Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 30 de agosto de 2022

Coronel Urtecho y los nuevos dictadores




Un rasgo característico de aquellos dictadores latinoamericanos, que fueron revolucionarios en la Guerra Fría, es envolver actos represivos (encarcelamientos, deportaciones, acosos mediáticos y judiciales, confiscaciones) en un discurso de reafirmación ideológica. Esos dictadores, colocados en la cima de nuevas oligarquías económicas y políticas, caricaturizan a sus opositores, cada más desprovistos de derechos y recursos, como viejas burguesías redivivas. 

 El último acto represivo del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en Nicaragua, expone todos los ardides simbólicos de los ex revolucionarios despóticos. La sede del memorable diario La Prensa, dirigido por Pedro Joaquín Chamorro, tan importante en la lucha contra la dinastía somocista, luego de ser confiscada, ha sido convertida en un Centro Cultural, que lleva por nombre José Coronel Urtecho (1906-1994), en honor al gran poeta y traductor nicaragüense del siglo XX. 

 Coronel Urtecho, junto a Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos y otros escritores de la primera generación intelectual nicaragüense del siglo XX, fue una figura central del vanguardismo latinoamericano. No sólo por su propia poesía sino por su gran proyecto de traducción al español de los grandes autores del “american modernism” (T. S. Eliot, Ezra Pound, Wiliam Carlos Williams, Wallace Stevens, Robert Frost), que se adentró también en poetas del siglo XIX, como Edgar Allan Poe y Walt Whitman, y en posteriores como los de la Beat Generation: Ginsberg, Ferlinghetti, Corso, Snyder, Frankl… 

 Ernesto Cardenal, sobrino y discípulo de Coronel Urtecho, que firmó con él una segunda antología de la poesía estadounidense en 1963 –la primera se editó en 1948-, aseguraba que, después de Rubén Darío, probablemente no exista otro referente más poderoso en la poesía nicaragüense. Tanto la visión de la literatura como la de la historia de Nicaragua de Coronel Urtecho, reflejada en ensayos como Reflexiones sobre la historia de Nicaragua. De Gaínza a Somoza (1962) o La familia Zavala y la política del comercio en Centroamérica (1971), se inscribía en un liberalismo social, reñido con los regímenes dictatoriales tan frecuentes en la región centroamericana y caribeña. 

 Eso explica que tras un respaldo juvenil a Anastasio Somoza García evolucionara, en los 70, a una clara oposición a la autocracia de su hijo Anastasio Somoza Debayle. En su poema “No volverá el pasado”, Coronel Urtecho decía que después del triunfo sandinista, en 1979, la “historia cambiaba de nombre”, era “otra historia”, ya que por primera vez “todo era sentido”, “la verdad era la verdad, la mentira mentira, la patria Patria y Nicaragua Nicaragua”. 

 Colaborador de La Prensa, Coronel Urtecho, lo mismo que Ernesto Cardenal o Pablo Antonio Cuadra, suscribía las tesis de Pedro Joaquín Chamorro y lo mejor de la intelectualidad antisomocista, plasmadas en libros como Estirpe sangrienta: los Somoza (1959) y Diario de un preso (1963) del director de aquel periódico, asesinado en 1978 por esbirros de la dictadura en el centro de Managua. Ahora Daniel Ortega, autocoronado como nuevo déspota perpetuo de Nicaragua, bautiza el viejo recinto de La Prensa con el nombre de José Coronel Urtecho. La operación retrata a la perfección el ejercicio despiadado de una tiranía sobre el pasado y el presente de esa nación centroamericana: un intento de control paralelo y perenne del país y su historia. 
 
  La historia ha contrariado aquel poema de Coronel Urtecho: hay una nueva dictadura en el tiempo de Nicaragua y habrá que dotar nuevamente de sentido la trama de ese país. No acabó la historia con el sandinismo en Nicaragua, como tampoco acabó con el castrismo en Cuba o con el chavismo en Venezuela. La vuelta al despotismo, agenciada por aquellos líderes socialistas, en su vejez, delata la costosa falta de aprendizaje en la política latinoamericana.

martes, 23 de agosto de 2022

Zelenski y el dolor de los demás




Las fotos de Volodímir Zelenski y su esposa, Olena Zelenska, para la revista Vogue, captadas por Annie Leibovitz, llevan la explotación del duelo a un nivel de espectacularidad incómoda. Susan Sontag, quien fuera pareja de Leibovitz, habría dicho, de acuerdo con las tesis de Ante el dolor de los demás (2003), que las fotos de la pareja presidencial entre soldados y ruinas de Kiev son obscenas. 

