Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

viernes, 11 de noviembre de 2022

Mujeres intelectuales en América Latina





A pesar de que la disciplina académica de la “historia intelectual”, que renueva desde hace décadas la vieja historia de las ideas, se desenvuelve en contextos de avance de los derechos de las mujeres y difusión del feminismo, su objeto de estudio siguen siendo, en lo fundamental, los intelectuales hombres. Un libro reciente, coordinado por la historiadora argentina Silvina Cormick, busca desplazar el enfoque a las mujeres intelectuales, aunque preservando la misma metodología. 

 El libro, justamente titulado Mujeres intelectuales en América Latina y que edita en Buenos Aires la editorial Sb, incluye estudios sobre algunas figuras conocidas de las artes, la literatura y el pensamiento, en el siglo pasado, como la chilena Gabriela Mistral, la argentina Victoria Ocampo, la mexicana Nahui Olin, la cubana Mirta Aguirre o la brasileña Gilda de Mello e Souza. Otras mujeres estudiadas, como la doctora en medicina, maestra y feminista argentina Cecilia Grierson, la también doctora, higienista y activista por los derechos de las mujeres Paulina Luisi o la política mexicana Amalia de Castillo Ledón, raras veces aparecen dentro de las historias del pensamiento femenino en América Latina, que excluyen, por lo general, a las científicas y las políticas profesionales. 

El volumen restablece y amplía la respuesta a la pregunta de quiénes fueron los intelectuales del siglo XX. También se estudian escritoras con una posición lateral en el canon de las propias letras femeninas, como la narradora de literatura infantil costarricense Carmen Lyra, la poeta y periodista uruguaya Blanca Luz Brum, pareja de David Alfaro Siqueiros, y la también poeta, traductora y feminista argentina Nydia Lamarque. El libro es un cuestionamiento paralelo de la historia intelectual predominante, centrada en los “hombres de letras”, y de la historia literaria de las mujeres en América Latina. 

 En el prólogo, el historiador Claudio Lomnitz habla de un efecto revelador: las biografías de mujeres que se incluyen muestran a sus protagonistas bajo una nueva luz. Incluso las más famosas, como Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura, “nos es en el fondo desconocida”, dice Lomnitz, ya que en el estudio que le dedica Silvina Cormick la poeta chilena aparece autogestionando su condición de “voz y conciencia de América Latina”, en un gesto de autorización que repite y reta al de sus colegas latinoamericanistas hombres: Vasconcelos, Reyes o Henríquez Ureña. 

 Las doce autoras y autores convocados por Cormick en el volumen tienen larga experiencia acumulada en la historia intelectual y la trasladan al estudio de aquellas mujeres. En algunos casos, cuentan con archivos personales, en otros, se adentran en la vasta información hemerográfica, todavía inexplorada, sobre esas escritoras, traductoras, editoras, artistas, científicas y políticas del siglo XX latinoamericano. 

 El libro es apenas una muestra de lo que podría lograr un proyecto más abarcador y exhaustivo sobre mujeres intelectuales del siglo XX. Serían incontables los nombres y apellidos que, desde cada tradición cultural nacional, podrían postularse para reproducir a mayor escala: Juana de Ibarbourou en Uruguay, María Luisa Bombal en Chile, Alfonsina Storni en Argentina, Rosario Castellanos y Nellie Campobello en México, Magda Portal en Perú, Lydia Cabrera y Dulce María Loynaz en Cuba. 

 Tema que recorre el volumen, y al que las autoras y autores reunidos dan diversas respuestas, es la relación de aquellas mujeres con los feminismos. Por lo general, se observa una apuesta clarísima por el sufragio femenino, pero también una subordinación de la causa de las mujeres a proyectos ideológicos provenientes de los nacionalismos y comunismos de la primera mitad del siglo XX y la Guerra Fría. Habría que esperar a las últimas décadas del siglo XX para que el feminismo latinoamericano adquiriese una dimensión autorreferencial.

miércoles, 12 de octubre de 2022

El país de las fosas





Hace poco murió el poeta David Huerta. En un homenaje en vida que le rindió la revista Rialta, que editan en Querétaro los escritores Carlos Aníbal Alonso e Ibrahím Hernández, críticos como Rafael Olea Franco, Sergio Ugalde Quintana y Fernando Fernández reconstruyeron la trayectoria poética del escritor. Unas semanas antes de su fallecimiento, exactamente el 13 de septiembre, el autor de El desprendimiento (2021), nos envió este mensaje colectivo a quienes participamos en el homenaje: 

