Libros del crepúsculo
domingo, 30 de mayo de 2010
Picasso al habla con el caudillo
El historiador británico John Richardson ha revelado a The Guardian un pasaje poco conocido de la biografía del pintor malagueño Pablo Picasso. En 1956, el crítico de arte José María Moreno Galván habría viajado a París para trasmitir a Picasso la oferta del dictador Francisco Franco de realizar una retrospectiva en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. El objetivo de una “recuperación” del autor del Guernica por el régimen franquista, que Moreno Galván compartió con el agregado cultural de España en París, José Luis Messía, era doble: contribuir a la legitimación internacional de la dictadura afirmando su tolerancia cultural y rebajar el símbolo de Picasso como artista comunista, opuesto visceralmente a Franco.
Según Richardson y Gis van Hensberg, coautor de la biografía, Picasso valoró positivamente la oferta, ya que uno de sus mayores deseos era restablecer contacto directo con el público español. Las negociaciones avanzaron tanto que un grupo de personalidades del exilio español hizo una colecta de firmas para que el artista no aceptara la oferta de Franco. Lo curioso es que, según Richardson y Hensberg, la declinación de la retrospectiva madrileña no provino de Picasso sino del Ministerio de Exteriores del régimen, que cuando la noticia comenzó a filtrarse a la prensa sintió amenazada su verticalidad doctrinal anticomunista.
La nota de The Guardian y la de Patricia Tubella en El País no lo destacan, pero habría que ver si la biografía de Richardson y Hensberg repara en el contexto de aquella aproximación entre Picasso y Franco. En febrero de 1956 se había celebrado el XX Congreso del PCUS en Moscú, donde Nikita Kruschev criticó los crímenes de Stalin, dando inicio a una reformulación de las tácticas del Kremlin hacia Occidente. Es probable que algunos camaradas de Picasso en el Partido Comunista Francés pensaran –en lógica similar a la de Franco- que la retrospectiva era aprovechable para capitalizar políticamente al comunismo y dañar simbólicamente al franquismo.
viernes, 28 de mayo de 2010
Vila Matas y Dublín
Tal vez no exista otro escritor de la lengua que, con tanta obstinación, haga de la literatura el protagonista de sus libros. Esa concentración en el misterio de la escritura es la que acerca las ficciones de Vila Matas al ensayo. Historia abreviada de la literatura portátil, Suicidios ejemplares, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento son libros sobre libros. Libros que de tanto pensarse a sí mismos dejan, por momentos, de ser novelas y se convierten en tratados.
Aún cuando traten de ciudades, como París no se acaba nunca, los libros de Vila Matas tratan sobre libros. El París, la Nueva York o la Barcelona que aparecen en sus novelas son ciudades de papel, diseñadas y construidas, no por arquitectos o urbanistas, sino por novelistas y poetas. Las ciudades nunca dejan de ser escenarios de los relatos de Vila Matas, pero por momentos el escenario mismo se confunde con la referencia de cada ciudad en un libro.
En Dublinesca, su última novela, Vila Matas desplaza mínimamente el tema de la escritura a la edición. Su personaje, Samuel Riba, es un editor barcelonés que luego de décadas de encabezar una refinada casa de libros cierra el negocio. La depresión lo lleva entonces a imaginar un réquiem por la muerte del libro, unas honras fúnebres a la galaxia Gutenberg. El fin de su editorial es, también, el fin de la era del libro y el inicio de una cultura electrónica, donde la escritura y la lectura cambian de medio.
Riba piensa que el lugar ideal para realizar la ceremonia es Dublín, la ciudad de James Joyce y Samuel Beckett, a quienes Vila Matas rinde homenaje en su libro, y embarca a tres amigos en la aventura. Las escenas en el cementerio de Dublín y en el Pub donde Riba regresa al alcohol son de lo mejor de esta novela. En aquel cementerio brumoso, cerca de acantilados espectrales, Riba lee el poema “Dublinesca” de Philip Larkin, en el que se narra el sepelio de una prostituta, como ofrenda a la muerte de la alta literatura:
Por callejuelas de estuco
donde la luz es de peltre
y en las tiendas la bruma obliga
a encender las luces sobre
rosarios y guías hípicas,
está pasando un funeral
La carroza va delante,
pero detrás la acompaña
a pie una tropa de mujeres
con anchos sombreros floreados,
vestidos hasta los tobillos
y manguitos de carnero.
