Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

viernes, 3 de enero de 2020

La postguerra de Javier Cercas


El escritor español Javier Cercas ha dedicado buena parte de su obra literaria a narrar la guerra civil que dividió la península ibérica en los años 30. En novelas como Soldados de Salamina, La velocidad de la luz, Anatomía de un instante, El impostor o El monarca de las sombras, la Segunda República, la guerra y el franquismo son realidades que dan cuerpo a la ficción o que se apoderan de la memoria de los personajes.
         Ya en Las leyes de la frontera percibíamos un escape a aquel vasallaje de la historia, pero ahora, en Terra Alta, el abandono de ese archivo temático se hace explícito. La acción tiene lugar en fechas recientes, los meses que siguieron a los atentados islamistas en Barcelona y Cambrils en 2017, en los alrededores de Terra Alta y Gandesa, provincia de Tarragona. Por esa zona desemboca el Ebro y sucedió la famosa batalla en que se enfrentaron encarnizadamente las tropas republicanas y nacionalistas.
         Varios personajes de Terra Alta aluden con frecuencia a la batalla del Ebro. Uno de los personajes dice que en esa zona de Cataluña pareciera “como si en los últimos ochenta años no hubiera pasado nada”. Y otra responde: “Aquí, más tarde o más temprano, todo se explica por la guerra…. De todos modos, de lo que la gente habla en realidad, si te fijas, no es de la guerra. Es de la batalla del Ebro. Son dos cosas distintas. La batalla duró cuatro meses, la guerra duró tres años. La batalla fue un horror, pero tuvo cierta dignidad”.
         Quien esto afirma es una bibliotecaria por cuya voz habla, en buena medida, el narrador. El curso y desenlace de la batalla del Ebro sintetizan la guerra civil a la perfección. La eficaz ofensiva de Rojo, la heroica resistencia de Líster y la acción de las Brigadas Internacionales simbolizan la fuerza militar y política del bando republicano. Olga, la bibliotecaria de Terra Alta, lo vuelve a decir: “la batalla la hizo gente de medio mundo… Pero el resto de la guerra fue un horror a palo seco, un espanto sin paliativo”.
         Los combates en el Ebro catalán, en el verano de 1938, marcaron la internacionalización de la guerra, el Pacto de Munich, el retraimiento de Gran Bretaña y Francia y la retirada de las Brigadas Internacionales. La balanza internacional se inclinó hacia un lado, pero la causa republicana no dejó de ser intensamente popular en esa zona. El resto, dicen los personajes de Cercas, es historia y, sobre todo, curiosidad de turistas, como si intentaran cerrar una herida.
         Terra Alta sucede en el escenario de aquel conflicto, pero cuenta una historia plenamente contemporánea. Lo que sucede en esta ficción tiene que ver con el asesinato de una pareja de ancianos empresarios, fraguado por el yerno ambicioso de la familia, pero también con feminicidios y atentados terroristas. Lo que aquí se narra es el mundo de la nueva violencia del siglo XXI: una violencia tan letal como la de las guerras civiles, pero de la que difícilmente puede salir una literatura épica.
         Y, sin embargo, Terra Alta está concebida como un homenaje a la gran narrativa romántica del siglo XIX, especialmente, a Los Miserables de Victor Hugo. El protagonista, un joven criminal que se hace policía, se identifica, no con Jean Valjean, sino con el inspector Javert, a pesar de poner a su hija el nombre de Cosette. Javert, dice, es un “falso malo”, obsesionado con la justicia. A la teología conservadora del Opus Dei empresarial, Cercas opone la teología justiciera del joven delincuente redimido como policía.
         Como otras novelas de Javier Cercas, Terra Alta es una ficción sobre el arte de la escritura narrativa. Pero da la impresión de que aquí no interesa tanto la frontera entre la historia y la ficción, la realidad y la novela, como la dificultad de hacer del arte narrativo un testimonio de la violencia del siglo XXI. Parece habernos tocado, a los habitantes de estos tiempos, un tipo de violencia de la que es imposible derivar algo dignificante como la vieja batalla del Ebro.
         La guerra civil vuelve a asomar la cabeza, como un monstruo inevitable, hacia el final de la novela. A través del personaje de Daniel Armengol, un empresario de origen español exiliado en México, cuyo padre republicano había sido asesinado por un joven franquista de su pueblo, Cercas reasume el dilema central de su narrativa: los duelos de la memoria. Sin embargo, en Terra Alta ese dilema no deja de ser lateral y sirve al narrador, en buena medida, como confirmación de que aunque sean otros los dispositivos de la violencia, en el siglo XXI las paradojas de la justicia siguen siendo las mismas de la época de Victor Hugo. 
  

