Libros del crepúsculo
martes, 18 de julio de 2017
Del marxismo al reformismo: ideólogos contra economistas
No conozco a un buen economista, formado en Cuba entre los años 60 y 90, que hoy no sea reformista. Todos, de mayor o menor cercanía con el gobierno y el partido -José Luis Rodríguez y Osvaldo Martínez, Omar Everleny y Juan Triana, Pedro Monreal y Julio Carranza, Mauricio de Miranda y Pavel Vidal...- han defendido en los últimos años las reformas económicas en curso y la mayoría de ellos ha demandado mayor velocidad y profundidad a las mismas. Todos, en resumidas cuentas, son partidarios de la incorporación de elementos del mercado en la economía planificada y de la dilatación del sector no estatal.
En el último año, en un deja vu que a algunos remitirá a 1996, cuando el cierre del CEA, a otros a 1986, cuando la defenestración de Humberto Pérez, presidente de la Junta Central de Planificación, y el inicio de la llamada Rectificación de errores y tendencias negativas, y a otros más, a 1971, cuando se clausuró la revista Pensamiento Crítico, la arremetida retórica contra la apertura al mercado y contra el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, ha vuelto a evidenciar una pugna histórica y, por lo visto, irreductible dentro de las élites cubanas.
Algo que confirma esta enésima ofensiva oficial contra la heterodoxia, en Cuba, es que mientras más seriamente marxista es el pensamiento del intelectual, mayores posibilidades tiene de transitar hacia el reformismo. Hubo siempre un reformismo latente en economistas del periodo soviético en Cuba, como Carlos Rafael Rodríguez, y ese talante lo heredaron sus continuadores en el aparato técnico de administración del Estado, como Humberto Pérez. Con motivo de la cruzada contra el centrismo, en los últimos meses, éste último ha tenido dos intervenciones que habrá que archivar.
Una de ellas fue su participación en el lanzamiento de un número de la revista Temas, dedicado a la reconfiguración del sector público en Cuba -sugiriendo desde el título una distinción entre sector público y sector estatal, que ya es, de por sí, un indicio de cambio a nivel discursivo-, y la otra, un post suyo que colgó Silvio Rodríguez en su blog Segunda Cita. La reaparición de Humberto Pérez en la esfera pública cubana, con un posicionamiento de respaldo a la profundización de las reformas en Cuba, es otra confirmación de que es más fácil el diálogo entre marxistas y liberales que entre nacionalistas y demócratas. Sobre todo, si esos nacionalistas son marxistas-leninistas ortodoxos que, luego del colapso de la Unión Soviética, transfirieron el objeto de su fe, dejando los dogmas intactos.
domingo, 16 de julio de 2017
La campaña contra Cuba Posible y el manual del anticentrismo
Sus artífices le llaman "debate de ideas", pero a todas luces se trata de una campaña de descalificación contra toda la gama heterogénea del reformismo socialista en la isla. Ha ido tomando forma en el último año, luego de que el VII Congreso del PCC definiera como "perniciosa" y "dañina" la política de Obama hacia Cuba. Se puede leer en publicaciones oficiales, como Cubadebate, la página electrónica del partido único, o en La Pupila Insomne, el blog de Iroel Sánchez, y ya cuenta con su propio "manual" -el término es de Silvio Rodríguez-, un libro electrónico, titulado El centrismo en Cuba. Otra vuelta de tuerca hacia el capitalismo (2017).
Sus autores -Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Manuel Henriquez Lagarde, Emilio Ichikawa, Carlos Luque Zayas Bazán, Elier Ramírez Cañedo, Raúl Capote, Javier Gómez Sánchez...-, son expertos en este tipo de ofensivas mediáticas. Algunos de ellos, los mayores, llevan fácil más de treinta años en esos menesteres. Han perfeccionado el método y han obtenido ganancias: condecoraciones, dirección de instituciones y acceso directo a los medios oficiales de comunicación: los impresos, los electrónicos, Granma y Cubadebate, la Televisión Nacional y la red de blogs gubernamentales.
El extremismo es rentable en Cuba: su ejercicio no sólo produce privilegios y prebendas sino que, en términos políticos, es eficaz. Tomemos, por ejemplo, dos campañas similares, previas a la que ahora mismo se emprende contra Cuba Posible: la que se dirigió contra la revista Encuentro de la cultura cubana, más o menos entre 1996 y 2006, y la que atacó obsesivamente el prestigio de Yoani Sánchez, sobre todo, a fines de la década pasada y principios de la actual.
Tiene sentido relacionar las tres campañas porque algunos de sus portavoces, como Iroel Sánchez, Enrique Ubieta y Emilio Ichikawa, establecen una continuidad explícita entre dichos proyectos, lo cual es extraño si se constata la diversidad de posiciones que hay, digamos, entre dos subsistencias de Encuentro, como Diario de Cuba y Cubaencuentro, y entre esos dos espacios y 14 y medio, por una parte, y Cuba Posible, por otra. Comprensible genealogía en los casos de Sánchez y Ubieta, que fueron enemigos acérrimos de Encuentro desde antes de que la revista surgiera, pero menos en el de Ichikawa, quien nunca, desde que comenzó a colaborar en Encuentro, todavía residiendo en la isla, hasta el número 43, de principios de 2007 -donde aparece, creo, su último artículo- expresó malestar por el "centrismo" o por el financiamiento de la publicación.
Pero vale la pena repasar la historia de las tres campañas para comprobar su eficacia. La persistente descalificación de Encuentro partió de la repetición ad nauseam de que como contaba, entre muchos otros que nunca se citaban, con financiamiento de la National Endowment for Democracy (NED), que era, según la dudosa fuente de un artículo de opinión del New York Times, "una pantalla de la CIA" -como si no se tratara de dos instituciones muy diferentes o como si a estas alturas de la post-Guerra Fría la CIA necesitase de pantallas-, la publicación, a pesar de su probada apuesta por el diálogo entre los creadores de la isla y de la diáspora, por la reconciliación nacional y la transición gradual y pacífica a una democracia soberanamente construida, seguía los objetivos de "derrocamiento" o "cambio violento" de régimen o "terrorismo mediático" del gobierno de Estados Unidos.
