Leyendo el intenso diálogo que sostuvieron Alejo Carpentier y Julian Orbón entre los años 40 y 50 y que, fácilmente, se descifra en La música en Cuba (1946) y, sobre todo, el Diario de Venezuela (2014), del primero, he pensado en la desaparición de ese tipo de intelectual en Cuba y, en buena medida, en América Latina. El tipo de intelectual que pensaba la nación en clave sonora, no tanto poética o narrativa, a la manera de Vitier o Lezama, y que, en la tradición de Thomas Mann o Theodor Adorno, creía que toda cultura que se respete debe alcanzar una expresión sinfónica de su propio acervo musical.
Recordemos que en La música en Cuba, Carpentier sostenía que luego de Caturla y Roldán, aquel empeño de dar forma culta a una sonoridad nacional, entraba en una fase de "desorientación", que comenzaba a revertirse con la labor "didáctica" de José Ardévol y el Grupo Renovación Musical. Después de Ardévol, según Carpantier, emergían las figuras más alentadoras de la música cubana, algunos como Harold Gramatges, marcados por el proyecto de Renovación Musical, otros, como Hilario González y Argeliers León, más "criollos" o más deudores del tipo de nacionalización del sonido emprendida por Caturla o Roldán.
En esa segunda generación de músicos, que emerge entre los 40 y los 50, el preferido de Carpentier es, sin dudas, Julián Orbón. De éste dice, en La música en Cuba, que "es la figura más singular y prometedora de la joven escuela cubana"¿Por qué? Al parecer, porque, según Carpentier, era el que se planteaba retos mayores. A Carpentier le atraía el empeño de Orbón de "tener sinfonía" -equivalente al de Lezama de "tener novela"- y que se resumía en su reproche a la música española y, en general, hispanoamericana, que "esquivaba la gran sinfonía, con todas sus implicaciones, por el afán de permanecer en una zona artísticamente aséptica". Carpentier se hacía eco de Orbón: "el músico que logre ser un Brahms español -o americano- con un idioma que responda a nuestra sensibilidad de hoy, habrá dado con la clave del problema".
¿Qué problema? El mismo que aparece en Doktor Faustus de Thomas Mann, que Carpentier se jacta de haberle recomendado a Orbón, o en la música de Beethoven o Bartok, y que es, en resumidas cuentas, el dilema de inventar la fórmula precisa para la conversación entre lo local y lo universal. Según Carpentier, Orbón creyó encontrar esa fórmula en el Treno que compone el personaje de Los pasos perdidos, que en algún momento pensaron escribir a cuatro manos. A Carpentier le sorprende el entusiasmo de Orbón por su novela, ya que atribuye al músico una falta de americanismo que, sin embargo, se ve compensada por su aspiración a lo sinfónico.
Es difícil decidir si, en el Diario de Venezuela, es decir, durante todos los años 50, Carpentier se considera más novelista que músico. En noviembre de 1952, anota que Orbón le ha mandado un Preludio y Toccata para guitarra, en el que observa "cierta cubanidad en el acento", que "le encanta". Y agrega: "hay una solidez de intenciones que me maravilla. Una eliminación de lo superfluo, semejante a la que yo busco". ¿A qué se refiere? ¿A lo que buscaba en la novela o en la música? Creo que a ambas búsquedas, fundidas en una, como se desprende en otro diálogo, unos meses después, en el que reitera ese "horror instintivo por las soluciones fáciles" de Orbón, a lo que agrega, petulante:
"Le resolví su misa, dándole la solución del Tropo compostelano, que usa, en Los pasos perdidos, el personaje principal. Con el desarrollo instrumental de lo melismático, y el trabajo de las voces en discantus, terminó de modo magnífico, el Credo. Su misa, por lo demás, es una maravilla. Después de conocer la música de Orbón (el Homenaje a la Tonadilla, el Cuarteto) me mostré tan poco interesado en conocer la música de los demás, que estos deben estar resentidos. Tant pis!.."
Libros del crepúsculo
miércoles, 24 de diciembre de 2014
martes, 23 de diciembre de 2014
Carpentier, Orbón y el "ratage" intelectual
Finalmente ha aparecido el Diario de Venezuela (1951-1957) de Alejo Carpentier, en la colección de sus Obras Completas, que edita Siglo XXI en México y Argentina. Había tenido noticias del volumen, en edición habanera, por una inteligente nota que publicó Jorge Enrique Lage en Diario de Cuba y por conversaciones con Roberto González Echevarría, quien me aseguró que en aquellos apuntes del exilio venezolano de Carpentier, durante la década de los 50, encontraría críticas frontales del escritor al comunismo cubano y a las principales figuras del PSP.
En efecto, esas críticas están, aunque con matices que habría que glosar. Tan revelador de la posición política de Carpentier en los 50 es ese pasar de largo ante la dictadura de Batista y la revolución de Castro, como su desencanto con el comunismo juvenil. En abril de 1952, rememorando a sus viejos amigos Jorge A. Vivó y Leonardo Fernández Sánchez, Carpentier se refiere a un "infantilismo revolucionario, ampliamente rebasado en Cuba". Aquellos amigos comunistas le parecen, ahora, "eternos jueces de los jóvenes burgueses, índices alzados para señalar, en una corbata, en un traje nuevo, una muestra de espíritu burgués, pero que, a la postre, resultaron los mejores aliados de las fuerzas de la reacción".
Sin embargo, me llama la atención que Carpentier cuida siempre sus juicios sobre Marinello. En un viaje que hizo en abril de 1953 a La Habana, Carpentier asistió a una cena en el Pen Club de la ciudad, donde coincidió con Fernando Ortiz, Jorge Mañach y Juan Marinello. Desbocado en galicismos, escribe que la cena fue "navrante" y que Mañach le pareció "el raté magnifique", que "se ve alabado por la gente de sociedad, pero la verdad es que lleva, dentro de sí, la gran amargura de su frustración". Y agrega, "Marinello, que estaba a su lado -por primera vez en muchísimo tiempo-, al menos, se ha realizado en lo político".
Un poco más adelante, Carpentier expone el origen de la frase, "raté magnifique", que no proviene de alguna lectura francesa sino nada menos que de Orestes Ferrara, quien se refería en esos términos a Francisco García Cisneros, un escritor y periodista afrancesado de las primeras décadas republicanas, que firmaba artículos para El Fígaro, Social o Chic con seudónimos como Lohengrin, Raoul Francois o Francois G. de Cisneros. Carpentier da, por supuesto, un sentido más abarcador al "fracaso" o "ratage", que el que daba Ferrara en alusión a García Cisneros. Un sentido muy parecido al de José Lezama Lima y Orígenes, con quienes por entonces tiene muy buenas relaciones, y que implica la frustración política del intelectual. A Marinello, según Carpentier, lo salva su "realización" política.
