No duda en definir como “intento de golpe de Estado” el asalto al Capitolio por grupos de supremacistas blancos, con un rol visible en las bases electorales de Trump. No fue aquello una “insurrección”, como sostiene la clase política bipartidista, en su comprensible defensa del orden institucional de la democracia estadounidense. En la práctica, lo que intentaron hacer los asaltantes fue impedir que el Congreso confirmara la elección de Joe Biden.
Para Snyder eso no puede entenderse sino como amago de perpetuación en el poder.
Lo más terrible, dice el historiador, es que lo que ha sucedido era previsible desde hace cuatro años. Trump no ocultó su simpatía por nuevos autoritarismos como los de Vladimir Putin en Rusia, Recep Tayyip Erdogan en Turquía o Rodrigo Duterte en Filipinas. Su tendencia a doblegar las instituciones se manifestó lo mismo en la relación con las dos cámaras del congreso que con la Corte Suprema. Desde un inicio, dejó claro que controlar políticamente ambos poderes, para limitar su función de contrapesos, era su prioridad.
Snyder es un historiador político que no descuida la dimensión social de los conflictos. El desconocimiento de los resultados de la elección presidencial y las constantes acusaciones de fraude, sin pruebas, no cayeron en el vacío. Millones de trumpistas asumieron esas mentiras y las reprodujeron en las redes sociales. ¿Qué significaba esa socialización de la mentira, se pregunta el historiador? Ni más ni menos que una visión excluyente de la sociedad norteamericana, ya que el voto por Trump era entendido como una seña de identidad política de hombres blancos, heterosexuales y cristianos, que sienten amenazada su hegemonía.
Cuando Trump y sus seguidores decían que había que contar únicamente los “votos verdaderos” sugerían una partición del país que evocaba inevitablemente la Guerra de Secesión y las leyes Jim Crow, que a partir de 1876 oficializaron la segregación racial. El desfile de banderas de la confederación, por los salones del Capitolio, escenificó una orientación simbólica bastante extendida en las bases del trumpismo. Decenas de legisladores republicanos, con Ted Cruz y otros a la cabeza, intentaron consumar el golpe por medio de la obstrucción del triunfo de Biden.
Según Snyder no se debe pensar el trumpismo como un fenómeno reducido al líder y una turba de fieles extremistas. El trumpismo es ya un movimiento con un sustrato demográfico bastante extendido, aunque no asimilable a la totalidad de los 74 millones que votaron por Trump. Ese movimiento tiene, también, un pie en el Partido Republicano, pero no puede decirse que todo el partido o la mayoría de su clase política haya sido colonizada por su flanco más reaccionario.
El “abismo americano” es un escenario que no agencian únicamente Trump y sus huestes.
La crisis de la democracia en Estados Unidos tiene orígenes precisos en el agotamiento de una estratificación y hegemonía sociales que ejercen resistencia al multiculturalismo desde los años 90 y que, tras la última crisis económica y la persistencia del patrón neoliberal, potencian el trumpismo. Los enemigos de Estados Unidos quisieran su colapso y alientan el liderazgo de Trump. La salida, dice Snyder, no es otra que una reforma política profunda.