 Vale la pena recordar en estos días que aquel libro, el último que Sontag publicó en vida, fue un desarrollo ulterior de su gran ensayo Sobre la fotografía (1977), en que sostenía una posición ambivalente sobre el poder de la imagen en la sociedad post-industrial. Después de su experiencia cercana en la guerra de los Balcanes, contexto del proyecto “Rostros de la ciudad” (1993), un conjunto de retratos de Leibovitz en las ruinas de Sarajevo, para la revista Vanity Fair, Sontag se movió a una visión más crítica sobre el papel de la fotografía en los conflictos bélicos. 

 Comenzaba Sontag recordando Tres guineas (1938), la famosa carta de Virginia Woolf sobre la guerra, que partía justamente de una reflexión sobre las fotos de los bombardeos franquistas en ciudades españolas gobernadas por la República. A diferencia de Woolf, aunque respaldando su tesis de que la recepción femenina de la imagen era especialmente empática, Sontag pensaba que las fotos de las ruinas y los muertos de la aviación franquista, no necesariamente eran documentos que llamaban a la solidaridad con la España republicana. 

 Había un morbo, un exhibicionismo en la fotografía bélica, que también producía un efecto paralizante, ligado a la presentación de la guerra como espectáculo. Los grandes consumidores de esas fotos eran personas que, resguardados en sitios de relativa paz, disfrutaban visualmente la masacre. La pregunta básica, que hacía Sontag a Woolf, podría repetirse frente a los retratos de Zelenski y su esposa, tomados por el lente de Leibovitz: ¿despiertan esas fotos solidaridad con Ucrania? Sí y no. 

 Las ruinas y los soldados de Kiev, detrás de los rostros iluminados de Volodímir y Olena, son el escenario de una naturalización del presidente ucraniano en la clase política occidental. Más que imágenes de víctimas del imperialismo ruso, las fotos trasmiten seguridad y confort. El gesto de Leibovitz podría ser contraproducente: las fotos no hablan de la destrucción y la muerte en las ciudades ucranianas sino de la legitimidad de Zelenski en Occidente. 

 Ese mensaje, definitivamente, es favorable a Putin y a su proyecto de “borrar a Ucrania del mapa”, como dijo no hace mucho Dmitri Medvedev. Ni la incorporación de Ucrania a la OTAN, ni su ingreso a la Unión Europea eran eventos tangibles antes del 24 de febrero de 2022. Lo que decidió la invasión, desde mucho antes de aquel día, fue el gran obstáculo que interpuso el gobierno de Zelenski al control de esa nación desde el Kremlin, que siempre la ha considerado “suya”, “de Rusia”. 

 Zelenski ha encabezado una resistencia más sólida de la esperada, en buena medida, porque inicialmente combinó la solicitud de ayuda a Occidente con cierta autonomía exterior y una disposición al diálogo para poner fin a la guerra. El respaldo de los países nórdicos, la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN y la difícil concertación de posiciones en la Unión Europea avanzaron gracias a esa actitud inicial, que concitó apoyos muy diversos. Ahora el caricaturesco pro-occidentalismo del liderazgo ucraniano conspira en su contra. 

 La guerra de desgaste continúa, se intensifica y Putin está apostando, justamente, a que merme el crédito internacional de Zelenski. Algunas señales de concentración del poder en Kiev son utilizadas, cínicamente, desde el Kremlin, para avanzar en ese descrédito. Estas fotos caen en el terreno fértil de la maquinaria propagandística rusa, que precisamente busca que el dolor de los demás no gire a favor de Ucrania.

jueves, 28 de julio de 2022

Benito Juárez, presidente de Francia




Historiadoras como Josefina Zoraida Vázquez, Antonia Pi-Suñer, Patricia Galeana y Erika Pani han insistido en el delicado equilibrio que debió ejercer Benito Juárez en sus últimos años de gobierno, en relación con Europa. Hay en la diplomacia europea de Juárez una lección de mezcla virtuosa entre principios e intereses, doctrina y pragmatismo, de gran utilidad para la práctica de una política exterior moderna en México y América Latina. 