 “Queridos amigos: Les escribo en grupo a reserva de escribirle a cada uno poco más adelante. Carta colectiva, pues. No el mejor género; casi una "circular": pero, siquiera, un círculo como un anillo en el que en el principio de los tiempos fueron depositados el poder de la amistad y los dones de la conversación. Me apena que hayan puesto sus esfuerzos en ese dossier con un tema tan desbaratado y desabrido como yours truly (captatio benevolentiae); pero qué bueno, qué maravilla que encontraron no sé cuántas virtudes en donde no hay más que amor a la poesía y a los libros. Ya qué. Ya me hicieron feliz y ustedes han regresado a sus altas tareas humanísticas. Los abrazo uno por uno y a todos. No saben ustedes el bien que me ha hecho el dossier: un bien diría yo curativo durante días muy difíciles. Suyo… David” 

 No puedo recordar a David Huerta en estos días sin dejar de sentir la resonancia de nuestros últimos temas de conversación: Eliseo Diego y José Lezama Lima, el american modernism (Eliot, Pound, Stevens), al que rindió homenaje en su poemario After Auden (2018), y la violencia en México. Al cabo de ocho años, su poema “Ayotzinapa” (2014) deja de ser la reacción lírica, incidental, a una masacre específica, para irrumpir como un aldabonazo contra la impunidad reinante. 

 Comenzaba el poema haciendo un llamado a descorrer el velo de las apariencias con el acto insólito de “morder la sombra”. Apenas traspasar la neblina aparecían los muertos “como luces y frutos/ como vasos de sangre/ como piedras de abismo/ como ramas y sombras”. Huerta retrataba a los muertos de la violencia mexicana de cuerpo entero, como si esa corporeidad precisa intentara revificarlos en el poema. 

 Luego la escritura de David Huerta convertía la masacre en una cruda metáfora de la nación. México, decía, es “el país de las fosas/ el país de los aullidos/ el país de los niños en llamas/ el país de las mujeres martirizadas/ el país que ayer apenas existía/ y ahora no se sabe dónde quedó”. Muy lejos estábamos de imaginar que aquella metáfora acabaría reemplazando la realidad misma y desafiando cualquier poetización de la barbarie. 

 El propio Huerta lo vislumbraba al advertir que la incapacidad del Estado y sus instituciones de seguridad y justicia para hacer frente a la generalización de la violencia, significaba, en lo más profundo, alejar a los muertos, anular cualquier posibilidad de convivir con ellos a través de la memoria, el duelo y la reparación. Los muertos, decía Huerta, no desaparecen, pero se ausentan sin una cultura de reconciliación y la paz que los convoque. 

 Lo que el poema “Ayotzinapa” recomendaba a los vivos era entregar a los muertos “el pan del cielo y la espiga de las aguas, el esplendor de toda tristeza y la blancura de nuestra condena, el olvido del mundo y la memoria quebrantada”. Sólo así podría tantearse la oportunidad de “abrir las manos y la mente/ para poder recoger del suelo maldito/ el corazón de todos los que son/ y de todos los que han sido”. Hoy esa oportunidad se ve cada vez más remota. 

El poeta David Huerta lo vio y nos deja su testimonio como compañía para el tiempo que nos queda. Mucho habrá que leer, en los años que siguen, al autor de El desprendimiento. Mucho hay ahí de guía para sobrevivir en un país donde no sólo matan a las autoridades -diputadas y alcaldes, policías y funcionarios- sino a verdaderos símbolos de la nobleza y el sacrificio como las madres buscadoras de hijos desaparecidos.

miércoles, 5 de octubre de 2022

No hay que persuadir al Secretario de la Luna

 


Alguna vez comentamos aquí "Secretaries of the Moon", el libro en que Beverly Coyle reunió las cartas entre Wallace Stevens y el crítico cubano José Rodríguez Feo. Así se identificaban aquellos pensadores de la poesía, el de Pennsylvania y el de La Habana.

 No hace mucho, en los días que conmemoramos el centenario de Eliseo Diego en El Colegio de México, volví a constatar el gusto del poeta mexicano David Huerta, recientemente fallecido, por la obra de Stevens. Lo anoté aquí, a propósito de su cuaderno After Auden (2018), que cierra justamente con el magnífico "Hacia Wallace Stevens".

