Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 16 de octubre de 2014

Premio al periodismo crítico

Quien recorra las páginas de Periodismo y nación. Premio Justo de Lara (La Habana, Editorial José Martí, 2013), reciente antología de Germán Amado-Blanco y Yasef Ananda Calderón, comprobará el arraigo que tenía la prensa crítica en la vida pública cubana anterior a la Revolución de 1959. Por supuesto que siempre hubo prensa oficial en Cuba, como en todas partes, pero el ejercicio de opinión pública que era reconocido y premiado por las instituciones culturales del país y por el propio gremio de periodistas era aquel que, preferentemente, cuestionaba la ideología o la política gubernamental.
El premio Justo de Lara fue una donación de las tiendas El Encanto, que concedía un jurado designado por diversas instituciones culturales (la Dirección o el Instituto de Cultura del gobierno en turno, la Sociedad Económica de Amigos del País, el Colegio Nacional de Periodistas, la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana…) y que se otorgó, entre 1934 y 1957, al mejor artículo de opinión aparecido en la prensa cubana. Era un premio a la opinión libre y bien expresada, que, en más de veinte años, favoreció a periódicos de todas las tendencias ideológicas (Diario de la Marina, Bohemia, El Mundo, Prensa Libre, El País, Información, Noticias de Hoy, Alerta…)
El primer premio fue concedido a Jorge Mañach, por su artículo "El estilo de la Revolución" (1934), aparecido en Acción, periódico de la organización ABC, y luego recogido en su espléndida colección de ensayos, Historia y estilo (1944). El último Justo de Lara lo ganó Raúl Roa, por "¿A dónde va Cuba" (1957), que publicó El Mundo, y que glosamos en el post anterior. La suma del premio era de 1000 pesos, el doble o el triple que la mayoría de los muchos premios de periodismo que había entonces en Cuba, aunque menos que el Juan Gualberto Gómez (1500 pesos) o que el José Ignacio Rivero (2000 pesos), que se crearon en los 40.
Como es frecuente en los concursos culturales, el ganador de un año era jurado en el siguiente. Es por ello que Mañach formó parte del jurado de 1935, que dio un premio compartido a Arturo Alfonso Roselló, por "Una fórmula de justicia social", en El País, sobre las huelgas obreras de ese año, y a Francisco Ichaso, por "La exposición de Ponce, un caso de orden público", en Diario de la Marina, sobre le reacción académica y conservadora contra la famosa muestra de Fidelio Ponce en el Lyceum. Ichaso, por cierto, sería uno de los miembros del jurado, que premiaría, al año siguiente, a Pablo de la Torriente Brau por su gran artículo "Guajiros en Nueva York", en Bohemia, sobre la exposición de Antonio Gattorno en Manhattan.
La gran mayoría de los artículos premiados con el Justo de Lara, entre 1934 y 1957, fueron de tono oposicionista. Además de Mañach y Roa, Ichaso y De la Torriente Brau, otros premiados, antes del golpe de Estado de Batista, en 1952, fueron Mirta Aguirre y Gastón Baquero, Ramón Vasconcelos y Luis Amado Blanco. Los seis premios Justo de Lara que se concedieron después del 10 de marzo de 1952 fueron críticos, directa o indirectamente, del régimen de Batista. El de José R. Hernández Figueroa, "Los insumergibles", el 22 de marzo de ese año, en El Mundo, era frontal, contra la élite militar y política que ejecutó el golpe, el de Ernesto Ardura, "La oración del silencio", también en El Mundo, al año siguiente, una diatriba contra la manipulación del centenario de Martí por el gobierno de Batista, y el de Jorge Luis Martí, "Reacciones en cadena", otra vez en El Mundo, aunque más filosófico, un llamado al equilibrio entre razón y pasión en la política cubana, cuyo principal destinatario era el régimen, no la oposición.
El Mundo fue el periódico más favorecido por los premios Justo de Lara, bajo la dictadura de Batista. Todos los artículos galardonados, entre 1952 y 1957, se publicaron en ese diario. Todos menos uno, "Mi amigo Borbonet" de Humberto Medrano, que premió Raúl Roa, como miembro del jurado, por haber ganado el año anterior, y que apareció en Prensa Libre, publicación de la que Medrano era subdirector. Como Hernández Figueroa y Ardura y de un modo más evidente que Roa, Medrano se oponía al gobierno de Batista por medio de una semblanza elogiosa de un opositor, el oficial Enrique Borbonet, involucrado en la conspiración militar de "los puros", junto a los coroneles Ramón Barquín y Manuel Varela, en abril de 1956.
Lo más significativo, a la luz de la historia posterior de Cuba, era que esos premios a artículos de opinión crítica eran concedidos, también, por instituciones del propio gobierno. El titular de la Dirección General de Cultura y, luego, del Instituto Nacional de Cultura del gobierno, léase, Carlos González Palacios o Guillermo de Zéndegui, era el presidente del Colegio Designador del jurado que premiaba con el Justo de Lara a los articulistas ganadores. Una seña distintiva de identidad de los regímenes autoritarios -a diferencia de los totalitarios- es que los gobiernos, adscritos a ese modelo, toleran y hasta premian a sus oposiciones intelectuales.

