Libros del crepúsculo
lunes, 15 de mayo de 2017
Juan Rulfo, escritor "contrarrevolucionario"
En la nueva edición del libro Noticias sobre Juan Rulfo. La biografía (2017) de Alberto Vital, a cargo de la Fundación Juan Rulfo, se incluye una entrevista inédita con el autor de Pedro Páramo y El llano en llamas, realizada por algún periodista desconocido en 1970. La última pregunta del periodista trataba de indagar la posición de Rulfo sobre la Revolución Mexicana, a la altura de 1970, cuando otra revolución, la cubana, desplazaba fuertemente el debate ideológico de los escritores latinoamericanos. La respuesta de Rulfo trasmite con claridad su deseo de romper con la "novela de la Revolución Mexicana" (Guzmán, Azuela, Yáñez...), de un modo más resuelto, incluso, que Carlos Fuentes y los narradores mexicanos de la generación del boom. En eso, en su desapego paralelo al realismo social revolucionario y a la nueva novela latinoamericana, Rulfo se afirmaba como el interregno literario que fue.
"Nunca quise hacer una literatura social, no fue afán de denunciar, menos de testimoniar un hecho, sino simplemente la forma en que han caído o quedado ciertos sitios después de la llamada "Revolución Mexicana". Debido a esto se me ha llamado a veces antirrevolucionario. La Revolución Mexicana es un arma, es un lema, es una argucia que se esgrime cada seis años para encauzar un país hacia nuevas metas. No es que yo no crea en ella, la Revolución existió, posiblemente aún exista, aún funcione; hay muchos logros que se previeron, que se convirtieron en realidades, pero a mí la Revolución Mexicana no me interesa, ni me interesa en sí si fue buena o fue mala. Como no viví yo esa Revolución, no conocí sus consecuencias, ni las conozco todavía. Políticamente no me interesa, socialmente tampoco, literariamente no tengo por qué justificar si lo que hago es contrarrevolucionario o es simplemente una ficción literaria".
viernes, 12 de mayo de 2017
Hacia una historia mundial de las naciones
En el suplemento El Cultural de La Razón, el pasado fin de semana, Antonio Saborit tradujo la inteligente y elogiosa reseña que Robert Darnton escribió, para The New York Review of Books, del libro colectivo Histoire Mondiale de la France (2017), coordinado por Patrick Boucheron, medievalista del Colegio de Francia. Cuenta Darnton que el libro, aparecido en medio de la disputa electoral entre partidarios de Le Pen y Macron o, lo que es lo mismo, de una Francia europeísta y multicultural y otra xenófoba y chovinista, ha dividido el campo intelectual francés. Éric Zemmour y Alain Finkielkraut lo atacaron desde Le Figaro, mientras que reseñistas de Libération y Le Monde lo celebraron.
Además de una vuelta a la narrativa del acontecimiento o el "momento estelar" de que hablaba Stefan Zweig - desde la invasión de Italia de Charles VIII, los últimos años del reinado de Henri IV y las "vísperas sicilianas" de 1282 hasta la pretendida "victoria"de Charles Martel sobre los musulmanes en Poitiers en 732, la helada de 1816, los orígenes del cuadro Las señoritas de Avignon de Pablo Picasso o la invención del perfume Chanel No. 5 en los laboratorios de Gabrielle Chanel en 1921-, lo que más irrita de este libro al conservadurismo es el desmontaje de los tópicos de la "identidad nacional" francesa, a partir de un acento sobre el aporte de los migrantes a la historia de Francia.
Francia aparece en la Histoire Mondiale como una hechura de extranjeros y supuestos "enemigos": sajones y germánicos, africanos y árabes, latinoamericanos y rusos, argelinos y vietnamitas, chinos y caribeños. Los nuevos historiadores franceses otorgan un papel central a las colonias y las post-colonias en la historia moderna de Francia, invirtiendo, en buena medida, el paradigma de la historia nacionalista e imperial de ese país europeo. "En contraste con otras historias, dice Darnton, lo que hace global a esta es su énfasis en elementos no franceses que siempre han saturado la vida en Francia y que llegan a todo el mundo".