Por un lado, el presidente debía defender su actuación inclaudicable ante la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, que lo llevó a ordenar la ejecución del emperador y sus generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, en el Cerro de las Campanas, Querétaro, el 19 de junio de 1867. Por el otro, el jefe de Estado de la República Restaurada tenía el firme propósito de reconectar a México con Europa, especialmente con Francia y España, para que las relaciones internacionales no estuvieran excesivamente centradas en Estados Unidos y Gran Bretaña. 

A pesar del retiro de su apoyo a Maximiliano, al final del imperio, el triunfo de Juárez y los liberales mexicanos en 1867 fue una derrota para Napoleón III. Así lo percibieron importantes políticos e intelectuales republicanos franceses, como Victor Hugo, Léon Gambetta, Jules Favre o Jules Ferry. Sin embargo, esos mismos líderes y casi todos los estadistas europeos, incluyendo al papa Pío IX, eran contrarios a la ejecución de Maximiliano y se lo hicieron saber a Juárez, como se lee en las súplicas de dos titanes del republicanismo decimonónico: Hugo y Garibaldi. 

Hábilmente, Juárez aprovechó la ola de republicanismo en Francia, tras la derrota en la guerra con Prusia y la abdicación de Napoleón III en 1870, para justificar el fusilamiento de Maximiliano. En sus cartas y discursos, el presidente mexicano se refirió tanto a la guerra con Prusia como a la transición republicana en Francia. Era un tema de política internacional que lo apasionaba y que dominaba a la perfección, tal vez, por saberse referente del antibonapartismo francés. 

Tras la capitulación de Sedán y Metz y la reclusión de Napoleón III, Juárez envió un mensaje al Gobierno de Defensa Nacional, que encabezaba Louis Jules Trochu, en el que felicitaba al “infortunado pueblo francés” y reiteraba los “sentimientos fraternales” de los mexicanos hacia esa “noble nación a la que tanto debe la sagrada causa de la libertad y a la que nunca hemos confundido con el infame Bonaparte”. 

En el terreno militar, Juárez se atrevía a dar consejos a los franceses, con esta frase: “si yo tuviese el honor de regir ahora los destinos de Francia, no haría nada diferente a lo que hice en nuestro amado país desde 1862 a 1867, a fin de triunfar sobre el enemigo”. En esencia, proponía no desplazar grandes contingentes militares sino regimientos medianos, de 15 a 30 mil hombres, y prepararse para perder París: “¿acaso París es Francia?”. Si era preciso, había que montar la república en un carruaje o a bordo de un barco, para salvarla. 

En un gesto revelador de astucia y orgullo, Juárez recomendó a los franceses que pidieran recomendaciones a su antiguo enemigo, el mariscal Francois Achille Bazaine, ya retirado, para que atestiguara los métodos militares mexicanos que podían ser aprovechados en la resistencia contra Otto von Bismarck. Aquel Benito Juárez final, más que un liberal era un republicano que veía en la tercera oportunidad histórica de esa forma de gobierno, para Francia, una garantía de la paz en Europa y de la contención de los nuevos imperialismos.

miércoles, 20 de julio de 2022

Echeverría, Cuba y el silencio





El pasado 10 de julio, ningún medio oficial cubano publicó una semblanza del ex presidente Luis Echeverría Álvarez, fallecido a sus 100 años en Cuernavaca. Si la muerte -o la vida- de Echeverría terminaron careciendo de relevancia para el gobierno cubano es porque algo cambió en la percepción de su figura en los últimos años.  Algo, por lo visto, inconfesable o inabordable, ni siquiera, desde un artículo de opinión. 

 Echeverría fue fundamental para la reconstrucción de la legitimidad internacional del régimen cubano en los años 70, luego de su pleno alineamiento con el bloque soviético. Desde el inicio del sexenio, el presidente mostró interés en un activismo tercermundista que se plasmó en el respaldo al gobierno de Salvador Allende en Chile y la propuesta a la ONU de una Carta de Derechos y Deberes Económicos.  

