Libros del crepúsculo
miércoles, 23 de agosto de 2017
Decálogo del anticentrismo
1. Cualquier alternativa al socialismo real cubano, tal y como se define en las instituciones vigentes de la isla, aún si se trata de una alternativa que se asume como socialista, comparte el núcleo ideológico de la Revolución, respeta el liderazgo de Fidel y Raúl y procede por medio de la propuesta de reformas al gobierno, sin violar ninguna ley del Código Penal en vigor, es centrista.
2. El centrista es contrarrevolucionario porque:
a) Es autonomista, como los autonomistas del siglo XIX, que buscaban una solución intermedia entre la independencia de España y la anexión a Estados Unidos.
b) Si es autonomista también es anexionista porque algunos autonomistas acabaron apoyando los primeros gobiernos republicanos, que eran partidarios de la Enmienda Platt o solicitaron intervenciones de Estados Unidos. Ser anexionista hoy no significa estar necesariamente por el cambio violento del régimen sino por una reforma o una transición democrática del sistema. Es lo mismo una reforma, una transición o un derrocamiento.
c) Si es centrista es socialdemócrata porque la socialdemocracia -toda socialdemocracia, entre las decenas que han existido desde fines del siglo XIX en el mundo-, propone una síntesis entre socialismo y capitalismo.
3. El contrarrevolucionario es capitalista porque:
a) La Revolución Cubana es un proyecto que se opone al capitalismo no sólo en Cuba sino en el mundo.
b) Todo contrarrevolucionario es capitalista y todo capitalista es contrarrevolucionario porque Revolución, Nación y Socialismo son sinónimos.
c) Todo capitalista es partidario del modelo de democracia que quiere imponer a Cuba el imperialismo yanqui. No hay otro modelo de democracia que no sea ese.
d) Los empresarios extranjeros que operan en la isla y los aliados de Cuba en el mundo (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Irán, Rusia, China) están eximidos de estas definiciones porque pueden ser revolucionarios siendo capitalistas y, en algunos casos, demócratas.
4. El centrismo es siempre socialdemócrata, no puede ser liberal, republicano, comunista, anarquista, populista, libertario o conservador.
5. Si se identifica con algunas de esas orientaciones, el liberalismo por ejemplo, es de derecha, pero es lo mismo porque el centro es también la derecha o su versión sutil, camuflada.
6. Un centrista no se detecta sólo por sus ideas reformistas sino por su actitud, por su conducta, por su falta de pasión y voluntad revolucionarias. Un centrista puede querer mucho a Cuba, ser muy patriota, pero por ser centrista no pertenece a la cubanía sino a la cubanidad interior o exterior, lo que, en el fondo, significa ser anticubano.
7. Un centrista también se identifica por participar en eventos académicos financiados por fundaciones extranjeras. No importa que se trate de fundaciones privadas porque las fundaciones privadas de cualquier país capitalista, por pertenecer al capitalismo mundial, son, al final, fundaciones del imperialismo yanqui, es decir, del gobierno de Estados Unidos que controla el mundo.
8. Los socialistas cubanos no reformistas, es decir, no centristas, pueden recibir apoyos de fundaciones privadas, aunque sean norteamericanas. Sólo incurrirían en una actitud centrista si utilizan esos fondos para realizar actividades académicas con objetivos reformistas.
9. Silvio Rodríguez no es centrista pero no es suficientemente revolucionario porque en su blog defiende a algunos centristas, que organizan coloquios sobre el restablecimiento de relaciones en Nueva York o participan en eventos académicos en México sobre la Constitución cubana, financiados por una fundación privada que, como resume el punto 7, es lo mismo que una gubernamental o que la USAID, la CIA, el FBI o la DEA.
10. Ser centrista, es decir, contrarrevolucionario, en Cuba, es una caracterización ideológica y política penalizada por la ley. Una vez que se entra en esa categoría se puede ser castigado, tolerado e, incluso, reivindicado, pero nunca se regresa plenamente a la comunidad de los auténticos revolucionarios, que conforman el único y verdadero socialismo, la única y verdadera izquierda.
domingo, 20 de agosto de 2017
La retrotopía según Bauman
El libro póstumo del pensador polaco Zygmunt Bauman arranca con una alusión al muy conocido pasaje de Walter Benjamin, en sus Tesis de filosofía de la historia, donde se comenta el Angelus Novus de Paul Klee. En contra de una lectura fácil del texto benjaminiano, con ecos, incluso, en lectores inteligentes como Mark Lilla en Pensadores temerarios, sugiere Bauman que el hecho de que el ángel de la historia mire al pasado no quiere decir que busque la regresión. Hay un torbellino en el presente -que Benjamin llama "tempestad", "vendaval" y "huracán"- que lo impulsa al futuro.
Esa es la diferencia fundamental entre utopía y retrotopía. Desde los dos Tomases -Moro y Campanella-, la sociedad ideal se ubicó en una isla, que representaba, a la vez, una alternativa en el espacio y el tiempo. La república utópica de Moro, ubicada presumiblemente en algún lugar del Atlántico Sur, el océano que atravesó Américo Vespucio, de cuya expedición se separó Raphael Hythloday, para dar con aquella isla artificial, no estaba en el futuro sino en el pasado. Al igual que la otra isla, Taprobana, la utopía de Campanella en Civitas Solis, localizada en el océano Índico. Ambas son comunidades "descubiertas", por lo que ya existían antes del siglo XVI o del XVII, cuando Moro y Campanella escriben sus libros.
Lo que sostiene Bauman, en esencia, es que el nuevo conservadurismo del siglo XXI, que correctamente ve ramificado entre derecha e izquierda, entre populismos y nacionalismos de uno u otro signo ideológico u orientación política, entre Trump y Putin, Maduro y Erdogan, Kaczynski y Assad, arriba a un tipo nuevo de negación del progresismo utópico. Si durante el siglo XX, asistimos a la crítica del utopismo desde las antiutopías o distopías del totalitarismo -Wells, Huxley, Orwell...-, en el presente nos enfrentamos a la puesta en escena de una "negación de la negación de la utopía", que parte de la exclusión de cualquier alternativa para el presente o el futuro.