Pero como observó Lage, el diario venezolano de Carpentier es, en buena medida, la historia de la gran amistad entre el escritor y el músico Julián Orbón. Otra amistad quebrada por la Revolución, como las que hemos reseñado, aquí, entre Lino Novás Calvo y José Antonio Portuoundo o entre Aureliano Sánchez Arango y Raúl Roa. Carpentier no escatima elogios a Orbón -"es, decididamente, uno de los hombres más extraordinarios que yo haya conocido.., hay en su mente un horror instintivo a las soluciones fáciles, qué maravilla…, toda cuestión es puesta en entredicho, siempre, por su espíritu"- y hasta se arrepiente de anotar reproches a su amigo, como aquel en el que observa la negación, por parte de Orbón, "de una cultura que tenga en cuenta sus raíces americanas".
La crítica de Carpentier a la falta de americanismo de Orbón o a su desentendimiento de la tradición de Roldán ("mulato tirando a negro"), Caturla ("que sólo podía fornicar con negras") y Lam ("negro"), sorprende más si se tiene en cuenta que en La música en Cuba (1946), varios años antes, Carpentier había elogiado La guacanayara y el Pregón, con versos de Nicolás Guillén, de Orbón, como continuaciones de la americanización sonora que representaban La rumba de Caturla o los Choros de Villalobos. Y, en efecto, nada más americano que el Julián Orbón de ensayos como "Tradición y originalidad en la música hispanoamericana" o "Tarsis, Isaías, Colón", reunidos en en el volumen En la esencia de los estilos (Colibrí, 2000).
En efecto, esas críticas están, aunque con matices que habría que glosar. Tan revelador de la posición política de Carpentier en los 50 es ese pasar de largo ante la dictadura de Batista y la revolución de Castro, como su desencanto con el comunismo juvenil. En abril de 1952, rememorando a sus viejos amigos Jorge A. Vivó y Leonardo Fernández Sánchez, Carpentier se refiere a un "infantilismo revolucionario, ampliamente rebasado en Cuba". Aquellos amigos comunistas le parecen, ahora, "eternos jueces de los jóvenes burgueses, índices alzados para señalar, en una corbata, en un traje nuevo, una muestra de espíritu burgués, pero que, a la postre, resultaron los mejores aliados de las fuerzas de la reacción".
Sin embargo, me llama la atención que Carpentier cuida siempre sus juicios sobre Marinello. En un viaje que hizo en abril de 1953 a La Habana, Carpentier asistió a una cena en el Pen Club de la ciudad, donde coincidió con Fernando Ortiz, Jorge Mañach y Juan Marinello. Desbocado en galicismos, escribe que la cena fue "navrante" y que Mañach le pareció "el raté magnifique", que "se ve alabado por la gente de sociedad, pero la verdad es que lleva, dentro de sí, la gran amargura de su frustración". Y agrega, "Marinello, que estaba a su lado -por primera vez en muchísimo tiempo-, al menos, se ha realizado en lo político".
Un poco más adelante, Carpentier expone el origen de la frase, "raté magnifique", que no proviene de alguna lectura francesa sino nada menos que de Orestes Ferrara, quien se refería en esos términos a Francisco García Cisneros, un escritor y periodista afrancesado de las primeras décadas republicanas, que firmaba artículos para El Fígaro, Social o Chic con seudónimos como Lohengrin, Raoul Francois o Francois G. de Cisneros. Carpentier da, por supuesto, un sentido más abarcador al "fracaso" o "ratage", que el que daba Ferrara en alusión a García Cisneros. Un sentido muy parecido al de José Lezama Lima y Orígenes, con quienes por entonces tiene muy buenas relaciones, y que implica la frustración política del intelectual. A Marinello, según Carpentier, lo salva su "realización" política.
Pero como observó Lage, el diario venezolano de Carpentier es, en buena medida, la historia de la gran amistad entre el escritor y el músico Julián Orbón. Otra amistad quebrada por la Revolución, como las que hemos reseñado, aquí, entre Lino Novás Calvo y José Antonio Portuoundo o entre Aureliano Sánchez Arango y Raúl Roa. Carpentier no escatima elogios a Orbón -"es, decididamente, uno de los hombres más extraordinarios que yo haya conocido.., hay en su mente un horror instintivo a las soluciones fáciles, qué maravilla…, toda cuestión es puesta en entredicho, siempre, por su espíritu"- y hasta se arrepiente de anotar reproches a su amigo, como aquel en el que observa la negación, por parte de Orbón, "de una cultura que tenga en cuenta sus raíces americanas".
La crítica de Carpentier a la falta de americanismo de Orbón o a su desentendimiento de la tradición de Roldán ("mulato tirando a negro"), Caturla ("que sólo podía fornicar con negras") y Lam ("negro"), sorprende más si se tiene en cuenta que en La música en Cuba (1946), varios años antes, Carpentier había elogiado La guacanayara y el Pregón, con versos de Nicolás Guillén, de Orbón, como continuaciones de la americanización sonora que representaban La rumba de Caturla o los Choros de Villalobos. Y, en efecto, nada más americano que el Julián Orbón de ensayos como "Tradición y originalidad en la música hispanoamericana" o "Tarsis, Isaías, Colón", reunidos en en el volumen En la esencia de los estilos (Colibrí, 2000).
martes, 16 de diciembre de 2014
Los dos Castro de Frantz Fanon
Comentábamos en El estante vacío (2009) la paradoja de que un pensador como Frantz Fanon, con ideas que tanto sintonizaron con la izquierda radical nacionalista y antiimperialista, a la manera del Che Guevara, hubiera mostrado, en sus escritos de 1959 a 1961, año de su muerte, tan poco entusiasmo por la Revolución Cubana. Sartre, por ejemplo, que prologó y, de algún modo, "tradujo" Le Damnés de la terre para la edición de Francois Maspero, en 1961, se identificó con la Revolución Cubana más que el pensador negro, martiqueño y argelino. Incluso en textos posteriores a 1959, como los reunidos en Por la revolución africana (1964), libro que lamentablemente se lee menos que otros suyos, Fanon se refiere a Cuba sin acreditar el cambio que la Revolución está produciendo en la isla y en la región.
La explicación tal vez se encuentre en un par de pasajes de Los condenados de la tierra, en los que Fanon se refiere directamente a Castro. En un momento de su gran ensayo, Fanon alude al hecho de que las delegaciones de los países del Tercer Mundo, reunidas en la ONU en septiembre de 1960, no se extrañan de que Castro aparezca con uniforme militar en la tribuna de la Asamblea General. Para Fanon no hay mayor extrañeza ante el atuendo del líder cubano porque la guerra se ha vuelto, para los países subdesarrollados, parte constitutiva de la realidad. La guerra no es la excepción, sino la regla, el modo de vida de los pueblos colonizados y el uniforme simboliza la procedencia y la asunción de una realidad bárbara:
"Lo mismo que Castro al acudir a la ONU con uniforme militar, no escandaliza a los países subdesarrollados. Lo que demuestra Castro es que tiene conciencia de la existencia de un régimen persistente de violencia. Lo sorprendente es que no haya entrado en la ONU con su ametralladora. ¿Se habrían opuesto quizás? Las sublevaciones, los actos desesperados, los grupos armados con cuchillos o hachas encuentran su nacionalidad en la lucha implacable que enfrenta mutuamente al capitalismo y al socialismo".
