Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 19 de mayo de 2020

Otra periodización de Cuba

Cuba es un país que ofrece muchas dificultades para ser estudiado desde el espacio de las ciencias sociales latinoamericanas. Esas dificultades son diversas y tienen que ver con el entramado institucional de la isla y sus relaciones culturales y educativas con la región. Pero tienen un trasfondo innegable en el peso de lo afectivo y lo ideológico en la mayoría de los análisis sobre la situación cubana.
       Para muchos, Cuba no es un país, sino un mito, cuando no un emblema teológico. Una encarnación del bien o del mal, que aparece en el debate público como modelo o alternativa, no sólo a Estados Unidos o Europa, al imperialismo o a la globalización, sino a toda América Latina y el Caribe. De acuerdo con buena parte de la prensa occidental, especialmente de derecha, Cuba es el origen de todos los males del hemisferio.
       Hay, sin embargo, inteligencias que eluden ese torbellino pasional y logran estudiar a Cuba desde la metodología y el lenguaje de las ciencias sociales latinoamericanas. Podría poner varios ejemplos de académicas o académicos, residentes dentro o fuera de la isla, que lo han logrado. Me centraré sólo en uno, el politólogo Juan Valdés Paz.
       Valdés Paz pertenece a una brillante generación de marxistas cubanos, que emergió en el centro o la periferia del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana y la revista Pensamiento Crítico en los años 60. En aquella revista fundada por Fernando Martínez, en colaboración con otros intelectuales como Jesús Díaz, Aurelio Alonso y Thalía Fung, y donde se tradujo a marxistas críticos como André Gorz, Louis Althusser, Robin Blackburn y Perry Anderson, se encuentran las lecturas formativas de Valdés Paz.
       La obra de este académico, desde que se incorporó al Centro de Estudios sobre América (CEA), en los años 80, ha transitado por rumbos muy conocidos en las ciencias sociales latinoamericanas. Durante un tiempo, Valdés Paz se dedicó al tema del desarrollo rural, cuestión central en una región donde desde mediados de siglo, en buena medida por el impacto del México cardenista y postcardenista, se vivieron diversas experiencias de reforma agraria.
       Luego Valdés Paz estudió la “transición socialista” y el “sistema político” de la isla, en sendos libros aparecidos entre los años 90 y 2000. Aquellos trabajos son de referencia obligada para las nuevas generaciones académicas de la isla porque desplazan el análisis del caso cubano a la perspectiva de las instituciones y los actores. En un campo intelectual tan saturado de legitimación ideológica y culto al líder, ese enfoque incrementa su valor.
       Su proyecto más reciente es una historia del poder en Cuba, en dos volúmenes, que retoma la línea institucionalista. Valdés Paz entiende por poder “un tipo de relación asimétrica entre individuos o grupos sociales que sirve de soporte a relaciones de subordinación, dominación y explotación establecidas”. Uno de los principales obstáculos para estudiar el poder en Cuba ha sido, justamente, el tópico propagandístico de que en la isla es el pueblo, sin normas ni mediaciones, quien lo detenta.
       Este análisis sincrónico y diacrónico de la evolución del poder en Cuba aporta muchas cosas. Pero hay una que merece la mayor atención: su propuesta de periodización histórica. A diferencia de tanto relato histórico, a favor o en contra, que ve la historia contemporánea de Cuba en bloque, bajo conceptos difusos como “Revolución” o “Castrismo”, Valdés Paz la subdivide en cinco periodos: 1959-63, 1964-74, 1975-91, 1992-2008 y 2009-18.
       Esta periodización responde, fundamentalmente, a las mutaciones del marco jurídico e institucional, pero también a las relaciones de poder entre el Estado y la sociedad. La evolución del poder en la Revolución Cubana (2019), en dos tomos, editado por la Fundación Rosa Luxemburgo, es una de las mayores contribuciones a los estudios históricos sobre Cuba de los últimos años.    