 Ahora, como adiós al poeta admirado, vuelvo a darle la razón: no hacen falta "secretarios de la luna" para seguir conversando con quien escribió "Canciones de la vida común":


Para comunicarse con un muerto

no hace falta persuadir al Secretario de la Luna.

Hélo ahí. Duérmete. Una voz

se desprende, con lento paso de luciérnaga,

desde el techo insomne

de tu cuarto en la sombra.

Él te toca los labios. Tienes hambre.

Come de esas palabras.




martes, 30 de agosto de 2022

Coronel Urtecho y los nuevos dictadores




Un rasgo característico de aquellos dictadores latinoamericanos, que fueron revolucionarios en la Guerra Fría, es envolver actos represivos (encarcelamientos, deportaciones, acosos mediáticos y judiciales, confiscaciones) en un discurso de reafirmación ideológica. Esos dictadores, colocados en la cima de nuevas oligarquías económicas y políticas, caricaturizan a sus opositores, cada más desprovistos de derechos y recursos, como viejas burguesías redivivas. 

 El último acto represivo del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en Nicaragua, expone todos los ardides simbólicos de los ex revolucionarios despóticos. La sede del memorable diario La Prensa, dirigido por Pedro Joaquín Chamorro, tan importante en la lucha contra la dinastía somocista, luego de ser confiscada, ha sido convertida en un Centro Cultural, que lleva por nombre José Coronel Urtecho (1906-1994), en honor al gran poeta y traductor nicaragüense del siglo XX. 

 Coronel Urtecho, junto a Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos y otros escritores de la primera generación intelectual nicaragüense del siglo XX, fue una figura central del vanguardismo latinoamericano. No sólo por su propia poesía sino por su gran proyecto de traducción al español de los grandes autores del “american modernism” (T. S. Eliot, Ezra Pound, Wiliam Carlos Williams, Wallace Stevens, Robert Frost), que se adentró también en poetas del siglo XIX, como Edgar Allan Poe y Walt Whitman, y en posteriores como los de la Beat Generation: Ginsberg, Ferlinghetti, Corso, Snyder, Frankl… 

 Ernesto Cardenal, sobrino y discípulo de Coronel Urtecho, que firmó con él una segunda antología de la poesía estadounidense en 1963 –la primera se editó en 1948-, aseguraba que, después de Rubén Darío, probablemente no exista otro referente más poderoso en la poesía nicaragüense. Tanto la visión de la literatura como la de la historia de Nicaragua de Coronel Urtecho, reflejada en ensayos como Reflexiones sobre la historia de Nicaragua. De Gaínza a Somoza (1962) o La familia Zavala y la política del comercio en Centroamérica (1971), se inscribía en un liberalismo social, reñido con los regímenes dictatoriales tan frecuentes en la región centroamericana y caribeña. 

 Eso explica que tras un respaldo juvenil a Anastasio Somoza García evolucionara, en los 70, a una clara oposición a la autocracia de su hijo Anastasio Somoza Debayle. En su poema “No volverá el pasado”, Coronel Urtecho decía que después del triunfo sandinista, en 1979, la “historia cambiaba de nombre”, era “otra historia”, ya que por primera vez “todo era sentido”, “la verdad era la verdad, la mentira mentira, la patria Patria y Nicaragua Nicaragua”. 

 Colaborador de La Prensa, Coronel Urtecho, lo mismo que Ernesto Cardenal o Pablo Antonio Cuadra, suscribía las tesis de Pedro Joaquín Chamorro y lo mejor de la intelectualidad antisomocista, plasmadas en libros como Estirpe sangrienta: los Somoza (1959) y Diario de un preso (1963) del director de aquel periódico, asesinado en 1978 por esbirros de la dictadura en el centro de Managua. Ahora Daniel Ortega, autocoronado como nuevo déspota perpetuo de Nicaragua, bautiza el viejo recinto de La Prensa con el nombre de José Coronel Urtecho. La operación retrata a la perfección el ejercicio despiadado de una tiranía sobre el pasado y el presente de esa nación centroamericana: un intento de control paralelo y perenne del país y su historia. 
 