A Encuentro, recordemos, se le dedicó el manual Encuentros, desencuentros, reconocimiento y autorreconocimiento (2000), editado por la UNEAC y firmado por Juan Antonio García Miranda, donde se nos acusaba de "hacer llamados a la violencia", y varios dossiers en La Jiribilla, donde descaracterizaban a su director Jesús Díaz o a Raúl Rivero, a quien encarcelaron en la primavera de 2003 por, entre otras cosas, colaborar en nuestra revista. También se expulsó a Antonio José Ponte de la UNEAC por la misma razón, generando un clima de desconfianza y persecución contra los muchos colaboradores de la publicación dentro de la isla. En eso, en el quiebre de la red de la revista, dentro del campo intelectual insular, la campaña anti-Encuentro fue eficaz. Como muy poco después, también sería eficaz la estigmatización de Yoani Sánchez, sobre todo, dentro de la isla pero también en círculos de la izquierda iberoamericana.
La campaña contra Cuba Posible busca lo mismo: interferir y obstruir la interlocución, en este caso, de un grupo intelectual de la sociedad civil con la ciudadanía de la isla, con la franja aperturista del funcionariado y con sectores, sobre todo, de la izquierda global, que sienten simpatía por el reformismo socialista. Por eso, aunque los autores del manual anticentrista refieren con insistencia el protagonismo de Cuba Posible dentro del reformismo socialista, se cuidan de atribuir el significado de centrismo a todos los actores críticos, autónomos o semi-autónomos de la sociedad civil cubana y, también, a fenómenos del liberalismo o la socialdemocracia globales, como el PSOE en España o el gobierno demócrata de Barack Obama en Estados Unidos.
Los autores del panfleto El centrismo en Cuba (2017) atacan, fundamentalmente, un fenómeno ideológico, al que inventan una identidad falsa. Desde la anacrónica comparación con el autonomismo en el siglo XIX -que en la página de Cuba Posible, por ejemplo, es un referente menos sólido que Félix Varela o José Martí- propuesta por Elier Ramírez Cañedo, hasta la imaginaria orientación socialdemócrata o de "tercera vía", que le endilga Enrique Ubieta y que se deshace a la luz, por ejemplo, de las distintas aproximaciones al republicanismo, el populismo latinoamericano o el socialismo democrático, que hemos leído en las colaboraciones e interesantes dossiers coordinados por Julio César Guanche.
Esa mezcla de distorsión ideológica y caricatura política se hace acompañar del monstruo del financiamiento externo, especialmente de la Open Society Foundation y George Soros, que funciona, como los premios de Yoani Sánchez o la NED para Encuentro -y para Diario de Cuba y Cubaencuentro, todavía hoy-, como la prueba concluyente de la "contrarrevolución" y la "traición". ¿Será eficaz esta campaña, como las dos anteriores? Seguramente sí, pero no habría que olvidar que esa eficacia estrictamente política se ve siempre contrarrestada por la mediocridad intelectual que la sostiene.
Si de ideas se trata, ya Cuba Posible tiene asegurado un lugar de consulta para quienes se tomen en serio el proceso de cambio económico y social en Cuba, en la segunda década del siglo XXI. La revista Encuentro de la cultura cubana es hoy estudiada en algunas de las mejores universidades del mundo como una publicación que contribuyó, como pocas, a reintegrar el fracturado campo intelectual cubano a fines del siglo XX. Con Cuba Posible, al igual que con Cuban Studies, Temas o La Gaceta de Cuba, sucederá lo mismo: son archivos ineludibles de la cultura cubana. Muy pocos, en cambio, recordarán los panfletos de Ubieta, Sánchez, Lagarde y Cía, que sólo serán de utilidad a la hora de documentar la historia de la censura y la exclusión en Cuba.
Sus autores -Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Manuel Henriquez Lagarde, Emilio Ichikawa, Carlos Luque Zayas Bazán, Elier Ramírez Cañedo, Raúl Capote, Javier Gómez Sánchez...-, son expertos en este tipo de ofensivas mediáticas. Algunos de ellos, los mayores, llevan fácil más de treinta años en esos menesteres. Han perfeccionado el método y han obtenido ganancias: condecoraciones, dirección de instituciones y acceso directo a los medios oficiales de comunicación: los impresos, los electrónicos, Granma y Cubadebate, la Televisión Nacional y la red de blogs gubernamentales.
El extremismo es rentable en Cuba: su ejercicio no sólo produce privilegios y prebendas sino que, en términos políticos, es eficaz. Tomemos, por ejemplo, dos campañas similares, previas a la que ahora mismo se emprende contra Cuba Posible: la que se dirigió contra la revista Encuentro de la cultura cubana, más o menos entre 1996 y 2006, y la que atacó obsesivamente el prestigio de Yoani Sánchez, sobre todo, a fines de la década pasada y principios de la actual.
Tiene sentido relacionar las tres campañas porque algunos de sus portavoces, como Iroel Sánchez, Enrique Ubieta y Emilio Ichikawa, establecen una continuidad explícita entre dichos proyectos, lo cual es extraño si se constata la diversidad de posiciones que hay, digamos, entre dos subsistencias de Encuentro, como Diario de Cuba y Cubaencuentro, y entre esos dos espacios y 14 y medio, por una parte, y Cuba Posible, por otra. Comprensible genealogía en los casos de Sánchez y Ubieta, que fueron enemigos acérrimos de Encuentro desde antes de que la revista surgiera, pero menos en el de Ichikawa, quien nunca, desde que comenzó a colaborar en Encuentro, todavía residiendo en la isla, hasta el número 43, de principios de 2007 -donde aparece, creo, su último artículo- expresó malestar por el "centrismo" o por el financiamiento de la publicación.