miércoles, 13 de mayo de 2020

Pellicer en Jerusalén

Al antisemitismo católico se han dedicado muchos estudios como el de Jean Meyer en La fábula del crimen ritual (2012) y, más recientemente, en su análisis de la revista curial La Civilità Cattolica. Las ramas española y mexicana de aquel antisemitismo también han sido estudiadas. Gonzalo Álvarez Chillida lo hizo para la derecha falangista y franquista, que dominó la península casi todo el siglo XX. En México, Olivia Gall, Daniela Gleizer, Claudio Lomnitz y Pablo Yankelevich, entre otros, han explorado las aristas de un racismo que también tiene que ver con la ideología del mestizaje y el control migratorio.
            Pero como en toda tendencia vale la pena fijarse en las excepciones, en las líneas de quiebre o desvío que se abren, a veces, desde el corazón de una doctrina. Buen ejemplo sería la fascinación con la cultura judía y el resuelto apoyo al proyecto del estado de Israel que plasmó Carlos Pellicer en su obra literaria y diplomática. Un volumen recientemente compilado por el investigador Alberto Enríquez Perea y editado por El Equilibrista, en su colección Pértiga, da cuenta de la pasión judía del poeta tabasqueño.
            Tierra Santa. Invitación al vuelo (2018) recuerda los cuatro viajes de Carlos Pellicer a Israel en 1926, 1927, 1929 y 1966. Los tres primeros, viajes de joven peregrino, y el cuarto, como veterano embajador cultural del México postrevolucionario, invitado por el Instituto Cultural Mexicano-Israelí. Entre 1926 y 1929, Pellicer vivió en París con una beca otorgada por el Secretario de Educación José Manuel Puig Casauranc para realizar “estudios especiales de mecánica”. El tabasqueño aprovechó la estancia para viajar por el Mediterráneo y visitar Egipto y Tierra Santa. Uno de esos viajes fue en compañía de José Vasconcelos y, por lo visto, desde entonces se selló una amistad entre ambos escritores católicos, que sobrevivió a la muerte del segundo en 1959.
            En un poema dedicado a Alfonso Reyes, que lo había recibido en París en 1926, Pellicer contaba la poderosa impresión que le causó Palestina. Por los caminos de Jerusalén decía “haber pedido limosna a los luceros” y haber “callado, orado y llorado” en los mismos olivares, montes y desiertos por los que anduvo Jesús. Ya desde aquel poema, Pellicer establecía una asociación entre Cristo y Bolívar que volverá a aparecer cuarenta años después, en los documentos de su última visita a Jerusalén. Estar en Tierra Santa era, para el poeta, volver sobre la mirada y los pasos de Cristo en el monte Tabor, Nazaret y Cafarnaúm, revisitar cada estación del Viacrucis hacia el Calvario.
            En carta a Vasconcelos, Pellicer dice que en Jerusalén el viajero olvida de donde viene: París, Roma o Florencia. La ciudad sagrada es una patria universal y el repoblamiento judío, que se intensifica, justamente, en la década de 1920, le parece una confirmación de la universalidad de la “más importante de todas las tradiciones históricas del mundo: la tradición judía”. Desde aquellos primeros viajes, Pellicer se hace una idea positiva de la Declaración de Balfour (1917), que alentaba la repatriación de la diáspora hebrea, pero, curiosamente, entiende el nacimiento del Estado de Israel como un acto anticolonial, contra el imperio británico.
            “Mientras haya colonias, mientras haya mandatos tutelares de potencias sobre naciones pequeñas, no habrá relativa paz en el mundo”, dice Pellicer. En su conferencia sobre Israel, en Jerusalén, en 1966, vuelve a repetir que lo mejor de la cultura occidental está ligado a la obra de tres grandes judíos (Marx, Einstein y Freud) y exalta los valores comunitarios del kibutz y el moshav. Recuerda otra vez a su amigo Vasconcelos y a su héroe Bolívar, en una asociación intrigante entre judaísmo y latinoamericanismo. Meses después estallaba la “Guerra de los Seis Días” entre Israel y las naciones árabes. No sabemos qué pensó Pellicer de aquella tragedia, pero podemos imaginarlo.
           