Pero Fanon no desconocía que la polarización de la Guerra Fría había creado un bloque comunista antagónico, que detentaba una hegemonía en su territorio, que tampoco se avenía con los intereses de las naciones colonizadas del Tercer Mundo, especialmente, las africanas. Como el Guevara posterior a 1962, Fanon fue crítico de Moscú y de la política de los partidos comunistas europeos, sobre todo del francés, frente a la cuestión argelina y de la descolonización africana, en general. Es ahí donde aparece, la mayor discordancia de Fanon con el proyecto cubano: para el intelectual descolonizador, la lógica binaria de la Guerra Fría es parte del aparato político y simbólico del orden colonial. Es por ello que en otro momento de Los condenados de la tierra se refiere, críticamente, a la protección nuclear de Cuba por parte de los soviéticos, que concibió la dirigencia cubana desde 1960, por lo menos:
"No puede afirmarse que solo la demagogia explica el súbito interés de los grandes por los pequeños problemas de las regiones subdesarrolladas. Cada rebelión, cada sedición en el Tercer Mundo se inserta en el marco de la Guerra Fría. Dos hombres son apaleados en Salisbury y todo un bloque se conmueve, habla de esos hombres y, con motivo de ese apaleamiento plantea el problema particular de Rodesia -ligándolo al conjunto de África y a la totalidad de los hombres colonizados. Pero el otro bloque mide igualmente, por la amplitud de la campaña realizada, las debilidades locales de su sistema. Los pueblos colonizados se dan cuenta de que ningún clan se desinteresa de los indigentes locales. Dejan de limitarse a sus horizontes regionales, inmersos como están en esa atmósfera de agitación universal. Cuando, cada tres meses, nos enteramos de que la 6ª o la 7ª flota se dirige hacia tal o cual costa, cuando Kruschev amenaza con salvar a Castro mediante cohetes, cuando Kennedy, a propósito de Laos, decide recurrir a las soluciones extremas, el colonizado o el recién independizado tiene la impresión de que, de buen o mal grado, se ve arrastrado a una especie de marcha desenfrenada".
Las reservas de Fanon para con la Revolución Cubana tuvieron su origen en ese desdoblamiento de Fidel Castro ante sus ojos. Por un lado, Castro era el líder de un proceso de liberación nacional, que recuperaba una soberanía perdida o limitada. Pero, por el otro, Castro era un aliado de Moscú, en plena Guerra Fría, que hacía avanzar los intereses del bloque soviético en el Tercer Mundo. El primer Castro era un actor fundamental del proceso descolonizador con el que Fanon se había comprometido desde principios de los años 50, cuando recién graduado de psiquiatría en Lyon, se instala en un hospital para enfermos mentales en Argelia. Pero el segundo era parte del mismo sistema colonial de la Guerra Fría, que no excluía la política global del bloque soviético y de los partidos comunistas leales a Moscú y al "marxismo-leninismo".
La explicación tal vez se encuentre en un par de pasajes de Los condenados de la tierra, en los que Fanon se refiere directamente a Castro. En un momento de su gran ensayo, Fanon alude al hecho de que las delegaciones de los países del Tercer Mundo, reunidas en la ONU en septiembre de 1960, no se extrañan de que Castro aparezca con uniforme militar en la tribuna de la Asamblea General. Para Fanon no hay mayor extrañeza ante el atuendo del líder cubano porque la guerra se ha vuelto, para los países subdesarrollados, parte constitutiva de la realidad. La guerra no es la excepción, sino la regla, el modo de vida de los pueblos colonizados y el uniforme simboliza la procedencia y la asunción de una realidad bárbara:
"Lo mismo que Castro al acudir a la ONU con uniforme militar, no escandaliza a los países subdesarrollados. Lo que demuestra Castro es que tiene conciencia de la existencia de un régimen persistente de violencia. Lo sorprendente es que no haya entrado en la ONU con su ametralladora. ¿Se habrían opuesto quizás? Las sublevaciones, los actos desesperados, los grupos armados con cuchillos o hachas encuentran su nacionalidad en la lucha implacable que enfrenta mutuamente al capitalismo y al socialismo".
Pero Fanon no desconocía que la polarización de la Guerra Fría había creado un bloque comunista antagónico, que detentaba una hegemonía en su territorio, que tampoco se avenía con los intereses de las naciones colonizadas del Tercer Mundo, especialmente, las africanas. Como el Guevara posterior a 1962, Fanon fue crítico de Moscú y de la política de los partidos comunistas europeos, sobre todo del francés, frente a la cuestión argelina y de la descolonización africana, en general. Es ahí donde aparece, la mayor discordancia de Fanon con el proyecto cubano: para el intelectual descolonizador, la lógica binaria de la Guerra Fría es parte del aparato político y simbólico del orden colonial. Es por ello que en otro momento de Los condenados de la tierra se refiere, críticamente, a la protección nuclear de Cuba por parte de los soviéticos, que concibió la dirigencia cubana desde 1960, por lo menos:
"No puede afirmarse que solo la demagogia explica el súbito interés de los grandes por los pequeños problemas de las regiones subdesarrolladas. Cada rebelión, cada sedición en el Tercer Mundo se inserta en el marco de la Guerra Fría. Dos hombres son apaleados en Salisbury y todo un bloque se conmueve, habla de esos hombres y, con motivo de ese apaleamiento plantea el problema particular de Rodesia -ligándolo al conjunto de África y a la totalidad de los hombres colonizados. Pero el otro bloque mide igualmente, por la amplitud de la campaña realizada, las debilidades locales de su sistema. Los pueblos colonizados se dan cuenta de que ningún clan se desinteresa de los indigentes locales. Dejan de limitarse a sus horizontes regionales, inmersos como están en esa atmósfera de agitación universal. Cuando, cada tres meses, nos enteramos de que la 6ª o la 7ª flota se dirige hacia tal o cual costa, cuando Kruschev amenaza con salvar a Castro mediante cohetes, cuando Kennedy, a propósito de Laos, decide recurrir a las soluciones extremas, el colonizado o el recién independizado tiene la impresión de que, de buen o mal grado, se ve arrastrado a una especie de marcha desenfrenada".