En 1973, Echeverría viajó a la Unión Soviética y China, proyectando una voluntad de “autonomía” en política exterior, que continuó con la extensión de lazos diplomáticos con Alemania del Este, Rumanía, Yugoslavia y 64 países de Asia, África y el Caribe. El viaje a La Habana, en agosto de 1975, un año después de que México defendiera en la OEA el derecho de gobiernos del hemisferio a sostener relaciones con Cuba, formó parte de aquella política. 

La delegación presidencial, como reportó exhaustivamente el periódico Granma desde el 16 de agosto, incluyó más de veinte funcionarios, entre los que figuraban el canciller Emilio Rabasa, el Jefe del Estado Mayor Presidencial Jesús Castañeda Gutiérrez y el Subsecretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios, viejo conocido de Fidel y Raúl Castro. 

 A Echeverría, y a su hijo Adolfo, los pasearon en un auto descapotable por las calles de La Habana, acompañado de Fidel y el presidente Osvaldo Dorticós. Recibió la Orden José Martí, puso una ofrenda floral en el busto de Benito Juárez y visitó puertos pesqueros, las ciudades de Cienfuegos y Pinar del Río y el plan ganadero del Valle de Picadura. En todas sus intervenciones, hizo una defensa del socialismo cubano en términos estrictos del nacionalismo revolucionario, como si la Revolución cubana fuera la hija de la mexicana, a pesar de adoptar la ideología marxista-leninista y el modelo de partido único. 

 El comunicado conjunto de Echeverría y Castro, el 22 de agosto, era una declaración de principios tercermundistas y a favor de la Carta de Derechos y Deberes promovida por México. Pero también inscribía el relanzamiento de relaciones entre México y Cuba en el protocolo de entendimiento comercial firmado por Echeverría con el CAME, el mercado común soviético. Lo sustancial estuvo relacionado con un ambicioso proyecto de colaboración técnica en la industria azucarera, cooperación en turismo, pesca y medios de comunicación, además de venta de níquel a México. 

 Más allá del limitado rendimiento de aquel proyecto bilateral, la visita de Echeverría y su cobertura mediática, en la isla y en México, se convirtieron en el modelo de diplomacia presidencial que Cuba demandaba al PRI. Un modelo que se repitió casi al pie de la letra con José López Portillo en 1980 y que, a su manera, sobrevivió con Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari. Fue con Ernesto Zedillo que aquel modelo entró en crisis. 

 Es fácil advertir que aquel viaje de Echeverría marcó un hito en la relación de Cuba con los mandatarios del PRI, revisando la cobertura de la estancia en la isla de José López Portillo, cinco años después, en agosto de 1980. Con López Portillo hubo concentración masiva en la Plaza de la Revolución, con gran retrato del presidente colgado en la fachada de la Biblioteca Nacional. En su discurso, en aquel "Acto de solidaridad y amistad entre México y Cuba", Fidel Castro sostuvo:"López Portillo pasará a la historia como uno de los grandes estadistas de México", mientras el presidente mexicano dijo: "todos los cubanos son también un solo hombre: Fidel Castro". 

 Tanto la posición de México frente a la Revolución sandinista en 1979 como la nacionalización de la banca en 1982 fueron aplaudidas en el periódico Granma y correspondidas con sendos mensajes de apoyo de Fidel Castro. En aquellos años, la profundización de la cooperación comercial y científica entre los dos países siempre tuvo una importante dimensión militar y de inteligencia. A un mes del viaje de Echeverría, en septiembre de 1975, Raúl Castro viajó a México, donde fue recibido por Fernando Gutiérrez Barrios y fue entrevistado para importantes medios mexicanos. Poco antes del viaje de López Portillo, en abril de 1980, visitó la isla el General de División Félix Galván, Secretario de Defensa de México, quien recibió la medalla por el XX Aniversario de las FAR y firmó varios acuerdos de colaboración con Raúl Castro. 

