Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

domingo, 26 de julio de 2015

Anarquismo y terrorismo

Finalmente puedo leer el importante estudio de Juan Avilés Farré sobre los primeros anarquistas, a fines del siglo XIX, titulado La daga y la dinamita. Los anarquistas y el nacimiento del terrorismo (2013), publicado por Tusquets. Se trata de un estudio histórico, específicamente enmarcado entre las décadas de 1860 a 1890, en Europa. Como era de rigor, Avilés Farré arranca con Bakunin y su Alianza Internacional de la Democracia Socialista, fundada en Ginebra en 1868, y con su colaborador Necháyev, autor de unos Principios de la revolución, que llegaron a tener mayor difusión que los propios escritos de Bakunin. De ahí se mueve a la figura de Kropotkin, su papel en las acciones de los narodniki rusos y su influencia sobre Malatesta y los anarquistas italianos y sobre José García Viñas y Tomás González Morago, líderes del anarquismo en Barcelona y Madrid.
Luego Avilés Farré repasa la ramificación del anarquismo en Europa y América, los principales atentados contra Humberto I de Italia, Alejandro II de Rusia y el Presidente del Consejo de Ministro español Antonio Cánovas del Castillo, los procesos de Chicago y Montjuic, el caso Duval, el asalto nocturno a Jerez de la Frontera, los crímenes de Émile Henry en Francia, el culto a la dinamita y, por supuesto, la asociación de La Mano Negra. Aunque bastante inclinada al anarquismo español, se trata de una historia muy completa y amenamente narrada de esa importante rama del socialismo finisecular, que aportó no pocas ideas y métodos a toda la tradición revolucionaria del siglo XX.
Sin embargo en las primeras y las últimas páginas de su libro, Avilés Farré propone entender el anarquismo como una primera modalidad de terrorismo moderno que desembocaría en las acciones del fundamentalismo islámico a principios del siglo XXI. A partir de una definición laxa de terrorismo como "violencia clandestina, ejercida contra personas no combatientes, con el propósito de generar un clima de temor favorable a los objetivos políticos de quienes la perpetran", Avilés Farré engloba bajo un mismo concepto ideologías, procesos, actores y métodos muy distintos y acciones violentas de diferente índole como los atentados contra cabezas de gobierno, el terror jacobino o bolchevique, la violencia popular, las guerras encubiertas de un Estado contra otro o los genocidios y los etnocidios. Si el libro hubiera eludido esas breves páginas metahistóricas, habría logrado mejor su objetivo de captar la especificidad del terrorismo anarquista a fines del siglo XIX.