Las reservas de Fanon para con la Revolución Cubana tuvieron su origen en ese desdoblamiento de Fidel Castro ante sus ojos. Por un lado, Castro era el líder de un proceso de liberación nacional, que recuperaba una soberanía perdida o limitada. Pero, por el otro, Castro era un aliado de Moscú, en plena Guerra Fría, que hacía avanzar los intereses del bloque soviético en el Tercer Mundo. El primer Castro era un actor fundamental del proceso descolonizador con el que Fanon se había comprometido desde principios de los años 50, cuando recién graduado de psiquiatría en Lyon, se instala en un hospital para enfermos mentales en Argelia. Pero el segundo era parte del mismo sistema colonial de la Guerra Fría, que no excluía la política global del bloque soviético y de los partidos comunistas leales a Moscú y al "marxismo-leninismo".
sábado, 13 de diciembre de 2014
Fanon y Paz
No leo aún la reciente biografía de Octavio Paz, escrita por Christopher Domínguez Michael, pero sé por conversaciones con el autor, que dedica varios pasajes a explorar las relaciones entre los pensamientos de Frantz Fanon y Octavio Paz. Siempre me pareció más que evidente esa relación: máscaras, identidades, uno, otro, revolución, soledad, comunión, magia, mito, utopía…, son conceptos que comparten Paz y Fanon, más o menos, por los mismos años, además de que el mexicano y el martiniqueño contraen una deuda enorme con los mismos sociólogos, antropólogos y filósofos franceses, de mediados del siglo XX. El Caillois de El mito y el hombre (1938) y de El hombre y lo sagrado (1939) es, por ejemplo, lectura de ambos y, también, del Carpentier de los 40 y 50, el de El reino de este mundo y Los pasos perdidos.
No encuentro alusiones de Fanon a Paz, a pesar de que Piel Negra, Máscaras Blancas (1952) y Los condenados de la tierra (1961) son obras posteriores a El laberinto de la soledad (1950). Pero sí hay comentarios elogiosos de Paz sobre Fanon, aunque no de los años 50 y 60, cuando ambos frecuentan el mismo archivo intelectual francés, sino posteriores, de los años 70, ya cuando el psiquiatra descolonizador había muerto y era un símbolo de las revoluciones africanas. Entonces Paz se encargó de distinguir su idea de la identidad y de la revolución, en América Latina, de la experiencia de la descolonización africana. La diferencia entre ambas, a su juicio, tenía que ver con el mestizaje.
Según el Paz maduro, la vuelta a lo mismo, universalizado, que, a partir de Alfonso Reyes, podía defenderse en México o en América Latina, no era el reencuentro con una personalidad originaria, que había sido enmascarada por la colonización. Decía entonces Paz que, en México, ese ser primigenio no podía encontrarse en el mundo prehispánico sino, en todo caso, en el periodo virreinal o en la cultura criolla y mestiza que arrancaba con el barroco de la Nueva España. El Paz de "Vuelta a El laberinto de la soledad" (1975), la conversación con Claude Fell, y luego de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), tendrá muy presentes sus diferencias con Fanon.
Sin embargo, es muy probable que en esa diferenciación, Paz haya perdido de vista la crítica al maniqueísmo de la propia descolonización, que Fanon, como recuerda David Macey, en su gran biografía, emprendió, sobre todo, en los textos políticos de Por la revolución africana (1964). La crítica del desdoblamiento o la "inautenticidad" -palabra que compartieron el mexicano y el martiniqueño- no implicaba, en Fanon, un nativismo aldeano o la negación de la cultura metropolitana sino la plena apropiación del mundo integrado de la modernidad, donde los "compartimentos" y las "escisiones" de lo colonial se quiebran para siempre.
En cualquier caso, al Paz de los 50 y 60 es difícil distinguirlo de Fanon, especialmente, en su idea de la revolución como "hecho que irrumpe en la historia como verdadera revelación del ser", como caída de la "máscara, la simulación y el disfraz", como momento de la "verdad" y la "autenticidad". Fanon escribirá frases muy parecidas, que deslumbraron a Jean Paul Sartre y a Jean Francois Lyotard -en unos artículos para la revista Socialisme ou Barbarie- sobre las propiedades curativas de la violencia, sobre la descolonización como una "reintegración" del sujeto a sí mismo y sobre el orden colonial como reino maniqueo y totalitario que traumatiza a base del encubrimiento del ser.
No encuentro alusiones de Fanon a Paz, a pesar de que Piel Negra, Máscaras Blancas (1952) y Los condenados de la tierra (1961) son obras posteriores a El laberinto de la soledad (1950). Pero sí hay comentarios elogiosos de Paz sobre Fanon, aunque no de los años 50 y 60, cuando ambos frecuentan el mismo archivo intelectual francés, sino posteriores, de los años 70, ya cuando el psiquiatra descolonizador había muerto y era un símbolo de las revoluciones africanas. Entonces Paz se encargó de distinguir su idea de la identidad y de la revolución, en América Latina, de la experiencia de la descolonización africana. La diferencia entre ambas, a su juicio, tenía que ver con el mestizaje.
Según el Paz maduro, la vuelta a lo mismo, universalizado, que, a partir de Alfonso Reyes, podía defenderse en México o en América Latina, no era el reencuentro con una personalidad originaria, que había sido enmascarada por la colonización. Decía entonces Paz que, en México, ese ser primigenio no podía encontrarse en el mundo prehispánico sino, en todo caso, en el periodo virreinal o en la cultura criolla y mestiza que arrancaba con el barroco de la Nueva España. El Paz de "Vuelta a El laberinto de la soledad" (1975), la conversación con Claude Fell, y luego de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), tendrá muy presentes sus diferencias con Fanon.
Sin embargo, es muy probable que en esa diferenciación, Paz haya perdido de vista la crítica al maniqueísmo de la propia descolonización, que Fanon, como recuerda David Macey, en su gran biografía, emprendió, sobre todo, en los textos políticos de Por la revolución africana (1964). La crítica del desdoblamiento o la "inautenticidad" -palabra que compartieron el mexicano y el martiniqueño- no implicaba, en Fanon, un nativismo aldeano o la negación de la cultura metropolitana sino la plena apropiación del mundo integrado de la modernidad, donde los "compartimentos" y las "escisiones" de lo colonial se quiebran para siempre.
En cualquier caso, al Paz de los 50 y 60 es difícil distinguirlo de Fanon, especialmente, en su idea de la revolución como "hecho que irrumpe en la historia como verdadera revelación del ser", como caída de la "máscara, la simulación y el disfraz", como momento de la "verdad" y la "autenticidad". Fanon escribirá frases muy parecidas, que deslumbraron a Jean Paul Sartre y a Jean Francois Lyotard -en unos artículos para la revista Socialisme ou Barbarie- sobre las propiedades curativas de la violencia, sobre la descolonización como una "reintegración" del sujeto a sí mismo y sobre el orden colonial como reino maniqueo y totalitario que traumatiza a base del encubrimiento del ser.
martes, 9 de diciembre de 2014
Guevara y Fanon
Junto con un modelo específico de dirección de la economía nacional, diferente al soviético y que generó múltiples resistencias dentro del gobierno, el Che Guevara legó a la dirigencia de la isla toda una estrategia de intervención en los procesos de descolonización de África, que lo mismo recurría a la diplomacia que a la guerrilla. A diferencia del modelo de dirección económica, que muy pronto sería desechado por el gobierno de la isla, la política de apoyo a la descolonización africana se extendería hasta los años 80.