  La historia ha contrariado aquel poema de Coronel Urtecho: hay una nueva dictadura en el tiempo de Nicaragua y habrá que dotar nuevamente de sentido la trama de ese país. No acabó la historia con el sandinismo en Nicaragua, como tampoco acabó con el castrismo en Cuba o con el chavismo en Venezuela. La vuelta al despotismo, agenciada por aquellos líderes socialistas, en su vejez, delata la costosa falta de aprendizaje en la política latinoamericana.

martes, 23 de agosto de 2022

Zelenski y el dolor de los demás




Las fotos de Volodímir Zelenski y su esposa, Olena Zelenska, para la revista Vogue, captadas por Annie Leibovitz, llevan la explotación del duelo a un nivel de espectacularidad incómoda. Susan Sontag, quien fuera pareja de Leibovitz, habría dicho, de acuerdo con las tesis de Ante el dolor de los demás (2003), que las fotos de la pareja presidencial entre soldados y ruinas de Kiev son obscenas. 

 Vale la pena recordar en estos días que aquel libro, el último que Sontag publicó en vida, fue un desarrollo ulterior de su gran ensayo Sobre la fotografía (1977), en que sostenía una posición ambivalente sobre el poder de la imagen en la sociedad post-industrial. Después de su experiencia cercana en la guerra de los Balcanes, contexto del proyecto “Rostros de la ciudad” (1993), un conjunto de retratos de Leibovitz en las ruinas de Sarajevo, para la revista Vanity Fair, Sontag se movió a una visión más crítica sobre el papel de la fotografía en los conflictos bélicos. 

 Comenzaba Sontag recordando Tres guineas (1938), la famosa carta de Virginia Woolf sobre la guerra, que partía justamente de una reflexión sobre las fotos de los bombardeos franquistas en ciudades españolas gobernadas por la República. A diferencia de Woolf, aunque respaldando su tesis de que la recepción femenina de la imagen era especialmente empática, Sontag pensaba que las fotos de las ruinas y los muertos de la aviación franquista, no necesariamente eran documentos que llamaban a la solidaridad con la España republicana. 

 Había un morbo, un exhibicionismo en la fotografía bélica, que también producía un efecto paralizante, ligado a la presentación de la guerra como espectáculo. Los grandes consumidores de esas fotos eran personas que, resguardados en sitios de relativa paz, disfrutaban visualmente la masacre. La pregunta básica, que hacía Sontag a Woolf, podría repetirse frente a los retratos de Zelenski y su esposa, tomados por el lente de Leibovitz: ¿despiertan esas fotos solidaridad con Ucrania? Sí y no. 

 Las ruinas y los soldados de Kiev, detrás de los rostros iluminados de Volodímir y Olena, son el escenario de una naturalización del presidente ucraniano en la clase política occidental. Más que imágenes de víctimas del imperialismo ruso, las fotos trasmiten seguridad y confort. El gesto de Leibovitz podría ser contraproducente: las fotos no hablan de la destrucción y la muerte en las ciudades ucranianas sino de la legitimidad de Zelenski en Occidente. 

 Ese mensaje, definitivamente, es favorable a Putin y a su proyecto de “borrar a Ucrania del mapa”, como dijo no hace mucho Dmitri Medvedev. Ni la incorporación de Ucrania a la OTAN, ni su ingreso a la Unión Europea eran eventos tangibles antes del 24 de febrero de 2022. Lo que decidió la invasión, desde mucho antes de aquel día, fue el gran obstáculo que interpuso el gobierno de Zelenski al control de esa nación desde el Kremlin, que siempre la ha considerado “suya”, “de Rusia”. 

 Zelenski ha encabezado una resistencia más sólida de la esperada, en buena medida, porque inicialmente combinó la solicitud de ayuda a Occidente con cierta autonomía exterior y una disposición al diálogo para poner fin a la guerra. El respaldo de los países nórdicos, la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN y la difícil concertación de posiciones en la Unión Europea avanzaron gracias a esa actitud inicial, que concitó apoyos muy diversos. Ahora el caricaturesco pro-occidentalismo del liderazgo ucraniano conspira en su contra. 

 La guerra de desgaste continúa, se intensifica y Putin está apostando, justamente, a que merme el crédito internacional de Zelenski. Algunas señales de concentración del poder en Kiev son utilizadas, cínicamente, desde el Kremlin, para avanzar en ese descrédito. Estas fotos caen en el terreno fértil de la maquinaria propagandística rusa, que precisamente busca que el dolor de los demás no gire a favor de Ucrania.

jueves, 28 de julio de 2022

Benito Juárez, presidente de Francia




Historiadoras como Josefina Zoraida Vázquez, Antonia Pi-Suñer, Patricia Galeana y Erika Pani han insistido en el delicado equilibrio que debió ejercer Benito Juárez en sus últimos años de gobierno, en relación con Europa. Hay en la diplomacia europea de Juárez una lección de mezcla virtuosa entre principios e intereses, doctrina y pragmatismo, de gran utilidad para la práctica de una política exterior moderna en México y América Latina. 