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Múgica o la promesa


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Promesa es un concepto de larga data en la tradición teológica y jurídica. En la historia de las naciones hay eventos que cifran la posibilidad frustrada de un devenir virtuoso. La muerte de un líder, una decisión errónea, un desastre natural o una guerra indeseada son, con frecuencia, origen de una visión traumática de la historia que suele ser más importante de lo que se cree en el día a día de los países.
         Edmundo O’Gorman definió el “trauma de la historia” de México como el dilema de escoger entre dos destinos, el angloamericano o el iberoamericano -equivocadamente asimilados al “liberalismo” y al “conservadurismo”-, que no se avenían plenamente con su “ser nacional”. En esa búsqueda el país debió enfrentarse a catástrofes, como la guerra de 1845 a 1847 contra Estados Unidos o la intervención francesa de 1862 a 1867, que asentaron el trauma en la imagen del pasado.
         Hay, sin embargo, variantes más específicas del trauma que informan una idea sacrificial o trágica de la historia. Los grandes magnicidios de la Revolución Mexicana, el de Francisco I. Madero en 1913 o el de Emiliano Zapata en 1919, fueron sucesos que, según muchos, interrumpían bruscamente el curso de la historia. Poderosas corrientes revolucionarias, como el constitucionalismo carrancista o el agrarismo zapatista, se articularon en torno al rescate de legados que intentaban ser borrados por el crimen y la traición.
         Hay traumas todavía más sutiles, pero que igualmente desembocan en alguna forma del tópico de la Revolución “frustrada” o “interrumpida”. Uno de ellos es el de la sucesión presidencial tras el sexenio de Lázaro Cárdenas en 1940, favorable a Manuel Ávila Camacho y no a Francisco J. Múgica, el legendario político michoacano, percibido como relevo natural del cardenismo. La  reciente biografía del general y constituyente michoacano de Anna Ribera Carbó, en el Fondo de Cultura Económica, que lleva por subtítulo “El presidente que no tuvimos”, ofrece, a mi juicio, la más completa explicación de aquella promesa incumplida.
         Entre 1938 y 1939, cuando se perfila dentro del PRM la candidatura de Múgica, junto con las de los también generales Manuel Ávila Camacho y Rafael Sánchez Tapia, México vivía uno de los momentos más reverberantes de su historia. El petróleo se había nacionalizado, la reforma agraria, la educación socialista y las mejoras obreras cardenistas avanzaban a toda velocidad, León Trotski y los republicanos españoles recibían asilo y el mundo se precipitaba hacia la guerra con la invasión nazi de Checoslovaquia.
         Anna Ribera sostiene que, más que una inclinación originaria de Cárdenas por Ávila Camacho, fue la poderosa reacción contra la candidatura de Múgica el factor decisivo de la sucesión presidencial en 1940. En aquella reacción convergieron el sector más burocrático del PRM, el empresariado y la embajada de Estados Unidos, Vicente Lombardo Toledano y la CTM, el PAN, el PCM y el general Juan Andreu Almazán, que también lanzó su candidatura.
         El historiador checo Jan Bazant sostenía que León Trotski también había respaldado a Ávila Camacho, para mantenerse en buenos términos con el PRM. Pero Ribera Carbó cuenta que al decantarse los comunistas, la CTM y Lombardo por el candidato oficial, los grupos estalinistas y prosoviéticos agregaron, a tantas otras, la acusación de que Trotski apoyaba a Múgica y que éste era el candidato de la IV Internacional.
         Bajo tal presión, Múgica renunció a su candidatura en julio del 39, pero lanzó un “Manifiesto al pueblo”, donde hizo críticas muy severas al PRM y al PCM, en un tono antiburocrático que recuerda mucho al lenguaje trotskista. Rescata la historiadora la anécdota de un encuentro entre Cárdenas y Múgica en Baja California, en 1942, donde el segundo era gobernador, en que el primero preguntó qué habría sido de ellos sin la Revolución. A lo que Múgica respondió: “Usted, tejedor de rebozos, y yo, maestro rural”.   
            