 Si Echeverría fue tan importante, tan referencial para Cuba, ¿cómo entender el silencio sobre su muerte en La Habana? Difícilmente ese silencio está desconectado del hecho de que el saldo represivo de las masacres del 68 y el Jueves de Corpus del 71, de la guerra sucia y la hostilización de las guerrillas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, en las que Echeverría intervino de manera protagónica, es reconocido públicamente en México, aunque no en Cuba. Ante el dilema de exponer el doble juego de Echeverría, que llegó al intercambio de información con la CIA y los gobiernos de Nixon y Ford, y la calculada connivencia de La Habana, los medios oficiales cubanos prefieren callar.

miércoles, 29 de junio de 2022

Retrato de Fina




A punto de cumplir un siglo, ha fallecido en La Habana la poeta y ensayista Fina García Marruz (1923-2022). Premio Pablo Neruda en 2007 y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2011, la poeta era la última sobreviviente del grupo Orígenes, como acabara conociéndose a la generación de brillantes escritores que acompañó a José Lezama Lima en la revista del mismo nombre a partir de 1944. 

 García Marruz, junto a su esposo Cintio Vitier y su cuñado Eliseo Diego, casado con su hermana Bella, llegaron a Orígenes desde la revista Clavileño (1942-43), publicación en la que no intervino Lezama y que tenía como figura rectora a Gastón Baquero, otro gran poeta cubano, nacido en 1914. Amigo cercano de Lezama, Baquero se distinguió por una poesía poderosamente visual y fluidamente conversacional, como se lee en “Testamento del pez” (1941), su inmortal homenaje a La Habana, aparecido en el cuarto número de Clavileño

 La poesía de García Marruz, como la de Diego, surge, en los años 40, más endeudada con Baquero que con Lezama. Sus primeros cuadernos, Poemas (1942), Transfiguración de Jesús en el Monte (1947) y Las miradas perdidas (1951), registran una serie entrañable de figuras y escenas, sello personal de su producción lírica posterior: el niño en el parque, la demente en la puerta de la iglesia, el incandescente mediodía habanero. 

 Fueron constantes aquellos retratos de personajes en la poesía de García Marruz: la muchacha de paseo, las damas decrépitas, las campesinas, los millonarios, Laurita regañando a las flores o Marta de compras. Están también los héroes: Antonio Maceo, Antonio Guiteras, Roque Dalton, el Che Guevara, en una intimidad muy parecida, otra vez, a la de la poesía antiépica de Diego.

En la lista de los héroes que rescataron a Maceo, la poesía de García Marruz se interesó en los anónimos y los pseudónimos, los sin historia, uno que llamaban "Cayuco", otro que llamaban "El Loco". A Guiteras lo imaginó en La Habana de "dril cien" de los 20 y 30 con Capablanca y Kid Chocolate, Abela y Massager. En su poema "Historia" glosaba el himno protestante "Un nítido rayo", que ponía en boca de Frank y Josué País.

Su libro Nociones elementales y algunas elegías, como El diario que a diario de Nicolás Guillén o Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña de Eliseo Diego, fue un ejercicio de trabajo poético con el arte de la edición y la hemerografía. A partir de la revista El Educador Popular, que editaba el anexionista Néstor Ponce de León, amigo de José Martí, en Nueva York, García Marruz convirtió lecciones de gramática inglesa, de física y anatomía del siglo XIX en indicios de escritura poética.  

 Tan visual llegó a ser la poesía de García Marruz que se volvió cinematográfica, como se observa en sus poemas a Josephine Baker, Isadora Duncan y Lilian Harvey o en su experimental libro Créditos de Charlot, dedicado a Charles Chaplin. Retratos son también Los Rembrandt de L’ Hermitage o sus “versos amigos” o poemas de amistad, como aquel dedicado a Virgilio Piñera, como un “niño-viejo, sentado solito, en el muro del Malecón”. 
 
La ensayística de García Marruz también está hecha de escenas y retratos, para los cuales se requería una especial concentración de la mirada. Ahí están sus grandes estudios sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Alicia Alonso y María Zambrano, que parecen escritos por una pintora. O sus más sesudas lecturas de Cervantes, Góngora y Quevedo; Gracián y Bécquer; Martí, Juan Ramón Jiménez y Lezama. 