Pero vale la pena repasar la historia de las tres campañas para comprobar su eficacia. La persistente descalificación de Encuentro partió de la repetición ad nauseam de que como contaba, entre muchos otros que nunca se citaban, con financiamiento de la National Endowment for Democracy (NED), que era, según la dudosa fuente de un artículo de opinión del New York Times, "una pantalla de la CIA" -como si no se tratara de dos instituciones muy diferentes o como si a estas alturas de la post-Guerra Fría la CIA necesitase de pantallas-, la publicación, a pesar de su probada apuesta por el diálogo entre los creadores de la isla y de la diáspora, por la reconciliación nacional y la transición gradual y pacífica a una democracia soberanamente construida, seguía los objetivos de "derrocamiento" o "cambio violento" de régimen o "terrorismo mediático" del gobierno de Estados Unidos.
A Encuentro, recordemos, se le dedicó el manual Encuentros, desencuentros, reconocimiento y autorreconocimiento (2000), editado por la UNEAC y firmado por Juan Antonio García Miranda, donde se nos acusaba de "hacer llamados a la violencia", y varios dossiers en La Jiribilla, donde descaracterizaban a su director Jesús Díaz o a Raúl Rivero, a quien encarcelaron en la primavera de 2003 por, entre otras cosas, colaborar en nuestra revista. También se expulsó a Antonio José Ponte de la UNEAC por la misma razón, generando un clima de desconfianza y persecución contra los muchos colaboradores de la publicación dentro de la isla. En eso, en el quiebre de la red de la revista, dentro del campo intelectual insular, la campaña anti-Encuentro fue eficaz. Como muy poco después, también sería eficaz la estigmatización de Yoani Sánchez, sobre todo, dentro de la isla pero también en círculos de la izquierda iberoamericana.
La campaña contra Cuba Posible busca lo mismo: interferir y obstruir la interlocución, en este caso, de un grupo intelectual de la sociedad civil con la ciudadanía de la isla, con la franja aperturista del funcionariado y con sectores, sobre todo, de la izquierda global, que sienten simpatía por el reformismo socialista. Por eso, aunque los autores del manual anticentrista refieren con insistencia el protagonismo de Cuba Posible dentro del reformismo socialista, se cuidan de atribuir el significado de centrismo a todos los actores críticos, autónomos o semi-autónomos de la sociedad civil cubana y, también, a fenómenos del liberalismo o la socialdemocracia globales, como el PSOE en España o el gobierno demócrata de Barack Obama en Estados Unidos.
Los autores del panfleto El centrismo en Cuba (2017) atacan, fundamentalmente, un fenómeno ideológico, al que inventan una identidad falsa. Desde la anacrónica comparación con el autonomismo en el siglo XIX -que en la página de Cuba Posible, por ejemplo, es un referente menos sólido que Félix Varela o José Martí- propuesta por Elier Ramírez Cañedo, hasta la imaginaria orientación socialdemócrata o de "tercera vía", que le endilga Enrique Ubieta y que se deshace a la luz, por ejemplo, de las distintas aproximaciones al republicanismo, el populismo latinoamericano o el socialismo democrático, que hemos leído en las colaboraciones e interesantes dossiers coordinados por Julio César Guanche.
Esa mezcla de distorsión ideológica y caricatura política se hace acompañar del monstruo del financiamiento externo, especialmente de la Open Society Foundation y George Soros, que funciona, como los premios de Yoani Sánchez o la NED para Encuentro -y para Diario de Cuba y Cubaencuentro, todavía hoy-, como la prueba concluyente de la "contrarrevolución" y la "traición". ¿Será eficaz esta campaña, como las dos anteriores? Seguramente sí, pero no habría que olvidar que esa eficacia estrictamente política se ve siempre contrarrestada por la mediocridad intelectual que la sostiene.
Si de ideas se trata, ya Cuba Posible tiene asegurado un lugar de consulta para quienes se tomen en serio el proceso de cambio económico y social en Cuba, en la segunda década del siglo XXI. La revista Encuentro de la cultura cubana es hoy estudiada en algunas de las mejores universidades del mundo como una publicación que contribuyó, como pocas, a reintegrar el fracturado campo intelectual cubano a fines del siglo XX. Con Cuba Posible, al igual que con Cuban Studies, Temas o La Gaceta de Cuba, sucederá lo mismo: son archivos ineludibles de la cultura cubana. Muy pocos, en cambio, recordarán los panfletos de Ubieta, Sánchez, Lagarde y Cía, que sólo serán de utilidad a la hora de documentar la historia de la censura y la exclusión en Cuba.
martes, 11 de julio de 2017
La derecha postfidelista y la cruzada contra el "centrismo"
Pasó en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y en la Rusia postsoviética, por lo que tiene todo el sentido del mundo que suceda también en Cuba, único país del hemisferio occidental donde se instauró un régimen del socialismo real. Tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS, en todos esos países, una parte de la nomenclatura se desplazó del marxismo-leninismo soviético a un nacionalismo de derechas que, luego de un breve periodo de incómoda convivencia con el liberalismo, en los 90, hoy hace causa común con los populismos conservadores o neofascistas en Europa del Este. Putin, los hermanos Kaczynski y Orbán son resultado de esa mutación.
Desde 1992, en Cuba se produjo un fenómeno similar, al nivel ideológico de la élite del poder, pero compensado por la permanencia de Fidel y Raúl Castro al mando del país. El aparato ideológico del PCC reemplazó el marxismo-leninismo con un nacionalismo maniqueo, simplificador de la historia de Cuba, en el que se reforzaban sinonimias embrutecedoras como las de "Revolución, Patria, Nación y Socialismo", y se acoplaban esos significantes a las figuras de Fidel y Raúl. Cualquier oposición o crítica a esa nueva retórica, aún desde posiciones socialistas, debía ser descalificada por "postmoderna", "neoliberal", "neoanexionista" o "cubanológica", los nuevos nombres que comenzaron a darse a la contrarrevolución.