martes, 14 de octubre de 2014

A dónde iba Cuba, según Raúl Roa, en 1957

Hay unos años un tanto neblinosos, en la biografía política de Raúl Roa, que se enmarcan entre 1955 y 1958. Son los años en que, tras la amnistía decretada por el gobierno de Fulgencio Batista, regresa a La Habana, de su exilio en México, donde había sido profesor de la Universidad de Nuevo León, en Monterrey, y director de la interesante revista Humanismo, y se reintegra a la vida intelectual cubana. Son los años, también, en que Roa vive un desencanto parecido al de su amigo Aureliano Sánchez Arango, que tuvo que ver con el fracaso de los últimos intentos revolucionarios de la Triple A y el ala radical del autenticismo en 1954. Desencanto que disipará con el respaldo a la Revolución de 1959, evento que quiebra definitivamente su amistad con Sánchez Arango.
En La Habana de aquellos años, Roa tiene una columna en el periódico El Mundo, muy leída y reconocida, donde expone su evolución política. La reciente edición de la antología Periodismo y nación. Premio Justo de Lara. 1934-1957 (La Habana, Editorial José Martí, 2013), compilada en la isla por Germán Amado-Blanco y Yasef Ananda Calderón, rescata dos de aquellos artículos, que ganaron ese importante premio de periodismo, otorgado por el Instituto Nacional de Cultura del gobierno de Batista y otras instituciones como la Sociedad de Amigos del País, la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling, el Colegio Nacional de Periodistas y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana. La mayoría de esos textos puede ser leída en el volumen En pie, editado por la Universidad Central de Las Villas en 1959.
El primero de los artículos de Roa, premiado con el Justo de Lara, fue "12 de Octubre", en el que cuestionaba las distintas concepciones de la efemérides de la llegada de Cristóbal Colón a América. Según Roa, la fecha no debía ser celebrada como "Día de la Raza", ya que españoles y americanos no pertenecían a una raza sino a varias. Tampoco el 12 de Octubre debía ser festejado como "Día del Descubrimiento", porque no fue eso lo que hizo Colón, quien murió pensando que América era el extremo de oriental de Asia. Más que descubrimiento, decía Roa en 1955, siguiendo al historiador mexicano Edmundo O'Gorman, hubo encubrimiento de América. Pero ni siquiera el 12 de Octubre debía ser reconocido como "Día de la Hispanidad", toda vez que lo "hispánico" en América, aislado de lo criollo, lo africano o lo indígena, no era más que "un mito". Por aquellos años, la crítica de Roa al discurso de la hispanidad lo colocaba, como en otras cosas, en las antípodas de intelectuales comunistas como Juan Marinello y Mirta Aguirre.
El 12 de Octubre, al decir de Roa, debía ser reconocido como el día de España y América. Era preciso dotar de americanismo esa festividad, entendiendo lo americano desde una tradición ideológica y literaria plural, en la que se juntaban Bolívar y Bello, Sor Juana y Darío, Martí y Gallegos. Que el último de los intelectuales americanos vindicados por Roa fuera Rómulo Gallegos reiteraba la apuesta política del intelectual cubano por una izquierda nacionalista y democrática, como la que, a su juicio, personificaban Acción Democrática en Venezuela, José Figueres en Costa Rica, el PRI en México y el autenticismo radical en Cuba.
El segundo artículo de Roa, premiado con el Justo de Lara, en La Habana, apareció en El Mundo, el 21 de marzo de 1957, es decir, una semana después del asalto a Palacio Presidencial por el Directorio Revolucionario. El artículo se titula "¿A dónde va Cuba?" y la respuesta no pudo ser más contundente: "por el camino que están tomando las cosas Cuba va, inexorablemente, hacia el abismo". Con la dictadura y la revolución, la isla había entrado en una "lógica demoniaca", en la que el "estado de derecho, fundamento de la convivencia civilizada, era sustituido por el estado de naturaleza, ley de la selva". Es evidente que la crisis cubana, según Roa, no era obra sólo de la dictadura: la violencia revolucionaria también era responsable. Y en ese punto se ubicaba a la derecha, por ejemplo, de Jorge Mañach, quien desde 1954 defendía a los moncadistas y a Fidel Castro:

"Nada peor puede ocurrirle a un pueblo que esta catastrófica subversión en sus relaciones de vida individual y colectiva. Se desploma el orden social, corrómpense las instituciones, se trastruecan los valores, la cultura se estanca, cunde el odio, se expande la violencia, la impunidad señorea, la razón se eclipsa, la inseguridad se entroniza y el homo hominis lupis de Hobbes deja de ser una metáfora para convertirse en cotidiana y brutal realidad. ¿Podría significar esto, en algún sentido, una solución a la tremenda crisis en que nos debatimos? ¿O entrañaría, por el contrario, la inmersión de Cuba en un ciclo interminable de sangre, lodo, miseria, desesperación y tiniebla?"