           

martes, 28 de abril de 2020

Después del apocalipsis americano

Lionel Shriver es una escritora cosmopolita, nacida en North Carolina, que gracias al periodismo ha vivido en ciudades tan distintas como Nairobi, Belfast, Bangkok y Londres. Se puede haber vivido siempre en Estados Unidos, como Ray Bradbury o Philip K. Dick, y desarrollar una mirada distópica sobre esa nación. Pero a Shriver la distancia le refuerza una perspectiva orwelliana sobre su país, que es de agradecer en tiempos narcisistas.
         Ya en novelas anteriores como Tenemos que hablar de Kevin (2005), llevada al cine por Lynne Ramsay, o Big Brother (2014), Shriver había dejado entrever una vocación mordaz, que desarmaba el idilio de la familia americana. En su más reciente, Los Mandible. Una familia: 2029-2047 (Anagrama, 2017), la escritora lleva esa vocación al extremo de una perfecta antiutopía americana, que vislumbra los estragos de la pandemia.
         Corre el año 2029 y Estados Unidos es gobernado por un presidente de origen hispano, de apellido Alvarado, como el célebre gobernador de Yucatán en tiempos de la Revolución Mexicana. A Alvarado le toca enfrentar una serie de catástrofes: hackeo total de los servicios de internet por potencias extranjeras, crac financiero, devaluación del dólar y ascendente apreciación del “báncor”, una “falsa divisa artificial”, creada por los “líderes que envidian el poder, el prestigio y el éxito de la gran nación americana”.
         La debacle, en el centenario redondo de la gran depresión de 1929, hace que Estados Unidos se precipite en el Tercer Mundo en unos meses. El “báncor” comienza a desplazar al dólar en las grandes transacciones financieras, la fuga de capitales se desata y, primero las grandes familias ricas del país, y luego la clase media y trabajadora, comienzan a emigrar. Unos a Europa; otros a China o Japón; los más pobres a México y América Latina.
         Es el mundo al revés y algunas familias, como los Mandible, persisten en mantener a flote sus redes afectivas y liturgias civiles, aunque con no pocas restricciones. Confinados en el espacio doméstico, las charlas se han vuelto centralmente económicas. En el desayuno o la cena de lo que se habla es de la caída de la bolsa, la desdolarización, los rastros del Madicaid y el Madicare, el desplome de la Reserva Federal y Wall Street, la hiperinflación y la escasez.
         En una de aquellas reuniones familiares, alguien, medio en broma y medio en serio, sugiere que un negocio lucrativo, a la altura del desastre, sería ofrecer asesorías para la emergencia. Por ejemplo, asesorar a quienes “quieren proteger su carrera de la destrucción del mundo tal como lo conocemos”. Ayudarlos a “elegir fondos mutuos que inviertan con la vista puesta en el Día del Juicio, la inundación de todas las ciudades costeras del planeta, a causa de la subida del nivel mar, la guerra nuclear y una plaga incurable”.
         Dos décadas después de esa segunda y fulminante depresión de 2029, los hijos de aquella generación desgarrada por la ruina y el éxodo comienzan a recuperar algo de lo mucho que perdieron. Algunos logran reconquistar los apartamentos en que nacieron, en Manhattan o East Flatbush, Brooklyn, tras acreditar que cuentan con un empleo solvente. El país ha dado vueltas y vueltas desde 2029: los republicanos se han radicalizado hasta el fascismo y los demócratas hasta el socialismo. En algún momento, ambas corrientes se han vuelto intercambiables.
         La economía empieza a reconfigurarse a partir de cero, luego de que un “nuevo dólar”, revalorizado por el “báncor”, logra estabilizar las finanzas. La nación parece reconstruirse lentamente, pero algo hace sospechar que el riesgo está a la vuelta de la esquina. Entre el tedio y la inseguridad, algunos prefieren emigrar internamente, hacia el Estado Libre de Nevada, que se ha independizado de Washington. Allí el impuesto fijo, en 2064, ha subido a un 11%, pero el mundo está peor: Indonesia ha invadido Australia y Rusia ha anexado Alaska.
          

