Figura ineludible de esa corriente, tan innovadora dentro de la tradición revolucionaria latinoamericana, que se adelanta en algunos años a José Carlos Mariátegui en Perú, fue el yucateco Felipe Carrillo Puerto, gobernador del estado entre 1922 y 1923. A diferencia de otros agraristas de la misma zona, Carrillo Puerto llegó a tener contacto directo con Emiliano Zapata y colocó su reforma agraria en línea de continuidad con las tesis del Plan de Ayala.
Carrillo Puerto y Zapata se reunieron en Milpa Alta en 1914 y el yucateco fue nombrado coronel de caballería del ejército sureño y miembro de la Comisión Agraria de Cuautla. Cuando se consolidó el gobierno de Alvarado en Yucatán, Carrillo Puerto regresó a la península y se puso a sus órdenes, a pesar del respaldo que Venustiano Carranza, enemigo de Zapata, ofrecía al militar y político sinaloense.
Una primera advertencia contra cualquier maniqueísmo histórico, que se desprende de la evolución de Carrillo Puerto, es que su experiencia como dirigente del socialismo agrario en Yucatán estuvo en sintonía, primero, con Carranza, que respaldaba a Alvarado, y luego con Álvaro Obregón, a quien sería leal hasta el final, como se desprende de su defensa de una sucesión favorable a Plutarco Elías Calles y su resistencia al levantamiento de Adolfo de la Huerta en Tabasco en 1923.
La ruptura de Carrillo Puerto con Alvarado venía de atrás, de cuando el primero había promovido la expulsión del segundo del Partido Socialista del Sureste. Pero se agudizó en los años de Carrillo Puerto como gobernador, sobre todo, a partir del momento en que Alvarado apoyó a los rebeldes delahuertistas. En las últimas cartas de Carrillo Puerto, en diciembre del 23, se reitera esa lealtad a Obregón, aunque se echa en falta un verdadero soporte militar y político desde la Ciudad de México.
La huella del Plan de Ayala se percibe en el agrarismo de Carrillo Puerto, si bien bajo la óptica de la “restitución y dotación de ejidos” implementada por el gobierno de Obregón. En “El nuevo Yucatán”, artículo póstumo que aparecería en la importante revista ilustrada socialista de Nueva York, The Survey, decía que para erradicar la economía de plantación esclavista de las haciendas henequeneras, era preciso repartir las tierras, no “a los individuos sino a las comunidades”, que poseían “una gran responsabilidad de grupo”.
El reformismo agrario, agregaba, había creado una nueva red organizativa, basada en las ligas socialistas del Sureste, que internamente se regían por métodos asamblearios, y reproducían a nivel local las medidas de política educativa, sanitaria, cultural y deportiva impulsadas por el gobierno. En términos culturales, Carrillo Puerto combinaba una defensa de las tradiciones mayas con un acento cosmopolita, especialmente volcado a Estados Unidos, que promovía el jazz, el foxtrot, el béisbol y el boxeo.
Carrillo Puerto recorrió Estados Unidos y algunas de sus ciudades, como Nueva Orleans, San Francisco y Nueva York, lo marcaron profundamente. Sus redes internacionales incluyeron a líderes soviéticos como D. H. Dubrowski o argentinos como Alfredo Palacios y José Ingenieros, pero sobre todo, norteamericanos como Julius Gerner, Morris Helquist, Ludwig Martens y, por supuesto, la periodista y activista Alma Reed. A cien años de la muerte de Carrillo Puerto, todavía se desconocen los alcances políticos de aquel socialismo agrario.