Naturalmente, Roa piensa que hay que evitar que Cuba caiga en el abismo, pero lo que propone para lograrlo no es otra cosa que el restablecimiento de la Constitución del 40:

"El país entero quiere paz, seguridad, justicia, libertad, progreso. Quiere vivir conforme a la constitución y la ley. Quiere elegir libremente a sus gobernantes y ejercitar plenamente sus derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. Quiere respeto para la vida, la hacienda y la dignidad de las personas. Quiere, en suma, que se le oiga, se le atienda y se le tenga en cuenta, como depositario legítimo que es de inalienable albedrío".

Tradicionalmente, esta posición de Roa, a la altura de 1957, no es reconocida en la historia oficial. En el Diccionario de la Literatura Cubana (1984), por ejemplo, se decía que el intelectual cubano había estado exiliado en México hasta el triunfo de la Revolución, cuando fue designado embajador en la OEA, no por el gobierno de Fidel Castro, como también se afirma, sino por el de Manuel Urrutia Lleó y José Miró Cardona. Todavía en la Órbita de Raúl Roa (2004), editada por Salvador Bueno y Vivian Lechuga, aunque se reconocía el regreso a La Habana en 1955, se dice que entre este año y 1959, Roa "colaboró con el Movimiento 26 de Julio y la Resistencia Cívica", pero no se admite su pertenencia a la Triple A de Aureliano Sánchez Arango, que con la ayuda del ex presidente Carlos Prío, intentó acciones armadas contra Batista, en Cuba, entre 1953 y 1954.

viernes, 10 de octubre de 2014

El diccionario de la exclusión

Luego de mi último post, sobre la amistad interrumpida entre Lino Novás Calvo y José Antonio Portuondo, me escriben Jorge Luis Arcos y Cira Romero, con una objeción similar. Ambos sostienen que la máxima responsabilidad en la exclusión de Lino Novás Calvo y otros escritores republicanos o exiliados, como Gastón Baquero, Lorenzo García Vega, Guillermo Cabrera Infante, Nivaria Tejera, Severo Sarduy o Calvert Casey, del Diccionario de la Literatura Cubana (1980-84), elaborado por el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, no recae en Portuondo sino en Mirta Aguirre, que era la directora de esa institución cuando se elaboró el diccionario. El proyecto comenzó, en 1975, siendo Portuondo director, pero luego éste fue nombrado embajador en la Santa Sede.
Arcos y Romero aseguran que en los trabajos originales del Diccionario no había exclusiones y que llegaron a elaborarse fichas biográficas y bibliográficas de varios autores, que luego serían borrados de los dos tomos impresos de aquella obra. En el prólogo a la antología, Ensayos sobre literatura cubana (La Habana, Letras Cubanas, 2011) de José Antonio Portuondo, Romero, quien al igual que Arcos intervino en la elaboración del Diccionario, sugiere que la última palabra en la exclusión la tuvo Aguirre. Portuondo y el subdirector del Instituto, Ángel Augier, habrían objetado la decisión de borrar a algunos de los autores mencionados, pero al final decidieron acatarla por contar Aguirre con el respaldo de las autoridades ideológicas del Partido Comunista de Cuba.
Son importantes estos testimonios, para ganar en la necesaria matización de la memoria y en el conocimiento de las tensiones y pactos que se producían dentro de la élite del poder cultural de la isla. Pero me pregunto si la decisión de acatar la exclusión, por disciplina de partido, es suficiente para exonerar de responsabilidades en aquella interdicción a Portuondo o a Augier. Los nombres de ambos encabezan las listas de "colaboradores" del Diccionario y es el propio Portuondo quien firma el prólogo al primer tomo, editado en 1980. Es cierto que dicho prólogo está fechado en 1975, "año del Primer Congreso" -no por azar Portuondo subordina la visión de la historia y la literatura cubanas, condensadas en el Diccionario, a las "tesis sobre cultura artística y literaria" de la Plataforma Programática del Partido Comunista-, pero ambos volúmenes se publicaron en 1980 y 1984, con la aquiescencia de Portuondo.
En el caso de Novás Calvo, la tachadura se agrava moralmente, no sólo por la amistad que hubo entre el narrador y el crítico, sino porque el autor de La luna nona murió en 1983. El segundo tomo del Diccionario, donde debió figurar, por derecho propio, Lino Novás Calvo, fue editado por Letras Cubanas en 1984, es decir, a un año de la muerte del escritor en el exilio. La misión de borrar a Novás Calvo fue cumplida con el suficiente celo como para que los propios textos de Portuondo sobre el narrador también fueran purgados de las bibliografías "activas" y "pasivas" del crítico. Si como confirman estos testimonios, borrar a esos escritores era una decisión del Partido o el Estado, la misma debió ser cumplida a cabalidad y asumida como una responsabilidad colectiva, que hoy no tiene sentido negar.