 En dos textos ineludibles, “Lo exterior en la poesía” (1947) y “Hablar de la poesía” (1986), dijo su verdad sobre la escritura: rechazó la pretensión de alcanzar una “poética”, sostuvo que no había realidad sin sueño y cuestionó que “señalar fines a la poesía, no importa su bondad intrínseca, era pretender conocer de antemano los límites y contenidos de un impulso necesariamente oscuro en su raíz”. 

 En esos ensayos, García Marruz criticó también varias formulaciones exaltadas de políticas literarias, como las de poesía retórica o "palabrera", "pura" o "maldita", "moralista" o "comprometida". Sostuvo que la mejor poesía "vive de silencios" y que, en su caso, sería impensable sin la dimensión católica de la revelación. Una revelación, sin embargo, que como Cristo frente a los discípulos de Emaús, "sólo es reconocible a precio de desaparecer".

viernes, 17 de junio de 2022

José Martí y la cumbre de Los Ángeles





La novena Cumbre de las Américas de Los Ángeles ofrecía a los presidentes latinoamericanos la oportunidad de entrelazar dos realidades cada vez más imbricadas en sus vínculos con Estados Unidos: la de los propios países de la región y la de la creciente comunidad latina en la nación norteamericana 

 Mucho se han debatido, en años recientes, los encuentros y desencuentros entre la tradición intelectual latinoamericana, que se remonta al siglo XIX, y las identidades culturales desarrolladas por esa población mal llamada “hispana”, que incluye a brasileños y antillanos de diversa ascendencia étnica y demográfica en Europa y África y que sobrepasa los 60 millones de habitantes. La cita de Los Ángeles, ciudad donde el 45% de la población forma parte de esa comunidad, parecía ser el lugar ideal para establecer puentes entre las dos realidades.
   
  Esas identidades “latino-americanas” en Estados Unidos, en el siglo XXI, refutan día con día la representación de las dos Américas como universos radicalmente contrapuestos, incomunicados o enemistados. Ciertas lecturas ontológicas o identitarias de la tradición intelectual latinoamericanista, especialmente inspiradas en ensayos como Ariel (1900) del uruguayo José Enrique Rodó o La raza cósmica (1925) del mexicano José Vasconcelos, y refundidas por el antimperialismo de la Guerra Fría, nutrieron esa visión falsamente antinómica. 

  Para avanzar en una comprensión de la posibilidades de diálogo que culturalmente ofrece la vecindad continental entre Estados Unidos y América Latina valdría la pena regresar a algunas lecturas del poeta y político cubano, José Martí, quien residió 15 años en Nueva York. A fines del siglo XIX, Martí fue uno de los grandes conocedores y, en buena medida, traductores de la realidad norteamericana al lenguaje de América Latina y el Caribe. 

  No sólo leyó, glosó y tradujo a poetas, narradores y filósofos como Walt Whitman, Nathaniel Hawthorne y Ralph Waldo Emerson. También narró la construcción del puente Brooklyn, las ferias de Coney Island y cada una de las cinco elecciones presidenciales que tuvieron lugar en Estados Unidos, entre la de Rutherford Hayes en 1881 y la de Benjamin Harrison en 1893. 

  No siempre se recuerda que, entre los muchos trabajos que desempeñó Martí en Estados Unidos, mayormente dentro del periodismo y la conspiración política a favor de la independencia de Cuba, estuvieron sus misiones como cónsul, en Nueva York, de algunas naciones latinoamericanas: Uruguay a partir de 1887, Paraguay en 1890 y Argentina desde este mismo año. 

  A la vez de su labor diplomática a favor de aquellas naciones latinoamericanas en Nueva York, Martí se convirtió en el principal corresponsal de temas estadounidenses para importantes periódicos de la región como La Nación de Buenos Aires, La Opinión Pública de Montevideo y El Partido Liberal de México. En estos diarios, contó con lujo de detalles los debates de la primera Conferencia Internacional Americana, que tuvo lugar entre octubre de 1889 y abril de 1890, en Washington. 

