Libros del crepúsculo
domingo, 30 de diciembre de 2012
Lecturas francesas de Javier Marías
Es conocida la anglofilia del escritor español Javier Marías, quien fuera profesor de Oxford, traductor del Tristram Shandy de Sterne, de El espejo del mar de Joseph Conrad y gran admirador de narradores en lengua inglesa como William Faulkner y Vladimir Nabokov. Menos conocida es su familiaridad con la literatura francesa, escenificada, con virtuosismo, en su más reciente novela Los enamoramientos (2011).
Dos lecturas centrales de esta novela, junto al ineludible Macbeth de Shakespeare, son las novelas El coronel Chabert de Balzac y Los tres mosqueteros de Dumas. La primera ofrece la analogía de un muerto vivo: el oficial napoleónico, al que atraviesan el cráneo en la batalla de Eylau, dado por muerto y sepultado en una fosa común, cuya montaña de cadáveres debe escalar, para regresar a la tierra e intentar recuperar un mundo perdido.
La segunda le sirve a Marías para ilustrar otro caso de muerto que vuelve a la vida, por medio del personaje de Milady de Winter -la malvada agente de Richelieu, en su juventud, ladrona tatuada con la flor de Lis, que llega a ser Condesa de la Fére, tras casarse con el Conde, quien luego se convertiría en el mosquetero Athos. Cuando éste descubre el pasado delictivo de su esposa, la cuelga de un árbol, pero no la ahorca, ya que la bella y astuta joven logra zafarse. Ambos, Chabert y Milady son vivos que muchos creen y quieren muertos.
Los enamoramientos cuenta una historia similar: la historia de un muerto -más bien de un asesinado- que quiere vivir en la memoria de su amada y la historia de quienes se proponen impedir esa sobrevivencia. Las lecturas francesas de Marías emergen en la trama con la mayor naturalidad, incorporadas a los parlamentos de los personajes. Personajes que, como casi siempre en Marías -y también en Enrique Vila-Matas- son lectores exquisitos, que hablan como piensa y como escribe el propio Marías.
viernes, 28 de diciembre de 2012
El Che y la bestia
En su libro, Método práctico de la guerrilla (Alfaguara, 2011), el escritor brasileño Marcelo Ferroni contó la fatal aventura del Che Guevara en Bolivia, a partir de un informe que hace algunos años desclasificó el Departamento de Estado y que recoge las declaraciones de Joao Batista, un sobreviviente brasileño, a quien el Che y sus compañeros, despectivamente, llamaban "el burgués".
El relato de Ferroni tiene más coincidencias que divergencias con el Diario del Che, con las Memorias de un soldado cubano de Dariel Alarcón Ramírez (Benigno) y con las biografías de Jon Lee Anderson, Jorge Castañeda o Paco Ignacio Taibo II. En todos esos testimonios, el Che aparece desorientado en la selva boliviana, incomunicado con La Habana y con la otra columna guerrillera, desesperado por el asma, la falta de medicinas, la torpeza del grupo y la indiferencia de los campesinos de la zona.
El Che se siente cercado por la barbarie: la aridez y la maleza de las riberas del Ñancahuazú, la ignorancia de la población de la zona y de algunos de sus compañeros. El ángulo ilustrado y civilizatorio del marxista argentino -un perfil que desfigura el arquetipo de Calibán que ha querido atribuírsele- se refuerza en aquellos últimos meses de su vida.
Hay una escena en la que el Che, perdido en el monte, con varios días sin comer ni dormir y aquejado de asma, comienza a delirar montado en una mula escuálida. La mula se ha plantado, pero el guerrillero siente que camina. Cuando el Che recobra el sentido y se da cuenta de que la mula no se ha movido del mismo sitio, comienza a golpearla, con sus brazos y sus piernas. Desesperado, acuchilla el cuello del animal. La mula tira a Guevara al suelo y lo arrastra por el estribo, solo unos metros. No puede levantar sus patas traseras y se arrastra con las delanteras, arrastrando consigo al Comandante desmayado. Otro guerrillero, Pombo, la sacrifica, pegándole dos tiros en la cabeza.