martes, 30 de septiembre de 2014

Breve historia de un fratricidio

Pocas amistades, en la vida literaria cubana de los años 40 y 50, fueron más provechosas y constantes que la sostenida por el escritor Lino Novás Calvo y el crítico José Antonio Portuondo. Novás sólo le llevaba ocho años a Portuondo y, sin embargo, en la larga relación epistolar que entablaron había un evidente paternalismo en el trato del primero al segundo, que seguramente era continuación, por escrito, de ciertos modales del afecto. En literatura y en política, Novás era la autoridad en aquella relación, no sólo por ser el artista sino por haber estado cerca del comunismo, desde antes -tal vez desde su poema "El camarada" en la Revista de Avance-, y, sobre todo, por personificar la leyenda de un veterano del Quinto Regimiento, en la guerra civil española.
Gracias a la edición de Laberinto de fuego (2008), el epistolario de Novás Calvo reunido por Cira Romero, sabemos que la amistad entre el escritor y el crítico comenzó en 1939, cuando ambos compartieron un programa radial de la revista Ultra, de la Institución Hispano-Cubana de Cultura, dirigida por Fernando Ortiz. Novás acababa de regresar de España y era, además, editorialista del periódico comunista Hoy. Portuondo formaba parte del mismo círculo intelectual comunista, desde que, a mediados de los 30, trabajó como coeditor de la revista mensual Mediodía.
Cuando el exiliado republicano, Guillermo de Torre, invita a Novás Calvo a reunir los cuentos de La luna nona, en Losada, Buenos Aires, en 1941, el narrador pide a Portuondo un prólogo que, por lo visto, el crítico mandó a tiempo. En una carta a Chacón y Calvo, de julio del 42, Novás asegura que Portuondo envió el prólogo directamente a De Torre, sugiriendo que si no antecedió el volumen fue por decisión del editor hispano-argentino. Asegura Romero que en la papelería de Portuondo se encuentra un manuscrito del crítico sobre los cuentos de Novás, reunidos en aquel volumen de Losada, que probablemente haya sido el punto de partida de su ensayo "Lino Novás Calvo y el cuento hispanoamericano", que apareció en Cuadernos Americanos, en 1947. Luego Portuondo volvió sobre la obra de Novás en su libro El heroísmo intelectual (1955).
Poco tiempo después de La luna nona, la editorial Espasa Calpe invita a Novás a hacer una antología del cuento cubano y el narrador cede el proyecto al crítico. Buena parte de la nutrida correspondencia entre Novás y Portuoundo, entre 1944 y 1945, mientras el crítico estudiaba en El Colegio de México, trata sobre esa antología del cuento cubano. Novás propone a los autores básicos (Luis Felipe Rodríguez, Pablo de la Torriente Brau, Rómulo Lachatañeré, Carlos Montenegro, Enrique Serpa, Lydia Cabrera, Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso, Carlos Enríquez…), pero reprocha a Portuondo la lentitud con que ha asumido al proyecto. Finalmente, la antología aparece firmada por Portuondo en 1946, bajo el título de Cuentos cubanos contemporáneos.
La correspondencia entre el narrador y el crítico gana en riqueza e intimidad a medida que Novás Calvo se distancia del comunismo. "Aunque te escribo en rojo, ya no soy rojo -ni de ningún otro color, hasta que se invente un color nuevo. Todos están ciguatos. Y el día que eso ocurra, tú vas a ser uno de los primeros conversos; será tu tercera reencarnación" -escribe en 1946. Son constantes los reproches al PSP que hace el escritor a su amigo crítico, que, desde la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, se involucra cada vez más en los medios intelectuales del comunismo cubano. Todavía a mediados de los 50, hay una evidente cercanía entre ambos y de las cartas se desprende que cada vez que Portuondo viajaba a La Habana, visitaba a Novás Calvo.
Como en tantas otras amistades entre intelectuales de diferente orientación ideológica, el triunfo revolucionario de 1959 y la rápida radicalización comunista del gobierno hicieron su faena, quebrando el vínculo. En los artículos de Bohemia Libre, entre octubre del 60 y agosto del 61, Novás Calvo se refiere indirectamente a Portuondo cuando comenta el terrible efecto que, a su juicio, había tenido la "publicidad comunista" en la juventud cubana de los 40 y 50. Portuondo, por su lado, renegó de aquella amistad, como puede comprobarse, fácilmente, leyendo el Diccionario de la Literatura Cubana (1984), que él coordinó. Ahí no sólo están, rigurosamente borrados, Lino Novás Calvo y su gran obra sino los textos que el propio Portuondo dedicó al autor de Pedro Blanco, el negrero.      

martes, 23 de septiembre de 2014

¿Fue comunista Lino Novás Calvo?