miércoles, 15 de abril de 2020

Breve teoría del aburrimiento

Se atribuye a Hesíodo la frase de que el “ocio es la mayor de las vergüenzas” y Giacomo Leopardi dejó escrito que el “tedio es la más estéril de las pasiones humanas”. Los dos, Hesíodo y Leopardi, eran poetas y difícilmente podrían comprenderse las culturas de la antigüedad griega y del romanticismo italiano, a las que perteneció cada uno, sin aquello que en la Grecia clásica o la Italia del XIX llamaban “ocio creador”.
         Thorstein Veblen, un importante sociólogo estadounidense que ya nadie lee, escribió un estudio titulado Teoría de la clase ociosa (1899) que, como tantos libros valiosos del pasado siglo, tradujo y editó el Fondo de Cultura Económica. Veblen sostenía lo contrario de Leopardi: el ocio no era estéril sino sumamente útil, sobre todo en la ardua tarea de construir reputaciones sociales. La reputación moderna, según el sociólogo, no se basaba únicamente en el trabajo, sino en la capacidad de consumo y la disposición de tiempo libre de cada quien.
         Ocio y consumo eran, al decir de Veblen, dos formas del derroche. El primero, un derroche de tiempo; el segundo, un derroche de bienes. El ocio, así entendido, no era exactamente lo mismo que el tedio creador, ni lo mismo que el aburrimiento, que se asocia generalmente con la parálisis y la abulia. No es el tedio o el ocio, sino el aburrimiento, el gran mecanismo de control social de las sociedades modernas.
         En una de las pocas cosas que atinó Francis Fukuyama, en su mal leído ensayo El fin de la historia y el último hombre (1992), fue en la sospecha de que un mundo sin revoluciones ni utopías, perpetuamente regido por la democracia liberal, depararía “siglos y siglos de aburrimiento”. Pero no es en Fukuyama o Shopenhauer donde habría que encontrar las más profundas reflexiones sobre el aburrimiento. Es en la novela El legado de Humboldt (1973) de Saul Bellow donde se lee algo cercano a una teoría del hombre aburrido.
         Aquella novela de Bellow contaba la historia de un poeta norteamericano de mediados del siglo XX, Von Humboldt Fleisher, que al morir deja la misma herencia a su viuda y a su discípulo, el escritor y crítico Charles Citrine, narrador de la historia. El legado es un guión que cuenta el triste y solitario final de un escritor de éxito, abandonado por su esposa y su amante, en el momento de mayor reconocimiento literario. La historia del guión de Humboldt se repite en la vida de Citrine.
         Es en aquella desolación que Citrine formula su teoría del aburrimiento. A partir de lecturas de Stendhal, Flaubert y Baudelaire, Citrine llega a la conclusión de que los periodos más duraderos y estables de regímenes absolutistas y totalitarios, como las monarquías borbónicas, el zarismo ruso o los comunismos soviético y chino, se basaron en el aburrimiento de las masas. El terror requería de “edificios aburridos, incomodidades aburridas, supervisión aburrida, burocracia aburrida, prensa insípida, educación insípida, mercancías insípidas y trabajos forzados”.
         Las revoluciones eran, justamente, lo contrario del aburrimiento, lo opuesto del totalitarismo. Una revolución como la francesa  de 1789, en la que Mirabeau y Sade entraban y salían de la cárcel, sin aburrirse, u otra como la rusa de 1917, en la que los artistas construían escaleras al cielo, en forma de espirales, eran la apoteosis del “interés radiante”. Cuando Trotski formuló su teoría de la “revolución permanente”, según Bellow, pronosticaba el aburrimiento futuro.
         Aquel aburrimiento totalitario, agregaba el escritor norteamericano, no estaba desligado de la opulencia, como había advertido Veblen. A partir del valiente libro del marxista yugoslavo Milovan Djilas, La nueva clase (1957), Bellow describía los banquetes nocturnos de doce platos, que daba Stalin en el Kremlin, como el sumun del aburrimiento. Tan aburridos llegaban a estar los subalternos, bromeaba Bellow, que algunos preferían ir al gulag a la mañana siguiente.