Los ideólogos de la Cuba post-soviética (Armando Hart, Abel Prieto, Eliades Acosta, Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Manuel Henríquez Lagarde...), ubicados en la intersección del Ministerio de Cultura, el Comité Central y la Seguridad del Estado, que encabezaban instituciones básicas para el control de la circulación de ideas, se aferraron, inicialmente, al concepto de "identidad nacional" para enfrentar la difusión del postmodernismo, defendido por los artistas e intelectuales de los 80. Aquella primera cruzada se libró contra actores internos y externos, con evidentes diferencias entre sí, pero que convergían en la demanda de reformas económicas y políticas: la diáspora intelectual de los 90, los investigadores del CEA, las revistas Encuentro de la cultura cubana y Cuban Studies.
A principios del siglo XXI, con Hugo Chávez a la cabeza del "socialismo bolivariano" en Venezuela, ese mismo grupo acaparó los medios del oficialismo electrónico para hacer frente a las publicaciones que dentro o fuera de la isla cuestionaban la represión, especialmente después de la primavera de 2003. La Jiribilla, Cubadebate, Ecured, La Pupila Insomne..., se convirtieron en la plataforma de una nueva derecha, que desde una versión superficial y homogénea del "nacionalismo revolucionario", atacó lo que llamaban "terrorismo mediático", un monstruo de mil cabezas donde se juntaban los diarios Encuentro en la Red y El Nuevo Herald, Jesús Díaz y Raúl Rivero, Oswaldo Payá y Elizardo Sánchez, los congresistas cubanoamericanos y Carlos Alberto Montaner.
Tras la convalecencia de Fidel Castro y el traspaso de poderes a favor de Raúl Castro, el cierre del Ministerio de la Batalla de Ideas y las destituciones de algunos líderes jóvenes, destacados en la difamación y el combate al enemigo, se produjo la falsa expectativa de que el nuevo gobierno abandonaba esa orientación de su ideología de Estado. Pero muy pronto se comprobó que con las reformas raulistas la nueva derecha en el poder se ramificaba en una rama tecnocrática o neoliberal, partidaria de reformas económicas limitadas, y otra neoconservadora y totalitaria, cuya misión sería, además de justificar la represión, impedir que el reformismo rebasara su estrecho cauce y amenazara el sistema político.
Aquellos ideólogos que en los 90 encabezaron la cruzada contra el postmodenismo y que en el libro Vivir y pensar en Cuba (2002) se presentaron como alternativa a los ensayistas que Iván de la Nuez reunió en la antología Cuba y el día después (2001), reaparecían ahora como némesis electrónica de Yoani Sánchez, Generación Y, Penúltimos Días, Cubaencuentro y Diario de Cuba. A medida que la oposición interna crecía y se diversificaba, en tensión con segmentos de una nueva sociedad civil, que presionaban a favor de mayor autonomía, sin romper el diálogo con las instituciones, el neoconservadurismo cubano fue captando cuadros en la nueva generación, como Elier Ramírez Cañedo, que renovó la trifulca historiográfica contra los autonomistas -¡un siglo después!- y el chato enfoque de la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Unos y otros se han reunido ahora en una nueva misión de su partido único que consiste en atacar el reformismo socialista que, desde dentro de la isla, se identificó con el proceso de normalización diplomática y que exige la ampliación de derechos civiles y políticos de la ciudadanía. El blanco preferente parecen ser el proyecto Cuba Posible y sus gestores, Roberto Veiga y Lenier González, pero en el último año, la batería de insultos y descalificaciones de la derecha postfidelista se ha dirigido explícitamente, o no, a voces del periodismo como Fernando Ravsberg, Elaine Díaz y Harold Cárdenas, Periodismo de barrio, La Joven Cuba, Observatorio Crítico y Havana Times, y también a espacios más próximos a la oposición como 14 y medio y Convivencia, así como a publicaciones con vínculos oficiales como On Cuba y Temas.
Las divergencias de todos esos medios son múltiples, pero tienen tres coincidencias que molestan al neoconservadurismo: apoyan las buenas relaciones entre Estados Unidos y Cuba, llaman a preservar y profundizar las reformas y se autodenominan "socialistas". La nueva derecha se moviliza instintivamente contra esas tres líneas, exponiendo su malestar con el presente, pero no para avanzar hacia el futuro sino para regresar, en lo posible, a un pasado ideal, el de la Batalla de Ideas o, mejor, el de la Cuba soviética, anterior a 1992. Ese sentido regresivo sería suficiente para ilustrar el neoconservadurismo, pero no es el único ni el más emblemático de la lógica reaccionaria que guía a esos ideólogos.
Ninguno de los temas de la agenda de la izquierda global -medio ambiente, matrimonio igualitario, comunidades LGTBI, antirracismo, mecanismos de democracia directa, formas de participación ciudadana, autogestión y autonomía, diversidad, igualdad de género, estrategias contra el rentismo o contra la dependencia de las viejas fuentes de energía, multiculturalismo, neomarxismo, derechos humanos de tercera y cuarta generación...- interesa a la nueva derecha post-fidelista. Ni siquiera el deterioro de los índices equitativos de distribución del ingreso, que trabajan los economistas que colaboran en Cuba Posible y Temas, los movilizan. Hay, de hecho, un antintelectualismo y un antiacademicismo, muy parecidos a los de sus equivalentes fuera de la isla, que dirigen, sobre todo, contra economistas como Pedro Monreal, Omar Everleny y Pavel Vidal.
En su ataque, los nuevos derechistas identifican toda la gama del socialismo reformista con un "centrismo" que entienden como socialdemócrata. No piensan, por supuesto, en la rica y heterogénea tradición socialdemócrata (Lasalle, Bernstein, Kautsky, Luxemburgo...) sino en la "tercera vía" de Tony Blair, sin tomarse el trabajo, siquiera, de glosar los textos de Anthony Giddens. Pero como pudo observarse en un debate entre Roberto Veiga, Lenier González y Julio César Guanche, que reseñamos aquí, las ideas de socialismo que manejan esos intelectuales son mucho más plurales y no refieren centralmente a la "tercera vía" británica. En Cuba Posible y Havana Times se ha defendido el socialismo con otros adjetivos: "democrático", "consejista", "libertario"...