Cuando en la historia intelectual y política usamos categorías como "liberal" o "conservador", "socialista" o "católico", "fascista" o "socialdemócrata" es evidente que estamos leyendo un repertorio de ideas y valores en el posicionamiento público de algún actor del pasado. Decimos que un pensador hispanoamericano del siglo XIX o que un escritor francés de entreguerras es liberal o conservador, fascista o socialista, sin tomar en cuenta si militó realmente en un partido de izquierda o derecha. La adjetivación es intelectual o ideológica, no necesariamente política, ya que, históricamente, ha sido siempre una minoría del campo intelectual la que milita en partidos políticos concretos.
Por razones obvias, especialmente en los estudios cubanos, la calificación de algún intelectual del pasado o el presente como "comunista" genera múltiples tensiones. Ha habido siempre un malestar con el status conceptual del comunismo en la esfera pública cubana, empezando por la zona oficial, donde se prefiere el término de "socialismo", que se agudiza con la existencia de comunismos inconfesos o "paracomunismos" y con la circulación, todavía hoy, más de veinte años después de la caída del Muro de Berlín, de diversos tipos de macartismo. Hay, por ejemplo, un macartismo al derecho, que criminaliza el comunismo -cualquier comunismo-, en el pasado o el presente. Pero hay, también, un macartismo al revés, que procede subestimando o desconfiando de la seriedad del comunismo en la vida intelectual cubana.
Es muy común, cuando aplicamos el calificativo de "comunista" a algún escritor cubano del periodo republicano, que salte automáticamente la pregunta de si ese escritor militó o no en el partido. Es una pregunta infrecuente si hablásemos de escritores liberales o conservadores, católicos o socialistas, fascistas o "de derecha". En el caso cubano, pregunta y respuesta se complican no sólo por lo extendido que pudo estar el "paracomunismo", es decir, la práctica de una simpatía por el comunismo que, tácticamente, se proyectaba como otra cosa, sino por la ausencia de buenas biografías de grandes escritores cubanos. El estado de la literatura biográfica en Cuba, si lo comparamos con el de otros países latinoamericanos, como Argentina, México o Colombia, por no hablar de Gran Bretaña o Francia, España o Estados Unidos, no podría ser más elemental. A lo que habría que agregar el desprecio por la biografía y la historia en la nueva crítica literaria, de la isla o la diáspora.
Veamos, por ejemplo, el caso de Lino Novás Calvo, borrado de diccionarios e historias de la literatura cubana por su exilio y su anticastrismo, a partir de 1960. Estudios recientes, realizados dentro y fuera de la isla por Cira Romero y Carlos Espinosa Domínguez, nos presentan a un Novás Calvo con simpatías comunistas desde principios de los 30. En sus cartas a José Antonio Fernández de Castro desde Madrid, donde se sumó fervorosamente a la causa republicana, y justo cuando redactaba su gran novela Pedro Blanco, el negrero (1933), Novás Calvo aparece como un lector entusiasta del Capital de Marx, colaborador y promotor de la revista Bolchevismo -a un amigo, en La Habana, manda un ejemplar y le dice, "para que veas cosa buena"- y defensor, entre los escritores cubanos, de una identificación con el comunismo. ¿Cómo asumía esa identificación, Novás Calvo, en los 30?

"(Emilio) Delgado y yo escribimos a (José Manuel) Valdés Rodríguez, (José Zacarías) Tallet y (Juan) Marinello para formar la célula de la Unión de Escritores Proletarios Revolucionarios (un proyecto hispanoamericano que fundaron, entre otros, José Ingenieros y José Carlos Mariátegui). Comunícate con ellos, y déjense de rencillas por grado más o menos. Creo que para la solución de los asuntos inmediatos de Cuba es equivocado agitar la enseña comunista, dado la posición en que se halla la isla respecto a Estados Unidos. No puedo pararme a desarrollar mi opinión. Pero hay una acusación de Marx contra un movimiento agrario comunista en Estados Unidos que me parece aplicable a Cuba hoy. Cuestión de táctica".

En esencia, lo que dice Novás Calvo es lo mismo que decía Marinello cuando explicaba por qué se había incorporado tan tarde al partido: la vía paracomunista. Durante su intervención en la defensa de la causa republicana, en la Guerra Civil, es evidente que Novás Calvo se alineó aún más con el comunismo -sin que podamos confirmar su militancia- al punto de regresar a la isla como editorialista del periódico Hoy, órgano primero de la Unión Revolucionaria Comunista y luego del PSP. Es en los 40, cuando gana el premio Hernández Catá, se publica La luna nona y otros cuentos (1943) y comienza a insertarse en otros círculos, más liberales, de la opinión pública de la isla, que Novás Calvo se aparta del comunismo organizado, aunque mantiene fuertes amistades en esos ambientes, como José Antonio Portuondo.
Ese cambio, que fue muy mal comprendido y hasta estigmatizado por Salvador Bueno, Lisandro Otero, Ambrosio Fornet, Jesús Díaz y casi todos los estudiosos de la obra de Novás Calvo, en la isla, hasta los años 90, se consumó en la década de los 50, cuando el escritor fue designado Jefe de Información de la revista Bohemia. Ya ese Novás Calvo, que parece estar más cerca del Partido Ortodoxo que del PSP, es el que emergerá, con toda su elocuencia, en los artículos anticomunistas y anticastristas de Bohemia Libre, entre 1960 y 1961. Textos que se leen, todavía hoy, como una verdadera anatomía de la clase media cubana, en la que las lecturas marxistas juveniles se ponen en función de narrar los orígenes del totalitarismo en Cuba.