La escena recuerda el pasaje de Nietzsche y el caballo de Turín, narrado por Béla Tarr en su último film. Sólo que aquí Guevara sería el equivalente del cochero con voluntad de dominio, que Nietzsche deplora al verlo azotar al animal en plena calle italiana, y Pombo, el propio Nietzsche. El gesto ilustrado y civilizatorio de domar la bestia, seguramente habrá encontrado situaciones análogas en algunos pasajes de La cartuja de Parma, la novela de Stendhal que el Che leyó en esos días.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Moloch en América
Garry Wills ha escrito un
elocuente artículo, invocando la figura de Moloch, a propósito de la matanza
pertetrada por Adam Lanza en Newtown. Moloch, la terrible deidad de los
amonitas, acorazado en bronce y con cabeza de becerro, a cuyos brazos de fuego lanzaban
a los niños en sacrificio.
El artículo de Wills me ha
recordado otra invocación de Moloch en América: la de Allen Ginsberg en su
poema Howl (1956). Es sabido que
Ginsberg tomó esa representación de Moloch del film Metropolis de Fritz Lang, asociando al ídolo con la civilización
industrial.
Wills no le da esa
connotación, pero se acerca a la idea del sacrificio de los niños como ritual
de la civilización americana. En algunos poemas de los 60, Ginsberg apelaría a
la misma figura monstruosa para aludir a las muertes de niños inocentes en la
Guerra de Viet Nam:
“What sphinx of cement and
aluminium bashed open their skulls and ate up their brains and imagination?
Moloch! Solitude! Filth!
Ugliness! Ashcans and unobtainable dollars! Children screaming under the
stairways! Boys sobbing in armies! Old men weeping in the parks!
Moloch! Moloch! Nightmare
of Moloch! Moloch the loveless! Mental Moloch! Moloch the heavy judger of men!
Moloch the incomprehensible
prison! Moloch the crossbone soulless jailhouse and Congress of sorrows! Moloch
whose buildings are judgement! Moloch the vast stone of war! Moloch the stunned
governments!
Moloch whose mind is pure
machinery! Moloch whose blood is running money! Moloch whose fingers are ten
armies! Moloch whose breast is a cannibal dynamo! Moloch whose ear is a smoking
tomb!
Moloch whose eyes are a
thousand blind windows! Moloch whose skyscrapers stand in the long streets like
endless Jehovas! Moloch whose factories dream and choke in the fog! Moloch
whose smokestacks and antennae crown the cities!
Moloch whose love is
endless oil and stone! Moloch whose soul is electricity and banks! Moloch whose
poverty is the specter of genius! Moloch whose fate is a cloud of sexless
hydrogen! Moloch whose name is the Mind!
Moloch in whom I sit
lonely! Moloch in whom I dream angels! Crazy in Moloch! Cocksucker in Moloch!
Lacklove and manless in Moloch!
Moloch who entered my soul
early! Moloch in whom I am a consciousness without a body! Moloch who
frightened me out of my natural ecstasy! Moloch whom I abandon! Wake up in
Moloch! Light streaming out of the sky!
Moloch! Moloch! Robot
apartments! invisible suburbs! skeleton treasuries! blind capitals! demonic
industries! spectral nations! invencible madhouses! granite cocks! monstrous
bombs!
They broke their backs
lifting Moloch to Heaven! Pavements, trees, radios, tons! lifting the city to
Heaven which exists and is everywhere about us!”
sábado, 15 de diciembre de 2012
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Socialistas en el imperio
En pocos momentos, como en los años 20 y 30, la vieja tesis del sociólogo y economista alemán, Werner Sombart, en su ensayo Why is there no Socialism in the United States? (1906), se vio en entredicho. Luego de analizar el pobre desempeño electoral de Eugene V. Debs y los socialistas norteamericanos, en las elecciones de 1900 y 1904, Sombart concluyó que el electorado socialista en Estados Unidos tenía, a principios del siglo XX, la misma proporción demográfica que los socialdemócratas alemanes en la década de 1870.