Así es: todas las historias nacionales podrían y deberían escribirse desde el punto de vista del aporte de los migrantes y los extranjeros, los naturalizados y los exiliados. Sin embargo, me temo que esa reescritura tendrá siempre mayor capacidad de persuasión si se aplica a un país "central", europeo o norteamericano, que a uno "periférico", como los latinoamericanos. Por razones que no criticamos lo suficiente en la academia, el nacionalismo y, específicamente, el discurso de la "identidad nacional", en Europa y Estados Unidos, se asumen como parte del repertorio conservador, pero en América Latina son percibidos como distintivos ideológicos de la izquierda.
De ahí que tardará mucho más para que las historias nacionales latinoamericanas comiencen a escribirse desde la perspectiva del inmigrante. La ficción de las identidades nacionales, con su evidente nativismo reaccionario y su culto racista al patriciado criollo, seguirá taladrando el discurso oficial de algunos gobiernos, como el cubano, que se imaginan ya no como líderes sino como "símbolos" de la izquierda global. Nada más parecido a las tesis de Alain Finkielkraut en Francia, o a las de Samuel P. Huntington en Estados Unidos, que toda esa monserga de la "identidad nacional cubana" establecida en la Constitución de 1992 y en la política cultural conducida por Armando Hart y Abel Prieto en las últimas cuatro décadas en la isla.
Además de una vuelta a la narrativa del acontecimiento o el "momento estelar" de que hablaba Stefan Zweig - desde la invasión de Italia de Charles VIII, los últimos años del reinado de Henri IV y las "vísperas sicilianas" de 1282 hasta la pretendida "victoria"de Charles Martel sobre los musulmanes en Poitiers en 732, la helada de 1816, los orígenes del cuadro Las señoritas de Avignon de Pablo Picasso o la invención del perfume Chanel No. 5 en los laboratorios de Gabrielle Chanel en 1921-, lo que más irrita de este libro al conservadurismo es el desmontaje de los tópicos de la "identidad nacional" francesa, a partir de un acento sobre el aporte de los migrantes a la historia de Francia.
Francia aparece en la Histoire Mondiale como una hechura de extranjeros y supuestos "enemigos": sajones y germánicos, africanos y árabes, latinoamericanos y rusos, argelinos y vietnamitas, chinos y caribeños. Los nuevos historiadores franceses otorgan un papel central a las colonias y las post-colonias en la historia moderna de Francia, invirtiendo, en buena medida, el paradigma de la historia nacionalista e imperial de ese país europeo. "En contraste con otras historias, dice Darnton, lo que hace global a esta es su énfasis en elementos no franceses que siempre han saturado la vida en Francia y que llegan a todo el mundo".
Así es: todas las historias nacionales podrían y deberían escribirse desde el punto de vista del aporte de los migrantes y los extranjeros, los naturalizados y los exiliados. Sin embargo, me temo que esa reescritura tendrá siempre mayor capacidad de persuasión si se aplica a un país "central", europeo o norteamericano, que a uno "periférico", como los latinoamericanos. Por razones que no criticamos lo suficiente en la academia, el nacionalismo y, específicamente, el discurso de la "identidad nacional", en Europa y Estados Unidos, se asumen como parte del repertorio conservador, pero en América Latina son percibidos como distintivos ideológicos de la izquierda.
De ahí que tardará mucho más para que las historias nacionales latinoamericanas comiencen a escribirse desde la perspectiva del inmigrante. La ficción de las identidades nacionales, con su evidente nativismo reaccionario y su culto racista al patriciado criollo, seguirá taladrando el discurso oficial de algunos gobiernos, como el cubano, que se imaginan ya no como líderes sino como "símbolos" de la izquierda global. Nada más parecido a las tesis de Alain Finkielkraut en Francia, o a las de Samuel P. Huntington en Estados Unidos, que toda esa monserga de la "identidad nacional cubana" establecida en la Constitución de 1992 y en la política cultural conducida por Armando Hart y Abel Prieto en las últimas cuatro décadas en la isla.
