Más de medio siglo antes de que se publicara la Teoría de la vanguardia (1974) de Peter Bürger, en la cultura europea, estadounidense y latinoamericana ya estaban naturalizadas distintas versiones del término francés avant-garde. Incluso, algunos historiadores han encontrado esa noción, aplicada a la cultura y no a la guerra o la política, como harían Clausewitz y Lenin, desde el siglo XIX. Es el caso, aunque bastante excepcional en aquella época, del socialista utópico y matemático francés, Olinde Rodrigues, quien la introdujo en su ensayo “El artista, el científico y el industrialista” (1825).
En América Latina, el concepto se maneja ampliamente, bajo diversos significados, desde los años 20. No sólo Benjamin y Adorno, también Renato Poggioli, Clement Greenberg, Harold Rosenberg, Mario de Micheli –la obra de este, por cierto, Las vanguardias artísticas (1959), fue publicada en Cuba-, entre tantos otros críticos, utilizaron un concepto flexible de vanguardia, mucho antes que Bürger, con el propósito de captar las dinámicas de la producción cultural en la era industrial.
Ese uso flexible del concepto, aplicado a la literatura, fue el que predominó en América Latina, donde lo mismo Vicente Huidobro que Jorge Luis Borges, Xavier Villaurrutia que Nicolás Guillén, Pablo de Neruda que César Vallejo, fueron leídos y catalogados por críticos e historiadores, como autores de vanguardia. Octavio Paz advirtió la contaminación del concepto en Los hijos del limo (1974), cuando propuso entender la poesía latinoamericana de los años 40 o 50 en adelante –es decir, la de su generación – como una “vanguardia otra”.
Para la mayoría de los teóricos mencionados, las fronteras entre la vanguardia y otros fenómenos culturales de la primera mitad del siglo XX, como el modernismo, el kitsch, la decadencia, la bohemia o el industrialismo, no estaban rígidamente trazadas. ¿Qué sentido tiene, entonces, tomar como única visión válida de las vanguardias del siglo XX, la teoría de Bürger, para pensar la historia cultural latinoamericana y cubana del siglo XX?
En Cuba, por ejemplo, el concepto de “vanguardia” y “vanguardismo” se manejó en publicaciones como Avance, Orígenes, Ciclón, Nuestro Tiempo y Lunes de Revolución, de distinta manera. La idea del vanguardismo cultural que predominaba en La Habana, entre los 50 y los 60, estaba mucho más cerca de la visión de Micheli que de la de Bürger. La idea central de este último, por cierto, sobre el gesto vanguardista de confrontar y rebasar la "institución del arte”, fue muy popular durante el postmodernismo de los 80, pero ha sido cuestionada y, en buena medida, descartada por el boom del mercado del arte en las dos últimas décadas.