lunes, 9 de diciembre de 2019

Margo en Twitter


Hace un par de días escuché la entrevista radial que hicieron, desde la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Gabriela Warkentin y Javier Risco a la escritora Margo Glantz (Ciudad de México, 1930). Decía Margo que ya estaba tan habituada a escribir un tuit cada mañana, que cuando no lo hacía, sospechaba que algo andaba mal.  Repitió la escritora, en la conversación, algo que le leí en su espléndido volumen Y por mirarlo todo, nada veía (2018), que editó hace algunos meses Sexto Piso.
         Cuenta ahí Glantz que hace una década, cuando se produjeron las revoluciones de la Primavera Árabe, entre 2010 y 2013, le impresionó descubrir que las redes sociales y, especialmente, Twitter, podían movilizar tan arrolladoramente a una juventud que muchos creían despolitizada. Su fascinación inicial ante el hallazgo del poder de las redes sociales poco a poco fue cediendo a una vigilancia frente al aplanamiento ideológico que producen las nuevas tecnologías.
         Era algo que se advertía desde fines del siglo pasado con la globalización mediática, pero que ahora con las redes sociales llega al extremo. Cualquier evento se convierte en noticia en fracciones de segundos y la horizontalidad del internet achata la historia, poniendo al mismo nivel una masacre en África y un divorcio de estrellas de Hollywood. Los afectos y las emociones se distribuyen parejamente en un arco noticioso que va de la frivolidad al genocidio.
         El encuentro de Margo Glantz con Twitter vino a reafirmar la afición de esta narradora y ensayista mexicana por la escritura fragmentaria y fugitiva. Esa ruta, que se lee en las prosas viajeras y memoriosas de Coronada de moscas (2012), Yo también me acuerdo (2014) y otros textos suyos, y que se reconoce, también, en su gusto por Walter Benjamin , Maurice Blanchot, Emil Cioran o Augusto Monterroso, ha desembocado naturalmente en una Glantz tuitera.
         Los tuits de Margo, a diferencia de los de la mayoría de los tuiteros, no aprovechan los 140 o los 280 caracteres. Sus extensiones no están determinadas por el límite que traza la red social para moderar una conversación irreductible. Los tuits de Glantz tienen una extensión poética y, a la vez, aforística. Sus reglas no son las de la moderación mediática sino las del discurso literario.
         Y, sin embargo, ese uso literario de la red social persigue un objetivo político evidente: desafiar el aplanamiento de los sucesos en la globalización mediática. La plasmación de un sentido literario en el tuit es una protesta contra la indistinción moral y política que genera la mediatización del evento en la globalización. Una pausa obligada o un desvío necesario de la corriente que nos arrastra.
La red social se vuelve medio de la literatura y el tuit género literario en la escritura más reciente de Glantz. Las fronteras de la expresión oral y escrita se confunden con los silencios del tuit, como se lee en algunos colgados en esa red social en las últimas semanas. A modo de antología, reproduzco varios al azar. No sé ustedes, pero yo leo aquí literatura, de la mejor que se escribe en México en estos días:
        

“¿Tuitear equivaldrá a tomarle el pulso a la realidad?

Lo sentimos, el número que marcó no existe.

La adicción viaja en tranvía.

A veces se filtran tuits que yo no he escrito.

Me está fallando la visión: me acuerdo de Tiresias y también de Edipo.

Las cataratas son imprevisibles.

Placer del tuit texto.

¿Qué querrá decir cuando leo: países peligrosos de visitar: "México. moderado pero alto"?

Tuitsfasia.

Descubro de repente que por disléxica en lugar de decir gracias , escribo garcías.

La dislexia no engancha, la procrastinación si.

La filantropía es una de las máximas hipocresías del neoliberalismo.

Un espectacular desmiente a Descartes en Guadalajara: vive y no sólo existas.

Pasa que el tiempo pasa y parece que no pasa: conversación plana como decía T. Monterroso.

No hay atajos, sentencia mi cell: esa herida absurda que es la vida”.


lunes, 18 de noviembre de 2019

Mañach y las aceras y azoteas de La Habana



Alejo Carpentier describió las columnas de La Habana, pero antes que él, Jorge Mañach se fijó en las aceras y azoteas de la ciudad. En sus Estampas de San Cristóbal (1926), un temprano libro ilustrado por Rafael Blanco, hay un breve texto dedicado a esos espacios como borde último o fronteras de las casas habaneras. Aceras y azoteas eran, según Mañach, dos exteriores muy distintos: en las primeras se establecía el contacto entre el interior y la calle, en las segundas se reproducía un interior del interior, un mundo secreto al aire libre.
Las aceras eran lugares horizontales desde donde el transeúnte divisaba los bajos de las casas: "la sala con su juego enfundado, el piano, los cuadros de flores". Un poco más allá: "la saleta, con sus inevitables sillones de mimbre y el teléfono". Agregaba Mañach que "invariablemente, la mampara de las saletas habaneras estaba abierta" y, "por el vano se descubre" la alcoba conyugal. Siempre, por la otra puerta de la saleta, se veía "el patio, bajo el abanico multicolor del arco de medio punto".
Las azoteas eran, en cambio, la frontera vertical de las casas. Allí predominaba la lógica de lo abierto, frente a la de lo entreabierto de las aceras. Las azoteas habaneras eran "belvederes maravillosos sobre la rutina y aventura ajenas, celestinas de nuestro aburrimiento, peldaños del cielo". Desde las azoteas de La Habana, según Mañach, podían tocarse las nubes y el "arrebato lírico del crepúsculo". En las azoteas, concluía, también "se ve", pero se ve lo que se oculta en las aceras: "el envés de los biombos", "los extremos de las camas", los "besos pospuestos", "las matas regadas tres veces" y la "ropa lavada en casa".