La noción de "centro" irrita a los neoconservadores porque desdibuja la polaridad y el binarismo que constituyen el eje de la "mentalidad naufragada" de la reacción, como ha escrito Mark Lilla. No puede haber centro porque en ese patético mundo schmitteano sólo caben dos posiciones, con la Revolución o contra la Revolución, con Martí o con Varona, con Marinello o con Mañach. Al aplicar esa obsesión antitética no sólo al presente, sino al pasado, esos ideólogos caricaturizan la historia intelectual y política de Cuba. Hacen de la historia un panfleto incapaz de convencer a las nuevas generaciones, pero fácil de memorizar por una burocracia cada vez más ignorante. Son antimarxistas y antiliberales, a la vez, como todos los conservadores, de fines del XIX para acá.
La derecha postfidelista no entra en honduras ni en discernimientos. Su idea es vulgar: existe un sólo socialismo verdadero, el del gobierno cubano, y un único capitalismo, el del resto del mundo, menos, suponemos, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, cuatro capitalismos rentistas. Raras veces esos neoconservadores mencionan a Rusia y a China, pero es de suponer que, para evitar mayores incoherencias, no consideren a esos regímenes "socialistas". Convenientemente cierran los ojos al avance del capitalismo en Cuba, lo que no les impide negar que exista un sistema donde se mezclen socialismo y capitalismo, en un mentís al propio Lenin en tiempos de la NEP.
Hay poco que agregar a la crítica de Haroldo Dilla a uno de los voceros de ese segmento, que no habría que entender como corriente intelectual sino como grupo de presión que aspira a todo el poder en la Cuba posterior a Fidel y a Raúl. Tal vez, únicamente valga la pena constatar que ya se perfila una veta fascista en el argumento de que lo que define la diferencia entre los "socialistas" -es decir, los partidarios acríticos del gobierno cubano- y los "capitalistas" -todos los demás-, es un atributo "moral" o "subjetivo". El "hombre nuevo" guevarista vendría siendo, en la mente de esos "asalariados del pensamiento oficial", una variante del "superhombre", no de Nietzsche sino de Rosenberg, que a fuerza de voluntad encarna el ideal puro de una nación. Esa idea no es socialista ni de izquierda, es totalitaria y fascista.
Desde 1992, en Cuba se produjo un fenómeno similar, al nivel ideológico de la élite del poder, pero compensado por la permanencia de Fidel y Raúl Castro al mando del país. El aparato ideológico del PCC reemplazó el marxismo-leninismo con un nacionalismo maniqueo, simplificador de la historia de Cuba, en el que se reforzaban sinonimias embrutecedoras como las de "Revolución, Patria, Nación y Socialismo", y se acoplaban esos significantes a las figuras de Fidel y Raúl. Cualquier oposición o crítica a esa nueva retórica, aún desde posiciones socialistas, debía ser descalificada por "postmoderna", "neoliberal", "neoanexionista" o "cubanológica", los nuevos nombres que comenzaron a darse a la contrarrevolución.
Los ideólogos de la Cuba post-soviética (Armando Hart, Abel Prieto, Eliades Acosta, Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Manuel Henríquez Lagarde...), ubicados en la intersección del Ministerio de Cultura, el Comité Central y la Seguridad del Estado, que encabezaban instituciones básicas para el control de la circulación de ideas, se aferraron, inicialmente, al concepto de "identidad nacional" para enfrentar la difusión del postmodernismo, defendido por los artistas e intelectuales de los 80. Aquella primera cruzada se libró contra actores internos y externos, con evidentes diferencias entre sí, pero que convergían en la demanda de reformas económicas y políticas: la diáspora intelectual de los 90, los investigadores del CEA, las revistas Encuentro de la cultura cubana y Cuban Studies.
A principios del siglo XXI, con Hugo Chávez a la cabeza del "socialismo bolivariano" en Venezuela, ese mismo grupo acaparó los medios del oficialismo electrónico para hacer frente a las publicaciones que dentro o fuera de la isla cuestionaban la represión, especialmente después de la primavera de 2003. La Jiribilla, Cubadebate, Ecured, La Pupila Insomne..., se convirtieron en la plataforma de una nueva derecha, que desde una versión superficial y homogénea del "nacionalismo revolucionario", atacó lo que llamaban "terrorismo mediático", un monstruo de mil cabezas donde se juntaban los diarios Encuentro en la Red y El Nuevo Herald, Jesús Díaz y Raúl Rivero, Oswaldo Payá y Elizardo Sánchez, los congresistas cubanoamericanos y Carlos Alberto Montaner.
Tras la convalecencia de Fidel Castro y el traspaso de poderes a favor de Raúl Castro, el cierre del Ministerio de la Batalla de Ideas y las destituciones de algunos líderes jóvenes, destacados en la difamación y el combate al enemigo, se produjo la falsa expectativa de que el nuevo gobierno abandonaba esa orientación de su ideología de Estado. Pero muy pronto se comprobó que con las reformas raulistas la nueva derecha en el poder se ramificaba en una rama tecnocrática o neoliberal, partidaria de reformas económicas limitadas, y otra neoconservadora y totalitaria, cuya misión sería, además de justificar la represión, impedir que el reformismo rebasara su estrecho cauce y amenazara el sistema político.