  Antecedente lejana de las cumbres interamericanas de hoy, a aquella conferencia, diseñada desde la perspectiva panamericanista imperial que le imprimió el Secretario de Estado, James G. Blaine, fueron invitados representantes de Brasil, México, Centroamérica, Suramérica, Haití y Santo Domingo, aunque los de estos últimos países no llegaron por conflictos con Estados Unidos. 

  En vez de regodearse en las ausencias, Martí se centró en las demandas de los representantes “juiciosos” Alberto Nin de Uruguay, Amaral Valente de Brasil, Emilio C. Varas de Chile, Matías Romero, José Yves Limantour y Juan Navarro de México y Manuel Quintana y Roque Sáenz Peña de Argentina. El poeta cubano celebró con elocuencia, sobre todo en intervenciones de mexicanos, chilenos, uruguayos y argentinos, el rechazo al hegemonismo de Blaine, quien intentaba monopolizar un “concierto de naciones soberanas”.

  Al final, la cumbre de Los Ángeles sirvió de poco para avanzar en ese diálogo cultural que recorre la obra escrita de José Martí sobre Estados Unidos. Un diálogo que, en la tercera década del siglo XXI, no puede eludir el crecimiento demográfico de la inmigración latinoamericana en territorio norteamericano. La migración es y seguirá siendo en los próximos años la gran tarea común de todos los estados americanos.

viernes, 20 de mayo de 2022

Cien años de Trilce





Se cumplen cien años de la publicación, en Talleres Tipográficos de la Penitenciaría de Lima, del poemario Trilce de César Vallejo. El libro, escrito durante la prisión del poeta en la cárcel de Trujillo, entre 1920 y 1921, por una falsa acusación de saqueo de una casa, fue financiado por el propio poeta peruano e impreso por reclusos del panóptico de Lima. 

 Con expresiones similares a las de José Martí sobre Versos libres, Vallejo se hizo “responsable” por aquel cuaderno, que sabía herético, lleno de frases coloquiales, neologismos, faltas deliberadas de ortografía, giros escatológicos e imágenes delirantes. Tanto sus palabras sobre Trilce como el prólogo de Antenor Orrego parecían confesiones y disculpas por un pecado de libertad. 

 Orrego, brillante pensador y político peruano, que luego formaría parte del núcleo intelectual del APRA, decía que Vallejo había “destripado los muñecos de la retórica” y había “hecho pedazos todos los alambritos convencionales y mecánicos” de la poética modernista. Con su poesía más “veraz y leal, caliente y cercana de la vida”, Vallejo representaba un caso de “virginidad poética” equivalente al de Walt Whitman en Estados Unidos. 

 El poeta hablaba de cosas de otro mundo como las “calabrinas tesóreas”, las “hialóideas grupadas”, los “mantillos líquidos” y los “bromurados declives”. Sus poemas insertaban frases coloquiales, como “quién hace tanta bulla”, “un poco más de consideración” o “he almorzado solo”, que traspasaban la frontera letrada de la poesía tradicional. 

 Orrego, Luis Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui y otros ensayistas que celebraron el poemario de Vallejo, contra un contingente de críticos escandalizados, estaban convencidos de que con Trilce la vanguardia se instalaba en la poesía latinoamericana, dejando atrás el canon modernista presidido por Rubén Darío. 

 El propio Vallejo sugirió esa ruptura, aunque no aludiendo a Darío sino al poeta simbolista y parnasiano francés Albert Samain. El arranque del poema LV de Trilce decía: “Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza/ Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a cada hebra de cabello perdido”. La muerte, el sexo, la locura y el cuerpo alcanzaban, en aquel cuaderno, una presencia inusitada para la poesía latinoamericana. 

 Era aquella una poesía en la que se encontraban las metáforas más inventivas con retratos de su propia familia o personajes populares de Santiago de Chuco, como Aguedita, Nativa, Miguel o su propia madre, fallecida en 1918, a quien dedica versos entrañables, que hablan del duelo en la memoria de un preso. 

 Poeta de un catolicismo de carne y hueso, revelado en Los heraldos negros (1918), no alcanzaría reconocimiento con el vanguardismo sino con su poesía a favor de la República española en los años 30, y después de su muerte en 1938, con España, aparta de mí este cáliz y Poemas humanos. Trilce no será su cuaderno más leído, pero sí el más estudiado.