Con Lucien Febvre, Bloch fue fundador de una historiografía que estudiaba las mentalidades en la larga duración del periodo medieval y moderno. Libros suyos como Los reyes taumaturgos (1924), publicado hace un siglo exactamente, cuando Bloch era profesor en la Universidad de Estrasburgo, son muestras de la renovadora visión de la historia de aquel pensador, convencido de que las mentalidades se sustentaban en estructuras sociales y demográficas con una capacidad de reproducción duradera.
Aquel libro, traducido y editado por el Fondo de Cultura Económica en 1988, explicaba las razones por las que se atribuía poderes mágicos, de curación o redención, a los reyes ingleses y franceses desde la Edad Media. El hecho de que se hubiera transferido a los monarcas poderes sagrados, que eran atributos de Cristo, se explicaba por el profundo arraigo de mentalidades milagreras entre la población rural de Europa, durante el largo periodo feudal.
Después de su estudio de la taumaturgia monárquica medieval, Bloch se interesó en el trasfondo social de aquellas mentalidades. Estudió las estructuras agrarias de la sociedad francesa en el periodo medieval y trazó un cuadro de la sociedad feudal europea, que sigue siendo de gran utilidad para identificar y reconocer los principales aspectos del antiguo régimen europeo, en la víspera de las revoluciones atlánticas de los siglos XVIII y XIX.
Tan importante como su carrera académica, como investigador y profesor, fue el involucramiento de Bloch en las dos guerras mundiales, como soldado y oficial del ejército francés. En la Primera Guerra Mundial, alcanzó el grado de capitán y recibió la orden de la Gran Cruz del Mérito Militar. Sin embargo, la mayor parte del conflicto la pasó como sargento de infantería en la primera línea del frente.
Su papel en la Segunda Guerra Mundial es más conocido, gracias a su propia narración en las memorias La extraña derrota (1940), un manuscrito que milagrosamente sobrevivió a la ocupación nazi de Francia, y que es hoy un clásico del testimonio sobre el avance del fascismo en Europa durante los años 30 del siglo pasado.
En aquel libro, Bloch recordaba que era “judío por nacimiento, no por religión”, pero que su identidad era indudablemente francesa. Como francés se había enfrentado a los alemanes en 1914 y volvería a enfrentarse en 1939, aunque en esa segunda ocasión, el enemigo alemán se presentaba bajo una forma brutalmente antisemita. Ese segundo enfrentamiento reafirmaría su voluntad antifascista, en el sentido de que defender su patria era también defender el legado de sus padres.
Recordaba Bloch que su bisabuelo había sido soldado revolucionario francés en 1793 y que su padre también había peleado contra los alemanes en Estrasburgo, en 1870, cuando la guerra franco-prusiana. El historiador reclamaba pertenecer a un linaje de judíos-franceses que habían arriesgado sus vidas por Francia. Desde esa legitimidad, cuestionaba los errores de la Tercera República frente a Hitler, el Tercer Reich y la avalancha fascista.
Decía Bloch algo, que recuerda a Hannah Arendt y a Primo Levi, y que se resume en el carácter burocrático de los fascismos. Lo que condujo a la experiencia de Vichy y el colaboracionismo, frente a los cuales aquel historiador de 60 años reaccionaría sumándose a la resistencia, no fueron las desventajas técnicas o numéricas del ejército francés sino la mentalidad rancia y administrativa con que se enfrentó el peligro nazi.