Por un lado, el presidente debía defender su actuación inclaudicable ante la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, que lo llevó a ordenar la ejecución del emperador y sus generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, en el Cerro de las Campanas, Querétaro, el 19 de junio de 1867. Por el otro, el jefe de Estado de la República Restaurada tenía el firme propósito de reconectar a México con Europa, especialmente con Francia y España, para que las relaciones internacionales no estuvieran excesivamente centradas en Estados Unidos y Gran Bretaña. 

A pesar del retiro de su apoyo a Maximiliano, al final del imperio, el triunfo de Juárez y los liberales mexicanos en 1867 fue una derrota para Napoleón III. Así lo percibieron importantes políticos e intelectuales republicanos franceses, como Victor Hugo, Léon Gambetta, Jules Favre o Jules Ferry. Sin embargo, esos mismos líderes y casi todos los estadistas europeos, incluyendo al papa Pío IX, eran contrarios a la ejecución de Maximiliano y se lo hicieron saber a Juárez, como se lee en las súplicas de dos titanes del republicanismo decimonónico: Hugo y Garibaldi. 

Hábilmente, Juárez aprovechó la ola de republicanismo en Francia, tras la derrota en la guerra con Prusia y la abdicación de Napoleón III en 1870, para justificar el fusilamiento de Maximiliano. En sus cartas y discursos, el presidente mexicano se refirió tanto a la guerra con Prusia como a la transición republicana en Francia. Era un tema de política internacional que lo apasionaba y que dominaba a la perfección, tal vez, por saberse referente del antibonapartismo francés. 

Tras la capitulación de Sedán y Metz y la reclusión de Napoleón III, Juárez envió un mensaje al Gobierno de Defensa Nacional, que encabezaba Louis Jules Trochu, en el que felicitaba al “infortunado pueblo francés” y reiteraba los “sentimientos fraternales” de los mexicanos hacia esa “noble nación a la que tanto debe la sagrada causa de la libertad y a la que nunca hemos confundido con el infame Bonaparte”. 

En el terreno militar, Juárez se atrevía a dar consejos a los franceses, con esta frase: “si yo tuviese el honor de regir ahora los destinos de Francia, no haría nada diferente a lo que hice en nuestro amado país desde 1862 a 1867, a fin de triunfar sobre el enemigo”. En esencia, proponía no desplazar grandes contingentes militares sino regimientos medianos, de 15 a 30 mil hombres, y prepararse para perder París: “¿acaso París es Francia?”. Si era preciso, había que montar la república en un carruaje o a bordo de un barco, para salvarla. 

En un gesto revelador de astucia y orgullo, Juárez recomendó a los franceses que pidieran recomendaciones a su antiguo enemigo, el mariscal Francois Achille Bazaine, ya retirado, para que atestiguara los métodos militares mexicanos que podían ser aprovechados en la resistencia contra Otto von Bismarck. Aquel Benito Juárez final, más que un liberal era un republicano que veía en la tercera oportunidad histórica de esa forma de gobierno, para Francia, una garantía de la paz en Europa y de la contención de los nuevos imperialismos.

miércoles, 20 de julio de 2022

Echeverría, Cuba y el silencio





El pasado 10 de julio, ningún medio oficial cubano publicó una semblanza del ex presidente Luis Echeverría Álvarez, fallecido a sus 100 años en Cuernavaca. Si la muerte -o la vida- de Echeverría terminaron careciendo de relevancia para el gobierno cubano es porque algo cambió en la percepción de su figura en los últimos años.  Algo, por lo visto, inconfesable o inabordable, ni siquiera, desde un artículo de opinión. 

 Echeverría fue fundamental para la reconstrucción de la legitimidad internacional del régimen cubano en los años 70, luego de su pleno alineamiento con el bloque soviético. Desde el inicio del sexenio, el presidente mostró interés en un activismo tercermundista que se plasmó en el respaldo al gobierno de Salvador Allende en Chile y la propuesta a la ONU de una Carta de Derechos y Deberes Económicos.  