Aquellos ideólogos que en los 90 encabezaron la cruzada contra el postmodenismo y que en el libro Vivir y pensar en Cuba (2002) se presentaron como alternativa a los ensayistas que Iván de la Nuez reunió en la antología Cuba y el día después (2001), reaparecían ahora como némesis electrónica de Yoani Sánchez, Generación Y, Penúltimos Días, Cubaencuentro y Diario de Cuba. A medida que la oposición interna crecía y se diversificaba, en tensión con segmentos de una nueva sociedad civil, que presionaban a favor de mayor autonomía, sin romper el diálogo con las instituciones, el neoconservadurismo cubano fue captando cuadros en la nueva generación, como Elier Ramírez Cañedo, que renovó la trifulca historiográfica contra los autonomistas -¡un siglo después!- y el chato enfoque de la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Unos y otros se han reunido ahora en una nueva misión de su partido único que consiste en atacar el reformismo socialista que, desde dentro de la isla, se identificó con el proceso de normalización diplomática y que exige la ampliación de derechos civiles y políticos de la ciudadanía. El blanco preferente parecen ser el proyecto Cuba Posible y sus gestores, Roberto Veiga y Lenier González, pero en el último año, la batería de insultos y descalificaciones de la derecha postfidelista se ha dirigido explícitamente, o no, a voces del periodismo como Fernando Ravsberg, Elaine Díaz y Harold Cárdenas, Periodismo de barrio, La Joven Cuba, Observatorio Crítico y Havana Times, y también a espacios más próximos a la oposición como 14 y medio y Convivencia, así como a publicaciones con vínculos oficiales como On Cuba y Temas.
Las divergencias de todos esos medios son múltiples, pero tienen tres coincidencias que molestan al neoconservadurismo: apoyan las buenas relaciones entre Estados Unidos y Cuba, llaman a preservar y profundizar las reformas y se autodenominan "socialistas". La nueva derecha se moviliza instintivamente contra esas tres líneas, exponiendo su malestar con el presente, pero no para avanzar hacia el futuro sino para regresar, en lo posible, a un pasado ideal, el de la Batalla de Ideas o, mejor, el de la Cuba soviética, anterior a 1992. Ese sentido regresivo sería suficiente para ilustrar el neoconservadurismo, pero no es el único ni el más emblemático de la lógica reaccionaria que guía a esos ideólogos.
Ninguno de los temas de la agenda de la izquierda global -medio ambiente, matrimonio igualitario, comunidades LGTBI, antirracismo, mecanismos de democracia directa, formas de participación ciudadana, autogestión y autonomía, diversidad, igualdad de género, estrategias contra el rentismo o contra la dependencia de las viejas fuentes de energía, multiculturalismo, neomarxismo, derechos humanos de tercera y cuarta generación...- interesa a la nueva derecha post-fidelista. Ni siquiera el deterioro de los índices equitativos de distribución del ingreso, que trabajan los economistas que colaboran en Cuba Posible y Temas, los movilizan. Hay, de hecho, un antintelectualismo y un antiacademicismo, muy parecidos a los de sus equivalentes fuera de la isla, que dirigen, sobre todo, contra economistas como Pedro Monreal, Omar Everleny y Pavel Vidal.
En su ataque, los nuevos derechistas identifican toda la gama del socialismo reformista con un "centrismo" que entienden como socialdemócrata. No piensan, por supuesto, en la rica y heterogénea tradición socialdemócrata (Lasalle, Bernstein, Kautsky, Luxemburgo...) sino en la "tercera vía" de Tony Blair, sin tomarse el trabajo, siquiera, de glosar los textos de Anthony Giddens. Pero como pudo observarse en un debate entre Roberto Veiga, Lenier González y Julio César Guanche, que reseñamos aquí, las ideas de socialismo que manejan esos intelectuales son mucho más plurales y no refieren centralmente a la "tercera vía" británica. En Cuba Posible y Havana Times se ha defendido el socialismo con otros adjetivos: "democrático", "consejista", "libertario"...
La noción de "centro" irrita a los neoconservadores porque desdibuja la polaridad y el binarismo que constituyen el eje de la "mentalidad naufragada" de la reacción, como ha escrito Mark Lilla. No puede haber centro porque en ese patético mundo schmitteano sólo caben dos posiciones, con la Revolución o contra la Revolución, con Martí o con Varona, con Marinello o con Mañach. Al aplicar esa obsesión antitética no sólo al presente, sino al pasado, esos ideólogos caricaturizan la historia intelectual y política de Cuba. Hacen de la historia un panfleto incapaz de convencer a las nuevas generaciones, pero fácil de memorizar por una burocracia cada vez más ignorante. Son antimarxistas y antiliberales, a la vez, como todos los conservadores, de fines del XIX para acá.
La derecha postfidelista no entra en honduras ni en discernimientos. Su idea es vulgar: existe un sólo socialismo verdadero, el del gobierno cubano, y un único capitalismo, el del resto del mundo, menos, suponemos, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, cuatro capitalismos rentistas. Raras veces esos neoconservadores mencionan a Rusia y a China, pero es de suponer que, para evitar mayores incoherencias, no consideren a esos regímenes "socialistas". Convenientemente cierran los ojos al avance del capitalismo en Cuba, lo que no les impide negar que exista un sistema donde se mezclen socialismo y capitalismo, en un mentís al propio Lenin en tiempos de la NEP.
Hay poco que agregar a la crítica de Haroldo Dilla a uno de los voceros de ese segmento, que no habría que entender como corriente intelectual sino como grupo de presión que aspira a todo el poder en la Cuba posterior a Fidel y a Raúl. Tal vez, únicamente valga la pena constatar que ya se perfila una veta fascista en el argumento de que lo que define la diferencia entre los "socialistas" -es decir, los partidarios acríticos del gobierno cubano- y los "capitalistas" -todos los demás-, es un atributo "moral" o "subjetivo". El "hombre nuevo" guevarista vendría siendo, en la mente de esos "asalariados del pensamiento oficial", una variante del "superhombre", no de Nietzsche sino de Rosenberg, que a fuerza de voluntad encarna el ideal puro de una nación. Esa idea no es socialista ni de izquierda, es totalitaria y fascista.