sábado, 20 de septiembre de 2014

Carpentier y el comunismo


Desde hace años sostengo una discusión amistosa con Roberto González Echevarría sobre las relaciones de Alejo Carpentier con el comunismo. En su clásico Alejo Carpentier: El peregrino en su patria (1977), el profesor de Yale adjetivó esas relaciones y, en general, la posición ideológica y política de Carpentier como “raras”, “confusas” y “contradictorias”. En las lecturas filosóficas del Carpentier anterior a la Revolución Cubana se mezclaban Marx y Spengler, Mariátegui y Ortega y Gasset. La posición oficial de Carpentier después de 1959, con su ingreso tardío al Partido Comunista y a la Asamblea Nacional del Poder Popular, se vio mediada, a su vez, por ese rol de “peregrino” o “embajador cultural” de la Cuba revolucionaria en Occidente.
La interpretación de González Echevarría se ha reforzado en los últimos años con las ediciones de parte del epistolario y cuadernos inéditos de Carpentier, reunidos en los volúmenes Cartas a Toutouche (2010) y los Diarios. 1951-1957 (2013) de los años venezolanos, dados a conocer por la Fundación que lleva su nombre en La Habana. En ambos volúmenes es posible localizar indicios, como el apoyo de Carpentier a la organización ABC desde París o las opiniones amargas o distantes del escritor sobre figuras literarias de la isla –incluidos algunos conocidos comunistas-, que afirman esa condición peregrina, descrita por González Echevarría en su libro.
Aún así, una lectura más atenta a la biografía intelectual y política de Carpentier podría develar una mayor cercanía con el comunismo y, sobre todo, una amistad más sólida con líderes de esa corriente en la isla, que explicarían la rápida y eficaz incorporación del escritor a la élite cultural del viejo PSP en los primeros años de la Revolución y su canonización estética, por parte del Estado cubano entre los años 60 y 70. La relación con Juan Marinello es, en este sentido, fundamental, ya que Marinello, además de líder máximo del comunismo prerrevolucionario –fue presidente, primero, de la Unión Revolucionaria Comunista, y, luego, del PSP, delegado constituyente en el 40, congresista a partir de ese año y candidato a la presidencia en 1948 y 1952-, era el crítico literario marxista de mayor autoridad en la isla.
La amistad entre Marinello y Carpentier, desde los tiempos de la Protesta de los Trece, el Grupo Minorista y Avance, fue atribulada, con momentos gélidos, pero con salidas a flote. En las crónicas que Carpentier envió a Carteles desde París, en los años 30, Marinello es, después de Nicolás Guillén por supuesto, el escritor cubano mejor considerado. Las dos notas sobre la participación de los tres y Félix Pita Rodríguez en el Congreso por la Defensa de la Cultura, en 1937, en Madrid, Barcelona y Valencia, en las que se narra con orgullo la elección unánime de Marinello como presidente de las delegaciones hispanoamericanas y se relata su discurso en “perfecto catalán”, son un homenaje al comunista cubano. Carpentier fue el único de aquellos cuatro escritores que no militó en el viejo partido.
Como bien apunta González Echevarría, Marinello criticó la novela ¡Ecue-Yamba-O! (1934), en un ensayo recogido en su libro Literatura hispanoamericana (UNAM, 1937,) y a fines de los 30 y principios de los 40, cuando Carpentier trabajó en el Ministerio de Educación, seguramente estuvieron distanciados. Es muy probable que, por entonces, Carpentier, estuviera más cerca de Mañach, Ichaso y otros viejos amigos del ABC. En todo caso, habría que considerar que, aún en esos círculos y en un momento de desencanto con las vanguardias europeas de los 20, la familiaridad de Carpentier con el fenómeno de la Revolución de Octubre o su visión positiva de Lenin y Trotski, que alcanza a percibirse en sus crónicas de los 30, estaban más pronunciadas que las de cualquier intelectual del ABC.
No sólo por su ascendente materno sino por la relevancia que el bolchevismo tuvo entre las vanguardias parisinas de los 20, Carpentier desarrolló desde muy joven un interés por la cultura y la historia de Rusia. Sus alusiones a Mayakovski, Esenin, Stravinsky, Prokofiev, Eisenstein, Pudovkin y otros escritores y artistas del periodo revolucionario eran tan constantes como sus evocaciones de clásicos de la cultura rusa como Pushkin, Tolstoi, Gogol o Chejov. Sobre todo, los cineastas, Eisenstein y Pudovkin, y los músicos, Stravinsky y Prokofiev son referentes cardinales del Carpentier de aquellas décadas.
Casi siempre que se quiere acentuar el perfil de Carpentier como Maverick o “outsider” en el campo intelectual cubano, se destacan sus colaboraciones en la revista Orígenes. Pero se olvida que Carpentier había publicado antes en la Gaceta del Caribe y que, a mediados de los 50, cuando un grupo de jóvenes músicos y críticos musicales, como Harold Gramatges, Aurelio de la Vega, Argelieres León, Juan Blanco, José Ardévol, María Teresa Linares, intenta, en la sociedad y revista Nuestro Tiempo, relanzar la música sinfónica en La Habana, Carpentier, autor de La música en Cuba (FCE, 1946), vuelve a interesar a los círculos intelectuales del comunismo.
Son los años de El acoso (1956), una novela comentada y criticada por Marinello, -“reminiscente, ensimismada, hija tardía del surrealismo que agota en Europa sus aventuras a destiempo y pone de lado el tono nacional en la narración”-, pero que José Antonio Portuondo, en otra crítica ortodoxa, precisamente para Nuestro Tiempo, califica como “regreso literario” de Carpentier. La demanda de “novelas realistas cubanas” era tan intensa, en aquellos críticos, que no sólo ponían obras como La trampa de Enrique Serpa o Una de cal y otra de arena de Gregorio Ortega a la par o por encima de El acoso sino que descartaban El reino de este mundo (1949) y Los pasos perdidos (1953) por no ser novelas de tema cubano.
A pesar de todo, El acoso reinstaló a Carpentier en la vida literaria de la isla y, especialmente, entre los críticos marxistas y comunistas. El nombramiento de Carpentier, en 1959, como uno de los Vicepresidentes del Consejo Nacional de Cultura, una institución controlada por el viejo partido y, luego, como Vicepresidente de la UNEAC y Director de la Imprenta Nacional, es una muestra clara de la incorporación del escritor a esa franja de la élite cultural del poder. En su libro Crónicas de la impaciencia (2010), Wilfredo Cancio describe muy bien ese proceso acelerado de canonización y glosa el periodismo de Carpentier, especialmente en el periódico El Mundo, en la primera mitad de los 60, como una gran alabanza a la integración de la isla al bloque soviético.
En las primeras décadas socialistas, el aporte de Carpentier a la construcción de un relato de la historia cultural cubana, que presentaba el movimiento intelectual de los 20 como anuncio de la Revolución de 1959, luego de expurgar las voces liberales o no comunistas (Mañach, Ichaso, Lizaso, Lamar…) de su propia generación, no fue menor y estuvo en perfecta sintonía con la línea del viejo PSP, incorporado ahora al nuevo Partido Comunista de Cuba. Ya desde mediados de los 60, Marinello comienza a presentar a Carpentier y a Guillén como las dos glorias mayores de la literatura nacional y es, precisamente, Marinello, quien coincide con Carpentier en París desde fines de los 60, el encargado de impulsar el reconocimiento del escritor en el Comité Central del Partido Comunista y de pronunciar las palabras en su homenaje, en un famoso acto por sus 70 años, en 1974.
En el discurso de Carpentier, en aquella ceremonia, en el Comité Central, ante la máxima jefatura del Estado cubano, el escritor reescribirá definitivamente su biografía, presentándose como un comunista convencido desde los años 20, consciente de la patraña de la “deshumanización del arte” de Ortega y Gasset, a pesar de las múltiples citas que entonces le prodigaba. Marinello autorizaba esa reinvención de un expediente estético y político, presentando novelas como El siglo de las luces (1962), Concierto barroco (1974) o El recurso del método (1974) como literatura comprometida. La reescritura de la biografía de Carpentier era evidente, pero, como cualquier otra reescritura histórica, no estaba totalmente infundada:

