En el suplemento literario, Lunes de Revolución, Heberto Padilla y Pablo Armando Fernández escribieron artículos como “La poesía en su lugar” o “Un lugar para la poesía”, en los que, junto a un cuestionamiento de las poéticas de Orígenes, se defendía una nueva lírica revolucionaria que abandonaba el viejo paradigma de la autonomía del arte. La antología de la poesía publicada por ediciones El Puente, el proyecto literario encabezado por el poeta José Mario entre 1960 y 1965, que acaba de compilar el poeta y crítico exiliado, Jesús Barquet, nos ayuda a comprender mejor aquel choque entre ideas y escrituras de la poesía en la Cuba de los primeros años revolucionarios.
Cuadernos como El grito (1960) de José Mario o La marcha de los hurones (1960) de Isel Rivero, antecedentes de algunos de los mejores libros de poesía escritos en Cuba y publicados por El Puente en aquellos años, como Algo en la nada (1959) de Gerardo Fulleda León, 27 pulgadas de vacío (1960) de Silvia Barros, Silencio (1962) de Ana Justina Cabrera, Acta (1962) de Reinaldo García Ramos, El orden presentido (1962) de Manuel Granados, Mutismos (1962) y Amor, ciudad atribuida (1964) de Nancy Morejón, Tiempos de sol (1963) de Belkis Cuza Malé o La torcida raíz de tanto daño (1963) del propio Mario, hacen visible una zona oculta de la literatura cubana de aquellos años que intentaba decidir el lugar de la poesía fuera de la pugna entre Orígenes, Ciclón y Lunes.
En la antología Novísima poesía cubana I, que prepararon en 1962 Reinaldo García Ramos y Ana María Simo, se expone aquella ubicación lateral en el campo literario cubano. García Ramos y Simo distinguían El Puente de la literatura editada en esas tres revistas y vindicaban sus orígenes, no en José Lezama Lima, Virgilio Piñera o Rolando Escardó –autores emblemáticos de cada una de ellas- sino en La marcha de los hurones de Rivero y El grito de Mario. Los responsables de aquella antología no sólo desplazaban radicalmente los linajes poéticos de la isla sino que enfocaban la relación de la poesía con el orden revolucionario de un modo herético. La poética que les interesaba a aquellos jóvenes era “producto de una necesidad imperiosa de expresión… de que el hombre está condenado inevitablemente a la impotencia, esté o no consciente de ello” y que esa “condena debe ser aceptada con dignidad”. Y agregaban: “el carácter definitivo de la Revolución, opuesto a esa actitud, lleva al poeta a sentirse aún más impotente. Es así como sus experiencias se vuelcan de súbito contra todas las manifestaciones del cambio revolucionario”.
Esto era lo que pensaba, ¡en 1962!, aquel grupo de poetas cubanos jovencísimos. Claro que hubo conexiones entre la poesía de El Puente y la ideología revolucionaria, como puede leerse en poemas de Héctor Santiago Ruiz o Joaquín G. Santana, pero el centro de aquella poética generacional estaba en la marcha dislocada, en una peregrinación de la diversidad, “donde todos vamos separados/ acentuando nuestra absoluta soledad/ porque a una sola flexión de nuestra mente/ a una sola palabra/ proclamamos las enormes diferencias que nos envuelven”. Había, sin duda, una estética de la diferencia en El Puente, en el momento de la apoteosis de la identidad revolucionaria, relacionada con el hecho de que muchos integrantes de aquel proyecto eran mujeres, negros y homosexuales.
La antología de Barquet, con las magníficas notas introductorias del propio Barquet, Sílvia Cézar Miskulin –autora del estudio más completo sobre aquel proyecto, Os intelectuais cubanos e a política cultural de la Revolución (2009), ya comentado en este blog- y de la profesora de St Joseph’s College, María Isabel Alfonso, se suma a una poderosa corriente de recuperación de aquella experiencia literaria, que en la última década ha producido algunos dossiers memorables en publicaciones de la isla o la diáspora, como la Revista de la Fundación Hispano-Cubana o La Gaceta de Cuba. El contacto directo con los textos de aquella generación, permitirá establecer mejor el lugar de El Puente en la historia intelectual cubana. Un lugar demasiado referido, hasta ahora, a la reacción de El Caimán Barbudo contra aquellos poetas –remedando un poco el gesto de Lunes contra Orígenes- y a la marginación que desde mediados de los 60 sufrió la mayoría de ellos.