Hay un aire de amistad,
como si rindieran honra
a una que era muy querida;
algunas se alzan las faldas
diestramente y dan saltitos
(dos palmas marcan el tiempo);
y también hay tristeza.
Mientras sigue su camino
se oye una voz que canta
para Kitty, o Katy, como
si el nombre hubiese albergado
todo el amor, toda la belleza.
jueves, 27 de mayo de 2010
La trilogía de Gracia
El historiador y ensayista Jordi Gracia (Barcelona, 1965) ha escrito para la editorial Anagrama tres volúmenes de obligada consulta entre quienes se interesan por la vida intelectual de la Segunda República, la guerra civil, el franquismo y el exilio peninsulares. Un largo periodo de cinco décadas de la historia de España, marcado por la polarización ideológica y política de esa sociedad, que bajo la mirada de Gracia abandona la fácil visión maniquea y recupera su constitutiva pluralidad.
El primero de aquellos libros, Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo, se publicó, inicialmente, en 1996 y fue rescatado hace algunos años por Anagrama. El segundo, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España (2004), ganó el Premio Anagrama de Ensayo y el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald en 2005. Este año ha aparecido A la intemperie. Exilio y cultura en España (2010), también en Anagrama.
No es raro que Gracia haya dedicado el más reconocido de sus libros, La resistencia silenciosa, a Javier Cercas. A través del ensayo, Gracia avanza por el mismo camino de Cercas con sus ficciones reales. Ambos pertenecen a la generación que llega a la madurez con la consolidación de la democracia española y con las transiciones en Europa del Este y América Latina. Las izquierdas comunistas y las derechas fascistas son, para ellos, modalidades del pasado ideológico. De ahí que puedan observarlas desde una lúcida distancia.
Los libros de Gracia tienen la virtud de no continuar la guerra civil por medio de la memoria intelectual. Si bien es notable su familiaridad dentro del legado republicano, tampoco ignora la valiosa obra de intelectuales nacionalistas, falangistas, franquistas o republicanos que no se exiliaron como Camilo José Cela, Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo –a quien ha dedicado una monografía-, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Julián Marías o José Luis Aranguren.
En A la intemperie, Gracia recuerda que algunos de esos letrados que se quedaron en la España de Franco intentaron crear redes de contacto y reconocimiento con el exilio, desde mediados de la década de los 50. Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, María Zambrano, Max Aub, Josep Ferrater Mora, José Gaos y otros exiliados fueron defendidos o reseñados por no pocos escritores y pensadores que permanecieron en la península. Esos contactos no se limitaban a la literatura poética o de ficción sino que incluían, también, esferas tan cercanas a la ideología como el pensamiento filosófico e histórico.
La historia de esas redes, que permitiría una mejor comprensión del tipo de autoritarismo poroso que fue el franquismo, ayuda a reconstruir las claves de la transición democrática. Gracia, sin embargo, no es un pacificador de la memoria o un historiador imparcial, que oculta o lava el pasado autoritario de uno u otro bando. Su mirada es, más bien, la de quien pondera con mayor flexibilidad ambos legados porque se asume como un sujeto posterior al conflicto. Gracia no es un sobreviviente, un heredero o un testigo: es, simplemente, quien narra desde el futuro.
El primero de aquellos libros, Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo, se publicó, inicialmente, en 1996 y fue rescatado hace algunos años por Anagrama. El segundo, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España (2004), ganó el Premio Anagrama de Ensayo y el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald en 2005. Este año ha aparecido A la intemperie. Exilio y cultura en España (2010), también en Anagrama.
No es raro que Gracia haya dedicado el más reconocido de sus libros, La resistencia silenciosa, a Javier Cercas. A través del ensayo, Gracia avanza por el mismo camino de Cercas con sus ficciones reales. Ambos pertenecen a la generación que llega a la madurez con la consolidación de la democracia española y con las transiciones en Europa del Este y América Latina. Las izquierdas comunistas y las derechas fascistas son, para ellos, modalidades del pasado ideológico. De ahí que puedan observarlas desde una lúcida distancia.
Los libros de Gracia tienen la virtud de no continuar la guerra civil por medio de la memoria intelectual. Si bien es notable su familiaridad dentro del legado republicano, tampoco ignora la valiosa obra de intelectuales nacionalistas, falangistas, franquistas o republicanos que no se exiliaron como Camilo José Cela, Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo –a quien ha dedicado una monografía-, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Julián Marías o José Luis Aranguren.