Bauman quisiera que la fase "retrotópica" actual preservara lo mejor del utopismo clásico, lo que llama la conquista de "un topos territorialmente soberano" o "la esperanza de reconciliar, por fin, seguridad y libertad". Pero, en la práctica, quienes hoy gobiernan en nombre del pasado o, más específicamente, en nombre de alguna grandeza o gloria perdida, han convertido esa "negación de la negación" en un mecanismo antidialéctico, que no recupera en modo alguno lo mejor del pensamiento utópico moderno. La negación de la negación de la utopía es, en esencia, eso, la negación dos veces del mismo sujeto, como las tres negaciones de Jesús por Pedro antes del canto del gallo.
La retrotopía real, es decir, la ubicación rígida de la sociedad ideal en el pasado no busca, exactamente, reconstruir ese pasado: la "gran América", la "gran Rusia", la "gran Polonia", el socialismo real soviético, el chavismo o el fidelismo originarios... Lo que busca es, simplemente, regir el presente con esa promesa de vuelta al "seno materno", que cancela la crítica con opción de futuro. Y para lograrlo echa mano de tres mecanismos: Leviatán descontrolado o Estado represor, de inspiración hobbessiana; naturalización de la desigualdad, la censura y el silenciamiento del otro; regreso a la tribu, a la pequeña comarca, al nacionalismo aldeano.
miércoles, 16 de agosto de 2017
Esplendor y declive de la reseña literaria
Leo en una traducción que nos trae el último número de la revista poblana, Crítica, que bien dirige el amigo Armando Pinto, un viejo artículo de la escritora y, durante un buen tiempo, crítica literaria profesional Elizabeth Hardwick. Se titula "El declive de la reseña literaria" y parece escrito a principios de los 60, ya que en buena medida propone un balance de la literatura norteamericana escrita y publicada en los gloriosos años 50.
Lo sorprendente es que aquella década, en que la crítica literaria gozaba de tan buena salud en los book reviews del Times, el Tribune y el Saturday, o en revistas como el New Yorker, Harper's y Atlantic -no menciona Hardwick The New York Review of Books, por lo que seguramente escribió la nota antes de la fundación del mítico suplemento en 1963-, le parecía a la autora de Bartleby in Manhattan, un periodo de "declive" de la reseñas literarias.
A los suplementos de Nueva York, Hardwick, casada por entonces con el poeta Robert Lowell, contraponía los de Londres: el Times Literary Suplement y el Observer. Allí encontraba "un sólido estándar tan intrínsecamente más elevado que el nuestro que la comparación detallada es imposible". Las dos causas de aquella decadencia eran el mercado y la pereza y el mejor ejemplo que tenía a la mano eran las reseñas que el medio literario de Nueva York dedicó a Lolita de Nabokov:
"La condición de la reseña popular ha decaído tanto, el efecto de sus placenteros juicios es tan deprimente para el público lector en general que los astutos editores de Lolita han tratado de estimular las ventas citando malas reseñas junto con, por supuesto, las buenas, repetitivas y habituales. Orville Prescott: "Lolita es sin duda una noticia en el mundo de los libros. Desafortunadamente es una mala noticia". Y Gilbert Highest: "Lamento que Lolita haya sido publicada, e incluso que haya sido escrita".
Las reseñas "malcriadas", las de la pataleta y el ataque gratuito a la reputación del autor eran, según la melvilleana Hardwick, síntomas del mismo malestar. Buenas reseñas, agregaba, eran aquellas de Edmund Wilson en Vanity Fair o en The New Republic allá por los años 20....! Qué diría Hardwick si se diera una vuelta por los pocos estanquillos que nos quedan en el siglo XXI. Su nostalgia hace de la nuestra una patético lamento, desprovisto ya de cualquier elegancia.
sábado, 12 de agosto de 2017
Por qué la ideología de Estado en Cuba es insostenible desde las ciencias sociales
La regresión discursiva que se observa en los medios oficiales cubanos acentúa aún más la discordancia entre la ideología de Estado y las ciencias sociales. Si esa discordancia puede existir en relación con cualquier doctrina o programa de partido político, a pesar de que este tipo de instituciones recurre cada vez más a los expertos, en el caso de Cuba se hace más visible por tratarse de un régimen político que posee una ideología de Estado, constitucionalmente definida como "marxista-leninista y martiana" . A continuación, gloso cuatro ideologemas cubanos, fácilmente refutables desde la economía, la sociología, la politología y la historia contemporáneas:
1. El socialismo es la antítesis del capitalismo. En cualquier teoría económica (liberal, marxista heterodoxa, marxista-leninista, socialdemócrata o neoliberal), el socialismo no es entendido como la negación absoluta del mercado y la propiedad privada. Aún si desecháramos toda la obra de Laski, Keynes, Schumpeter, Lange, Lavigne o Konings sobre el tema, y nos ciñéramos exclusivamente a los textos de Marx y Lenin, el socialismo, por ser entendido como una fase de transición, no era pensado como un sistema que abolía toda la propiedad privada y todas las relaciones monetario-mercantiles. Lenin durante la NEP y los economistas soviéticos y de Europa del Este, entre los años 70 y 80, tuvieron eso muy claro. El dato elemental de que los principales ingresos de la economía cubana provienen del capitalismo global sería suficiente para definir esa economía como capitalista.
2. La fusión entre sociedad civil y Estado. Uno de los elementos centrales de la ideología de Estado en Cuba es la identidad entre pueblo y gobierno o entre sociedad civil y Estado. Esa premisa ideológica tiene en su contra toda la tradición sociológica moderna, de Max Weber y Émile Durkheim a Niklas Luhmann y Anthony Giddens, pero no sólo esa tradición, positivista o funcionalista. Desde Antonio Gramsci, una de las líneas más creativas del marxismo occidental, que desemboca en Poulantzas, Althusser, Anderson, Laclau y Mouffe, piensa los procesos sociales contemporáneos a partir de la distinción entre sociedad civil y Estado. Las fronteras entre esas dimensiones pueden ser todo lo porosas o comunicativas que se imaginen, pero son fronteras al fin.
