Cuba es un país que ofrece muchas dificultades para ser estudiado desde el espacio de las ciencias sociales latinoamericanas. Esas dificultades son diversas y tienen que ver con el entramado institucional de la isla y sus relaciones culturales y educativas con la región. Pero tienen un trasfondo innegable en el peso de lo afectivo y lo ideológico en la mayoría de los análisis sobre la situación cubana.
Para muchos, Cuba no es un país, sino un mito, cuando no un emblema teológico. Una encarnación del bien o del mal, que aparece en el debate público como modelo o alternativa, no sólo a Estados Unidos o Europa, al imperialismo o a la globalización, sino a toda América Latina y el Caribe. De acuerdo con buena parte de la prensa occidental, especialmente de derecha, Cuba es el origen de todos los males del hemisferio.
Hay, sin embargo, inteligencias que eluden ese torbellino pasional y logran estudiar a Cuba desde la metodología y el lenguaje de las ciencias sociales latinoamericanas. Podría poner varios ejemplos de académicas o académicos, residentes dentro o fuera de la isla, que lo han logrado. Me centraré sólo en uno, el politólogo Juan Valdés Paz.
Valdés Paz pertenece a una brillante generación de marxistas cubanos, que emergió en el centro o la periferia del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana y la revista Pensamiento Crítico en los años 60. En aquella revista fundada por Fernando Martínez, en colaboración con otros intelectuales como Jesús Díaz, Aurelio Alonso y Thalía Fung, y donde se tradujo a marxistas críticos como André Gorz, Louis Althusser, Robin Blackburn y Perry Anderson, se encuentran las lecturas formativas de Valdés Paz.
La obra de este académico, desde que se incorporó al Centro de Estudios sobre América (CEA), en los años 80, ha transitado por rumbos muy conocidos en las ciencias sociales latinoamericanas. Durante un tiempo, Valdés Paz se dedicó al tema del desarrollo rural, cuestión central en una región donde desde mediados de siglo, en buena medida por el impacto del México cardenista y postcardenista, se vivieron diversas experiencias de reforma agraria.
Luego Valdés Paz estudió la “transición socialista” y el “sistema político” de la isla, en sendos libros aparecidos entre los años 90 y 2000. Aquellos trabajos son de referencia obligada para las nuevas generaciones académicas de la isla porque desplazan el análisis del caso cubano a la perspectiva de las instituciones y los actores. En un campo intelectual tan saturado de legitimación ideológica y culto al líder, ese enfoque incrementa su valor.
Su proyecto más reciente es una historia del poder en Cuba, en dos volúmenes, que retoma la línea institucionalista. Valdés Paz entiende por poder “un tipo de relación asimétrica entre individuos o grupos sociales que sirve de soporte a relaciones de subordinación, dominación y explotación establecidas”. Uno de los principales obstáculos para estudiar el poder en Cuba ha sido, justamente, el tópico propagandístico de que en la isla es el pueblo, sin normas ni mediaciones, quien lo detenta.
Este análisis sincrónico y diacrónico de la evolución del poder en Cuba aporta muchas cosas. Pero hay una que merece la mayor atención: su propuesta de periodización histórica. A diferencia de tanto relato histórico, a favor o en contra, que ve la historia contemporánea de Cuba en bloque, bajo conceptos difusos como “Revolución” o “Castrismo”, Valdés Paz la subdivide en cinco periodos: 1959-63, 1964-74, 1975-91, 1992-2008 y 2009-18.
Esta periodización responde, fundamentalmente, a las mutaciones del marco jurídico e institucional, pero también a las relaciones de poder entre el Estado y la sociedad. La evolución del poder en la Revolución Cubana (2019), en dos tomos, editado por la Fundación Rosa Luxemburgo, es una de las mayores contribuciones a los estudios históricos sobre Cuba de los últimos años.