Como decíamos, entre fines de 1964 y principios de 1965, Guevara viajó por Argelia, Mali, el Congo, Guinea, Ghana, Dahomey, Tanzania y se entrevistó con el argelino Ben Bella, el egipcio Gamal Abdel Nasser, el ghanés Kwane Nkrumah, el tanzano Julius Nyerere, el congolés Massamba Débat y hasta con el nuevo líder del Movimiento para la Liberación de Angola, Agostinho Neto. En uno de esos viajes, Guevara se reunió, también, con Josie Fanon, la viuda del importante marxista martiniqueño, el psiquiatra Frantz Fanon, que había muerto unos años antes en Washinghton, y reiteró en Révolution Africaine, la publicación que ella dirigía, ideas muy similares a las de Fanon en Les Damnés de la terre (1961)
El involucramiento de Guevara en esos procesos tenía, además de la sintonía ideológica, un origen intelectual que muchas veces escapa a sus estudiosos y es que el argentino era, tal vez, el único de los máximos líderes de la Revolución que hablaba y leía francés. En el Archivo del Fondo de Cultura Económica, en la ciudad de México, en los legajos correspondientes al argentino Arnaldo Orfila Reynal, director de esa institución a principios de los 60, hay varias evidencias del interés de Guevara en la traducción al español de Los condenados de la tierra, con el célebre prólogo de Jean Paul Sartre.
La traducción, como es sabido, fue encargada por Enrique González Pedrero, colaborador de Orfila Reynal, a su esposa, la escritora cubana Julieta Campos, y el libro tuvo dos ediciones, una en 1963 y otra en 1965. En los papeles de Orfila en el archivo del FCE, hay comunicaciones de Carlos Fuentes y Enrique González Pedrero que informan el interés de Raúl Roa Kourí, hijo del canciller, por entonces ubicado en la embajada de Cuba en México, en enviar ejemplares de la edición en español de Los condenados de la tierra a La Habana.
La conexión entre las guerrillas latinoamericanas y la descolonización africana y asiática, propiciada por la Revolución Cubana, fue, en buena medida, el punto de partida de la creación de organizaciones como la OSPAAAL, que celebró su primera reunión en La Habana, en enero de 1966. Guevara, que por entonces estaba recluido en una residencia en Dar es Salam, tras el fracaso de la guerrilla del Congo y a la espera de un traslado a Praga, entendió la creación de ese organismo como una confirmación de sus ideas.
El mensaje de Guevara a la Tricontinental, dado a conocer en abril de 1967, mientras combatía en Bolivia, aunque escrito meses antes, no citaba a Fanon, pero en su reseña de la situación africana aludía a una "virginidad" en el proceso colonial africano, que recuerda algunos momentos de Los condenados de la tierra. Guevara distinguía la situación de la descolonización de enclaves portugueses como Guinea, Mozambique y Angola, donde veía avances, de la del Congo, Rhodesia y Sudáfrica, con el apartheid, donde observaba retrocesos. Pero intuía, como Fanon, que no era suficiente la descolonización para dejar atrás el periodo colonial: "se advierte entonces que el maniqueísmo primario que regía la sociedad colonial se conserva intacto en el periodo de descolonización".
Como decíamos, entre fines de 1964 y principios de 1965, Guevara viajó por Argelia, Mali, el Congo, Guinea, Ghana, Dahomey, Tanzania y se entrevistó con el argelino Ben Bella, el egipcio Gamal Abdel Nasser, el ghanés Kwane Nkrumah, el tanzano Julius Nyerere, el congolés Massamba Débat y hasta con el nuevo líder del Movimiento para la Liberación de Angola, Agostinho Neto. En uno de esos viajes, Guevara se reunió, también, con Josie Fanon, la viuda del importante marxista martiniqueño, el psiquiatra Frantz Fanon, que había muerto unos años antes en Washinghton, y reiteró en Révolution Africaine, la publicación que ella dirigía, ideas muy similares a las de Fanon en Les Damnés de la terre (1961)
El involucramiento de Guevara en esos procesos tenía, además de la sintonía ideológica, un origen intelectual que muchas veces escapa a sus estudiosos y es que el argentino era, tal vez, el único de los máximos líderes de la Revolución que hablaba y leía francés. En el Archivo del Fondo de Cultura Económica, en la ciudad de México, en los legajos correspondientes al argentino Arnaldo Orfila Reynal, director de esa institución a principios de los 60, hay varias evidencias del interés de Guevara en la traducción al español de Los condenados de la tierra, con el célebre prólogo de Jean Paul Sartre.
La traducción, como es sabido, fue encargada por Enrique González Pedrero, colaborador de Orfila Reynal, a su esposa, la escritora cubana Julieta Campos, y el libro tuvo dos ediciones, una en 1963 y otra en 1965. En los papeles de Orfila en el archivo del FCE, hay comunicaciones de Carlos Fuentes y Enrique González Pedrero que informan el interés de Raúl Roa Kourí, hijo del canciller, por entonces ubicado en la embajada de Cuba en México, en enviar ejemplares de la edición en español de Los condenados de la tierra a La Habana.
La conexión entre las guerrillas latinoamericanas y la descolonización africana y asiática, propiciada por la Revolución Cubana, fue, en buena medida, el punto de partida de la creación de organizaciones como la OSPAAAL, que celebró su primera reunión en La Habana, en enero de 1966. Guevara, que por entonces estaba recluido en una residencia en Dar es Salam, tras el fracaso de la guerrilla del Congo y a la espera de un traslado a Praga, entendió la creación de ese organismo como una confirmación de sus ideas.
El mensaje de Guevara a la Tricontinental, dado a conocer en abril de 1967, mientras combatía en Bolivia, aunque escrito meses antes, no citaba a Fanon, pero en su reseña de la situación africana aludía a una "virginidad" en el proceso colonial africano, que recuerda algunos momentos de Los condenados de la tierra. Guevara distinguía la situación de la descolonización de enclaves portugueses como Guinea, Mozambique y Angola, donde veía avances, de la del Congo, Rhodesia y Sudáfrica, con el apartheid, donde observaba retrocesos. Pero intuía, como Fanon, que no era suficiente la descolonización para dejar atrás el periodo colonial: "se advierte entonces que el maniqueísmo primario que regía la sociedad colonial se conserva intacto en el periodo de descolonización".
sábado, 6 de diciembre de 2014
Un Empire State en La Habana
Por casi cinco décadas la esfera pública oficial cubana y la propia izquierda latinoamericana han hecho de la carta de despedida del Che Guevara a Fidel Castro, en 1965, una suerte de fetiche documental y, a la vez, testamento político, que explicaría la decisión del político argentino de involucrarse a partir de ese año en dos proyectos guerrilleros, el del Congo y el de Bolivia, donde moriría dos años después. Hay, sin embargo, otra carta de Guevara a Castro, de abril de 1965, que ha circulado menos y que podría ser leída, más claramente, como testamento político.