3. El poder popular. Otro de los pilares constitucionales e ideológicos del régimen cubano es que, en la isla, a diferencia de la mayor parte del mundo, existe una democracia diferente porque no se basa en la representación política sino en un ejercicio directo de la soberanía popular. La teoría política moderna, desde John Locke hasta Giovanni Sartori, pasando por John Stuart Mill o Norberto Bobbio, tiene como uno de sus fundamentos básicos que, desde el momento en que hay procesos comiciales de los que sale electa una masa de representantes, constitutiva del poder legislativo, estamos en presencia de un gobierno representativo. También en Cuba, aunque la Asamblea Nacional del Poder Popular se reúna poco o aunque exista un partido único, existe un gobierno representativo que puede ser estudiado desde el marco analítico de la ciencia política contemporánea.
4. La revolución perpetua. La rica tradición de historia y teoría de las revoluciones, la liberal de Tocqueville o Furet, la marxista de Marx, Lenin y Trotsky, la conservadora de Burke o Pipes, ha entendido siempre que los procesos revolucionarios son finitos o efímeros. Sea que se asuma como insurrección, toma violenta del poder o destrucción del antiguo régimen y construcción del nuevo, toda revolución ha sido pensada como un fenómeno delimitado en el tiempo. En la ideología de Estado en Cuba la revolución es eterna. No permanente como en Trotsky, que pensaba que la revolución continuaba en forma de lucha contra la nueva clase burocrática, sino perpetua. Se trata de una idea única en el mundo, que parte de la identificación conceptual entre patria, nación, socialismo y revolución, pero que preserva elementos del estalinismo o doctrina del "socialismo en un sólo país", en el sentido de que la Revolución Cubana continúa y hasta sobrevive a sus líderes originarios porque se mantiene en pie de lucha contra el "imperialismo yanqui" y el capitalismo global. No sólo desde la historia, también desde las relaciones internacionales, es indefendible la idea de que Cuba encabeza una revolución contra el sistema capitalista mundial.
1. El socialismo es la antítesis del capitalismo. En cualquier teoría económica (liberal, marxista heterodoxa, marxista-leninista, socialdemócrata o neoliberal), el socialismo no es entendido como la negación absoluta del mercado y la propiedad privada. Aún si desecháramos toda la obra de Laski, Keynes, Schumpeter, Lange, Lavigne o Konings sobre el tema, y nos ciñéramos exclusivamente a los textos de Marx y Lenin, el socialismo, por ser entendido como una fase de transición, no era pensado como un sistema que abolía toda la propiedad privada y todas las relaciones monetario-mercantiles. Lenin durante la NEP y los economistas soviéticos y de Europa del Este, entre los años 70 y 80, tuvieron eso muy claro. El dato elemental de que los principales ingresos de la economía cubana provienen del capitalismo global sería suficiente para definir esa economía como capitalista.
2. La fusión entre sociedad civil y Estado. Uno de los elementos centrales de la ideología de Estado en Cuba es la identidad entre pueblo y gobierno o entre sociedad civil y Estado. Esa premisa ideológica tiene en su contra toda la tradición sociológica moderna, de Max Weber y Émile Durkheim a Niklas Luhmann y Anthony Giddens, pero no sólo esa tradición, positivista o funcionalista. Desde Antonio Gramsci, una de las líneas más creativas del marxismo occidental, que desemboca en Poulantzas, Althusser, Anderson, Laclau y Mouffe, piensa los procesos sociales contemporáneos a partir de la distinción entre sociedad civil y Estado. Las fronteras entre esas dimensiones pueden ser todo lo porosas o comunicativas que se imaginen, pero son fronteras al fin.
3. El poder popular. Otro de los pilares constitucionales e ideológicos del régimen cubano es que, en la isla, a diferencia de la mayor parte del mundo, existe una democracia diferente porque no se basa en la representación política sino en un ejercicio directo de la soberanía popular. La teoría política moderna, desde John Locke hasta Giovanni Sartori, pasando por John Stuart Mill o Norberto Bobbio, tiene como uno de sus fundamentos básicos que, desde el momento en que hay procesos comiciales de los que sale electa una masa de representantes, constitutiva del poder legislativo, estamos en presencia de un gobierno representativo. También en Cuba, aunque la Asamblea Nacional del Poder Popular se reúna poco o aunque exista un partido único, existe un gobierno representativo que puede ser estudiado desde el marco analítico de la ciencia política contemporánea.
4. La revolución perpetua. La rica tradición de historia y teoría de las revoluciones, la liberal de Tocqueville o Furet, la marxista de Marx, Lenin y Trotsky, la conservadora de Burke o Pipes, ha entendido siempre que los procesos revolucionarios son finitos o efímeros. Sea que se asuma como insurrección, toma violenta del poder o destrucción del antiguo régimen y construcción del nuevo, toda revolución ha sido pensada como un fenómeno delimitado en el tiempo. En la ideología de Estado en Cuba la revolución es eterna. No permanente como en Trotsky, que pensaba que la revolución continuaba en forma de lucha contra la nueva clase burocrática, sino perpetua. Se trata de una idea única en el mundo, que parte de la identificación conceptual entre patria, nación, socialismo y revolución, pero que preserva elementos del estalinismo o doctrina del "socialismo en un sólo país", en el sentido de que la Revolución Cubana continúa y hasta sobrevive a sus líderes originarios porque se mantiene en pie de lucha contra el "imperialismo yanqui" y el capitalismo global. No sólo desde la historia, también desde las relaciones internacionales, es indefendible la idea de que Cuba encabeza una revolución contra el sistema capitalista mundial.
jueves, 10 de agosto de 2017
Conversando con Ladislao Aguado sobre la campaña anticentrista
Al mismo tiempo que se restablecían las relaciones entre los
Estados Unidos y Cuba, el 17 de diciembre de 2014, y la noticia copaba las
portadas de los principales medios de noticias internaciones, un grupo ideológico, cuyos pronunciamientos
hasta entonces había formado parte del discurso oficial, aparecía en la isla,
dispuesto a dar la batalla por el control del campo intelectual cubano.
El nuevo cambio de rumbo desvelaba, de pronto, dos
tendencias dentro de un mismo programa: aquellos que entendían que el futuro
desarrollo económico y social de Cuba pasaba por un programa de reformas y,
otro, que se negaba a admitir cualquier distanciamiento de las directrices más
rígidas que hasta entonces habían servido para alimentar la beligerancia y la
intransigencia del gobierno.