martes, 21 de julio de 2015

Una novela sobre la Guerra Fría cultural

La última novela de Ian McEwan, Operación dulce (2013), es una ficción sobre las operaciones que hicieron los servicios secretos británicos en el medio cultural inglés para contrarrestar la propaganda soviética y el ascenso de una izquierda marxista que, desde su flanco comunista, trasmitía una visión idílica de las sociedades del socialismo real, en los años 60 y 70. Dedicada a su amigo Christopher Hitchens -al igual que la última de Martin Amis, Lionel Asbo: El estado de Inglaterra (2014)-, la novela cuenta la historia de la joven Serena Frome, que en sus años universitarios se interesó en la literatura disidente de la Unión Soviética y Europa del Este, especialmente en Alexandr Solzhenitsyn, y que fuera reclutada por el M15 luego de graduarse.
 La primera misión que se le asigna a Frome, llamada "Sweet Operation" y coordinada entre la contrainteligencia británica y la CIA, como parte de los programas culturales de esta agencia en la Guerra Fría, fue atraer al joven escritor y académico Tom Haley a posiciones críticas del totalitarismo comunista por medio de una remuneración permanente y de una estrategia bien armada de ubicación de sus manuscritos en grandes editoriales y jurados de premios literarios. Gracias a la operación, Haley llega a compartir lecturas con el joven Martin Amis y a ganar el premio Austen con una novela distópica, titulada Los llanos de Somerset, que paradójicamente narraba la decadencia de la sociedad industrial.
Buena parte de la novela se centra en el idilio entre el joven escritor Haley y su agente policíaca y literaria Frome. Esa historia de amor y lectura, de ideología y espionaje, es el medio que McEwan elige para trasmitir otra visión de la Guerra Fría cultural en el Londres de los años 70. Hay momentos en que la novela describe atmósferas nebulosas e intrigantes, como las de John Le Carré, pero no es ésa la tradición con que dialoga preferentemente McEwan. La clave de la aproximación del novelista a la trama de la Guerra Fría cultural está, creo, en su lectura de dos libros de fines de los 90, en buena medida, contradictorios: The File. A Personal History (1998) de Timothy Garton Ash y Who Paid the Piper? The CIA and the Cultural Cold War (1999) de Frances Stonor Saunders.
Si Stonor Saunders contaba un sólo lado de aquel conflicto -los proyectos impulsados por Michael Josselson desde la CIA, relacionados con el Congreso para la Libertad de la Cultura y la revista Encounter-, Garton Ash reconstruía el gran archivo de vidas, ideas y pasiones levantado por la Stasi en la Alemania comunista. Entre ambos libros se armaba un rompecabezas en que el comunismo y el liberalismo aparecían enfrentados desde racionalidades divergentes y, a la vez, metodológicamente afines. Ambas lecturas probablemente llevaron a McEwan a colocar su historia en un plano ajeno a cualquier maniqueísmo, en el que la trama del dinero, el poder y los aparatos de inteligencia no sepulta la literatura, el pensamiento y el amor.
McEwan arranca con un epígrafe de Garton Ash que dice: "ojalá hubiera encontrado en esta investigación a una sola persona netamente malvada". Esa huida de las causalidades diabólicas y del estilo paranoide de la Guerra Fría, que capturan rígidamente a los sujetos en bandos políticos enfrentados, se plasma en la novela. Aquí ni los traidores ni los leales a las causas son monstruos y la espía y su espiado acaban espiándose mutuamente, en una suerte reproducción afectiva de la vigilancia que culmina en una historia de amor. McEwan ha escrito una novela de intrigas anticomunistas que es, a la vez, un homenaje a la gran literatura británica de todos los tiempos, convencido, acaso, de que el choque de ideologías y poderes de la Guerra Fría no logró nunca colonizar el arte.

lunes, 6 de julio de 2015

La gran burocracia del intelecto (Una entrevista a Enrique Labrador Ruiz)

El escritor cubano Enrique Labrador Ruiz (1902-1991) fue un narrador laborioso y un hombre longevo, que se exilió a sus 74 años y que logró reeditar, por sí mismo, algunas de sus obras fundamentales en Estados Unidos, en una pelea personal contra el olvido.
Exiliado en 1976, Labrador vivió los 17 años claves del nuevo régimen en Cuba, tras la Revolución de 1959. Personificación del escritor profesional en el periodo republicano, perdió visibilidad en el campo literario cubano luego de la llegada de Fidel Castro al poder. La editorial La Tertulia llegó a reeditar, en 1963, su cuento Conejto Ulán, que había ganado el Premio Nacional Hernández Catá en 1946, y en 1970 ediciones Unión compiló sus mejores relatos, incluidos sus memorables "El gallo en el espejo" y "Trailer de sueños". Estos Cuentos (1970) fueron precedidos por un "Prólogo-entrevista" de Humberto Arenal, que transcribo a continuación.
Más allá de alguna disfrutable boutade criolla, la entrevista ofrece el testimonio de un escritor fuera de tiempo. Lo mismo al eludir nombres que al sacarle el cuerpo a las preguntas sobre el compromiso o sobre la relación entre "forma y contenido", Labrador se presentaba, orgullosamente, como un anacrónico ente republicano. La definición de la literatura como "gran burocracia del intelecto" es una de las mejores declaraciones públicas que se han escuchado a algún escritor cubano en el último medio siglo.


H. A: ¿Cree que la literatura es un hecho trascendente?

E. L. R: En la medida en que se enfoque. Una gran literatura, que a veces supera a la vida, es por supuesto un acto trascendente.

H. A: ¿Puede modificar la literatura la vida del hombre?

E. L. R: De un modo u otro la vida del hombre no se modifica sino por reacciones interiores; en todo caso la literatura influye.

H.A: ¿Qué autores prefiere ahora?

E. L. R: Soy lector voraz; no me siento a elegir. Me apasiona el rumbo de la actualidad en marcha.

H. A: ¿Y antes?

E. L. R: Lo mismo, pero antes todavía guardaba ciertas simpatías por autores que ya ahora no me interesan.

H.A: ¿Si no fuera escritor, qué otra profesion le hubiera gustado elegir?