Me refiero a la larga carta que se conoce con el título de "Algunas reflexiones sobre la transición socialista" (1965), que encabeza el volumen Apuntes críticos a la economía política (Ocean Press, 2006). El momento de escritura de esa carta es el mismo que el de El socialismo y el hombre en Cuba (1965), el más conocido ensayo del Che, que muchos -especialmente en los estudios culturales universitarios de Estados Unidos- leen desconociendo el contexto en que fue escrito y las coordenadas ideológicas de Guevara en ese momento.
Ambos textos fueron escritos luego de la polémica sobre la política económica, que generó el proyecto de financiamiento presupuestario y empresas consolidadas de Guevara dentro del gabinete económico cubano y, en alguna medida, dentro, también, de una parte de la comunidad económica internacional, incluida la soviética, involucrada en el debate sobre el socialismo cubano. Además de esa discusión, en ambos textos pesa el creciente involucramiento de Guevara con los movimientos de descolonización africana, especialmente en Ghana, Guinea, Argelia, Tanzania, el Congo y Egipto, países que visitó, varias veces, entre fines del 64 y principios del 65.
En febrero del 65, Guevara había participado en un Seminario de Solidaridad Euroasiática en El Cairo, que en buena medida daría lugar a los proyectos de la Tricontinental y la OSPAAAL, donde hizo algunas de las críticas más frontales al socialismo real en Europa del Este. Durante el debate sobre la "ley del valor" y los "estímulos materiales", en los dos años anteriores, Guevara había viajado, también, con frecuencia, a los países socialistas y había madurado una crítica a lo que consideraba la errónea rearticulación de la NEP leninista, como punto de partida de una economía socialista de mercado.
En una entrevista con el periódico El-Taliah, de la izquierda norafricana, que había defendido las tesis de Jean Paul Sartre y Frantz Fanon, Guevara cuestionó el principio "taylorista" de aumentar la productividad a partir del premio salarial al mayor esfuerzo, que los soviéticos aplicaban desde la época del "stajanovismo". A partir de esas críticas, llegó a la conclusión de que la única manera de eludir, a la vez, la vía capitalista occidental y la vía socialista soviética de desarrollo, era por medio de una mezcla bizarra entre estimulación moral y apropiación salvaje de la alta tecnología de la modernidad avanzada.
La carta a Castro es una exposición detallada y, a la vez, diáfana, de ese proyecto. Guevara comienza contraponiendo al Marx de la Crítica del Programa de Gotha con el Lenin de la NEP: si el primero decía que en el periodo de transición socialista ya se suprimían algunas categorías mercantiles, el segundo propondrá el reforzamiento de los mecanismos capitalistas. De hecho, hay un momento que Guevara contrapone el Lenin de El Estado y la Revolución, que lo sigue inspirando, y el Lenin de la NEP, a quien achaca todo el conservadurismo y el burocratismo del socialismo real, y sugiere que entre uno y otro debió haber un Lenin intermedio, que sería el ideal para pensar la transición cubana.
En otro pasaje de la carta, el propio Guevara se da cuenta de que su solución -articular una economía moral de "hombres nuevos", que producen por un ideal, más que por incentivos materiales, y una transferencia agresiva de los mayores avances científico-técnicos, que coloque la producción bajo patrones de alta racionalidad instrumental- puede ser percibida como fantasiosa. La manera en que trasmite esa duda a Fidel Castro -el tono didáctico que Guevara usa siempre en su carta retrata mejor al destinatario que al remitente- no tiene desperdicio y podría servir para ilustrar el extraño proyecto de modernidad de quien tal vez sea la figura central de la izquierda latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX:
"Se nos puede decir que todas estas pretensiones nuestras equivaldrían a pretender tener aquí, porque los Estados Unidos lo tienen, un Empire State y es lógico que nosotros no podemos tener un Empire State pero, sin embargo, sí podemos tener muchos de los adelantos que tienen los rascacielos norteamericanos y técnicas de fabricación de esos rascacielos aunque los hagamos más chiquitos. No podemos tener una General Motors que tiene más empleados que todos los trabajadores del Ministerio de Industrias en su conjunto, pero sí podemos tener una organización, y, de hecho, la tenemos, similar a la de la General Motors. En este problema de la técnica de administración va jugando la tecnología; tecnología y técnica de administración han ido variando constantemente, unidas íntimamente a lo largo del proceso de desarrollo del capitalismo, sin embargo, en el socialismo se han dividido como dos aspectos diferentes del problema y uno de ellos se ha quedado totalmente estático. Cuando se han dado cuenta de las groseras fallas técnicas en la administración, buscan en las cercanías y descubren el capitalismo".
Me refiero a la larga carta que se conoce con el título de "Algunas reflexiones sobre la transición socialista" (1965), que encabeza el volumen Apuntes críticos a la economía política (Ocean Press, 2006). El momento de escritura de esa carta es el mismo que el de El socialismo y el hombre en Cuba (1965), el más conocido ensayo del Che, que muchos -especialmente en los estudios culturales universitarios de Estados Unidos- leen desconociendo el contexto en que fue escrito y las coordenadas ideológicas de Guevara en ese momento.
Ambos textos fueron escritos luego de la polémica sobre la política económica, que generó el proyecto de financiamiento presupuestario y empresas consolidadas de Guevara dentro del gabinete económico cubano y, en alguna medida, dentro, también, de una parte de la comunidad económica internacional, incluida la soviética, involucrada en el debate sobre el socialismo cubano. Además de esa discusión, en ambos textos pesa el creciente involucramiento de Guevara con los movimientos de descolonización africana, especialmente en Ghana, Guinea, Argelia, Tanzania, el Congo y Egipto, países que visitó, varias veces, entre fines del 64 y principios del 65.
En febrero del 65, Guevara había participado en un Seminario de Solidaridad Euroasiática en El Cairo, que en buena medida daría lugar a los proyectos de la Tricontinental y la OSPAAAL, donde hizo algunas de las críticas más frontales al socialismo real en Europa del Este. Durante el debate sobre la "ley del valor" y los "estímulos materiales", en los dos años anteriores, Guevara había viajado, también, con frecuencia, a los países socialistas y había madurado una crítica a lo que consideraba la errónea rearticulación de la NEP leninista, como punto de partida de una economía socialista de mercado.