Durante la primavera de 2017, la batalla intelectual entre
ambas facciones comenzó a tomar forma. Al principio, fueron artículos aislados,
en publicaciones alternativas. Luego, un libro electrónico compilado por el ala
más intransigente, como una suerte de manual, que pretende ilustrar las
razones que invalidan cualquier opción de diálogo fuera de sus planteamientos.
Más tarde, el debate se fue volviendo acalorado y ahora mismo, ocupa la
discusión ideológica e intelectual en la isla.
A propósito de este debate, conversamos con el historiador y
escritor Rafael Rojas, un intelectual con una amplia bibliografía sobre los
debates ideológicos, la incidencia del poder en la cultura y las repercusiones
sociales del totalitarismo en las sociedades.
1.
¿Cuál es el origen de
este debate ideológico que ahora mismo sucede en Cuba?
Tal vez el origen se confunda con
el propio origen de la Revolución Cubana y la polémica sobre la socialdemocracia
y el comunismo entre René Ramos Latour y el Che Guevara, en la Sierra Maestra,
o el cierre de Lunes de Revolución en
1961, publicación que defendió un socialismo antiestalinista. Uno de los
mensajes centrales del discurso de Fidel Castro, de ese mismo año, conocido
como Palabras a los intelectuales, es
que la jefatura máxima del país tenía el derecho y el deber de clasificar a los
intelectuales y sus ideas en “revolucionarios”, “no revolucionarios” y
“contrarrevolucionarios”, y a partir de ahí aplicar la tolerancia o la censura.
En el actual “debate sobre el centrismo” hemos visto a unos y otros repetir,
como un dogma, la misma lógica clasificatoria, que asegura la legitimidad para
hablar en la isla.
Desde
un punto vista más estrictamente histórico, el origen de esta discusión habría
que ubicarlo en 1986 o 1987, cuando el gobierno cubano decide no abrirse a un
proceso de reformas en la política económica y la esfera pública, similar al
que tenía lugar en el campo socialista. Desde entonces, una parte de la
intelectualidad cubana, especialmente aquella más cercana a las ciencias
sociales y las humanidades, ha intentado, cíclicamente, demandar la
introducción de elementos de mercado en la economía planificada, la asimilación
de formas no estatales de propiedad, mayor captación de créditos e inversiones
extranjeros, relativa autonomía de la sociedad civil y los gobiernos locales y flexibilización
de derechos ciudadanos.
Cada
vez que los reformistas han ganado protagonismo, con el visto bueno de algunos
líderes, han sido castigados por el Partido y su burocracia ideológica. Sucedió
a fines de los 80 con la neutralización del movimiento intelectual de aquella
década, en 1996 con el cierre del Centro de Estudios sobre América (CEA),
durante toda la “Batalla de Ideas” (1998-2006) y ha vuelto a suceder en el
último año, tras el VII Congreso del PCC, que reaccionó contra el respaldo a la
política de Barack Obama dentro del reformismo insular. La novedad es que,
hasta ahora, esa reacción se ha limitado a una campaña de descalificación en
los medios de comunicación. Que sepamos, ninguna de las publicaciones o
asociaciones acusadas de “centristas” han sido clausuradas.
2.
¿Cuáles son los principales
contendientes y qué defienden?
El espectro reformista en Cuba es
bastante amplio y heterogéneo: activistas sociales, periodistas, blogueros,
académicos, laicos de la Iglesia, artistas, escritores; comunidad negra,
asociaciones religiosas, ambientalistas, feministas y gays, centros de
estudios, sectores universitarios, publicaciones intelectuales; Cuba Posible, Periodismo de Barrio, On Cuba,
Havana Times, Observatorio Crítico, La
Joven Cuba, Cartas desde Cuba,
Segunda Cita, Temas… El más evidente
denominador común de todos esos actores, además de su simpatía por el
restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba y una visión
positiva y, a la vez, crítica –por insuficiente- de la reforma económica, es el
esfuerzo plural por redefinir el socialismo.
Se
trata de grupos que se tomaron en serio el llamado oficial a “actualizar” y a
“conceptualizar” el socialismo cubano, generando múltiples adjetivaciones:
socialismo democrático, libertario, anarquista, consejista, populista, neomarxista,
comunitario, republicano… De ahí que el interés del oficialismo, especialmente
de Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Elier Ramírez Cañedo y los autores del manual
Centrismo en Cuba: Otra vuelta de tuerca
hacia el capitalismo (2017), en presentar todas esas voces como
“centristas”, por “socialdemócratas” o “nacionalistas de derecha”, responda a
una deliberada simplificación, que facilita el objetivo básico, que es
estigmatizarlas en la esfera pública oficial como “contrarrevolucionarias”.
3.
¿De alguna manera
estamos asistiendo a un deshielo en las estructuras culturales e
ideológicas de la revolución?
No me parece. La estructura
institucional e ideológica de la cultura cubana, entiéndase, el Partido
Comunista, los ministerios y organismos más involucrados en la trama ideológica,
los medios hegemónicos de comunicación…, no están abriéndose o descongelándose,
más bien están reaccionando contra las demandas de reforma que sostiene una
franja crítica de la comunidad intelectual.
4.
¿Este podría ser el
comienzo nuestra glásnost? ¿Toda nuestra glásnost?
No lo creo. El momento de una glásnost, es decir, de una apertura de la esfera pública, desde las
propias instituciones, que otorgara mayor transparencia a la circulación del
saber y la información en Cuba, pasó. Pudo suceder en los años 80 o en los 90,
pero el inmovilismo se encargó de impedirlo.
5.
¿Estamos ante una
escisión en el aparato ideológico del partido?
El aparato ideológico del Partido se ve bastante compacto y es
reaccionario y contrarreformista por naturaleza.
6.
¿Cuál sería la
posición del poder ante esta confrontación?
En la rama gubernamental, ministerial y militar-empresarial del
poder tal vez exista un funcionariado sensible al mensaje reformista. Los
gabinetes económico y diplomático de Raúl Castro estuvieron fuertemente
identificados con la reforma entre 2012 y 2016 y con el proceso de
normalización diplomática a partir de 2014. Economistas respetados como Omar
Everleny, Pavel Vidal, Pedro Monreal y Juan Triana, por ejemplo, han defendido
el crecimiento del sector no estatal en Cuba, que en el último año ha comenzado
a ser acosado por el gobierno. La pérdida de liderazgo de Marino Murillo tal
vez tenga que ver con ese golpe de timón, que desemboca en la reciente
contracción del trabajo por cuenta propia.