domingo, 9 de julio de 2017
Jean Echenoz retrata a Kim Jong-un
La última novela de Jean Echenoz, Enviada especial (Anagrama, 2017) es como si se hubiera metido a Quentin Tarantino y John Le Carré en una licuadora. El resultado es un cocktail hilarante, en el que unos decadentes músicos del infumable pop francés de los 70, se ven envueltos en una operación de desestabilización de Corea del Norte, luego de dedicarse a todo tipo de oficios, incluidos los de asaltantes de bancos, secuestros, sexo carcelario y asesinatos a sueldo. Uno de los mejores momentos de la novela es cuando Echenoz capta la entrada en escena del líder norcoreano en algún palacete comunista de Pyongyang:
"Al anochecer, antes del banquete, el líder supremo en persona apareció al son de la canción "Du même pas", escrita en su honor por el compositor Ri Jong-o, que suscitó al instante una profunda y unánime reverencia. Rollizo y barrigudo, gruesa cara rubicunda oval homotética con un grueso busto oval -huevo de pata sobre huevo de avestruz sin conexión que los una- avanzaba con aire obcecado, afectado, compensando su breve estatura, como su querido líder padre, con espesas calzas sobre las que caminaba balanceando los brazos lejos del cuerpo. Constance se enteraría más adelante de que cultivaba su parecido con su abuelo líder eterno, reproduciendo sus gestos, su andar, sus mímicas, sus trajes y su corte de pelo rasurado en las sienes, esponjado detrás con la raya al medio. Se murmuraba incluso, pero tantas cosas de murmuran bajo el cielo, que no menos de seis intervenciones quirúrgicas habían acentuado ese mimetismo".
sábado, 1 de julio de 2017
Contra la modernolatría
La
experiencia de Illich en México, en los años 60 y 70, a través del Centro
Intercultural de Documentación (CIDOC) de Cuernavaca, propició el diálogo con
algunos intelectuales católicos mexicanos, como Gabriel Zaid y Javier Sicilia,
que en sus propios textos han admitido la deuda con el autor de El derecho al desempleo útil (2015).
Ahora el joven historiador mexicano Humberto Beck, recién graduado en la
Universidad de Princeton con una tesis sobre la filosofía de la historia
europea, dedica al pensamiento de Illich el ensayo Otra modernidad es posible (2017), editado por Malpaso.
El
glosario conceptual de Illich, en ensayos como La sociedad desescolarizada (1971), Energía y equidad (1974), Némesis
médica (1975) o Ecofilosofías (1984),
es muy parecido al de otros pensadores de la Guerra Fría, como los de la
Escuela de Frankfurt tardía o los teólogos de la liberación latinoamericana.
Beck destaca su interlocución con Paulo Freire, Peter Berger y Jürgen Habermas,
pero toda la obra de Illich podría entenderse como una lúcida invectiva contra
la modernidad, en un esfuerzo paralelo al de la filosofía post-estructuralista
y postmoderna en las últimas décadas del siglo XX.
Leyendo
a Beck confirmamos algo que, sólo en apariencia, sería contradictorio: todo el
gran pensamiento moderno es crítico de la modernidad. Descartes y Spinoza, Kant
y Rousseau, Marx y Weber fueron modernos antimodernos, si vale el oxímoron. No
antimodernos en el sentido reaccionario o conservador, que le atribuye Antoine
Compagnon, sino en el sentido de Marshall Berman: modernos que, sin abjurar de
los valores ilustrados, objetaron la deshumanización del industrialismo, el
imperio del consumo y el endiosamiento de la técnica.
En La convivencialidad (1973), Illich se
enfrentaba al tema habermasiano –una década antes de la Teoría de la acción comunicativa- de la contradicción entre
capitalismo y comunidad. Lo singular en Illich sería un enfrentamiento del
dilema sin las intransigencias al uso del marxismo vulgar o el neoliberalismo
despiadado. Beck advierte que, aunque la orientación del pensador era
fundamentalmente socialista, su intercambio con el liberalismo y el
republicanismo fue permanente. Esas tres corrientes de pensamiento político
formaban parte del mismo acervo o la misma tradición, sin los cuales “otra
modernidad” no sería “posible”.
En
la disputa interna, planteada por tres clásicos de la Escuela de Frankfurt –Dialéctica de la Ilustración (1947) de
Adorno y Horkheimer, El hombre
unidimensional (1964) de Marcuse y Teoría
de la acción comunicativa (1981) de Habermas-, Illich optaba por una
posición personal. Los cuatro pensadores tenían razón en sus críticas a la
racionalidad técnico-instrumental del capitalismo pero no alcanzaban a proponer
una “reconstrucción convivencial” de la
sociedad ni una “reivindicación de los ámbitos de comunidad”, indispensables
para una experiencia de lo moderno sin modernolatría.
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viernes, 30 de junio de 2017
Cercas, historiador
Las novelas de Javier Cercas cuestionan y, a la vez, exponen el deslinde entre ficción e historia. Pero en todas, el narrador busca presentarse como un sujeto desubicado, que ni es historiador ni es literato. Puede ser un escritor o, incluso, un novelista, siempre y cuando el acto de la escritura aparezca como un oficio desnudo, ordinario, sin la menor pretensión de trascendencia. Puede ser, también, un tipo de narrador resueltamente más cerca de la historia que de la literatura, una especie de archivista o notario que da cuenta exactamente de un evento del pasado. Es el caso de su última novela El monarca de las sombras (2017), tal vez la ficción en que Cercas ofrece mayor espacio a la historia escrita, por no decir, a la escritura de la historia y, específicamente, de la historia militar de la Guerra Civil española.
Esta vez Cercas cuenta el relato de su tío Manuel Mena, un joven extremeño que se suma al bando nacionalista de la Guerra Civil y que muere en el frente, en la batalla del Ebro, en el otoño de 1938, pocos meses antes de que termine la breve, pero costosa, parte militar de un conflicto que, en la memoria de la península y sus exilios, dura hasta hoy. Con la evocación del tío emerge toda la trama familiar del autor, por vía paterna y materna, de clara filiación franquista, en Ibahernando, durante la Guerra Civil. Una filiación -valga el pleonasmo- que abarca buena parte del árbol genealógico de Cercas, ya que tanto el padre como la madre pertenecían al patriciado del pueblo extremeño, que se sumó al franquismo.