En una entrevista con el periódico El-Taliah, de la izquierda norafricana, que había defendido las tesis de Jean Paul Sartre y Frantz Fanon, Guevara cuestionó el principio "taylorista" de aumentar la productividad a partir del premio salarial al mayor esfuerzo, que los soviéticos aplicaban desde la época del "stajanovismo". A partir de esas críticas, llegó a la conclusión de que la única manera de eludir, a la vez, la vía capitalista occidental y la vía socialista soviética de desarrollo, era por medio de una mezcla bizarra entre estimulación moral y apropiación salvaje de la alta tecnología de la modernidad avanzada.
La carta a Castro es una exposición detallada y, a la vez, diáfana, de ese proyecto. Guevara comienza contraponiendo al Marx de la Crítica del Programa de Gotha con el Lenin de la NEP: si el primero decía que en el periodo de transición socialista ya se suprimían algunas categorías mercantiles, el segundo propondrá el reforzamiento de los mecanismos capitalistas. De hecho, hay un momento que Guevara contrapone el Lenin de El Estado y la Revolución, que lo sigue inspirando, y el Lenin de la NEP, a quien achaca todo el conservadurismo y el burocratismo del socialismo real, y sugiere que entre uno y otro debió haber un Lenin intermedio, que sería el ideal para pensar la transición cubana.
En otro pasaje de la carta, el propio Guevara se da cuenta de que su solución -articular una economía moral de "hombres nuevos", que producen por un ideal, más que por incentivos materiales, y una transferencia agresiva de los mayores avances científico-técnicos, que coloque la producción bajo patrones de alta racionalidad instrumental- puede ser percibida como fantasiosa. La manera en que trasmite esa duda a Fidel Castro -el tono didáctico que Guevara usa siempre en su carta retrata mejor al destinatario que al remitente- no tiene desperdicio y podría servir para ilustrar el extraño proyecto de modernidad de quien tal vez sea la figura central de la izquierda latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX:
"Se nos puede decir que todas estas pretensiones nuestras equivaldrían a pretender tener aquí, porque los Estados Unidos lo tienen, un Empire State y es lógico que nosotros no podemos tener un Empire State pero, sin embargo, sí podemos tener muchos de los adelantos que tienen los rascacielos norteamericanos y técnicas de fabricación de esos rascacielos aunque los hagamos más chiquitos. No podemos tener una General Motors que tiene más empleados que todos los trabajadores del Ministerio de Industrias en su conjunto, pero sí podemos tener una organización, y, de hecho, la tenemos, similar a la de la General Motors. En este problema de la técnica de administración va jugando la tecnología; tecnología y técnica de administración han ido variando constantemente, unidas íntimamente a lo largo del proceso de desarrollo del capitalismo, sin embargo, en el socialismo se han dividido como dos aspectos diferentes del problema y uno de ellos se ha quedado totalmente estático. Cuando se han dado cuenta de las groseras fallas técnicas en la administración, buscan en las cercanías y descubren el capitalismo".
martes, 2 de diciembre de 2014
El gran debate
Ignorada por los estudios culturales, subestimada por los biógrafos del Che Guevara -en la mejor biografía, Jon Lee Anderson, la menciona de pasada, en un par de páginas, con algunos errores- y reducida por los economistas a un embrollo técnico, la polémica sobre la política económica, en Cuba, entre 1963 y 1965, es de una relevancia inexcusable para entender la historia del socialismo cubano y de buena parte de la izquierda latinoamericana.
Hace más de diez años, las editoriales Ocean Press y Ocean Sur, la rescataron, en inglés y en español, en El gran debate. Sobre la economía en Cuba. 1963-1964 (Ocean Sur, 2003) y ha comenzado a ser estudiada por marxistas latinoamericanos, como el argentino Néstor Kohan, o por algunos académicos de la isla, como Teresa Machado Hernández y Ángel Alberto Alberteris González, aunque desde un enfoque integrador, puesto en función del consenso, que resta dramatismo y polarización a aquel choque de ideas.
Es cierto que los que intervinieron en ese debate eran todos marxistas, pero lo que debatían era, en buena medida, la elección entre dos modelos excluyentes de comprensión de la sociedad y el Estado. Los estudiosos advierten que, en contra de una idea bastante extendida, la polémica no fue entre el Che Guevara, defensor del "sistema presupuestario de financiamiento" de las empresas, y Carlos Rafael Rodríguez, partidario del "cálculo económico" y la autogestión empresarial.
Rodríguez no intervino directamente en la discusión, aunque las ideas que esgrimieron los críticos de Guevara habían sido planteadas por él, desde 1960, en ensayos como "La clase obrera y la Revolución", "Planificación y Revolución", "La Revolución en su aspecto económico" y "La defensa de la economía nacional". En todos esos ensayos, Rodríguez defendía una industrialización subordinada a una economía agraria enfocada a la independencia, por medio de la integración al mercado socialista, que no perdiera de vista lo que llamaba "la presión del consumo".
La idea que intentó desarrollar Guevara, tras su profunda decepción con la URSS luego del Pacto Kennedy-Kruschev de 1962, que, a su juicio, había humillado a Cuba, era una crítica a ese concepto de planificación, inscrito al patrón soviético. Guevara pensaba que, en las condiciones subdesarrolladas de Cuba, no había que seguir el esquema de la transición socialista propuesto por Lenin con la NEP, a partir de un capitalismo de Estado, sino construir a la vez, como sugerían trotskystas y maoístas, el socialismo y el comunismo, saltando la primera etapa de la transición.
El proyecto de Guevara fue rechazado por otros miembros del gabinete, como el Ministro de Comercio Exterior, Alberto Mora, que defendió la vigencia de la ley del valor en la economía cubana de los 60. La respuesta de Guevara a Mora, en la que exponía abiertamente su crítica al Lenin de la NEP y al capitalismo de Estado, fue apoyada, con matices, por el escritor Miguel Cossío Woodward, por el Ministro de Hacienda, Luis Álvarez Rom, por el economista trotskysta, judío-alemán, Ernest Mandel, y por el también economista Alexis Codina, colaborador de Guevara en el Ministerio de Industrias.
Del otro lado, el de la defensa de mecanismos de mercado en la economía socialista y de la crítica al predominio de los "estímulos morales" de Guevara, se colocaron, además de Mora, el Presidente del Banco Marcelo Fernández Font, el economista Joaquín Infante Ugarte y el marxista francés, Charles Bettelheim. Las intervenciones de Bettelheim y Mandel en el debate proyectaron la polémica, que se libraba en las revistas Nuestra Industria Económica, Comercio Exterior y Cuba Socialista, en el horizonte de la Nueva Izquierda occidental, por medio de resonancias en publicaciones como la parisina Partisans y la newyorkina Monthly Review.