7.
¿Qué fuerzas reales
podrían estar detrás, de estas fuerzas que se dicen antagónicas?
Los inmovilistas cuentan, evidentemente, con el apoyo del
centro del poder: el aparato ideológico del Partido Comunista, la Seguridad del
Estado, el Ministerio de Informática y Comunicaciones, el Ministerio de
Educación Superior y, probablemente, buena parte del Ministerio de Cultura, si
bien hay instituciones adscritas a éste último que parecen alentar el reformismo.
Los reformistas, en cambio, han recibido el respaldo público de académicos o
personalidades de la cultura como Silvio Rodríguez, Aurelio Alonso, Carlos
Alzugaray o Humberto Pérez, especialmente en el blog Segunda Cita. Las respuestas de Aurelio Alonso, Pedro Monreal y
Julio César Guanche no aparecieron en Granma
o Cubadebate, donde se publicaron
los ataques de Ubieta y Ramírez, sino en el blog de Silvio Rodríguez. Hablamos
de censura a tres intelectuales con un sólido reconocimiento académico dentro y
fuera de la isla y en el caso de Alonso, un sobreviviente de todas las purgas,
desde los cierres de Pensamiento Crítico en
1971 y el CEA en 1996, y actualmente Subdirector de la revista Casa de las Américas.
En cuanto al antagonismo, quienes lo sostienen
y quienes hablan, incluso, de “enemigos”, son los inmovilistas. Todas las
intervenciones de intelectuales reformistas que he leído llaman al diálogo y a
la unidad entre socialistas con ideas distintas del socialismo. En cambio, el
oficialismo parte de la falsa premisa de que no hay tal diversidad de
socialismos, que sólo existen dos posiciones antitéticas: o con el socialismo o
con el capitalismo, es decir, con la Revolución o contra la Revolución. Si algo
ha quedado claro en el debate es que los inmovilistas carecen de rigor
intelectual y están irremediablemente desactualizados en los términos
conceptuales de la ciencias sociales contemporáneas. No es raro que con
frecuencia contrapongan la ideología y la propaganda al saber académico, como
también hacen, por cierto, sectores de la oposición y el exilio.
8.
¿Habría intereses
ocultos tras las supuestas tomas de posición?
No veo intereses ocultos, la
verdad. Unos quieren reformar el socialismo y otros quieren preservar intacta
la estructura constitucional vigente, de matriz soviética.
9.
¿Qué impacto
ideológico podría derivarse de este diálogo? ¿Podría este debate contaminar
otras áreas del pensamiento, la cultura o la propia sociedad?
Mi impresión, como sugería al principio de nuestra charla, es
que la esfera de la cultura está contaminada por este debate desde hace 30 años.
Si no vemos mayores posicionamientos es porque las instituciones a las que
pertenecen los artistas y escritores no se enfrentan al aparato ideológico del
Partido. Para los académicos reformistas, el franco posicionamiento por una
apertura puede implicar su exclusión de las instituciones, lo cual es muy
costoso en un sistema como el cubano. En cuanto a la sociedad, no habrá impacto
real hasta que el acceso a internet se libere considerablemente. Y cuando eso
suceda, la ciudadanía constatará que la oferta política cubana es mucho más
diversa.
10. ¿Cómo prevé su fin?
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La contrarreforma que se ha desatado en Cuba, luego del VII
congreso del PCC, será coyuntural. Es demasiado impopular dentro de la isla y
claramente inviable en un contexto internacional, cada vez menos propicio a la
autarquía. Por lo pronto, los inmovilistas ganarán terreno y mantendrán el
monopolio de la voz en los medios oficiales. Pero no habría que descartar que,
por esa misma razón, las publicaciones académicas e intelectuales refuercen su
autonomía o que medios alternativos afirmen aún más su presencia en la esfera
pública. Este no es un debate sino un conato o un ensayo interrumpido de
debate, que comenzó hace mucho tiempo, y que sólo podrá ventilarse en
condiciones equitativas e incluyentes de diálogo con la ciudadanía.
sábado, 22 de julio de 2017
Un error histórico y político de Elier Ramírez Cañedo
En las páginas que me dedica en su libro con Carlos Joane Rosario Grasso, titulado El autonomismo en las horas cruciales de la nación cubana (La Habana, Ciencias Sociales, 2008), como parte de los "peores opositores que se han convertido en alabarderos del autonomismo"(p. X) -según el prologuista, Rolando Rodríguez, yo compartía esa terrible nómina con los historiadores Rafael Tarragó y Antonio Elorza-, Elier Ramírez Cañedo asegura contundente: "en definitiva el único ex autonomista que participó en la Constituyente de 1901 fue Eliseo Giberga y votó a favor de la Enmienda Platt" (p. 171). Ramírez Cañedo repitió el error en un dossier de La Jiribilla, con motivo de la presentación del libro en La Habana, en 2009, al que respondí desde El Nuevo Herald con dos artículos: "Las mañas del oficialismo" y "¿Qué es la historia oficial"?. Y, como quien prefiere tropezar tres veces, volvió a repetir el error en la reedición del mismo fragmento de su libro, en 2014 en la revista Calibán, que reprodujo, naturalmente, Iroel Sánchez en su blog La Pupila Insomne.
Por lo visto, el pasaje contra mí era una reacción al capítulo "Otras soberanías de la patria", de Motivos de Anteo. Patria y nación en la historia intelectual de Cuba (Colibrí, 2008), donde se defiende, con citas precisas, que hubo patriotismo, críticas al anexionismo y hasta un civismo republicano en pensadores autonomistas, durante la segunda mitad del siglo XIX -en un texto posterior "La esclavitud liberal", capítulo de Los derechos del alma (2014), expongo que también hubo abolicionismo en el autonomismo, y no sólo en Miguel Figueroa o Rafael María de Labra, que son los casos más conocidos. Ramírez, siguiendo al pie de la letra el relato oficial, establece un signo de igualdad entre autonomismo, esclavitud, colonialismo y, por si fuera poco, anexión a Estados Unidos.
