Ya lo mencionamos en un algún pasaje de
El estante vacío (Anagrama, 2009), pero vale la pena desarrollarlo más. En el año 2007, la editorial de Ciencias Sociales del Estado cubano publicó el libro
Recordando a Lenin del conocido neomarxista esloveno Slavoj Zizek. Aunque apareció sin prólogo o nota de los editores -en la contraportada se lee esta frase incoherente: "Slavoj Zizek retoma a Lenin para pensar nuevas formas políticas que permitan con un orden global más justo, democrático e igualitario y eludir así los tristes presagios que el poder nos quiere imponer en el fascinante nuevo desierto de lo real"-, era evidente que se trataba de una versión mutilada de
Repetir Lenin. Trece tentativas sobre Lenin (Akal, 2004) -en el Copyright habanero se alteraba la palabra "tentativas" con la de "alternativas"-, el prólogo y el epílogo que Zizek escribió para la antología de escritos de Lenin,
Revolution at the Gates (Verso, 2002).
De trece tentativas, la versión cubana escogía sólo dos: "El derecho a la verdad" y "Capitalismo cultural". En la primera, Zizek proponía una vuelta a la "política de la verdad" de Lenin contra tres paradigmas, la democracia liberal, el multiculturalismo postmoderno y el totalitarismo estalinista, aunque éste último sólo se mencionaba de pasada, ya que era un tema tratado en otros capítulos del mismo libro. En la segunda, ya el foco estaba puesto centralmente en la dimensión cultural del capitalismo global de fines del siglo XX y principios del XXI. En las grandes marcas de la moda, en Hollywood y en los íconos de la industria cultural del Occidente desarrollado, especialmente de Estados Unidos, veía Zizek avanzar un nuevo totalitarismo que, sin embargo, no hacía menos terribles los grandes experimentos totalitarios del siglo XX.
Hace una década, un lector habanero del libro de Zizek, sin contacto con la edición de Verso o la de Akal, podía concluir que el neomarxista estaba reivindicando a Lenin, fundamentalmente, contra el capitalismo y la democracia contemporáneas. Pero en
Repetir Lenin había varias tentativas que llamaban a movilizar el legado bolchevique para enfrentar el totalitarismo de izquierda o de derecha, estalinista o fascista. Por ejemplo, en "El materialismo reconsiderado", además de una crítica a la "teoría del reflejo" del propio Lenin -por lo visto, todavía inadmisible en Cuba hoy-, se lee un cuestionamiento del Partido único como "objeto transferencial" o "sujeto del supuesto saber", equivalente al de la teología medieval.
En el irónicamente llamado "La grandeza interna del estalinismo", junto a un homenaje a Brecht, hay una impugnación radical de los regímenes estalinistas del socialismo real. Otros capítulos borrados de la edición cubana como "Lenin escucha a Schubert" o "¿Amaba Lenin a su prójimo?", entraban en una refutación paralela del antintelectualismo ideológico y de la demagogia populista, tan característicos de las políticas culturales que el sistema soviético heredó al cubano. Y otros como "La violencia redentora", "Contra la política pura" o "Porque no saben lo que creen" entraban de lleno en la polémica de Zizek con Derrida y el deconstruccionismo, por un lado, y con la teoría política del neomarxismo francés, a la manera de Badiou, Rancière, Balibar o Mouffe, que, a su juicio, "reducían la esfera de la economía (de la producción material) a una esfera
óntica carente de dignidad
ontológica".
Todas las censuras o exclusiones, bajo un régimen totalitario comunista, como el cubano, son sintomáticas, es decir, comunican mucho más de lo que ocultan. Al mutilar el texto de Zizek, los editores de Ciencias Sociales hacían evidente su deseo de obstruir el contacto de la juventud cubana con las teorías no sólo del neomarxista esloveno sino de los pensadores de la izquierda francesa con los que él polemizaba. Pero el síntoma se volvía escándalo cuando se constataba que entre las muchas páginas mutiladas de Zizek sobre Lenin había una dedicada a Cuba. Lo que se editaba y lo que se mutilaba adquiría todo su sentido al tropezar con el pasaje de
Repetir Lenin donde se incluía la película
Buenavista Social Club (1999) de Wim Wenders y Ry Cooder dentro del fenómeno de la "ostalgie" del extinto campo socialista:
"¿Cómo es posible que
The Buenavista Social Club (1999), ese redescubrimiento y celebración de la música cubana prerrevolucionaria, de la tradición ocultada durante muchos años por la imagen fascinante de la Revolución, fuera recibida, no obstante, como un gesto de apertura hacia la Cuba de hoy, hacia la Cuba de Castro? ¿No sería mucho más lógico ver en esta película el gesto nostálgico-reaccionario
par excellence, el del redescubrimiento y la rehabilitación de las huellas del pasado prerrevolucionario largo tiempo olvidado (músicos entre los setenta y los ochenta años, las viejas calles desvencijadas de La Habana, como si el tiempo se hubiera detenido allí durante décadas)? Sin embargo, cabe situar el logro paradójico de la película precisamente en en este plano: interpreta esta nostalgia misma del pasado prerrevolucionario de los
night clubs como parte del presente posrevolucionario cubano (como queda de manifiesto ya en la primerísima escena de la película, en la que el viejo músico hace comentarios de viejas fotos de Fidel y el Che). Esto es lo que hace de esta película "apolítica" un modelo de intervención
política: mediante la demostración de que el pasado musical prerrevolucionario fue incorporado a la Cuba posrevolucionaria, socava la percepción habitual de la realidad cubana. Por supuesto, el precio que ha de pagar esta intervención es que la imagen que recibimos de Cuba es la de un país en el que el tiempo se ha detenido: no pasa nada, no hay ninguna industriosidad, vemos coches viejos, ferrocarriles abandonados y gente que se limita a pasear y, de vez en cuando, cantan e interpretan música. De esa suerte, la Cuba de Wenders es la versión latinoamericana de la imagen nostálgica de Europa del Este: un espacio fuera de la historia, fuera de la dinámica de la segunda modernización de nuestros días. La paradoja (y tal vez, el mensaje final de la película) es que en ello residía la principal función de la Revolución: no en acelerar el desarrollo social sino, por el contrario, en despejar un espacio en el que el tiempo se detuviera".