E. L. R: Inventor de bagatelas... termonucleares.

H. A: ¿Cuáles son sus obsesiones más constantes como creador?

E. L. R: Llegar a una claridad sucinta, pero barroca, pero compleja; lo que no es un clister.

H. A: ¿Si escribiera de nuevo, qué temas le interesarían más?

E. L. R: Los temas que la curiosidad o el capricho me llevaran de la mano. Incluidos los vulgares que a veces están llenos de tensión y acción.

H. A: ¿Cuál considera es la obra cumbre de la literatura?

E. L. R: Hay muchas obras cumbres, y de día en día se encuentran nuevas obras que acaparan nuestra atención.

H. A: ¿Cree que puede haber un divorcio entre forma y contenido sin que afecte el total de la obra?

E.L R: Forma, contenido, es una sola cosa según mi parecer.

H. A: ¿Qué personaje o personajes prefiere entre todos los creados por usted?

E. L. R: Ninguno. Me parece que todavía yo no he dado personajes. Me fijo poco en ello. Yo busco ambientes.

H. A: ¿Le gustaría empezar de nuevo a vivir?

E. L. R: Jamás. Es un acto heroico que no debe repetirse.

H. A: ¿Qué piensa de la muerte?

E. L. R: En mi juventud hablaba mucho de ella. ¡La he evocado tantas veces! Según avanza el almanaque, te hace mirar la muerte como un acto piadoso.

H. A: ¿Cuál es su mayor preocupación literaria?

E. L. R: Llenar la cuartilla con la ilusión de la obra bien hecha.

H. A: ¿Y su mayor satisfacción?

E. L. R: Lograr eso, bien advertido que no sólo de palabras vive el escritor.

H.A: ¿Qué género literario prefiere como medio de expresión?

E. L. R: Cualquiera, con tal que no sea afectado.

H. A: ¿Cree que el escritor siempre está comprometido?

E. L. R: Naturalmente; no en balde se es imaginativo o realista; sancionador.

H. A: ¿Es el artista un profeta?

E. L. R: En muchos casos sí. Pero también se llega a ser un adefesio, un maníaco o simplemente un dorador de palabras.

H. A: ¿Quisiera darle un consejo a los escritores más jóvenes?

E. L. R: Paciencia y barajar; el silencio, ayuda; la sombra, cobija.

H. A: ¿Qué es la literatura?

E. L. R: La gran burocracia del intelecto. Todos esperamos algo de la literatura hasta jubilarnos.

viernes, 3 de julio de 2015

Las seis edades de la memoria

Mi lucha, el proyecto literario del escritor noruego Karl Ove Knausgard, consiste en seis volúmenes de una autobiografía novelada, que captan seis edades de la memoria. Hasta ahora han aparecido tres, La muerte del padre, que cuenta el momento juvenil del suicidio del padre, abusivo y alcoholizado, Un hombre enamorado, cuando Karl Ove es un adulto con tres niños, que ha dejado de ser hijo para convertirse en padre, y La isla de la infancia, que como indica el título trata de encapsular los primeros años del escritor en Hove y Tybakken, con su padre, su madre y su hermano.
La edad de la infancia debió ser la de mayor dificultad para Knausgard. Como advierte en las primeras páginas de su última entrega, los primeros seis años, de 1968 y 1974, son un vacío que se llena con recuerdos de sus padres y su hermano sobre sí mismo, más que una evocación personal. Es a partir de los siete u ocho años que la memoria de Karl Ove gana aliento y precisión y puede reconstruir los abusos del padre, la pasión por la madre, su fragilidad afectiva, sus llantos constantes, sus humillaciones en el colegio, donde es estigmatizado como un "femi", y su iniciación en el sexo, la literatura y la música.
Hay en La isla de la infancia, unas veces, un tono Proust, y otras, un tono Twain, sin que ninguno de los dos haya sido, por lo visto, lectura formativa de Knausgard. En sus libros hay un inventario bastante preciso del itinerario de un lector tradicional de mediados del siglo XX -Verne y Dumas, Salgari y Christie, Dickens y London, Stendhal y Balzac, Tolstoi y Turgueniev-, que ha dejado marcas evidentes en su escritura. Proust o Twain son más resonancias involuntarias que apuestas por un legado estilítico.
La dificultad de este tercer volumen residía en la transportación del Knausgard actual a la mente del Karl Ove niño o púber, entre los 7 y los 13 años. La mayor parte de la novela transcurre en esa inmersión en la subjetividad infantil, aunque por instantes Knausgard debe regresar a su personalidad actual para tomar distancia de su propia invención memoriosa o, simplemente, para justificar el papel de la ficción en su autobiografía. Sucede, por ejemplo, en las primeras páginas, donde aparece el pasaje sobre la memoria que transcribimos en el post anterior.
Pero sucede, también, justo a la mitad, entre las páginas 288 y 295, cuando el Karl Ove niño calla y deja hablar al Knausgard adulto, que confiesa el miedo y el odio al padre y el amor a la madre. Lo que trasmite el escritor noruego con este distanciamiento es que la identidad edípica no puede ser racionalizada por su personaje, el niño Karl Ove, pero también que la primera persona se resiste a ser utilizada de manera constante y verosímil cuando se quiere viajar al origen de la memoria. Es, en suma, aquella edad, la infancia, la menos hospitalaria o la más reacia a acoger los otros momentos del yo, que se han impuesto como sublimación de un pasado.