En A la intemperie, Gracia recuerda que algunos de esos letrados que se quedaron en la España de Franco intentaron crear redes de contacto y reconocimiento con el exilio, desde mediados de la década de los 50. Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, María Zambrano, Max Aub, Josep Ferrater Mora, José Gaos y otros exiliados fueron defendidos o reseñados por no pocos escritores y pensadores que permanecieron en la península. Esos contactos no se limitaban a la literatura poética o de ficción sino que incluían, también, esferas tan cercanas a la ideología como el pensamiento filosófico e histórico.
La historia de esas redes, que permitiría una mejor comprensión del tipo de autoritarismo poroso que fue el franquismo, ayuda a reconstruir las claves de la transición democrática. Gracia, sin embargo, no es un pacificador de la memoria o un historiador imparcial, que oculta o lava el pasado autoritario de uno u otro bando. Su mirada es, más bien, la de quien pondera con mayor flexibilidad ambos legados porque se asume como un sujeto posterior al conflicto. Gracia no es un sobreviviente, un heredero o un testigo: es, simplemente, quien narra desde el futuro.
domingo, 23 de mayo de 2010
Católico y liberal
Decíamos en post anterior que José María Chacón y Calvo, a diferencia de algunos de sus discípulos de la generación posterior, era un católico liberal. Fue ese lado liberal el que lo llevó a simpatizar con la República Española, más allá de que algunos de los mejores escritores peninsulares de aquel momento fueran republicanos y fueran sus amigos. Mucho de ese liberalismo tiene que ver con el momento generacional de Chacón y Calvo: un momento preguerra fría, cuando los elementos antiliberales y anticomunistas del catolicismo no eran tan pronunciados.
El liberalismo, como ha recordado recientemente Alan Wolfe en The Future of Liberalism (2010), no sólo es una tradición doctrinal sumamente heterogénea, en la que se inscriben lo mismo John Maynard Keynes que Milton Friedman: también es una corriente intelectual dialógica, que tolera aproximaciones desde el catolicismo o el marxismo. Chacón y Calvo, Gastón Baquero y otros editorialistas del Diario de la Marina serían sólo algunos entre los muchos casos de católicos liberales que conoce la historia intelectual de Cuba.
Ese catolicismo liberal puede leerse en el Diario íntimo de la Revolución Española (Madrid, Verbum, 2010), editado por Jorge Ferrer, y, también, en la antología Una mirada a la vida intelectual cubana. 1940-1950 (Sevilla, Renacimiento, 2007), preparada por el estudioso Jorge Domingo Cuadriello. Aquí se reproduce, por ejemplo, la polémica que, en la primavera de 1941, Chacón y Calvo sostuvo con el obispo de Cienfuegos, Eduardo Martínez Dalmau, a propósito del papel del obispo Espada en la creación de la Cátedra de Constitución del Seminario de San Carlos y San Ambrosio –cuyo primer titular fue Félix Varela- y de la preconización del padre Varela al obispado de Nueva York.
La polémica entre Chacón y Calvo y Martínez Dalmau parece, a simple vista, mera disputa de eruditos. Pero en la medida que subía de tono las posiciones adquirían una mayor nitidez ideológica. Como en casi todas las polémicas intelectuales del periodo republicano, al final, eran diferentes ideas de la nación o diferentes nacionalismos los que zanjaban las actitudes públicas en pugna. Cuando la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales reunió la polémica en un volumen lo tituló El obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana (La Habana, 1943).
En la versión del eclesiástico, Chacón no estaba siendo lo suficientemente nacionalista al tratar las figuras de Espada y Varela. El hecho de que los escritos de Chacón aparecieran en Diario de la Marina agregaba una mayor sospecha de antipatriotismo. Es en esa ubicación crítica, donde el credo nacionalista es sometido a un proceso constante de desmitificación –por muy sutil que pueda ser ésta- donde habría que encontrar el liberalismo de Chacón. Un liberalismo mucho más tenue que el de Fernando Ortiz o Jorge Mañach, pero un liberalismo al fin.
