García Marruz, junto a su esposo Cintio Vitier y su cuñado Eliseo Diego, casado con su hermana Bella, llegaron a Orígenes desde la revista Clavileño (1942-43), publicación en la que no intervino Lezama y que tenía como figura rectora a Gastón Baquero, otro gran poeta cubano, nacido en 1914. Amigo cercano de Lezama, Baquero se distinguió por una poesía poderosamente visual y fluidamente conversacional, como se lee en “Testamento del pez” (1941), su inmortal homenaje a La Habana, aparecido en el cuarto número de Clavileño.
La poesía de García Marruz, como la de Diego, surge, en los años 40, más endeudada con Baquero que con Lezama. Sus primeros cuadernos, Poemas (1942), Transfiguración de Jesús en el Monte (1947) y Las miradas perdidas (1951), registran una serie entrañable de figuras y escenas, sello personal de su producción lírica posterior: el niño en el parque, la demente en la puerta de la iglesia, el incandescente mediodía habanero.
Fueron constantes aquellos retratos de personajes en la poesía de García Marruz: la muchacha de paseo, las damas decrépitas, las campesinas, los millonarios, Laurita regañando a las flores o Marta de compras. Están también los héroes: Antonio Maceo, Antonio Guiteras, Roque Dalton, el Che Guevara, en una intimidad muy parecida, otra vez, a la de la poesía antiépica de Diego.
En la lista de los héroes que rescataron a Maceo, la poesía de García Marruz se interesó en los anónimos y los pseudónimos, los sin historia, uno que llamaban "Cayuco", otro que llamaban "El Loco". A Guiteras lo imaginó en La Habana de "dril cien" de los 20 y 30 con Capablanca y Kid Chocolate, Abela y Massager. En su poema "Historia" glosaba el himno protestante "Un nítido rayo", que ponía en boca de Frank y Josué País.
Su libro Nociones elementales y algunas elegías, como El diario que a diario de Nicolás Guillén o Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña de Eliseo Diego, fue un ejercicio de trabajo poético con el arte de la edición y la hemerografía. A partir de la revista El Educador Popular, que editaba el anexionista Néstor Ponce de León, amigo de José Martí, en Nueva York, García Marruz convirtió lecciones de gramática inglesa, de física y anatomía del siglo XIX en indicios de escritura poética.
Tan visual llegó a ser la poesía de García Marruz que se volvió cinematográfica, como se observa en sus poemas a Josephine Baker, Isadora Duncan y Lilian Harvey o en su experimental libro Créditos de Charlot, dedicado a Charles Chaplin. Retratos son también Los Rembrandt de L’ Hermitage o sus “versos amigos” o poemas de amistad, como aquel dedicado a Virgilio Piñera, como un “niño-viejo, sentado solito, en el muro del Malecón”.
La ensayística de García Marruz también está hecha de escenas y retratos, para los cuales se requería una especial concentración de la mirada. Ahí están sus grandes estudios sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Alicia Alonso y María Zambrano, que parecen escritos por una pintora. O sus más sesudas lecturas de Cervantes, Góngora y Quevedo; Gracián y Bécquer; Martí, Juan Ramón Jiménez y Lezama.
En dos textos ineludibles, “Lo exterior en la poesía” (1947) y “Hablar de la poesía” (1986), dijo su verdad sobre la escritura: rechazó la pretensión de alcanzar una “poética”, sostuvo que no había realidad sin sueño y cuestionó que “señalar fines a la poesía, no importa su bondad intrínseca, era pretender conocer de antemano los límites y contenidos de un impulso necesariamente oscuro en su raíz”.
En esos ensayos, García Marruz criticó también varias formulaciones exaltadas de políticas literarias, como las de poesía retórica o "palabrera", "pura" o "maldita", "moralista" o "comprometida". Sostuvo que la mejor poesía "vive de silencios" y que, en su caso, sería impensable sin la dimensión católica de la revelación. Una revelación, sin embargo, que como Cristo frente a los discípulos de Emaús, "sólo es reconocible a precio de desaparecer".