Aquel libro mío de 2008, sin embargo, no era citado por Ramírez y Rosario: el que citaban era otro, José Martí: la invención de Cuba (Colibrí, 2001), donde, aunque no se estudia el autonomismo, los autores concluyeron que mi idea de la nación era autonomista, porque un contrarrevolucionario no podía ser martiano, así de necio era el argumento. También citaban una reseña -escrita a la velocidad de las reseñas, prescindiendo de nombres propios, lo cual facilitaba la frase fuera de contexto, la infantil cacería de pifias y la elusión del debate conceptual- del libro de los historiadores españoles Marta Bizcarrondo y Antonio Elorza, Cuba/ España. El dilema autonomista, 1878-1898 (Colibrí, 2001), donde se desmontan, uno a uno, los estereotipos que la historia oficial cubana ha endilgado al autonomismo como una causa "antinacional" en el siglo XIX.
Por supuesto que no fue Giberga el único ex-autonomista en la Asamblea de 1901: también estuvieron allí Diego Tamayo, Eudaldo Tamayo y Alfredo Zayas y estos dos últimos votaron contra la Enmienda Platt. Hubo, por lo menos, cuatro ex-autonomistas en la Constituyente: dos votaron en contra y dos a favor de la Enmienda Platt ¿Por qué escamoteaba Ramírez Cañedo esa información clave? Porque su objetivo era presentar a los autonomistas como antipatriotas y plattistas, es decir, como antepasados de los contrarrevolucionarios de hoy, los ahora llamados "centristas". ¿Qué otras pruebas da Ramírez Cañedo de la deriva de los autonomistas hacia el anexionismo en la República? El dato superficial y forzado de que algunos de ellos como Fernando Freyre de Andrade y Eduardo Yero Beduen, el independentista bayamés que también pasó por el autonomismo, aunque Ecured no lo crea, fueron ministros del gabinete de Tomás Estrada Palma. Lo que sugeriría que aquel primer gobierno de Estrada Palma fue anexionista y eso no es sostenible con rigor historiográfico, aunque concluyera solicitando una intervención norteamericana en 1906.
A la historia oficial le cuesta trabajo pensar los cambios de posiciones o las borrosas fronteras ideológicas que suele haber entre distintas corrientes políticas del pasado de la isla. No distingue entre ideología y política, una de las premisas del ABC leninista. Por ejemplo, si hubo separatistas de la Guerra de los Diez Años que se volvieron autonomistas o anexionistas, entre los años 1880 y 1890, difícilmente podrían no ser tratados como traidores. Pero si el tránsito es al revés, del anexionismo y, sobre todo, el autonomismo al separatismo, la historia oficial perdona ese pasado bochornoso y hasta deja de considerarlos "ex-autonomistas". Esa arbitrariedad demuestra ya no una "politización", el término que nos achacaba a Elorza, Tarragó y a mí, sino una burda partidización o uso sectario del pasado, que ha quedado más que comprobado en los últimos días con los artículos de Ramírez Cañedo en Cubadebate y Granma, contra los "centristas", como autonomistas y, por tanto, anexionistas del siglo XXI que deben ser excluidos.
Una de las tesis de Bizcarrondo y Elorza en su gran libro, que ninguno de esos tres autores pudo refutar, es que hablar de autonomismo y anexionismo después de 1898 tiene muy poco sentido. El campo político cubano y el sistema de partidos se recompuso después de la intervención norteamericana de 1898 y de la proclamación de la República el 20 de mayo de 1902. Y si poco sentido tenía aplicar esas etiquetas a corrientes políticas republicanas, menos lo tiene hoy, más de un siglo después. Sólo dos párrafos, en un libro de 402 páginas, que ni siquiera citaron íntegramente, les sirvieron de base a Ramírez, Rosario y Rodríguez, para tratarme -hablando de "odio" y "fango"- de "timador", "inefable", "alabardero", "ignorante", "mentiroso", "especulador de medio pelo", "Pinocho", "Judas", "vendido por 30 monedas", "lanzador de dardos envenenados", que no "debía meter sus narices en la historia de Cuba", que fanáticamente creen propiedad exclusiva de su partido y su Estado.
Como observará el lector desprejuiciado de los acápites "¿Una vía autonomista hacia la República"? y "La reparación historiográfica" (pp. 92-111) de mi libro, y no de oraciones sacadas de contexto, siempre me referí a Alfredo y no a Federico o a Francisco de Zayas, porque un párrafo más adelante hablo del gobierno liberal de Zayas, de 1921 a 1925, como una evidencia de que no todo el autonomismo derivó hacia el conservadurismo en la República, como sostienen Rolando Rodríguez y Elier Ramírez. El paso de Zayas por el autonomismo tampoco fue tan breve, desde 1883 hasta el mismo año de 1895, cuando se une, como muchos otros (Varona, Sanguily, Heredia...), al Partido Revolucionario Cubano. Sanguily, aunque le duela a Rodríguez o a Ramírez, perteneció a lo que se conocía como el Círculo Liberal -no, por supuesto, a la Junta Central autonomista- y en un discurso en Matanzas, el 15 de enero de 1887, decía que "el Partido Liberal era el paladín de la libertad en Cuba" y que "merecía toda su simpatía". La mención a José Fernández de Castro es, evidentemente, una errata, no una confusión, ya que antes se había hablado del trabajo periodístico de Rafael Fernández de Castro dentro de la valiosa vida cultural autonomista.
Por lo visto, el pasaje contra mí era una reacción al capítulo "Otras soberanías de la patria", de Motivos de Anteo. Patria y nación en la historia intelectual de Cuba (Colibrí, 2008), donde se defiende, con citas precisas, que hubo patriotismo, críticas al anexionismo y hasta un civismo republicano en pensadores autonomistas, durante la segunda mitad del siglo XIX -en un texto posterior "La esclavitud liberal", capítulo de Los derechos del alma (2014), expongo que también hubo abolicionismo en el autonomismo, y no sólo en Miguel Figueroa o Rafael María de Labra, que son los casos más conocidos. Ramírez, siguiendo al pie de la letra el relato oficial, establece un signo de igualdad entre autonomismo, esclavitud, colonialismo y, por si fuera poco, anexión a Estados Unidos.
