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Era una leyenda en La Habana de fines de los 80. No el espectro de un
pasado lejano sino un mito vivo, alguien de quien se hablaba como si estuviese
presente, tan presente que podía tocarse en las frases de sus amigos y amantes.
Mis primeros recuerdos de Mike Porcel están en las paredes y los pisos de las
casas de Lili Rentería, Adriana Collado, Pavel Urquiza y Rochy Ameneiro. Casas
con terrazas y balcones del Vedado, donde el fantasma de Mike se esculpía en
humo.
Se decía que había vivido
años en el limbo de ostracismo de quienes solicitaban salida del país y que,
finalmente, había logrado escapar. No recuerdo a nadie que lo hubiese conocido,
interponiendo algún reparo político. Mariel y el acto de repudio en su contra
eran episodios en la biografía de Mike que se referían como eventos incómodos,
que no enturbiaban la esencial celebración de su talento y su gracia, de la poco
común tersura de sus versos y armonías refinadas.
Decir Mike Porcel en aquellas
noches de casas del Vedado, en los 80, era decir talento y belleza. Se podían
rememorar sus clases con Leopoldina Núñez, en Línea, casi frente al Trianón,
sus rivalidades con los dedos veloces y precisos de Pedro Luis Ferrer, o sus
enamoramientos, siempre nobles y elegantes. Pero, al final, todas las
conversaciones desembocaban en el elogio de la perfección y el suave talante de
aquel poeta que cantaba.
Luego conocí a casi todos los
trovadores cubanos, desde Silvio Rodríguez y Pablo Milanés hasta Pedro Luis Ferrer y Amaury Pérez, que tanto le
debió, y fui amigo de Santiago Feliú, Carlos Varela, Gerardo Alfonso y Frank
Delgado. Todos, sin excepción, hablaron siempre con enorme admiración de Mike.
Santiago, del que fui muy cercano, tanto en La Habana como en la Ciudad de
México, cantó como pocos “Diario”, una de sus composiciones emblemáticas.
Mike Porcel vive, escribe,
compone y canta en Miami desde 1988. Allí está, al alcance de una mano sobre el
mar. Un par de jóvenes cineastas de la isla, José Luis Aparicio Ferrera y Fernando
Fraguela Fosado, decidieron entrevistarlo y componer un retrato suyo. El documental Sueños al pairo (2020) es
un homenaje a la medida de aquellas canciones, un viaje a la poética que dio
piezas como “Ay del amor”, “Diálogo con un ave”, “No sé que voy a hacer con tu
recuerdo” o “En busca de una nueva flor”, canción que Porcel compuso como himno
del Festival de la Juventud y los Estudiantes de 1978.
En el documental de Aparicio y
Fraguela hablan sus amigos: Amaury Pérez, Pedro Luis Ferrer, Frank Delgado.
Hablan como recuerdo que hablaban en aquellas salas del Vedado en los 80. Con
la misma devoción con que lo han cantado Gema Corredera e Ivette Cepeda. Con la
misma humildad y ternura que él puso en sus versiones de José Martí, a quien
tanto se parece en el amor y en el verso.
Sueños al pairo rememora también al Mike Porcel fundador del grupo Síntesis con Carlos Alfonso. Su paso,
sin vértigo, de la guitarra de cajón a los sintetizadores y las cuerdas eléctricas,
de la trova al rock. Se escuchan fragmentos de aquellas orquestaciones suyas que
hoy son reliquias o rumores arqueológicos de una sonoridad ya perdida para
siempre en los parques del Vedado. El documental rinde homenaje a un territorio
de la música cubana que ya comienza a borrarse, como mismo fue borrado un buen
pedazo de la música anterior a la Revolución.
Pero la pieza de Aparicio y
Fraguela no cierra los ojos al horror de aquellos años. A las “marchas del
pueblo combatiente”, las golpizas en las afueras de la Oficina de Intereses,
los discursos de Fidel Castro contra las “actitudes elvispreslianas”, el acto
de repudio a Mike y su familia, durante toda una semana, tras haber pedido
salida legal del país, y su expulsión del Movimiento de la Nueva Trova, con una
carta que se reproduce, creo, por primera vez, y que arranca con la pregunta
perversa de su admirado Martí: “¿has soñado tú, alguna vez, con la gloria de
los apóstatas?”
Documentar ese horror le ha
valido a estos jóvenes cineastas la censura de la dirección del ICAIC en la más
reciente Muestra de Cine Joven. Sueños al
pairo deberá sumarse al cada vez más
abultado directorio de filmes censurados en los últimos años en Cuba: Seres extravagantes (2004) de Manuel
Zayas, Crematorio (2013) de Juan
Carlos Cremata, Persona (2014) de
Eliécer Jiménez, Santa y Andrés (2016)
de Carlos Lechuga, Nadie (2017) de
Miguel Coyula, Quiero hacer una película (2018)
de Yimit Ramírez.
¿Cuál es el motivo de
censura? Pueden ser aquellas imágenes de Castro y la represión policíaca de los
70 y 80 que, no por conocidas, dejan de ser perturbadoras. O puede ser, como en
Nadie de Coyula, el estigma de un
poeta oficialmente declarado “traidor” y “enemigo del pueblo”. En el caso de
Porcel, a diferencia del Rafael Alcides de Coyula, un enemigo que es también un
exiliado. En ambos la nobleza agranda el estigma.