viernes, 3 de abril de 2020

El virus y los filósofos

Recordaba Louis Althusser que Lenin declinó una invitación de Máximo Gorki, en Capri, para debatir temas filosóficos con los otzovistas, porque, a juicio del bolchevique, “la filosofía divide mientras la política une”. Althusser cambió la fórmula y sostuvo que no era la política sino la ciencia la que podía unir a los hombres.
         En estos días de pandemia comprobamos que tanto la filosofía como la política dividen. Todos, filósofos y políticos, llaman a la unidad y la solidaridad, a la acción coordinada y fraterna contra una plaga que no distingue entre clases, razas, género o nacionalidad. Pero por debajo del tono salvador, unos y otros usan el virus para hacer avanzar sus teorías o sus prioridades de gobierno u oposición.
         El italiano Giorgio Agamben, autor de clásicos del pensamiento contemporáneo como Homo sacer (1998) y Lo que queda de Auschwitz (2000), ha visto el coronavirus como subterfugio para la normalización del estado de emergencia. El francés Jean-Luc Nancy, amigo de Jacques Derrida, y, como Agamben, pensador de la comunidad y la soberanía, rechazó la lectura del italiano en un texto para el blog Antinomie.
         Pareció a Nancy que Agamben minimizaba la letalidad del Covid-19, que equipara a cualquier gripa. El francés advertía a su colega que aún no existe cura para el coronavirus y aprovechaba para cuestionar la premisa filosófica de la biopolítica. Terció entonces en la polémica otro filósofo italiano, Roberto Esposito, que en su obra dialoga constantemente con ambos, Agamben y Nancy.
         Según Esposito, Nancy carga con prejuicios contra la biopolítica heredados de Foucault y, sobre todo, de Derrida, pero coincide con él en que hay que comprender la pandemia en su especificidad global, sin analogías fáciles con epidemias previas. La plaga es real, no una invención, y las cuarentenas, las restricciones de movimiento y el monitoreo digital de infectados nada tienen que ver con campos de concentración.
         En otra latitud del pensamiento, la neomarxista, el virus también divide. Slavoj Zizek no ve la pandemia como una amenaza que contribuirá a normalizar el estado de excepción sino como un “golpe tipo Kill Bill al capitalismo” que, luego de una reacción nacionalista y xenófoba, despertará el comunismo dormido de la juventud pro Bernie.
         No excluye de ese golpe a ningún capitalismo, el americano o el europeo, el chino o el ruso, con lo cual se coloca más allá de tanto “socialista” latinoamericano que ve a Beijing y Moscú como garantes del bloque bolivariano. En su respuesta a Zizek, el surcoreano afincado en Berlín, Byung-Chul Han, sostiene que no hay que esperar tal revolución viral.
         Han sabe de lo que habla y llama a abandonar esos reflejos apocalípticos y utópicos, que anuncian el desplome del capitalismo. Nada más hay que ver las reacciones de los estados para sospechar que saldremos de esta con más autoritarismo y más capitalismo –esa mezcla es el siglo XXI-, aunque con algunas vueltas a Keynes.
        

miércoles, 25 de marzo de 2020

Los nueve monstruos











Un amigo me recuerda este poema de César Vallejo, en 1937, que alguna vez comentamos aquí a propósito de los equívocos que ha provocado el verso "y crece con la res de Rousseau, con nuestras barbas". No creo que haya otro poema, en nuestra lengua, más apropiado para estos días. Recordemos con Judith Butler que la pandemia no hace desaparecer los otros monstruos -la guerra, la pobreza, el hambre, la desigualdad o las dictaduras-, sino que los aviva y libera:


Los nueve monstruos
Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.
3 de noviembre de 1937
Cesar Vallejo