Aquel libro mío de 2008, sin embargo, no era citado por Ramírez y Rosario: el que citaban era otro, José Martí: la invención de Cuba (Colibrí, 2001), donde, aunque no se estudia el autonomismo, los autores concluyeron que mi idea de la nación era autonomista, porque un contrarrevolucionario no podía ser martiano, así de necio era el argumento. También citaban una reseña -escrita a la velocidad de las reseñas, prescindiendo de nombres propios, lo cual facilitaba la frase fuera de contexto, la infantil cacería de pifias y la elusión del debate conceptual- del libro de los historiadores españoles Marta Bizcarrondo y Antonio Elorza, Cuba/ España. El dilema autonomista, 1878-1898 (Colibrí, 2001), donde se desmontan, uno a uno, los estereotipos que la historia oficial cubana ha endilgado al autonomismo como una causa "antinacional" en el siglo XIX.
Por supuesto que no fue Giberga el único ex-autonomista en la Asamblea de 1901: también estuvieron allí Diego Tamayo, Eudaldo Tamayo y Alfredo Zayas y estos dos últimos votaron contra la Enmienda Platt. Hubo, por lo menos, cuatro ex-autonomistas en la Constituyente: dos votaron en contra y dos a favor de la Enmienda Platt ¿Por qué escamoteaba Ramírez Cañedo esa información clave? Porque su objetivo era presentar a los autonomistas como antipatriotas y plattistas, es decir, como antepasados de los contrarrevolucionarios de hoy, los ahora llamados "centristas". ¿Qué otras pruebas da Ramírez Cañedo de la deriva de los autonomistas hacia el anexionismo en la República? El dato superficial y forzado de que algunos de ellos como Fernando Freyre de Andrade y Eduardo Yero Beduen, el independentista bayamés que también pasó por el autonomismo, aunque Ecured no lo crea, fueron ministros del gabinete de Tomás Estrada Palma. Lo que sugeriría que aquel primer gobierno de Estrada Palma fue anexionista y eso no es sostenible con rigor historiográfico, aunque concluyera solicitando una intervención norteamericana en 1906.
A la historia oficial le cuesta trabajo pensar los cambios de posiciones o las borrosas fronteras ideológicas que suele haber entre distintas corrientes políticas del pasado de la isla. No distingue entre ideología y política, una de las premisas del ABC leninista. Por ejemplo, si hubo separatistas de la Guerra de los Diez Años que se volvieron autonomistas o anexionistas, entre los años 1880 y 1890, difícilmente podrían no ser tratados como traidores. Pero si el tránsito es al revés, del anexionismo y, sobre todo, el autonomismo al separatismo, la historia oficial perdona ese pasado bochornoso y hasta deja de considerarlos "ex-autonomistas". Esa arbitrariedad demuestra ya no una "politización", el término que nos achacaba a Elorza, Tarragó y a mí, sino una burda partidización o uso sectario del pasado, que ha quedado más que comprobado en los últimos días con los artículos de Ramírez Cañedo en Cubadebate y Granma, contra los "centristas", como autonomistas y, por tanto, anexionistas del siglo XXI que deben ser excluidos.
Una de las tesis de Bizcarrondo y Elorza en su gran libro, que ninguno de esos tres autores pudo refutar, es que hablar de autonomismo y anexionismo después de 1898 tiene muy poco sentido. El campo político cubano y el sistema de partidos se recompuso después de la intervención norteamericana de 1898 y de la proclamación de la República el 20 de mayo de 1902. Y si poco sentido tenía aplicar esas etiquetas a corrientes políticas republicanas, menos lo tiene hoy, más de un siglo después. Sólo dos párrafos, en un libro de 402 páginas, que ni siquiera citaron íntegramente, les sirvieron de base a Ramírez, Rosario y Rodríguez, para tratarme -hablando de "odio" y "fango"- de "timador", "inefable", "alabardero", "ignorante", "mentiroso", "especulador de medio pelo", "Pinocho", "Judas", "vendido por 30 monedas", "lanzador de dardos envenenados", que no "debía meter sus narices en la historia de Cuba", que fanáticamente creen propiedad exclusiva de su partido y su Estado.
Como observará el lector desprejuiciado de los acápites "¿Una vía autonomista hacia la República"? y "La reparación historiográfica" (pp. 92-111) de mi libro, y no de oraciones sacadas de contexto, siempre me referí a Alfredo y no a Federico o a Francisco de Zayas, porque un párrafo más adelante hablo del gobierno liberal de Zayas, de 1921 a 1925, como una evidencia de que no todo el autonomismo derivó hacia el conservadurismo en la República, como sostienen Rolando Rodríguez y Elier Ramírez. El paso de Zayas por el autonomismo tampoco fue tan breve, desde 1883 hasta el mismo año de 1895, cuando se une, como muchos otros (Varona, Sanguily, Heredia...), al Partido Revolucionario Cubano. Sanguily, aunque le duela a Rodríguez o a Ramírez, perteneció a lo que se conocía como el Círculo Liberal -no, por supuesto, a la Junta Central autonomista- y en un discurso en Matanzas, el 15 de enero de 1887, decía que "el Partido Liberal era el paladín de la libertad en Cuba" y que "merecía toda su simpatía". La mención a José Fernández de Castro es, evidentemente, una errata, no una confusión, ya que antes se había hablado del trabajo periodístico de Rafael Fernández de Castro dentro de la valiosa vida cultural autonomista.
jueves, 20 de julio de 2017
Fisuras de la intelectualidad orgánica en Cuba
La resistencia visible de algunos pocos intelectuales cubanos, como Aurelio Alonso, Pedro Monreal y Julio César Guanche, a la campaña contra el "centrismo", expone ángulos de la mutación de la esfera pública cubana, en el siglo XXI, que vale la pena analizar con cuidado. Lo primero que habría que advertir es la pérdida acelerada de los protocolos del debate intelectual en el grupo de ideólogos que controlan los medios hegemónicos de comunicación y la red de blogs gubernamentales. El caso del blog de Iroel Sánchez, La Pupila Insomne, tal vez sea el más emblemático, pero lo más grave es que no es el único. Son decenas las bitácoras oficiales dedicadas profesionalmente a la calumnia y la difamación del reformismo socialista en la isla.