“Claro estaba que a este problema – el de la humanización o deshumanización del arte- respondía una solución inmediata: la del acercamiento más o menos comprometido, más o menos activo, a una ideología política encaminada a renovar la sociedad, echando abajo las resquebrajadas categorías y jerarquías del Estado burgués, tal y como lo padecíamos entonces. Julio Antonio Mella ya lo había entendido así, pronto seguido por el propio Rubén y por nuestro Juan Marinello, que se halla con nosotros esta noche, y para quien no hallaría expresiones ahora, si acudiese a los recursos de una improvisación posible, con que agradecer las generosísimas palabras con las cuales, al cabo de una amistad de medio siglo cabal, ha tenido a bien enjuiciar, situar, elogiar mi tarea de escritor, tras un largo camino que nos llevó a encontrarnos, más de una vez, en las grandes encrucijadas culturales y políticas del mundo moderno. Lo que estaba ocurriendo en los días que ahora evoco, donde un Mella, un Rubén, un Marinello, desempañaban ya un papel precursor (y perdónenme que sólo cite los nombres de aquellos que ejercían gran influencia sobre mí, por lo mismo que estaban muy cerca de mí), lo que ocurría en esos días, repito, era de suma importancia para el futuro de la cultura cubana, por cuanto, entre nosotros, se iba afirmando la insoslayable urgencia de un comprometimiento. Invirtiéndose los términos del refrán, hubiera podido decirse entonces: “dime quién eres… y te diré con quién andas”.  
  