sábado, 27 de junio de 2015

Brevísima teoría de la memoria

Lo que a Henri Bergson o a Paul Ricoeur costó volúmenes, al novelista noruego Karl Ove Knausgard le sale en un párrafo. Una brevísima teoría de la memoria que tiene, además de la brevedad, la virtud de inspirarse rigurosamente en la experiencia personal. En la esencia de la persona humana y en la manera que cada quien memoriza su experiencia se encuentra la clave del recuerdo universal. Jonathan Lethem ha relacionado la escritura de Knausgard con la imagen del rey desnudo. Y así es: la autobiografía como desnudez del yo y la memoria como acto de su develamiento son las claves de la narrativa de este escritor que, con su gran saga Mi lucha, que ya va por la tercera entrega, La isla de la infancia (2015), esta revolucionando los géneros narrativos:

"La memoria no es una magnitud fiable en una vida. No lo es por la sencilla razón de que no antepone la verdad a todo. No es nunca la exigencia de veracidad lo que decide si la memoria reproduce un suceso correctamente o no. Lo decide el interés personal. La memoria es pragmática, es insidiosa y astuta, pero no de un modo hostil o malicioso; al contrario, hace todo lo posible para satisfacer a su amo. Algunas cosas las empuja hasta el vacío del olvido, otras las retuerce hasta lo irreconocible, otras las ha malinterpretado elegantemente, y algunas, las menos, las recuerda nítida y correctamente. Tú nunca puedes decidir qué es lo que se recuerda correctamente".

domingo, 21 de junio de 2015

Criminalidad y política

En el nuevo suplemento cultural del periódico mexicano, La Razón, Margarita Esther González traduce la última entrevista que diera Hannah Arendt a Roger Errera, a fines de 1973, para la serie Un Certain Regard. La Hannah Arendt captada en la entrevista es la última, no la de La condición humana o Los orígenes del totalitarismo, la de la teoría de la revolución, la violencia o la "banalidad del mal", a propósito del juicio a Eichmann en Jerusalén, sino la crítica de la Guerra de Viet Nam y la analista de los Documentos del Pentágono, en su libro Crisis de la República (1972).
Se trata, en suma, de una Hannah Arendt perfectamente contemporánea, que todo lo que asegura sigue siendo válido para el mundo posterior a la Guerra Fría, en el que muchos de aquellos mecanismos tecnocráticos de "solución de problemas" en conflictos mundiales se han perfeccionado a un grado inédito de sofisticación. En su primera respuesta a Errera, dice Arendt:

"Al igual que las corporaciones sin Estado son características de nuestra época, y se repite una y otra vez con distintos aspectos en diferentes países y con distintos colores..., lo que también es característico de nuestra época es la intrusión masiva de la criminalidad en los procesos políticos. Y con lo anterior quiero decir algo que trasciende, por mucho, a esos crímenes siempre justificados, correctamente o no, como razón de Estado, porque siempre son la excepción a la regla, mientras que ahora, en cambio, nos enfrentamos a un estilo de política que en sí misma es criminal".

