La poeta cubana Legna Rodríguez Iglesias, nacida en Camagüey en 1984,
ha publicado recientemente en la colección Limón Partido, de la editorial
Literal, del barrio de Coyoacán, en la ciudad de México, un poemario titulado Chicle (ahora es cuando), que vale la
pena leer. Hemos leído varios poemas de Rodríguez y una nota sobre los mismos de Javier L. Mora, en Diario de Cuba, y su poesía, como la de otros poetas de su
generación, estudiados por Yoandy Cabrera, Jamila Medina y Lizabel Mónica, asume
deliberadamente un tono y una gramática volcados a lo personal, de inmersión en
su propio cuerpo.
Muchos de sus poemas comienzan con verbos en primera persona del
singular (“Llego a este lugar…”, “Sé que hice un viaje…”, “Cálmate, me digo…”,
“Quería hacer un ejercicio poético…”, “Los collares que me pongo…”, “Rompí el
cristal…”, “Cultivaré picazón…”) Entradas a la significación que nos colocan
frente a una trama personal y corporal que, sin embargo, no proviene de un sujeto
que se imagina aislado o que articula un discurso sobre la soledad o el
extrañamiento en los trópicos, tan común en la poesía cubana desde Julián del Casal.
De lo que nos habla Rodríguez es de una persona y un cuerpo, únicos,
pero globalmente conectados. Un “sujeto
desubicado”, que escucha abejas y grillos, que viaja y mastica chicles. Una
escritora de poemas en su laptop, pecosa y con tatuajes, integrada al mercado
global, que pulsa “enter” y “escape”, “F1” y “Ctrl Fin”, que sufre el dilema de
comprar blusas y sayas 32A o 32B, L o M/L. Una poeta que, como otras de su
edad en cualquier ciudad de Cuba o el mundo, es demasiado consciente de sus
coordenadas generacionales.
Uno de los pocos poemas de este cuaderno, no escrito en primera persona,
describe una división del mundo entre un “ustedes” y un “nosotros”, que
difícilmente podría entenderse al margen del eje generacional. Poemas como
éste nos persuaden de lo absurdo y lo ilusorio –por no decir lo castrante- que
puede ser cualquier aproximación crítica a estos escritores cubanos que intente
abandonar o disminuir la identidad generacional de sus autorías:
Ustedes cierran la verja
cuando nosotros llegamos
inesperadamente
porque ustedes creen que no existe
aquello que nosotros creemos que sí existe.
ustedes matan los cachorros
que nosotros parimos
por la boca
porque ustedes creen que no pueden ser
aquellos que nosotros creemos que sí pueden ser
aunque no pueda ser.
ustedes queman los libros
que nosotros leemos
sin parar
porque ustedes creen que una cosa
sustituye la otra.
ustedes se van quedando
boquiabiertos
mientras nosotros comenzamos
a masticar el chicle.
Como otros escritores de su generación, Legna Rodríguez es una poeta
en la era digital que, sin embargo, no puede vivir sin libros. Quiere escribir
libros leyendo libros. Ha escrito media docena de cuadernos de poesía,
novelas y cuentos –Dos uno cero (2012),
Mayonesa bien brillante (2012), Chupar la piedra (2013), son algunos de
sus títulos- y ya imagina el día en que llegará al poema número mil. Una poeta
que ha ligado vida y escritura, como algunos de sus más célebres antecesores en
la isla o el exilio, porque, ante la alternativa entre “callar” y “calar”, su
elección es clara:
… dos opciones para el torpe sujeto
que no sabe donde meterse:
callar
o calar
¿y qué es lo que hicimos hasta ahora
si no fue callar?
por tanto
sujeto trastornado
sujeto imbécil.