 


     

viernes, 19 de septiembre de 2014

Alejo Carpentier, crítico de la "hispanidad" y el "nuestroamericanismo"

Quien lea con cuidado los ensayos de Juan Marinello entre los años 40 y 50 percibirá un tic
-todos los ensayistas tenemos uno o más de uno- que consiste en remitir buena parte de la producción cultural que le interesaba al Siglo de Oro. Hijo de inmigrantes catalanes, Marinello fue un comunista que apeló al discurso de una "hispanidad" o una "españolidad", que veía fijada en Cervantes y Lope, el Amadís de Gaula, el Arcipreste de Hita y hasta el Cid Campeador. Esa "voz de la sangre" la encuentra lo mismo en José Martí, en Rubén Darío o en Nicolás Guillén que en Federico García Lorca, Miguel Hernández o Pablo Picasso. A pesar de sus exilios en México y de su admiración por el muralismo y la novela de la Revolución Mexicana, el tópico de la "hispanidad", en Marinello, pesa más que el del latinoamericanismo, aunque éste último tampoco está ausente en su obra.
Entre los 60 y 70, sin embargo, Marinello y otros marxistas prerrevolucionarios, como Mirta Aguirre, que cambia a Cervantes por Sor Juana, abandonan o aligeran el discurso de la hispanidad, por medio de una inmersión en temas latinoamericanos y caribeños y de una apuesta por la literatura de Europa del Este. El reencuentro de Marinello con Alejo Carpentier, su amigo de los años 20 y 30, primero en La Habana y luego en París, a quien él y otros críticos marxistas colocarán, junto a Nicolás Guillén, como cumbre de la literatura cubana, será fundamental para ese abandono tardío del enunciado de "lo hispánico". Carpentier, por ejemplo, en 1961, siendo Vicepresidente de la UNEAC, da un discurso en el primer Congreso de esa institución, donde llama a asumir plenamente la cultura de Europa de Este y dejar a un lado los "burladeros" del "nuestroamericanismo" y la "hispanidad":

"Y es entonces cuando resurge, con un falso barniz de novedad, con un sentido aparentemente modificado, el "nuestroamericanismo" retórico de quienes nada habían hecho, antaño, por sacarlo de lo retórico… Para desentenderse de una tremendísima realidad que se está afirmando al Este de Europa, comienzan algunos a hablar del porvenir de "Nuestra América" con lenguaje de magos y profetas, dando por mucho más inmediato, más próximo, lo que daban todavía por remoto los soñadores de comienzos del siglo. "Algo" va a ocurrir muy pronto. "Algo" cuya índole no se conoce aún. Pero se trata de un suceso inminente y misterioso que, por el mero genio de la raza, por su "latinidad"…, habrá de transformar la faz del Continente… Y debe señalarse algo sumamente importante: todas las revistas publicadas en Estados Unidos, en nuestro idioma, para uso de los lectores latinoamericanos, no han cesado de alentar el "nuestroamericanismo" a que me refiero. No el concepto que de "Nuestra América" tenía un Martí, desde luego, sino el "nuestroamericanismo" vagamente apocalíptico, impreciso, proyectado hacia un futuro sine die, apoyado en referencias amañadamente bolivarianas, que aún cultivan, en nuestro continente, quienes rehúyen la perspectiva de un comprometimiento cada vez más ineludible".

Y agrega:

"Otro burladero inventado por quienes se niegan a encararse con el Gran Dilema -y se refiere, por supuesto, a la alternativa entre capitalismo y comunismo- es el de la hispanidad. No crean que son poco numerosos. Son muchos, y si bien no tienen la ingenuidad de invocar ciertos textos de Giménez Caballero para defender su posición, han encontrado sus biblias donde menos puede imaginarse. Según ellos, la comunidad en el idioma habrá de crearnos un destino particular en el planeta, ajeno a las leyes económicas que rigen el mundo moderno. El hecho de haber recibido El Quijote  en patrimonio, de poseer un folklore que mucho debe al canto y a la poesía populares de España, de entender a Quevedo y de amar a Góngora, ha de bastarnos para llevar nuestra historia por caminos negados a continente donde reina la confusión de lenguas. Laboriosamente trabajan los defensores de la "hispanidad" -y donde menos trabajan, acaso, es en un Madrid que ha dejado, desde hace tiempo, de creer en sí mismo".