Aquella Arendt, que había denunciado el estalinismo y que sigue pensando el comunismo como "tiranía", estaba, a la vez, tan inmersa en la crítica de la política de Estados Unidos en la Guerra Fría que llega a rechazar el rótulo de "liberal". En un momento, le dice a Errera: "espero no escandalizarlo si le digo que no estoy del todo segura de ser liberal". Y recuerda a René Char: "nuestra herencia no está garantizada por ningún testamento". Y, sin embargo, esa Hannah Arendt final sigue apostando por una racionalidad crítica, capaz de desenmascarar cualquier tiranía:

"Verá, la tiranía fue descubierta muy temprano e identificada muy temprano como un enemigo. Sin embargo, nunca ha sido un obstáculo para que un tirano se convierta en tirano. No fue un obstáculo para Nerón, como tampoco para Calígula. Y los casos de Nerón y Calígula no impidieron un ejemplo todavía más cercano de lo que puede significar la intrusión masiva de la criminalidad en el proceso político".

Es muy probable que Arendt estuviera pensando en Hitler, pero el tono de la entrevista, centrado en la Guerra Fría, Viet Nam y los Papeles del Pentágono, permite interpretar que también pudo estar pensando en Stalin o, incluso, en Nixon. Fue esa la interpretación que Christopher Hitchens prefirió de aquella última Arendt, en quien, en buena medida, se apoyó para su Juicio a Kissinger (2002). Según Arendt, la "intrusión de la criminalidad en política" se había vuelto "masiva", es decir, universal, durante la Guerra Fría. Y ha continuado siéndolo desde entonces.


