva criminológica, que a lo largo de toda la historia del comunismo se centra en las víctimas y en su sentimiento, no basta para describir todas las dimensiones del cambio radical que trajo consigo esta revolución. El sentido de un acontecimiento de tanto alcance no puede reducirse a una simple condena moral, política o jurídica. Sus diferentes aspectos merecen un análisis más detallado, tanto para entenderlo mejor como para extraer enseñanzas para nosotros hoy, cien años después del acontecimiento inaugural".
miércoles, 27 de septiembre de 2017
Roberto González Echevarría sobre el modernismo del béisbol
En prólogo a El juego galante. Béisbol y sociedad en La Habana (1864-1895), La Habana, Letras Cubanas/ Ediciones Boloña, 2016, de Félix Julio Alfonso López, escribe el profesor de Yale:
"Lo atávico del béisbol se aloja precisamente en la metáfora bélica que lo constituye y que comparte con otros deportes, pero de manera muy especial. Lo que predomina en el juego es la manera en que el contacto físico es soslayado y la metáfora sublima su carácter combativo. Esa sublimación se produce mediante metáforas subordinadas de exquisita complejidad que, sorpresiva y tal vez no fortuitamente, aproximan el béisbol al modernismo, el movimiento artístico y literario que emerge precisamente en la época en que el juego llega y se implanta en Cuba. Eso, me parece, explica la convergencia del deporte con la literatura en ese momento, más allá del trasfondo político, en el que el béisbol se erige en una actividad antiespañola por ser algo moderno y extranjero, es decir, norteamericano, elemento ampliamente documentado (con loable cautela) en El juego galante.
La primera de esas metáforas accesorias la constituye el terreno de juego. En la mayoría de los deportes modernos, los juegos que llamo "de aquí p'allá y de allá p'acá", la metáfora guerrera es burda y su significado chocante por lo obvio -me refiero al fútbol en todas sus variantes, al baloncesto, al hockey, al lacrosse, y otros tantos. La cancha de estos deportes es un rectángulo en que cada equipo defiende su mitad y trata de penetrar la del contrario para anotar goles, puntos, tantos, o lo que sea. La guerra con sus invasiones, ocupaciones, cambios de frontera, asedios, bloqueos, sitios y sus barricadas, baluartes y bastiones no está muy lejos de la superficie. Si se llevara a un marciano acabado de apearse de su nave a un juego de fútbol, pienso que no sería difícil explicarle lo que pasa en el terreno. Pero llevado a un juego de béisbol, no ya un marciano sino un chileno o argentino, las palabras, los gestos, los esbozos trazados en urgentes servilletas, no alcanzan para hacerle comprender en qué consiste la actividad que tiene delante. Entre los muchos contrasentidos del béisbol está que el equipo a la defensiva ¡está en posesión de la bola! Pero la cancha misma, el terreno, es de una enigmática, poética complejidad".
viernes, 22 de septiembre de 2017
Terremoto, duelo y poesía
Dentro de la enlutada tradición mexicana de literatura y terremoto, en prosa o en verso (Rulfo, Monsiváis, Poniatowska, Huerta, Villoro...), que tanto resuena desde el último 19 de septiembre, estos cuatro momentos del arranque de Miro la piedra (1986), inspirados en el sismo del 85, de José Emilio Pacheco, uno de los mayores poetas de esta gran ciudad.
Poesía de duelo, como nunca fue su prima hermana, la poesía volcánica de Heredia, Santos Chocano o el Dr. Atl, no hay aquí rastro de esa estetización de las ruinas, tan frecuente en otros testimonios literarios. El derrumbe es el derrumbe y la muerte, la muerte. La única belleza pronunciable es la del rescate de una vida. Por eso, como apunta hoy Juan Villoro en Reforma, el gesto de estos días es el puño en alto llamando al silencio, y, luego, con suerte, la celebración de alguien salvado de los escombros.
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De aquella parte de la ciudad que por derecho
de nacimiento y crecimiento, odio y amor
puedo llamar la mía (a sabiendas
de que nada es de nadie),
no queda piedra sobre piedra.
Esta que aquí no ves, que allí no está
Ni volverá a alzarse nunca, fue en otro mundo
La casa en que abrí los ojos.
La avenida que pueblan damnificados
Me enseñó a caminar.
Jugué en el parque
Hoy repleto de tiendas de campaña.
Terminó mi pasado.
Las ruinas se desploman en mi interior.
Siempre hay más, siempre hay más.
La caída no toca fondo.
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Ruego que me perdonen porque nunca encontraron
su rostro verdadero en el cuerpo de tantos
que ahora se desintegran en la fosa común
y dentro de nosotros siguen muriendo.
Muerto que no conozco, mujer desnuda
Sin más cara que el yeso funeral,
el sudario de los escombros, la última
cortesía del infinito desplome:
tú, el enterrado en vida; tú, mutilada;
tú que sobreviviste para sufrir
la inexpresable asfixia: perdón
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Para los que ayudaron, gratitud eterna, homenaje.
Cómo olvidar –joven desconocida, muchacho
anónimo,
anciano jubilado, madre de todos, héroes sin
nombre-
que ustedes fueron desde el primer minuto de
espanto
a detener la muerte con la sangre
de sus manos y de sus lágrimas;
con la certeza
de que el otro soy yo, yo soy el otro,
y tu dolor, mi prójimo lejano,
es mi más hondo sufrimiento
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Jamás aprenderemos a vivir
en la epopeya del estrago.
Nunca será posible aceptar lo ocurrido
hacer un pacto con el sismo,
olvidar a los que murieron.
Con piedras de las ruinas ¿vamos a hacer
otra ciudad, otro país, otra vida?
De otra manera seguirá el derrumbe.
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