En las últimas
décadas, la crítica literaria se interesa mucho en la representación literaria
del otro, como corresponde al paradigma multicultural en que nos movemos. Hubo
un tiempo, sin embargo, en que, más importante que pensar la literatura del
otro, era pensar el otro de la literatura. En Piel menos mía (1976), el cuaderno vanguardista de Octavio Armand,
leemos esa reflexión: hay allí una poética que explora el límite de la
literatura, más allá de experimentos estilísticos, gráficos o retóricos como
los de los antipoemas de Nicanor Parra o Blanco
de Octavio Paz.
Las siete
“retículas” de la primera parte del poemario, “La desesperación como
superficie”, se desplazan rápidamente de la reiteración de palabras o de frases
–Johan Gotera, en el libro que mencionamos hace días, ha estudiado otras
variantes similares en el soneto del mismo verso, “Yo soy un hombre sincero”, o
en “Definición” (“Escaparse es caparse…")- a una repetición ad nauseam de letras que imponen una dimensión oral a la lectura y
al sentido mismo del poema. La retícula 7, “Tempestad”, con la A reiterada,
introduce un rectángulo, a la izquierda, que alude a la estructura formal que
precede a toda escritura, al formato reticular de todo texto.
No creo que la
literatura cubana –si es que un estatuto como éste puede ser referido a un
escritor “ausente” y “borrado” como Armand- haya producido, antes o después, un
vanguardismo tan desaforado. El cubo dibujado en “Palabra sobre palabra”, donde
literalmente se superponen las palabras “protesta, profeta, poeta”, que
conforman a su vez un verso programático, es también parte de ese intento de
exponer la estructura reticular de toda poética, incluso de una poética que
entiende al poeta como un profeta que protesta, idea bastante común en el
vanguardismo del siglo XX.
El otro de la
literatura que explora Armand en Piel
menos mía (1976) y algunos poemas de la época de la revista escandalar, en Nueva York, es físico y
mental: ontológico, podríamos decir, como el otro de la pintura que pensaron
Malevich, Mondrian o Rothko. No es “la historia”, como ha sido para tantos escritores
cubanos y latinoamericanos del siglo XX, mucho menos la sociedad o el Estado.
Hay aquí una comprensión metafísica de la literatura y, específicamente, de la
poesía, que parece haberse quedado sin interlocutores, si alguna vez los tuvo,
y que inevitablemente habrá que relacionar con una representación del cuerpo
del poeta y con la experiencia de su exilio total.