lunes, 8 de mayo de 2017
Monsiváis a Poniatowska sobre el caso Padilla
Ayer domingo 7 de mayo Elena Poniatowska recordó a Carlos Monsiváis en el periódico mexicano La Jornada. Reprodujo fragmentos de cartas inéditas del gran cronista mexicano, entre otras, una del 4 de mayo de 1971, día del cumpleaños del escritor. El tema de aquel día en que Monsiváis cumplió 33 años, en Essex, Inglaterra, donde era profesor, fue el arresto del poeta cubano Heberto Padilla y su esposa, la también poeta Belkis Cuza Malé, en Cuba, la "autocrítica" de Padilla ante la comunidad de escritores de la isla y el discurso de Fidel Castro en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, donde se fijaron las premisas de la política cultural dogmática y homófoba del Estado cubano:
"Supongo que la "confesión" de Padilla aclara el proceso. Por lo menos, a mí, me lo aclaró definitivamente. Se le acusó, literalmente, de nada. "Megalomanía", "poesía insidiosa y provocativa", etcétera, etcétera. No hay cargos políticos, sino psicológicos y literarios. ¿Es posible creer que K. S. Karol o René Dumont sean agentes de la CIA? Y la conferencia que dio en la Unión de Escritores donde terminó gritando ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!, es otro prodigio de estalinización. El discurso de Fidel al respecto, contra los intelectuales, también es ejemplar. Me niego sentimentalmente a aceptar estos hechos pero son innegables: el régimen cubano no tolera el menor asomo de crítica. La concentración absoluta del poder es nefasta siempre en Cuba y en México".
viernes, 5 de mayo de 2017
¿Tiranía o dictadura?
Ya hemos comentado aquí que en el lenguaje de la opinión pública, por lo general, se confunden los términos de dictadura y tiranía. La mayoría de las personas llama dictatorial a cualquier régimen no democrático, sin discernir cuándo se trata de uno autoritario u otro totalitario, y, sobre todo, sin acreditar el significado originario de cada concepto en la teoría política occidental, desde Jenofonte hasta Strauss. El historiador mexicano Daniel Cosío Villegas se percató de esa confusión tan común, cuando intentaba definir el tipo de régimen político que fue el Porfiriato, entre 1876 y 1910:
"La noción general es que fue un régimen dictatorial. Por desgracia, si uno quiere aplicar cierto rigor lingüístico, el término no se aviene a los hechos, pues una dictadura es un gobierno que, invocando el interés público, se ejerce fuera de las leyes constitutivas del país. Esta definición sugiere que semejantes poderes extralegales o ilegales se ejercen por poco tiempo y en ocasión de una grave emergencia pública, digamos una invasión extranjera o un alzamiento armado interior de grandes proporciones. Si así fuera, la definición es inaplicable al gobierno de Porfirio Díaz, que a más de durar treinta y cuatro años, respetó escrupulosamente las formas constitucionales. Los hechos concordarían más bien con el término de tiranía, el cual se define como el abuso sistemático del poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto o materia".
Pero así como Cosío Villegas diferenciaba correctamente el significado de las palabras tiranía y dictadura, no estaba familiarizado, por lo visto, con la distinción entre totalitarismo y autoritarismo que ya desde los años 50 manejaban Hannah Arendt y Carl Friedrich. Más adelante, en el mismo texto sobre el Porfiriato, agregaba:
"Yo, sin embargo, prefiero el calificativo de "autoritario" para caracterizar el régimen porfiriano, pues esa palabra significa "partidario extremoso del principio de autoridad". Y eso era, precisamente, Porfirio Díaz, y por razones comprensibles. En parte, sin duda, debido a su oficio militar, que lo acostumbró a mandar y a ser obedecido; pero sólo en parte, no la mayor ni la de más importancia".
sábado, 29 de abril de 2017
El poder de la errata
En la conocida polémica entre José María Vigil y Justo Sierra, en 1878, sobre la Constitución liberal mexicana de 1857, que comentó Daniel Cosío Villegas en el clásico La Constitución del 57 y sus críticos y que ha rescatado, recientemente, nuestro colega José Antonio Aguilar en la antología La espada y la pluma. Libertad y liberalismo en México (2011), se constata lo decisiva que puede ser una errata o un error tipográfico en una polémica intelectual.
Desde las páginas de El Monitor Republicano,Vigil reprochaba a Sierra que sostuviera en el periódico La Libertad que la Constitución mexicana era defectuosa e inaplicable. "Viciosa" era, entre todos los adjetivos que utilizaba Sierra, el que más molestaba a Vigil. Pero en una de las respuestas de Sierra a Vigil, el primero sostiene que el diferendo se debía a una errata: por un "error de imprenta", la c minúscula que él escribió originalmente se cambió por una mayúscula.