martes, 9 de junio de 2015

Julia de Burgos en La Habana

Llevo tiempo escuchando comentarios y leyendo artículos sobre la importancia de La Habana para la poeta puertorriqueña Julia de Burgos (1914-1953). Sabíamos que esa ciudad había sido escenario del romance y la ruptura con el médico y líder antitrujillista dominicano, fundador del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), Juan Isidro Jimenes Grullón, y habíamos leído su soneto a José Martí y las resonancias cubanas de su tercer poemario -después de Poema en veinte surcos (1938) y Canción de la verdad sencilla (1939), publicados en San Juan-, El mar y tú (1954), que aunque escrito durante su residencia en Cuba, fue publicado póstumamente por su hermana Consuelo en Nueva York.
Pero no ha sido hasta leer las cartas que Julia de Burgos envió a Consuelo y que fueron recientemente editadas en San Juan por Eugenio Ballou en la editorial Folium/ Prosas Profanas, con prólogo inteligente de Lena Burgos-Lafuente, que hemos aquilatado verdaderamente esa conexión. La correspondencia entre estas hermanas puertorriqueñas, inmersas en las redes intelectuales y políticas de la izquierda caribeña a mediados del siglo XX, es una fuente documental que lanza una bocanada de aire fresco al archivo un tanto reticente y controlado de la historia cultural de los comunismos, los nacionalismos y los socialismos del Caribe y sus diásporas, a mediados del siglo XX.
Buena parte del epistolario o, más bien, de las cartas de Julia a Consuelo compiladas en el volumen fueron escritas en Nueva York. Primero en el breve periodo que va de agosto de 1939, cuando la poeta llega a Nueva York, y junio de 1940, cuando embarca hacia La Habana. Luego, en la terrible década que va del verano del 42 al verano del 53, con breves estancias en Baltimore o Washington, en que la correspondencia va perdiendo fluidez, aunque no intensidad, ya que capta los años finales de la poeta, entrando y saliendo de hospitales, especialmente del Goldwater Memorial Hospital de la entonces llamada Welfare Island -hoy Roosevelt Island-, donde escribe sus dos estremecedores poemas en inglés, "Farewell y The Sun in Welfare Island", y de donde se escapa para morir en Manhattan, destrozada por la depresión, el alcoholismo, la cirrosis y el cáncer.
El momento de mayor fluidez de la correspondencia es, sin embargo, el del periodo habanero de la poeta. Como tantos otros poetas hispanoamericanos, desde José Martí hasta Octavio Paz, Julia de Burgos sentía por Nueva York una mezcla de fascinación y rechazo. Le atrae la "organización" de la modernidad, pero no gusta de la "apariencia de enorme cuartel militar" o de "las casas uniformes, sin gracia, y sin arte". Celebra la heterogeneidad civil y la "maravilla arquitectónica", marmórea, "sobria y llena de ángulos" del art deco del Midtown, pero escruta la "espesa niebla", el "mundo silenciado" y la "belleza esquiva" de los paisajes, que contrapone al "trópico desnudo" del Caribe.
En La Habana, en cambio, Julia de Burgos siente regresar a su hábitat. Hay una pastoral de lo hispánico en las primeras cartas a Consuelo desde la isla, que coexiste sin mayor problema con el discurso nacionalista o las apelaciones vasconcelianas a una América "indo-hispánica". Pero también hay una descripción de La Habana como "pequeño París" del Caribe -"sin alemanes..., todavía"-, con "cafés al aire libre, aceras muy anchas y orquestas de mujeres, especialmente mulatas". No hay rastros de depresión en esas cartas: su vida en La Habana, los viajes a Trinidad -donde escribe el poema "Presencia de amor en la isla"-, Caibarién, Santiago de Cuba, Holguín, Santa Clara..., y la resolución con que ingresa a la Universidad de La Habana, con el propósito de cursar en pocos años cuatro doctorados -en Pedagogía, Filosofía y Letras, Ciencias Sociales y Derecho Público- y dos licenciaturas -Derecho Consular y Diplomático-, e instalar un bufete propio, parecen marcados por una euforia que emerge como catarsis epistolar.
Aquel entusiasmo tiene que ver con el hecho de que la poeta continúa en La Habana una vida literaria y pública, iniciada en San Juan a fines de los 30, aunque con la plataforma más sólida que le ofrece un país que ha salido de una revolución nacionalista, con una nueva Constitución y con un gobierno aliado de los comunistas cubanos. Julia de Burgos no se hace ilusiones con Fulgencio Batista -"militarote peligroso", le llama-, y dice que Grau San Martín es "hombre puro, pero desorientado y reaccionario". Pero su inserción en las élites intelectuales y políticas de la isla, aunque fuertemente ligada a la red comunista caribeña, se abre a otras corrientes políticas, cercanas a los nacionalismos revolucionarios no comunistas, en las que se mueven su pareja, Jimenes Grullón, y Juan Bosch, otro líder antitrujillista exiliado en Cuba. Esas redes explican, en medida, que Julia de Burgos afirme que "Raúl Roa es el crítico y escritor más destacado de Cuba, aún más que Marinello y Mañach".
Como bien apunta Lena Burgos-Lafuente en el prólogo, este epistolario aparece en medio de un vacío biográfico e historiográfico sobre la izquierda caribeña de mediados del siglo XX, especialmente, la puertorriqueña. Sabemos muy poco, en realidad, sobre aquellas redes y sus conexiones con la izquierda norteamericana, especialmente con el Partido Comunista de Estados Unidos. Las Cartas a Consuelo (2014) siguen dejando incógnitas en el aire, como las razones reales de la ruptura con Jimenes Grullón. Éste la acusa con su hermana de "deslealtad", concepto ambivalente que enlaza sentidos sexuales y afectivos, ideológicos y políticos, y de "actitudes inconvenientes o desviadas" y de "deficiencias y fallas en su carácter", frases que recuerdan lo peor de la tradición moral de esa izquierda. Ella le atribuye a Jimenes Grullón una "poderosísima enfermedad mental, que lo hacía desconfiar de todos y de todo, reflejo de una desgraciada vida anterior" y de no querer enfrentarse a sus padres con la decisión de "asumir una responsabilidad legal y pública", casándose con la poeta.
Lo cierto es que Cartas a Consuelo (2014) ofrece tanto material para la biografía, la historia y la crítica, como para la ficción. A falta de estudios definitivos en cualquiera de esos campos, sobre Julia de Burgos, Juan Bosch o el propio Jimenes Grullón, este libro viene a revitalizar el archivo y a recordarnos, una vez más, la importancia de la historia y la biografía para una información convincente de la crítica literaria. No creo que lleguemos nunca a comprender la multiplicidad de sentidos de la poesía de Julia de Burgos sin sus políticas o sin esas otras escrituras que acompañan el envío de un retrato en la revista Carteles o un recorte de prensa en Bohemia, donde glosan una conferencia suya en La Habana. La literatura es, también, vida literaria, cuando la hay, y silencio, soledad y muerte anónima, cuando todo se ha perdido.