El liberalismo, como ha recordado recientemente Alan Wolfe en The Future of Liberalism (2010), no sólo es una tradición doctrinal sumamente heterogénea, en la que se inscriben lo mismo John Maynard Keynes que Milton Friedman: también es una corriente intelectual dialógica, que tolera aproximaciones desde el catolicismo o el marxismo. Chacón y Calvo, Gastón Baquero y otros editorialistas del Diario de la Marina serían sólo algunos entre los muchos casos de católicos liberales que conoce la historia intelectual de Cuba.
Ese catolicismo liberal puede leerse en el Diario íntimo de la Revolución Española (Madrid, Verbum, 2010), editado por Jorge Ferrer, y, también, en la antología Una mirada a la vida intelectual cubana. 1940-1950 (Sevilla, Renacimiento, 2007), preparada por el estudioso Jorge Domingo Cuadriello. Aquí se reproduce, por ejemplo, la polémica que, en la primavera de 1941, Chacón y Calvo sostuvo con el obispo de Cienfuegos, Eduardo Martínez Dalmau, a propósito del papel del obispo Espada en la creación de la Cátedra de Constitución del Seminario de San Carlos y San Ambrosio –cuyo primer titular fue Félix Varela- y de la preconización del padre Varela al obispado de Nueva York.
La polémica entre Chacón y Calvo y Martínez Dalmau parece, a simple vista, mera disputa de eruditos. Pero en la medida que subía de tono las posiciones adquirían una mayor nitidez ideológica. Como en casi todas las polémicas intelectuales del periodo republicano, al final, eran diferentes ideas de la nación o diferentes nacionalismos los que zanjaban las actitudes públicas en pugna. Cuando la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales reunió la polémica en un volumen lo tituló El obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana (La Habana, 1943).
En la versión del eclesiástico, Chacón no estaba siendo lo suficientemente nacionalista al tratar las figuras de Espada y Varela. El hecho de que los escritos de Chacón aparecieran en Diario de la Marina agregaba una mayor sospecha de antipatriotismo. Es en esa ubicación crítica, donde el credo nacionalista es sometido a un proceso constante de desmitificación –por muy sutil que pueda ser ésta- donde habría que encontrar el liberalismo de Chacón. Un liberalismo mucho más tenue que el de Fernando Ortiz o Jorge Mañach, pero un liberalismo al fin.
sábado, 22 de mayo de 2010
Un testigo cubano de la guerra civil española
El 17 de julio de 1936, cuando el levantamiento de las tropas de Melilla da inicio a la guerra civil española, el Primer Secretario de la Embajada de Cuba ante la Segunda República Española era el crítico e historiador cubano José María Chacón y Calvo. El titular de aquella embajada era Manuel Serafín Pichardo, quien había sustituido a Mario García Kohly, tras la muerte de éste, en 1935, luego de más de veinte años al frente de los intereses cubanos en Madrid.
Durante el segundo semestre del 36, Chacón y Calvo llevó un diario, donde narraba el arranque de la guerra, que acaba de ser publicado por la editorial Verbum, de Madrid, que dirige Pío Serrano, bajo el título de Diario íntimo de la Revolución Española (2010). La edición, introducción, apéndices y notas han corrido a cargo del escritor y traductor cubano, exiliado en Barcelona, Jorge Ferrer. Gracias al espléndido trabajo editorial de Ferrer conocemos la identidad de las múltiples personas que refiere Chacón y Calvo en su diario y su correspondencia.
Es estimulante reconstruir la compleja mirada de Chacón y Calvo, ya que la misma deshace buena parte de las visiones maniqueas que sobre aquel conflicto todavía se difunden en la historiografía y la prensa. Las mayores simpatías literarias de Chacón y Calvo estaban con la República: conocía y admiraba a Federico García Lorca y a Rafael Alberti, se carteaba con Gregorio Marañón y Ramón Menéndez Pidal y era amigo de Lino Novás Calvo, Pablo de la Torriente Brau, Rafael Suárez Solís y otros cubano-españoles involucrados en el bando republicano de aquel conflicto.
Pero como el católico que era, Chacón y Calvo rechazada las tendencias comunistas que intentaban rebasar, por la izquierda, al gobierno republicano. El 22 de julio, por ejemplo, anota haberse percatado del “extraordinario volumen” del levantamiento –“estamos ante un movimiento de categoría histórica”- y lamenta que, mientras la amenaza nacionalista crece, los republicanos toleren la radicalización comunista del proyecto republicano: “ateneos libertarios, incautación de círculos sociales, iglesias ocupadas… Todo demasiado rojo”.