Es inevitable la observación de que la resistencia no tiene lugar en medios centrales del campo intelectual, como La Gaceta de Cuba o Temas, sino en sitios periféricos, como Segunda Cita, el blog de Silvio Rodríguez, la página electrónica de Cuba Posible y la sección de comentarios de Cubadebate. Las objeciones más articuladas a la campaña anticentrista, que a mi juicio son las de Guanche y Monreal, se publicaron en Segunda Cita y en varios comentarios a un artículo de Enrique Ubieta en Cubadebate, menos anticívico que los posts de Iroel Sánchez o Javier Gómez Sánchez, pero lleno de epítetos y descalificaciones contra Lennier López, Arturo López Levy, Haroldo Dilla y el propio Monreal.
Por último, llamo la atención de que las resistencias al anticentrismo, además de proponer una idea actualizada, crítica y plural de la historia de Cuba, de la Revolución de 1959, del socialismo insular y de la izquierda mundial, en el caso de Guanche, y un concepto de ideología apegado a las dinámicas sociales y económicas y, especialmente, al proceso de desarrollo de la isla, en el caso de Monreal, acatan la jerarquía del liderazgo del país y del Partido Comunista de Cuba. En otras palabras, estos intelectuales -no sólo Guanche y Monreal sino también Aurelio Alonso y Silvio Rodríguez- se inscriben dentro de una institucionalidad subalterna, que tiene el valor de defender espacios alternativos como Cuba Posible, pero que aspira a un vínculo orgánico con la ideología del Estado.
Estas observaciones pueden llevarnos a concluir que la reacción contra la campaña anticentrista describe tanto una fisura como una pugna por la hegemonía del campo intelectual y la ideología de Estado en Cuba. Una pugna que pasa por la resignificación del concepto de socialismo, que la vieja dirigencia, especialmente la del aparato ideológico del partido, que apadrina a los anticentristas, no acaba de asimilar. Por ahora, como bien dice Ubieta para sostener el ahistórico y falaz argumento de que en Cuba, a diferencia del "resto" de América Latina, no se necesita un "frente amplio" porque hay una Revolución en curso, quienes detentan el poder son ellos, es decir, los totalitaristas o, como la hemos llamado aquí, la derecha post-fidelista: en el futuro habrá que ver. Basta con que el reformismo intelectual encuentre verdadero respaldo en la burocracia aperturista para que las cosas se inviertan y quienes deban hacer resistencia desde la periferia sean ellos.
Todos los que se han opuesto a la campaña sostienen la necesidad de "unidad" entre los socialistas cubanos, a pesar de que, como hemos señalado en esta página desde hace años, los socialismos que defienden unos y otros son cada vez más distintos. Guanche llega a formular la demanda de unidad desde cierto testimonio de orfandad, al aludir a que la ausencia de mentores como Alfredo Guevara o Fernando Martínez impide poner a dialogar las diversas corrientes dentro de la intelectualidad orgánica. Pero los anticentristas, especialmente Enrique Ubieta y Elier Ramírez Cañedo, parecen decir que la unidad sólo tiene sentido luego de la exclusión de los centristas. De manera que van por toda la hegemonía -lo cual supone una contradicción en términos estrictamente gramscianos- o por una nueva depuración ideológica del campo intelectual cubano.
Es inevitable la observación de que la resistencia no tiene lugar en medios centrales del campo intelectual, como La Gaceta de Cuba o Temas, sino en sitios periféricos, como Segunda Cita, el blog de Silvio Rodríguez, la página electrónica de Cuba Posible y la sección de comentarios de Cubadebate. Las objeciones más articuladas a la campaña anticentrista, que a mi juicio son las de Guanche y Monreal, se publicaron en Segunda Cita y en varios comentarios a un artículo de Enrique Ubieta en Cubadebate, menos anticívico que los posts de Iroel Sánchez o Javier Gómez Sánchez, pero lleno de epítetos y descalificaciones contra Lennier López, Arturo López Levy, Haroldo Dilla y el propio Monreal.
Por último, llamo la atención de que las resistencias al anticentrismo, además de proponer una idea actualizada, crítica y plural de la historia de Cuba, de la Revolución de 1959, del socialismo insular y de la izquierda mundial, en el caso de Guanche, y un concepto de ideología apegado a las dinámicas sociales y económicas y, especialmente, al proceso de desarrollo de la isla, en el caso de Monreal, acatan la jerarquía del liderazgo del país y del Partido Comunista de Cuba. En otras palabras, estos intelectuales -no sólo Guanche y Monreal sino también Aurelio Alonso y Silvio Rodríguez- se inscriben dentro de una institucionalidad subalterna, que tiene el valor de defender espacios alternativos como Cuba Posible, pero que aspira a un vínculo orgánico con la ideología del Estado.
Estas observaciones pueden llevarnos a concluir que la reacción contra la campaña anticentrista describe tanto una fisura como una pugna por la hegemonía del campo intelectual y la ideología de Estado en Cuba. Una pugna que pasa por la resignificación del concepto de socialismo, que la vieja dirigencia, especialmente la del aparato ideológico del partido, que apadrina a los anticentristas, no acaba de asimilar. Por ahora, como bien dice Ubieta para sostener el ahistórico y falaz argumento de que en Cuba, a diferencia del "resto" de América Latina, no se necesita un "frente amplio" porque hay una Revolución en curso, quienes detentan el poder son ellos, es decir, los totalitaristas o, como la hemos llamado aquí, la derecha post-fidelista: en el futuro habrá que ver. Basta con que el reformismo intelectual encuentre verdadero respaldo en la burocracia aperturista para que las cosas se inviertan y quienes deban hacer resistencia desde la periferia sean ellos.
Todos los que se han opuesto a la campaña sostienen la necesidad de "unidad" entre los socialistas cubanos, a pesar de que, como hemos señalado en esta página desde hace años, los socialismos que defienden unos y otros son cada vez más distintos. Guanche llega a formular la demanda de unidad desde cierto testimonio de orfandad, al aludir a que la ausencia de mentores como Alfredo Guevara o Fernando Martínez impide poner a dialogar las diversas corrientes dentro de la intelectualidad orgánica. Pero los anticentristas, especialmente Enrique Ubieta y Elier Ramírez Cañedo, parecen decir que la unidad sólo tiene sentido luego de la exclusión de los centristas. De manera que van por toda la hegemonía -lo cual supone una contradicción en términos estrictamente gramscianos- o por una nueva depuración ideológica del campo intelectual cubano.
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