Cuando en 1970 Carlos Barral publicó la novela El obsceno pájaro de la noche, del escritor chileno José Donoso, la crítica latinoamericana entró en trance. En un momento álgido del debate entre Mundo Nuevo y Casa de las Américas, quienes querían acercar a Donoso a la izquierda militante y alejarlo del post-estructuralismo que, vía Sarduy, lo cortejaba desde París, intentaron lecturas marxistas de esa novela y de la anterior, El lugar sin límites, que presentaban al chileno como cronista de una burguesía chilena en vías de extinción o de un ancien régime que sería enterrado por Unidad Popular. En el primer número de la revista Libre, en el que apareció, por cierto, el dossier completo del caso Padilla y se celebró el triunfo de Salvador Allende en Chile, los editores preguntaban a Donoso:
"Algunos críticos observan que sus novelas se ocupan de manera preferencial de una clase y de un mundo que tiende a desaparecer dentro del panorama social chileno. Si esto le parece exacto, ¿cómo podría explicar dicha inclinación?"
A lo que respondió el escritor:
"Nada me irrita tanto como los críticos que reducen mis novelas a sus elementos sociales, esos que quieren que yo haya escrito “el canto de cisne” de las clases sociales chilenas. Las clases sociales desaparecieron en Chile hace muchísimo tiempo. En mis novelas utilizo las colas que alcancé a atisbar, pero las utilizo como un arquitecto utiliza hormigón, hierro, vidrio: quinientos sacos de cemento apilados en un almacén es muy distinto a un edificio construido. Las clases sociales, tal como las dibujo en mis libros, son imaginarias. Me explico: nací en una familia de posición social ambigua, con un pie en la oligarquía y otro en la clase media, pero desterrada de ambas; y crecí en una época en que las clases sociales iban perdiendo importancia, los matices se confundían, y quedaban sólo pintorescos residuos. Por razones psicológicas personales, neurosis juvenil o lo que se quiera llamarla, ese mínimo matriz de destierro al que ya nadie daba importancia más que yo, se fue hinchando en mi como un absceso, se hizo doloroso, cruel, obsesivo, y durante mucho tiempo este desface subjetivísimo -además de otros desfaces subjetivos que se hicieron absceso y deformaron otras áreas de mi personalidad- me sirvió para mirar el mundo, magnificando algo insignificante"