En 1973, Echeverría viajó a la Unión Soviética y China, proyectando una voluntad de “autonomía” en política exterior, que continuó con la extensión de lazos diplomáticos con Alemania del Este, Rumanía, Yugoslavia y 64 países de Asia, África y el Caribe. El viaje a La Habana, en agosto de 1975, un año después de que México defendiera en la OEA el derecho de gobiernos del hemisferio a sostener relaciones con Cuba, formó parte de aquella política. 

La delegación presidencial, como reportó exhaustivamente el periódico Granma desde el 16 de agosto, incluyó más de veinte funcionarios, entre los que figuraban el canciller Emilio Rabasa, el Jefe del Estado Mayor Presidencial Jesús Castañeda Gutiérrez y el Subsecretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios, viejo conocido de Fidel y Raúl Castro. 

 A Echeverría, y a su hijo Adolfo, los pasearon en un auto descapotable por las calles de La Habana, acompañado de Fidel y el presidente Osvaldo Dorticós. Recibió la Orden José Martí, puso una ofrenda floral en el busto de Benito Juárez y visitó puertos pesqueros, las ciudades de Cienfuegos y Pinar del Río y el plan ganadero del Valle de Picadura. En todas sus intervenciones, hizo una defensa del socialismo cubano en términos estrictos del nacionalismo revolucionario, como si la Revolución cubana fuera la hija de la mexicana, a pesar de adoptar la ideología marxista-leninista y el modelo de partido único. 

 El comunicado conjunto de Echeverría y Castro, el 22 de agosto, era una declaración de principios tercermundistas y a favor de la Carta de Derechos y Deberes promovida por México. Pero también inscribía el relanzamiento de relaciones entre México y Cuba en el protocolo de entendimiento comercial firmado por Echeverría con el CAME, el mercado común soviético. Lo sustancial estuvo relacionado con un ambicioso proyecto de colaboración técnica en la industria azucarera, cooperación en turismo, pesca y medios de comunicación, además de venta de níquel a México. 

 Más allá del limitado rendimiento de aquel proyecto bilateral, la visita de Echeverría y su cobertura mediática, en la isla y en México, se convirtieron en el modelo de diplomacia presidencial que Cuba demandaba al PRI. Un modelo que se repitió casi al pie de la letra con José López Portillo en 1980 y que, a su manera, sobrevivió con Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari. Fue con Ernesto Zedillo que aquel modelo entró en crisis. 

 Es fácil advertir que aquel viaje de Echeverría marcó un hito en la relación de Cuba con los mandatarios del PRI, revisando la cobertura de la estancia en la isla de José López Portillo, cinco años después, en agosto de 1980. Con López Portillo hubo concentración masiva en la Plaza de la Revolución, con gran retrato del presidente colgado en la fachada de la Biblioteca Nacional. En su discurso, en aquel "Acto de solidaridad y amistad entre México y Cuba", Fidel Castro sostuvo:"López Portillo pasará a la historia como uno de los grandes estadistas de México", mientras el presidente mexicano dijo: "todos los cubanos son también un solo hombre: Fidel Castro". 

 Tanto la posición de México frente a la Revolución sandinista en 1979 como la nacionalización de la banca en 1982 fueron aplaudidas en el periódico Granma y correspondidas con sendos mensajes de apoyo de Fidel Castro. En aquellos años, la profundización de la cooperación comercial y científica entre los dos países siempre tuvo una importante dimensión militar y de inteligencia. A un mes del viaje de Echeverría, en septiembre de 1975, Raúl Castro viajó a México, donde fue recibido por Fernando Gutiérrez Barrios y fue entrevistado para importantes medios mexicanos. Poco antes del viaje de López Portillo, en abril de 1980, visitó la isla el General de División Félix Galván, Secretario de Defensa de México, quien recibió la medalla por el XX Aniversario de las FAR y firmó varios acuerdos de colaboración con Raúl Castro. 

 Si Echeverría fue tan importante, tan referencial para Cuba, ¿cómo entender el silencio sobre su muerte en La Habana? Difícilmente ese silencio está desconectado del hecho de que el saldo represivo de las masacres del 68 y el Jueves de Corpus del 71, de la guerra sucia y la hostilización de las guerrillas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, en las que Echeverría intervino de manera protagónica, es reconocido públicamente en México, aunque no en Cuba. Ante el dilema de exponer el doble juego de Echeverría, que llegó al intercambio de información con la CIA y los gobiernos de Nixon y Ford, y la calculada connivencia de La Habana, los medios oficiales cubanos prefieren callar.