Desde
fines de los 90, cuando escribió, casi a la vez, Informe contra mí mismo (1997) y Caracol Beach (1998), la escritura de Lichi vivió una bifurcación
interna, entre memoria y ficción, que muchas veces se reconciliaba en la crónica,
el género que más practicó desde que, siendo muy joven, se interesó en la
poesía y el periodismo. Este libro, La
novela de mi padre (2017), es una suerte de confluencia entre narrativa y
evocación, donde se muestra de cuerpo entero la prosa emotiva y seductora de
Eliseo Alberto.
El
libro abre con el relato de la muerte del padre, el inmenso poeta Eliseo Diego,
en su departamento de la calle Amores, en la Colonia del Valle, Ciudad de
México, en 1994. Una muerte en el sopor de una siesta, en la que los ojos del
poeta se abrían y cerraban, entre el sueño, la relectura de Orlando de Virginia Woolf y vistazos a
una vieja película de Charles Boyer en el canal 11.
Luego
Lichi introduce el asunto que le permitirá reescribir la historia familiar y, a
la vez, articular la ficción. Su padre, Eliseo Diego, luego de dos primeros
ejercicios narrativos, En las oscuras
manos del olvido (1942) y Divertimentos
(1946), abandonó para siempre la ficción y se dedicó a una escritura poética
inconfundible, dentro de la poesía de altísima calidad que se escribía en Cuba
a mediados del siglo XX. El primer cuaderno en que aquella voz se escucha,
plenamente, fue el clásico En la Calzada
de Jesús del Monte (1949).
Sin
embargo, un manuscrito encontrado por la hermana gemela de Lichi, Josefina de
Diego (Fefé)), en la casa habanera
del poeta, indica que antes de abandonar aquella narrativa juvenil, Eliseo
Diego intentó probar suerte con la novela. La ficción del poeta se llamaría Narración de domingo y contaría la
historia de Cayetano, un joven pueblerino –de esas misteriosas comarcas retratadas
luego en Por los extraños pueblos (1958)-
que mientras encuentra algún tesoro escondido en una cueva, sueña y rememora su
vida y la de su familia.
Pueblo
y sueño, memoria y familia eran obsesiones que del padre, Eliseo Diego, pasaron
al hijo, Eliseo Alberto. También la melancolía, que Lichi describe de manera
descarnada, como nunca antes en su obra, fue un atributo que el hijo heredó del
padre. En esa exploración del legado, Eliseo Alberto ubica el hallazgo del
manuscrito de la novela inconclusa de su padre poeta, como un encargo secreto
que el hijo novelista deberá asumir.
En las treinta páginas de Narración de domingo que Eliseo Diego dejó escritas parecía ocultarse una invitación al hijo, para que continuara la tarea. Diego insertaba fragmentos de una conversación con un "amigo" imaginario, en la que constantemente interrogaba y hasta criticaba su propio texto. Una de aquellas glosas a la trama, decía: "esta narración de domingo fue comenzada, ¿pero cuándo será terminada? Cuándo. Nunca. Esa es mi opinión". Otras eran más explícitas: "¡Bah! !Bah!, "el destrozo es apreciable..."
Lichi imagina que el amigo podría ser su propio padre, que dudaba del éxito de su proyecto novelístico, o él mismo, el hijo, que se convertiría entre los años 80 y 90 en un novelista profesional. Para los estudios sobre José Lezama Lima y Orígenes, este libro se vuelve pertinente por volver sobre el debate en torno a la novela dentro de aquel grupo de poetas. Mientras Cintio Vitier rechazaba el "monstruo" de la novela, Eliseo Diego, antes que el propio Lezama -de hecho, cuatro o cinco años antes de que apareciera el primer capítulo de Paradiso-, antes que Virgilio Piñera o que Lorenzo García Vega, apostaba por el género.
Pero no hay que llamarse a engaño. No hay tal conclusión o desarrollo "a cuatro manos" de un relato trunco, en La novela de mi padre. Lo que propone Eliseo Alberto es hacer del
momento en que su padre habría escrito Narración
de domingo, especialmente el
verano de 1946, una trama novelable, a través de las cartas que
Bella García Marruz, su madre, envía a Eliseo Diego, por entonces de viaje, y a través de la remembranza del mundo familiar de Orígenes como laboratorio de la literatura moderna en Cuba.
En
la reconstrucción de La Habana de aquellos años
-de un tono similar al que aparece en Esther en alguna parte (2005)-, en el regreso a los rincones de
Villa Berta, la casona de Arroyo Naranjo, y en los detalles de la amistad entre
los poetas y seguidores de la revista Orígenes
–José Lezama Lima, Gastón Baquero, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Agustín
Pi…- se lee esta novela familiar. La memoria, tal y como querían el padre y el
hijo, se vuelve al fin una ficción verdadera.