Entre principios de los 70 y hoy, entre Piel menos mía (1976) y Clinamen (2013), la poesía Octavio
Armand experimenta un viaje de vuelta a la literatura, que es también un viaje
de regreso a la piel del poeta. El vanguardismo de los 70, en Nueva York, que
forzó una exploración por los límites de lo literario, ha mutado, cuarenta años
después, en una internación en el cuerpo de la literatura. Una internación que carga, sin embargo, con el extrañamiento de aquella vanguardia, con la marca de
su extravío.
Algunos poemas de los 70 presentaban la crítica de
lo literario como abandono o pérdida del cuerpo: “noche como todas. Ha muerto
el párpado./ Ha muerto el ojo. Nada nos sostiene al/ borde de la carne. Es
posible caer, caer,/ pisar las puertas tantas veces acumuladas,/ estas preguntas
que mueren en silencio,/ erizándose. Viuda negra: ampolleta/ lígulas sobre mi
aterrada superficie”. Otros asumían los límites del mundo literario como ocaso
de la fe en el cuerpo: “Contienes los límites del mundo. Te muerdes las uñas,/
te tocas los dedos de los pies. Eres un círculo de carne,/ eres un niño. Te
llamas como te llamo, sencillamente./ Solo entonces tienes un nombre material,
necesario”.
Cuatro décadas después, en Clinamen (2013), la memoria ha hecho su trabajo y el regreso al
sentido y a la literatura es también la anagnórisis, el reconocimiento de sí
ante el espejo. En el soneto “Álbum”, por ejemplo, el poeta de 60 años ve una
foto suya de niño, a los 6, en un patio de Guantánamo, y anota: “como en el
espejo, veo el rostro/ del niño que busco. Sé que soy yo./ Lo llamo hasta que
me mira/ fijamente a los ojos, como/ si en ellos leyera su nombre/ coloreado en
grandes letras./ Luego sonríe, voltea y se va/ más de medio siglo hacia
delante”.
En el poema “Autorretrato”, un tipo de composición
lírica bastante frecuente en Octavio Armand, lo mismo que en José Kozer,
reaparece el mismo dilema del reconocimiento del yo. Hay un afuera, un “ellos”
indecible, que no reconoce la identidad pasada y futura del poeta: “Miro ciego/
en un espejo/ también ciego/ al que fui/ al que seré./ No me reconocen.” Pero es el propio poeta, ya de vuelta a la
literatura y a la piel, desde aquellos límites de lo literario y lo corporal, quien
ahora no reconoce su identidad presente: “En el agua/ que se escurre/ entre mis
dedos/ busco al que soy./ No está”.