Los biógrafos de Guevara coinciden en que los proyectos guerrilleros del Congo y Bolivia se produjeron en medio de un creciente cuestionamiento de sus tesis económicas dentro de la clase política cubana. En una carta sobre el tema que envió Guevara a Castro, conocida con el título de "Algunas reflexiones sobre la transición socialista", en abril de 1965, predomina un tono testimonial, de derrota o de soledad, ante la alternativa de cualquier proyecto de política económica, en Cuba, que aspirara a demarcarse plenamente del modelo soviético.
Guevara decía a Castro que el "sistema presupuestario" aspiraba a "eliminar las categorías capitalistas: mercancías entre empresas, interés bancario, interés material directo como palanca, y, a la vez, tomar los últimos adelantos administrativos y tecnológicos del capitalismo". Pero reconocía que fallaban "los dos pilares del sistema: la creación del hombre comunista y la creación del medio material comunista". El proyecto parecía, al propio Guevara, tan fantasioso como que el hombre nuevo edificara, en La Habana socialista, un Empire State y una General Motors.
En el largo plazo, el modelo de cálculo económico venció, ya que la planificación de la economía socialista en Cuba ha respondido, desde principios de los 70, a esas premisas. En los últimos años, con la entronización del capitalismo de Estado, esa orientación llega a un punto irreversible. Pero entre 1967 y 1968, durante la Ofensiva Revolucionaria, la idea guevariana tuvo su momento, y algunas secuelas de la polémica pueden leerse, todavía, en colaboraciones de Humberto Pérez y Jorge Gómez Barranco en Pensamiento Crítico. Como admite Néstor Kohan, luego de la Ofensiva Revolucionaria, nunca más, ni siquiera durante la llamada "Rectificación" de los 80 o el "periodo especial" de los 90, se experimentó en Cuba con aquellos extremos del anticapitalismo.
Hace más de diez años, las editoriales Ocean Press y Ocean Sur, la rescataron, en inglés y en español, en El gran debate. Sobre la economía en Cuba. 1963-1964 (Ocean Sur, 2003) y ha comenzado a ser estudiada por marxistas latinoamericanos, como el argentino Néstor Kohan, o por algunos académicos de la isla, como Teresa Machado Hernández y Ángel Alberto Alberteris González, aunque desde un enfoque integrador, puesto en función del consenso, que resta dramatismo y polarización a aquel choque de ideas.
Es cierto que los que intervinieron en ese debate eran todos marxistas, pero lo que debatían era, en buena medida, la elección entre dos modelos excluyentes de comprensión de la sociedad y el Estado. Los estudiosos advierten que, en contra de una idea bastante extendida, la polémica no fue entre el Che Guevara, defensor del "sistema presupuestario de financiamiento" de las empresas, y Carlos Rafael Rodríguez, partidario del "cálculo económico" y la autogestión empresarial.
Rodríguez no intervino directamente en la discusión, aunque las ideas que esgrimieron los críticos de Guevara habían sido planteadas por él, desde 1960, en ensayos como "La clase obrera y la Revolución", "Planificación y Revolución", "La Revolución en su aspecto económico" y "La defensa de la economía nacional". En todos esos ensayos, Rodríguez defendía una industrialización subordinada a una economía agraria enfocada a la independencia, por medio de la integración al mercado socialista, que no perdiera de vista lo que llamaba "la presión del consumo".
La idea que intentó desarrollar Guevara, tras su profunda decepción con la URSS luego del Pacto Kennedy-Kruschev de 1962, que, a su juicio, había humillado a Cuba, era una crítica a ese concepto de planificación, inscrito al patrón soviético. Guevara pensaba que, en las condiciones subdesarrolladas de Cuba, no había que seguir el esquema de la transición socialista propuesto por Lenin con la NEP, a partir de un capitalismo de Estado, sino construir a la vez, como sugerían trotskystas y maoístas, el socialismo y el comunismo, saltando la primera etapa de la transición.
El proyecto de Guevara fue rechazado por otros miembros del gabinete, como el Ministro de Comercio Exterior, Alberto Mora, que defendió la vigencia de la ley del valor en la economía cubana de los 60. La respuesta de Guevara a Mora, en la que exponía abiertamente su crítica al Lenin de la NEP y al capitalismo de Estado, fue apoyada, con matices, por el escritor Miguel Cossío Woodward, por el Ministro de Hacienda, Luis Álvarez Rom, por el economista trotskysta, judío-alemán, Ernest Mandel, y por el también economista Alexis Codina, colaborador de Guevara en el Ministerio de Industrias.
Del otro lado, el de la defensa de mecanismos de mercado en la economía socialista y de la crítica al predominio de los "estímulos morales" de Guevara, se colocaron, además de Mora, el Presidente del Banco Marcelo Fernández Font, el economista Joaquín Infante Ugarte y el marxista francés, Charles Bettelheim. Las intervenciones de Bettelheim y Mandel en el debate proyectaron la polémica, que se libraba en las revistas Nuestra Industria Económica, Comercio Exterior y Cuba Socialista, en el horizonte de la Nueva Izquierda occidental, por medio de resonancias en publicaciones como la parisina Partisans y la newyorkina Monthly Review.
Los biógrafos de Guevara coinciden en que los proyectos guerrilleros del Congo y Bolivia se produjeron en medio de un creciente cuestionamiento de sus tesis económicas dentro de la clase política cubana. En una carta sobre el tema que envió Guevara a Castro, conocida con el título de "Algunas reflexiones sobre la transición socialista", en abril de 1965, predomina un tono testimonial, de derrota o de soledad, ante la alternativa de cualquier proyecto de política económica, en Cuba, que aspirara a demarcarse plenamente del modelo soviético.
Guevara decía a Castro que el "sistema presupuestario" aspiraba a "eliminar las categorías capitalistas: mercancías entre empresas, interés bancario, interés material directo como palanca, y, a la vez, tomar los últimos adelantos administrativos y tecnológicos del capitalismo". Pero reconocía que fallaban "los dos pilares del sistema: la creación del hombre comunista y la creación del medio material comunista". El proyecto parecía, al propio Guevara, tan fantasioso como que el hombre nuevo edificara, en La Habana socialista, un Empire State y una General Motors.
En el largo plazo, el modelo de cálculo económico venció, ya que la planificación de la economía socialista en Cuba ha respondido, desde principios de los 70, a esas premisas. En los últimos años, con la entronización del capitalismo de Estado, esa orientación llega a un punto irreversible. Pero entre 1967 y 1968, durante la Ofensiva Revolucionaria, la idea guevariana tuvo su momento, y algunas secuelas de la polémica pueden leerse, todavía, en colaboraciones de Humberto Pérez y Jorge Gómez Barranco en Pensamiento Crítico. Como admite Néstor Kohan, luego de la Ofensiva Revolucionaria, nunca más, ni siquiera durante la llamada "Rectificación" de los 80 o el "periodo especial" de los 90, se experimentó en Cuba con aquellos extremos del anticapitalismo.
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