En 1974, el poeta cubano José Lezama Lima escribió un artículo sobre la muerte de Salvador Allende, tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el gobierno de Unidad Popular, en Chile, en septiembre del año anterior. En aquel tiempo no estaba muy difundida la tesis de que Allende se había suicidado antes de que los golpistas llegaran a la oficina presidencial de La Moneda y lo ultimaran. Fidel Castro había sostenido, en un conocido discurso que circuló como "verdad histórica" dentro de la izquierda revolucionaria latinoamericana, que Allende había muerto en combate. Lezama, en cambio, interpretó la muerte de Allende como una inmolación o casi un suicidio, a partir de la filosofía pitagórica de la desaparición física como "logro de la totalidad de la persona".
Lezama, por lo visto, estaba enterado de la masonería de Allende, ya que en otro momento del ensayo habla de la vida del socialista chileno como una "gran construcción donde el número de oro (de los pitagóricos) da las proporciones de la armonía" y "traza la melodía de la arquitectura". La muerte de Allende, pensaba Lezama, era una parábola pitagórica y masónica en la que la "varonía" se realizaba por medio de un "secreto canon que le daba su misterio y su cumplimiento". No había sorpresa o azar en aquella muerte: Allende avanzó hacia ella con la misma elegancia y resolución con que había "entrado en la ciudad".
Pero no sólo en la interpretación de la muerte de Allende sino en su lectura de la política del socialista chileno, Lezama procedía en sentido contrario a Fidel Castro en su famoso discurso. Tradicionalmente, este ensayo de Lezama, como otro más conocido a la muerte del Che Guevara, se han interpretado como suscripciones de la ideología oficial castrista. Una lectura más sutil, sin embargo, podría encontrar que, cuando Lezama se refiere a la "delicadeza" de Allende, está recurriendo a la clásica contraposición entre fidelismo y allendismo o entre socialismo totalitario y socialismo democrático, que manejaron muchos escritores latinoamericanos -Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards, entre otros-, partidarios de la "vía chilena" y críticos de la "stalinización" de Cuba, tras el caso Padilla:
"La delicadeza de Salvador Allende lo
convertirá siempre en un arquetipo de victoria americana. Con esa delicadeza
llegó a la polis como triunfador, con ella supo morir. Este noble tipo humano
buscaba la poesía, sabe de su presencia por la gravedad de su ausencia y de su
ausencia por una mayor sutileza de las dos densidades que como balanzas rodean
al hombre. Tuvo siempre extremo cuidado, en el riesgo del poder, de no irritar,
de no desconcertar, de no zarandear. Y como tenía esos cuidados que revelaban
la firmeza de su varonía, no pudo ser sorprendido. Asumió la rectitud de su
destino, desde su primera vocación hasta la arribada de la muerte. La parábola
de su vida se hizo evidente y de una claridad diamantina, despertar una nueva
alegría en la ciudad y enseñar que la muerte es la gran definición de la
persona, la que la completa, como pensaban los pitagóricos. Ellos creían que
hasta que un hombre no moría, la totalidad de la persona no estaba lograda. El
que ha entrado triunfante en la ciudad, sólo puede salir de ella por la evidencia
del contorno que traza la muerte".