jueves, 27 de febrero de 2020

Mike Porcel: nobleza y estigma


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Era una leyenda en La Habana de fines de los 80. No el espectro de un pasado lejano sino un mito vivo, alguien de quien se hablaba como si estuviese presente, tan presente que podía tocarse en las frases de sus amigos y amantes. Mis primeros recuerdos de Mike Porcel están en las paredes y los pisos de las casas de Lili Rentería, Adriana Collado, Pavel Urquiza y Rochy Ameneiro. Casas con terrazas y balcones del Vedado, donde el fantasma de Mike se esculpía en humo.
         Se decía que había vivido años en el limbo de ostracismo de quienes solicitaban salida del país y que, finalmente, había logrado escapar. No recuerdo a nadie que lo hubiese conocido, interponiendo algún reparo político. Mariel y el acto de repudio en su contra eran episodios en la biografía de Mike que se referían como eventos incómodos, que no enturbiaban la esencial celebración de su talento y su gracia, de la poco común tersura de sus versos y armonías refinadas.
         Decir Mike Porcel en aquellas noches de casas del Vedado, en los 80, era decir talento y belleza. Se podían rememorar sus clases con Leopoldina Núñez, en Línea, casi frente al Trianón, sus rivalidades con los dedos veloces y precisos de Pedro Luis Ferrer, o sus enamoramientos, siempre nobles y elegantes. Pero, al final, todas las conversaciones desembocaban en el elogio de la perfección y el suave talante de aquel poeta que cantaba.
         Luego conocí a casi todos los trovadores cubanos, desde Silvio Rodríguez y Pablo Milanés hasta Pedro Luis Ferrer y Amaury Pérez, que tanto le debió, y fui amigo de Santiago Feliú, Carlos Varela, Gerardo Alfonso y Frank Delgado. Todos, sin excepción, hablaron siempre con enorme admiración de Mike. Santiago, del que fui muy cercano, tanto en La Habana como en la Ciudad de México, cantó como pocos “Diario”, una de sus composiciones emblemáticas.
         Mike Porcel vive, escribe, compone y canta en Miami desde 1988. Allí está, al alcance de una mano sobre el mar. Un par de jóvenes cineastas de la isla, José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado, decidieron entrevistarlo y componer un retrato suyo. El documental Sueños al pairo (2020) es un homenaje a la medida de aquellas canciones, un viaje a la poética que dio piezas como “Ay del amor”, “Diálogo con un ave”, “No sé que voy a hacer con tu recuerdo” o “En busca de una nueva flor”, canción que Porcel compuso como himno del Festival de la Juventud y los Estudiantes de 1978.
         En el documental de Aparicio y Fraguela hablan sus amigos: Amaury Pérez, Pedro Luis Ferrer, Frank Delgado. Hablan como recuerdo que hablaban en aquellas salas del Vedado en los 80. Con la misma devoción con que lo han cantado Gema Corredera e Ivette Cepeda. Con la misma humildad y ternura que él puso en sus versiones de José Martí, a quien tanto se parece en el amor y en el verso.
         Sueños al pairo rememora también al Mike Porcel fundador del grupo Síntesis con Carlos Alfonso. Su paso, sin vértigo, de la guitarra de cajón a los sintetizadores y las cuerdas eléctricas, de la trova al rock. Se escuchan fragmentos de aquellas orquestaciones suyas que hoy son reliquias o rumores arqueológicos de una sonoridad ya perdida para siempre en los parques del Vedado. El documental rinde homenaje a un territorio de la música cubana que ya comienza a borrarse, como mismo fue borrado un buen pedazo de la música anterior a la Revolución.
         Pero la pieza de Aparicio y Fraguela no cierra los ojos al horror de aquellos años. A las “marchas del pueblo combatiente”, las golpizas en las afueras de la Oficina de Intereses, los discursos de Fidel Castro contra las “actitudes elvispreslianas”, el acto de repudio a Mike y su familia, durante toda una semana, tras haber pedido salida legal del país, y su expulsión del Movimiento de la Nueva Trova, con una carta que se reproduce, creo, por primera vez, y que arranca con la pregunta perversa de su admirado Martí: “¿has soñado tú, alguna vez, con la gloria de los apóstatas?”
         Documentar ese horror le ha valido a estos jóvenes cineastas la censura de la dirección del ICAIC en la más reciente Muestra de Cine Joven. Sueños al pairo deberá sumarse al cada vez más abultado directorio de filmes censurados en los últimos años en Cuba: Seres extravagantes (2004) de Manuel Zayas, Crematorio (2013) de Juan Carlos Cremata, Persona (2014) de Eliécer Jiménez, Santa y Andrés (2016) de Carlos Lechuga, Nadie (2017) de Miguel Coyula, Quiero hacer una película (2018) de Yimit Ramírez.
         ¿Cuál es el motivo de censura? Pueden ser aquellas imágenes de Castro y la represión policíaca de los 70 y 80 que, no por conocidas, dejan de ser perturbadoras. O puede ser, como en Nadie de Coyula, el estigma de un poeta oficialmente declarado “traidor” y “enemigo del pueblo”. En el caso de Porcel, a diferencia del Rafael Alcides de Coyula, un enemigo que es también un exiliado. En ambos la nobleza agranda el estigma.