No hace mucho glosábamos aquí el magnífico libro del escritor mexicano, Christopher Domínguez Michael, El XIX en el XXI (Sexto Piso, 2010), en el que se juntan ensayos sobre los grandes intelectuales decimonónicos de Europa. Domínguez Michael tomaba prestada una observación de Julien Gracq, a propósito de que la “naturaleza del siglo XIX había sido pítica y profética”, con mayores “profundidades adivinatorias” que el siglo XVIII.
La contraposición que le interesaba a Gracq era la de ese XIX profético y aquel XVIII racionalista. Domínguez Michael, sin embargo, trasladaba la tensión al siglo XX, saltándolo, y colocando al XIX en diálogo con el XXI. El XX aparecía en esa galería de personalidades seculares como el siglo de las ideologías y de los totalitarismos, de la burocratización y los crímenes de Estado. Ese siglo breve, narrado por Eric Hobsbawm en The Age of Extremes (1994), que compensa su cortedad temporal con un gran gasto de sangre.
En el fulminante ensayo El Siglo (Buenos Aires, Manantial, 2005) del pensador neomarxista francés, Alain Badiou, se sostiene la idea contraria. Para Badiou el XX fue “el siglo” por antonomasia. Su brevedad (1917-1989) sería ficticia, ya que esa centuria es inconcebible sin los antecedentes y las confrontaciones de la Primera Guerra Mundial, cuando se forman los últimos imperialismos, y sin el desenlace de la postguerra fría, que pone fin a muchos de los conflictos generados desde fines del XIX y, a la vez, crea las bases de la nueva era global.
Para Badiou, el XX no fue el siglo de las utopías sino el siglo de la realidad, incluida dentro de esta última la realidad del crimen de los estados totalitarios. “La pasión del siglo XX –dice- no fue en modo alguno la pasión por lo imaginario o las ideologías. Y menos aún una pasión mesiánica. La terrible pasión del siglo XX fue, contra el profetismo del siglo XIX, la pasión de lo real. La cuestión era activar lo verdadero, aquí y ahora”.
Según Badiou, el honor del siglo XX se salva en las primeras décadas del mismo, injustamente adjudicadas al XIX por una periodización, como la de Hobsbawm, obsesionada con el fenómeno comunista. Con Freud y Mallarmé, Picasso y Braque, Proust y Joyce, Conrad y James, Frege y Russell, Hilbert y Wittgenstein, Poincaré y Cantor, Griffith y Chaplin –más que con Lenin- nace el siglo XX. Un siglo signado por la misma pasión de “lo real” y “lo verdadero”, que lo llevó, en buena medida, al genocidio y la guerra.
La contraposición que le interesaba a Gracq era la de ese XIX profético y aquel XVIII racionalista. Domínguez Michael, sin embargo, trasladaba la tensión al siglo XX, saltándolo, y colocando al XIX en diálogo con el XXI. El XX aparecía en esa galería de personalidades seculares como el siglo de las ideologías y de los totalitarismos, de la burocratización y los crímenes de Estado. Ese siglo breve, narrado por Eric Hobsbawm en The Age of Extremes (1994), que compensa su cortedad temporal con un gran gasto de sangre.
En el fulminante ensayo El Siglo (Buenos Aires, Manantial, 2005) del pensador neomarxista francés, Alain Badiou, se sostiene la idea contraria. Para Badiou el XX fue “el siglo” por antonomasia. Su brevedad (1917-1989) sería ficticia, ya que esa centuria es inconcebible sin los antecedentes y las confrontaciones de la Primera Guerra Mundial, cuando se forman los últimos imperialismos, y sin el desenlace de la postguerra fría, que pone fin a muchos de los conflictos generados desde fines del XIX y, a la vez, crea las bases de la nueva era global.
Para Badiou, el XX no fue el siglo de las utopías sino el siglo de la realidad, incluida dentro de esta última la realidad del crimen de los estados totalitarios. “La pasión del siglo XX –dice- no fue en modo alguno la pasión por lo imaginario o las ideologías. Y menos aún una pasión mesiánica. La terrible pasión del siglo XX fue, contra el profetismo del siglo XIX, la pasión de lo real. La cuestión era activar lo verdadero, aquí y ahora”.
Según Badiou, el honor del siglo XX se salva en las primeras décadas del mismo, injustamente adjudicadas al XIX por una periodización, como la de Hobsbawm, obsesionada con el fenómeno comunista. Con Freud y Mallarmé, Picasso y Braque, Proust y Joyce, Conrad y James, Frege y Russell, Hilbert y Wittgenstein, Poincaré y Cantor, Griffith y Chaplin –más que con Lenin- nace el siglo XX. Un siglo signado por la misma pasión de “lo real” y “lo verdadero”, que lo llevó, en buena medida, al genocidio y la guerra.