La política, en nuestros días, no sólo se afianza en su espectacularidad sino que gana en infiltración. Si la radio y la televisión llevaron la política a las casas y las familias, los medios digitales y las redes sociales la instalan en el corazón del individuo. Las pasiones por los nuevos mesías y sus causas encendidas suben de temperatura en estos tiempos.
En México ya ha comenzado la sucesión presidencial y en el próximo año la política se colocará en el centro de la vida de millones. Es por ello tan agradable el efecto que deja la lectura de Andar y ver. Tercer cuaderno (Taurus, 2023) de Jesús Silva-Herzog Márquez, una bitácora de lo visto, escuchado y leído por el ensayista mexicano en los últimos años.
Silva-Herzog Márquez es uno de los más acuciosos observadores e intérpretes de la política mexicana. Pero este libro, como las dos entregas anteriores de la serie Andar y ver, que publicó El Equilibrista, nos convence de que hay otra realidad y otra inmediatez, nubladas por la irradiación del politiqueo mexicano.
El crítico asiste a muestras de Hadid, Noguchi, Kapoor, Serra o Hagerman y se deleita en las formas que atraviesan el aire: una negra ventana que se convierte en un pozo profundo, un mural abandonado donde se estampa la fórmula de relatividad de Einstein, un diálogo entre la “pureza cósmica y el caos visceral”, unas sillas que “esculpen la sociedad”.
Lee también a los poetas. Corre tras la liebre que atraviesa la carretera en un poema de Milosz, se escabulle en una conversación entre W H. Auden y Oliver Sacks -el poeta y el neurólogo-, sueña con “libros derretidos” en la biblioteca de Anne Carson, viaja a la tierra abierta, infinita de Seamus Heaney y a las ciudades acuáticas de Joan Margalit, Barcelona o Venecia, donde la vulgaridad hace de las suyas tras las fachadas de los palacios.
He usado verbos como correr, soñar o viajar, para describir las lecturas de poesía de Silva-Herzog Márquez, y advierto que el título de su serie expone dos infinitivos: andar y ver. Y advierto también que el pedaleo de la bicicleta es algo más que una metáfora en este libro. Entre ciclismo y literatura hay más de una conexión, como vieron Gabriel Zaid, David Byrne y Marc Augé, que remite a prácticas de la lectura y a diseños de la ciudad ya idos o en vías de extinción.
Aquí se habla de la bicicleta de Julio Torri, a partir de una evocación de Margo Glantz, como una imagen que resumiría al acto de la escritura bajo una disciplina corporal que facilitaría, a la vez, la fuga, la huida de la institución literaria. Y se habla también de una “ética del pedaleo”, a propósito de un libro de Humberto Beck, según la cual “la modernidad puede llevar el alegre compás de una bicicleta”.
Figuran personajes poco probables en el ensayo letrado más rancio como Anthony Bourdain, a quien define como alguien que literalmente quería “comerse el mundo”, Tony Soprano –y no tanto James Gandolfini-, el que demostró que la “violencia puede ser un alivio al miedo”, y Rosalía, “la “esponja que estudia todo lo que absorbe”.
Una nota sobre George Steiner tal vez dé con la clave de las preferencias del ensayista. Lo que interesa a Silva-Herzog Márquez no es la lógica sino la “poesía del pensamiento”.
Esa gravitación lo lleva a eludir los lugares comunes de la ciencia política y, a la vez, a buscar otra inmediatez en la vida pública contemporánea.
Es de agradecer que uno de los más perspicaces críticos de la política mexicana sea, también, un lector y espectador omnívoro e incansable. Su ejemplo ayuda a contener, en algo, esa avalancha de visibilidad y transparencia con que la política ensombrece la cultura y el saber en México y el mundo.