En los 20, sin embargo, el legado de Debs vivió una recuperación impresionante, como puede comprobarse en la campaña nacional e internacional de solidaridad con Sacco y Vanzetti, recientemente recapitulada por Moshik Temkin en su libro The Sacco-Vanzetti Affair. America on Trial (2009). La recuperación del socialismo en Estados Unidos, en aquellas décadas, es notable no sólo en Chicago, base de operaciones de Debs, sino también en Boston y en Nueva York, que ya en los 30 era la sede de las grandes publicaciones socialistas del país.
Como en todas las capitales culturales de Occidente, el socialismo newyorkino, en los 30, se dividió claramente entre un ala estalinista y otra antiestalinista, primero hegemonizada por los socialdemócratas y luego por los trotskystas. Las dos revistas que protagonizaron la escisión y el debate entre aquellos socialismos antagónicos fueron The New Masses y Partisan Review. La influencia de ambas publicaciones podría imaginarse tan sólo enumerando algunos de sus colaboradores: Ernest Hemingway y Hannah Arendt, John Dos Passos y George Orwell, Eugene O' Neill y T. S. Eliot, William Carlos Williams y Lionel Trilling.
En los 20, sin embargo, el legado de Debs vivió una recuperación impresionante, como puede comprobarse en la campaña nacional e internacional de solidaridad con Sacco y Vanzetti, recientemente recapitulada por Moshik Temkin en su libro The Sacco-Vanzetti Affair. America on Trial (2009). La recuperación del socialismo en Estados Unidos, en aquellas décadas, es notable no sólo en Chicago, base de operaciones de Debs, sino también en Boston y en Nueva York, que ya en los 30 era la sede de las grandes publicaciones socialistas del país.
Como en todas las capitales culturales de Occidente, el socialismo newyorkino, en los 30, se dividió claramente entre un ala estalinista y otra antiestalinista, primero hegemonizada por los socialdemócratas y luego por los trotskystas. Las dos revistas que protagonizaron la escisión y el debate entre aquellos socialismos antagónicos fueron The New Masses y Partisan Review. La influencia de ambas publicaciones podría imaginarse tan sólo enumerando algunos de sus colaboradores: Ernest Hemingway y Hannah Arendt, John Dos Passos y George Orwell, Eugene O' Neill y T. S. Eliot, William Carlos Williams y Lionel Trilling.
sábado, 8 de diciembre de 2012
Piñera y el estrépito
En la correspondencia de Virgilio Piñera, que ha comenzado a ser parcialmente rescatada en La Habana en ediciones Unión, releo una carta que ya había leído en la Firestone de Princeton. Se trata de una de las últimas cartas de Piñera a su amiga Julia Rodríguez Tomeu, quien vivía en Buenos Aires. La carta, fechada el 5 de julio de 1977, ofrece uno de esos testimonios desoladores, de quien comienza ya a percibir el rostro de la muerte.
Luego de recordar los "dichosos días" en que compartía su casa en la playa de Guanabo, con los hermanos Rodríguez Tomeu, Piñera confiesa un estado de ánimo muy parecido al que leemos en algunas de las últimas cartas de José Lezama Lima a su hermana Eloísa, exiliada en Miami. Julia Rodríguez Tomeu, como Eloísa Lezama Lima, vendría siendo el testigo elegido por el poeta para revelar la espantosa soledad que siente al final de su vida en Cuba:
"Pienso y estoy seguro de que eso sí era la verdadera vida. Pensaba (¡qué inocente!) que allí viviríamos hasta el final de nuestros días y allí envejeceríamos digna y sosegadamente, con ese ritmo de vida acompasada en que sientes que los días que te llevan a la muerte son tan amables que te van cubriendo como de una capa protectora de vitalidad. Pero todo eso se vino abajo con estrépito, el mismo que se suponen harán las trompetas del Juicio Final".
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