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En una entrevista
de 1978, Marta Harnecker recordaba que su encuentro con el marxismo se produjo
en París, en 1964, cuando recién llegada de Chile, donde era dirigente de la
Acción Católica Universitaria de Santiago, comenzó a tomar clases con Louis
Althusser en la Escuela Normal Superior. De aquel contacto salió el más exitoso
manual de marxismo-leninismo en América Latina: Los conceptos elementales del materialismo histórico (1968).
La muerte de Harnecker motiva este
apunte sobre el éxito de la ortodoxia en la izquierda latinoamericana. Pero los
orígenes del manual de Harnecker no tienen que ver con la ortodoxia. La primera
edición de su libro, en 1968, prologada por Althusser, no disimulaba el interés
en ofrecer un manual alternativo a los que los soviéticos difundían en el
mundo. El primer exergo del libro era de Mao Tse Tung y postulaba la necesidad
de una “teoría de la historia” para cualquier movimiento revolucionario.
Althusser, por su parte, insistía en agregar a la rusa la Revolución china como
modelos del cambio revolucionario en el siglo XX.
El estructuralismo y el maoísmo que
circulaban en torno al mayo francés se respiraban en la versión original del
texto. La bibliografía prescindía rigurosamente de autores soviéticos y, en
muchos capítulos, antes que Marx, Engels o Lenin, aparecían citados el propio
Althusser o su colega Étienne Balibar. Esa manera de organizar las fuentes
resultaba herética al marxismo-leninismo ortodoxo de los partidos comunistas,
leales a Moscú, y, a la vez, ponía énfasis en la importancia de la ideología o
las llamadas “condiciones subjetivas” de la Revolución, un tema que
tradicionalmente había interesado a la izquierda occidental.
Cuando el texto de Harnecker viajó a
América Latina y comenzó a ser editado y reeditado en Siglo XXI fue perdiendo,
gradualmente, su maoísmo y estructuralismo originarios. Inicialmente, el manual
circuló entre las juventudes universitarias y guerrilleras, para las que fue
deliberadamente escrito, formando parte de las lecturas básicas de la Nueva
Izquierda guevarista. Sin embargo, ya en los 70, con el involucramiento de la
propia Harnecker en la defensa de Salvador Allende y Unidad Popular en Chile y,
luego, de la institucionalización del socialismo cubano, el texto cambió
considerablemente.
En otro libro de Harnecker, Cuba, ¿dictadura o democracia? (1975),
también editado en Siglo XXI, se defendía aquella institucionalización sin
mencionar a un solo autor soviético. La réplica cubana del orden constitucional
estalinista era presentada como una “democracia popular”, el mismo término que
se usaba en los países de Europa del Este, pero como si se tratara de un
proceso político totalmente autónomo y, de hecho, desconectado de la Guerra
Fría y el campo socialista. Eso explica que el mensaje de los libros de
Harnecker tuviera tanta recepción en América Latina y, a la vez, muy poca
resonancia en Cuba.
Aunque casada con el comandante
Manuel Piñeiro, figura central de la estrategia de La Habana hacia América
Latina, Harnecker era una autora que circulaba muy precariamente en las
ciencias sociales cubanas. La enseñanza de la filosofía marxista en Cuba, tras
el cierre de la revista Pensamiento
Crítico y la disolución del grupo de profesores que la editaba en la
Universidad de La Habana, se aferró al paradigma soviético hasta bien entrados
los años 90. Allí Harnecker, defensora de la ortodoxia por otras vías, no era
pedagógicamente útil.
Sin embargo, luego de la trágica
experiencia chilena, la asesoría que dio Marta Harnecker a otros proyectos de
la izquierda latinoamericana no puede definirse sino como exitosa. Su apoyo
irrestricto a Daniel Ortega y el sandinismo en Nicaragua, a Fidel y Raúl Castro
en Cuba y a Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, así lo confirma. Esas
tres izquierdas, las más autoritarias de la región, permanecen en el poder.