De manera que, según Sierra, la que él consideraba "viciosa" era la constitución histórica y social de México, en sintonía con el evolucionismo y el organicismo del nuevo liberalismo positivista de fines del XIX, contrapuesto al liberalismo clásico de la generación de Benito Juárez, las Leyes de Reforma y la propia Constitución del 57, que defendía Vigil. Así que el malestar de éste último carecía de sustento o "no era para tanto". De todas formas, Sierra sí pensaba que aquel texto constitucional era defectuoso, aunque no totalmente inaplicable como sostendrán luego Emilio Rabasa y otros críticos del liberalismo clásico en el periodo revolucionario.
miércoles, 26 de abril de 2017
Reinhart Koselleck sobre el concepto de Revolución
En uno de los ensayos del clásico Historias de conceptos (Trotta, 2012), dice Reinhart Koselleck a propósito de la polisemia intrínseca del término revolución y de su punto máximo de metaforización, que es la identidad entre el proceso revolucionario y la persona del líder:
"La pluralidad de estratos, con significados susceptibles de interpretaciones opuestas, que posee "revolución" ha hecho de este un concepto propenso desde 1789 tanto a cargarse ideológicamente como a ser objeto de la crítica a las ideologías. En función de la perspectiva prevalecerá uno u otro de los significados. "No es honesto", escribió un coetáneo en torno a 1830, "tratar la revolución como un todo cerrado, presentarla como una persona y escribir: la revolución quiere esto o hace aquello". Detrás de un uso lingüístico como este siempre hay intenciones políticas, el fin es reafirmarse en la propia posición y propagarla. El concepto mismo pareciera obligar a una toma de partido. Desde 1789 revolución es un concepto de partido, porque entraña experiencias interpretables en sentidos opuestos. En el concepto "revolución" hay, por tanto, una gradación de estratos temporalmente diferentes que se utilizan, mezclan y dosifican de distinto modo en función del posicionamiento político".
viernes, 14 de abril de 2017
Diderot sobre el comercio de libros
En su Carta sobre el comercio de libros (1763), Denis Diderot advirtió con claridad algunos de los problemas que enfrenta el mercado editorial y, por consiguiente, la literatura en el siglo XXI. En contra de lo que cabría esperar de un precursor de la Revolución Francesa, el pensador ilustrado era partidario de preservar los privilegios de los impresores y libreros, ya que, de lo contrario, el comercio arrasaría con las jerarquías y los valores intelectuales.
Pero no había nada contradictorio en aquella posición. Diderot, como sugiere Roger Chartier en su "Estudio preliminar" a una reedición reciente del texto, a cargo de Seix Barral, pensaba en los términos republicanos del bien común y suponía que para uno de los valores básicos de la comunidad, la educación o la ilustración, era preferible mantener los fueros de la industria editorial. Él, decía Diderot de sí mismo, "que siempre estuvo convencido de que las corporaciones son injustas, funestas, y que vería en su abolición entera y absoluta un paso hacia una manera más sensata de gobernar...", pensaba que la preservación de los privilegios de editores y libreros era mejor para la cultura.
Sin privilegios, pensaba Diderot, podría darse un colapso tal de la estimativa intelectual, como consecuencia de la tiranía de la demanda, que un autor novel, que no se llamara Montesquieu, se viera imposibilitado de editar un tratado equivalente a El espíritu de las leyes. Antes que liberar totalmente el comercio de libros, sostenía el sabio francés, habría que eliminar la censura, tan onerosa para la moral pública como para la economía de las naciones. Libros censurados en Francia, como el Despotismo oriental de Boulanger o el Contrato social de Rousseau se importaban al doble o el triple de su precio del extranjero.
Lo que propone Diderot es conceder todas las demandas gremiales de los libreros franceses, incluida la de "prohibir a los libreros foráneos y extranjeros", aún cuando atenten contra la igualdad y libertad de los ciudadanos. Dicho de otra manera: si el orden republicano y democrático requiere de ilustración y ésta se logra manteniendo los privilegios de los libreros, entonces es preferible una política proteccionista a otra liberal en el comercio de libros. ¿Por qué suena tan actual esa idea de llegar a la libertad a través del privilegio?
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