Se cumplen por estos días,
veinticinco años de la caída del Muro de Berlín y del fin de los socialismos reales
en Europa del Este. A aquel invierno de 1989 sobrevinieron, en dos o tres años,
la desintegración de la URSS y el colapso del bloque soviético. Veinticinco
años que han refutado los vaticinios más idílicos de entonces, que hablaban de
“últimos hombres”, “fines de la historia” o albores del reino definitivo de la libertad.
Uno de los augurios contrariados, en las décadas que han seguido a la caída del Muro de Berlín, es el de la decadencia, junto con los regímenes comunistas y las economías planificadas, de la teoría marxista. No exageran quienes afirman que la obra de Karl Marx se ha vuelto más importante para las ciencias sociales e, incluso, para la esfera pública de Occidente, de lo que era entre los años 70 y 80, antes de la desintegración de la URSS.
Uno de los augurios contrariados, en las décadas que han seguido a la caída del Muro de Berlín, es el de la decadencia, junto con los regímenes comunistas y las economías planificadas, de la teoría marxista. No exageran quienes afirman que la obra de Karl Marx se ha vuelto más importante para las ciencias sociales e, incluso, para la esfera pública de Occidente, de lo que era entre los años 70 y 80, antes de la desintegración de la URSS.
Desde fines de los 90 y, especialmente, a partir de la
crisis económica mundial de 2008, se han escrito decenas de biografías y estudios
sobre Marx y algunos de ellos se han convertido en auténticos best sellers del mercado global del
libro. En 1999, el británico Francis Wheen escribió una espléndida biografía de
Marx, que completó, en 2006, con una historia de la escritura de El Capital.
Más recientemente, un académico norteamericano, el
historiador de la Universidad de Missouri, Jonathan Sperber, escribió otra
biografía, Karl Marx. A Nineteenth
Century Life (2013), que reforzó la imagen mundana, de caballero
victoriano, que atribuyó Wheen al pensador alemán. En sentido contrario a Wheen
y Sperber, el biógrafo de Friedrich Engels, Tristram Hunt, en su libro Marx’s General (2013), prefirió
concentrarse en la vida conspirativa y revolucionaria de los fundadores del
marxismo.
Historiadores, filósofos y sociólogos como Eric Hobsbawm,
Terry Eagleton y Göran Therborn también dedicaron libros a Marx y al marxismo
en los últimos años, que hemos comentado en este blog. Pero ninguno de ellos ha tenido el éxito del volumen del
joven economista francés, Thomas Piketty, Le
Capital au XXI siècle (2013), que aparece este año, en español, en el Fondo
de Cultura Económica. Paul Krugman y Joseph Stiglitz han consagrado a Piketty
como la nueva estrella de la economía global.
Piketty se inspira en Marx para sostener que, en la
actualidad, la acumulación de capital es mayor que el crecimiento real de la
economía global, por lo que, a su juicio, el aumento la desigualdad social y la
disparidad en la distribución del ingreso son constantes. El éxito del libro de
Piketty trasciende, por lo visto, el mercado de los diagnósticos de la crisis
de 2008 y afirma la vigencia del pensamiento de Marx en el siglo XXI.
A esta lista de estudiosos de Marx, en las últimas
décadas, habría que agregar la nutrida corriente de pensamiento, autodenominada
“neomarxista” (Zizek, Rancière, Badiou, Hardt, Negri, Butler, Laclau, Buck-Morss,
Bosteels…), que ha colonizado teóricamente los estudios culturales, sobre todo,
en la academia norteamericana. Nunca antes la idea comunista había ejercido
tanto atractivo en la juventud universitaria de Estados Unidos.
Esta paradoja de un revival
del marxismo después del comunismo se explica no sólo por la última crisis
del capitalismo sino por la ausencia de un poder comunista mundial, como el de
la era soviética, que, por su estructura totalitaria, restaba popularidad a esa
teoría. El capitalismo global y la universalización de la democracia favorecen
esta vuelta a su gran crítico, en el siglo XIX, y confirman a Marx como una marca
de la cultura occidental.