La última novela del autor de Soldados de Salamina (2001) vendría a proponer una clave personal para la interpretación de la mayor parte de su narrativa o, por lo menos, de su poética. La literatura de Cercas está claramente endeudada con el drama de un intelectual que considera que el levantamiento franquista contra la República fue un error y hasta un crimen, pero que, a la vez, quiere comprender con flexibilidad las razones de quienes se levantaron en armas contra un gobierno legítimo y precipitaron el país en una sangrienta guerra fratricida. En El monarca de las sombras se evidencia que ese dilema es, para Cercas, un drama personal y familiar.
En algún momento de la novela se sugiere que todos los españoles están marcados por ese mismo drama. Pero en su caso, a diferencia, por ejemplo, de alguien cuya familia provenga del bando republicano o del exilio o de alguien que hoy se ubique en una perspectiva abiertamente revisionista, en relación con la visión hegemónica sobre el levantamiento franquista, que favorece paradójicamente a los vencidos, o cercana a la equidistancia, la escisión es inocultable: el héroe de su familia es un tío falangista que murió en la guerra, pero él es un intelectual público que defiende el legado democrático del interregno republicano.
Como en otras novelas de Cercas, lo que más me impresiona en la lectura, es la manera aparentemente diáfana, es decir, perfectamente estudiada en términos estilísticos, de liberar esa tensión o esa ambivalencia entre lo afectivo y lo político, lo personal y lo público. Algo que, a simple vista, parecería imposible en otros contextos tan o más polarizados que el español por causas de guerras civiles, dictaduras o revoluciones, autoritarismos o totalitarismos en el pasado reciente. Se antoja pensar que si esa liberación tiene lugar en la prosa de Cercas es porque hay un entorno ético en la esfera pública española que la favorece y la acompaña.
sábado, 24 de junio de 2017
Un siglo de Visión de Anáhuac
Cien años hace que
la colección El Convivio de la Imprenta Celsina de San José de Costa Rica, a
cargo de Joaquín García Monge, editó Visión
de Anáhuac de Alfonso Reyes, breve e inmenso ensayo latinoamericano. García
Monge fue un intelectual costarricense, que había recorrido Suramérica en los
primeros años del siglo XX, en plena difusión del arielismo. De regreso a San
José, en 1916, emprendió la edición de la revista Colección Ariel. Repertorio Americano, inspirada tanto en José
Enrique Rodó como en Andrés Bello, que envió puntualmente a Alfonso Reyes, por
entonces exiliado en Madrid.
Desde aquellos años, como ha estudiado
Alberto Enríquez Perea, se inició una rica correspondencia entre García Monge y
Reyes que integra un capítulo más de ese “humanismo errante americano”, tan
bien descrito por Adolfo Castañón. De aquel epistolario surgió la idea de
incluir algo de Reyes en la colección El Convivio de García Monge. Ese algo fue
nada menos que Visión de Anáhuac
(1917), texto que, como recuerda Enríquez Perea, Octavio Paz llamó “gran fresco
en prosa” y Valery Larbaud, “verdadero poema nacional”.
Es interesante fijarse en los comienzos
de aquellos ensayos en los albores del siglo XX. El punto de partida era siempre
la geografía y la demografía, la naturaleza y el hombre, el paisaje y la raza.
Manuel Gamio, más retóricamente, empezaba Forjando
patria (1916): “en la gran forja de América, sobre el yunque gigantesco de
los Andes, se han batido por centurias y centurias el bronce y el hierro de
razas viriles”. Reyes, con mejor gusto, arrancaba con la “sorpresa” de los
viajeros y los cronistas de Indias del siglo XVI ante las pulpas frutales y las
mieles desconocidas.
Pero muy pronto, también Reyes colocaba
en el origen de cualquier expresión de lo nacional, la epopeya del hombre en la
naturaleza. La desecación del valle de México, entre 1449 y 1900, podía entenderse
como trasfondo de todo el proceso civilizatorio de la nación mesoamericana en
cuatro siglos. Cuatrocientos años que, a su juicio, se dividían en tres grandes
periodos y regímenes políticos: el del imperio mexica, el del virreinato
novohispano y el de la república independiente.
Tres edades, tres “civilizaciones” y
tres “razas”, agrega Reyes, sugiriendo que la tercera sería la criolla o
mestiza, aunque sin ahondar en representaciones eugenésicas, muy comunes en
Justo Sierra o José Vasconcelos. Pero tan interesante como esa elusión de los
tópicos evolucionistas es la insistencia en la discontinuidad entre aquellos
grandes ciclos históricos: “poco hay de común entre el organismo virreinal y la
prodigiosa ficción política que nos dio treinta años de paz augusta”.
Es muy significativa, en un exiliado de
lo que podría entenderse como “la contrarrevolución mexicana”, la definición
del Porfiriato como “ficción”. Pero más aún, la asociación del régimen
porfirista con una monarquía. Cuando Reyes hablaba de “tres monarquías,
divididas por paréntesis de anarquía”, no se refería, como algunos suponen, a
la borbónica, la de Iturbide y la de Maximiliano, sino a la azteca, la
castellana y la porfirista. Pero a diferencia de Paz, Reyes no veía la historia
de México marcada por una maldición despótica.
Lo único constante en ese paso de una civilización a otra era la “consigna de secar la tierra”. De Netzahualcóyotl a Luis de Velasco y de éste a Porfirio Díaz, operaba la obra metahistórica de un Estado, decidido a desecar y desforestar. El llamado a poblar llevaba implícita una sujeción de la naturaleza, que trastocaría fatalmente aquella “visión”, aquella imagen de Anáhuac legada por viajeros y cronistas. “Nuestro siglo nos encontró –concluía Reyes- echando la última palada y abriendo la última zanja”.
Lo único constante en ese paso de una civilización a otra era la “consigna de secar la tierra”. De Netzahualcóyotl a Luis de Velasco y de éste a Porfirio Díaz, operaba la obra metahistórica de un Estado, decidido a desecar y desforestar. El llamado a poblar llevaba implícita una sujeción de la naturaleza, que trastocaría fatalmente aquella “visión”, aquella imagen de Anáhuac legada por viajeros y cronistas. “Nuestro siglo nos encontró –concluía Reyes- echando la última palada y abriendo la última zanja”.
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