Hay en este diario semblanzas de los grandes líderes de la República, Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos o Francisco Largo Caballero, que eluden las tan frecuentes aproximaciones sectarias, de ayer y hoy, al campo plural de la política republicana. Ahora que el sectarismo histórico parece ganar terreno, en España y en Cuba, es saludable releer estas notas de Chacón y Calvo como un recordatorio de que una guerra civil es, sólo en apariencia, un conflicto binario que moviliza la imaginación maniquea.
jueves, 20 de mayo de 2010
Memoria y ficción de Coetzee
La última novela del escritor sudafricano J.M. Coetzee realiza una operación intelectual del mayor refinamiento. Se titula Verano. Escenas de una vida de provincias III (Mondadori, 2010) y, en buena medida, continúa las prosas autobiográficas de Infancia (2001) y Juventud (2002). Sólo que aquí no es Coetzee quien cuenta su vida en Ciudad del Cabo, entre 1972 y 1975, justo cuando escribe sus dos primeras novelas, Tierras del poniente y En medio de ninguna parte, que le confirmaron su vocación literaria.
Quien cuenta ese momento de la vida de Coetzee, que coincidió con la enferma ancianidad de su padre, es un ficticio investigador literario de mediados del siglo XXI, que entrevista a cuatro mujeres con las que Coetzee tuvo relaciones sexuales o sentimentales. Las mujeres lo cuentan todo, dibujando una silueta lamentable del joven Coetzee, quien aparece como un huraño, egoísta y asexuado aspirante a escritor, al que abruma el deber de hacerse cargo de su padre. La valentía y la honestidad con que Coetzee encara su juventud son similares a las de V.S. Naipaul, quien reveló a su biógrafo los detalles oscuros de su pasado.
Más allá del tono de reproche que predomina en los testimonios de las mujeres del joven John –tanto de las que él abandonó como de las que a él abandonaron- es posible reconstruir otros aspectos interesantes de la biografía intelectual y política de Coetzee. Por ejemplo, a través del testimonio de Sophie Denoël, la colega francesa y pareja de Coetzee, en la Universidad del Cabo, nos enteramos de los conflictos de identidad de aquel joven afrikáner, que rechazaba el apartheid, pero que, al mismo tiempo, se oponía a los discursos antiblancos de la comunidad negra.
En el testimonio de Sophie leemos, una vez más, esa endemoniada visión de Coetzee sobre la política, aún sobre la política emancipadora, que aparece en casi todos sus libros:
“En opinión de Coetzee –dice Sophie- los seres humanos jamás abandonarán la política porque esta es demasiado conveniente y atractiva como un teatro en el que representar nuestras emociones más innobles. Las emociones más innobles abarcan el odio, el rencor, el despecho, los celos, el deseo de matar y así sucesivamente. En otras palabras, la política es un síntoma de nuestro estado de degradación y expresa ese estado.
¿Incluso la política de liberación? –pregunta el biógrafo imaginario.
Si se refiere a la política de la lucha de liberación sudafricana –responde Sophie- la respuesta es sí. Mientras liberación significara liberación nacional, la liberación negra de Sudáfrica, John no tenía ningún interés por ella”.
lunes, 17 de mayo de 2010
Contra la retórica compensatoria
Dijo Medvedev que la heroica defensa de la Unión Soviética por las tropas soviéticas no puede ser utilizada como argumento para justificar o compensar los crímenes de Stalin. Y no sólo eso: dijo que esa proeza militar tampoco puede servir para adornar la naturaleza del sistema político soviético. Un sistema, agregó Medvedev, que sólo puede ser definido como “totalitario comunista”.
El correcto razonamiento de Medvedev no sólo se moviliza contra las retóricas compensatorias de la izquierda –por ejemplo, justificar el liderazgo de Stalin con la demanda de la lucha contra el fascismo o justificar la ausencia de democracia en Cuba con la existencia del embargo comercial de Estados Unidos- sino también contra las de la derecha.
Es frecuente escuchar, todavía hoy, en círculos de las derechas iberoamericanas que el régimen de Agusto Pinochet, en Chile, fue necesario para evitar el avance del comunismo en ese país o que el de Francisco Franco, en España, impidió que la República derivara hacia una alianza con la Unión Soviética. El autoritarismo y el totalitarismo, como bien dice Medvedev, pueden tener explicaciones pero no justificaciones.
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