En los ensayos que Piñera Llera dedicó a la filosofía contemporánea, en aquel libro del 80, las corrientes y autores mejor glosados eran la fenomenología de Husserl y Brentano, la filosofía de los valores de Scheler y Hartmann y, por supuesto, la que llamaba “filosofía existencial” de Heidegger y Sartre. Aunque Piñera Llera prefería al alemán, no dejaba entonces de elogiar al autor de El ser y la nada. La crítica con que Sartre sometía a la “conciencia occidental” y a los “elementos concretos que constituyen el mundo en que vivimos” le seguía pareciendo “ejemplar” a ese Piñera Llera exiliado.
Sin embargo, en el libro que el filósofo dejó escrito antes de morir, en Houston, en 1986, y que dedicó exclusivamente a Sartre, decidió extender su valoración al pensamiento político del francés y, específicamente, a las mutaciones de su idea de la libertad durante los periodos de mayor aproximación al marxismo. Lo sorprendente no es que Piñera Llera, un exiliado cubano en Miami, en plena Guerra Fría, criticara, por ejemplo, la Crítica de la razón dialéctica o el entendimiento del filósofo con la Unión Soviética o China. Lo sorprendente es que lo hiciera sin perder la admiración por Sartre:
“En este libro acometo el examen del gravísimo problema de la libertad en la obra escrita y hasta en la conducta individual de Sartre. Me mueve a ello el deseo de hacer ver, con la mayor claridad posible, la esencial contradicción que presenta una personalidad indudablemente brillante, entre su elaboración teórica y su concreta conducta. Sartre es un embriagado de sí mismo, cuya consecuente vanidad lo hizo incurrir con frecuencia en el ridículo y, a este respecto, contrasta fuertemente con la sobriedad y el equilibrio de los pensadores que le son coetáneos. Y, no obstante, una apreciable porción de su pensamiento es de innegable calidad, como sucede, por ejemplo, con El ser y la nada”.