Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

lunes, 27 de enero de 2014

Los elementos de la noche



Bajo el mínimo imperio que el ver no ha roído
se derrumban los días, la fe, las previsiones.
En el último valle la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.

La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.

Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los campos calcinados.

Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus alas.

José Emilio Pacheco (1939-2014)

domingo, 26 de enero de 2014

Auden traducido



El poeta Wystan Hugh Auden (1907-1973), nacido en York, Inglaterra, y naturalizado estadounidense en 1946, fue, luego de las principales figuras del modernismo norteamericano (T. S. Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens, William Carlos Williams…), uno de los poetas de lengua inglesa que más interés despertó entre los escritores cubanos de los años 50 y 60.
La poesía de Auden que llamó la atención de sus contemporáneos en la isla fue la escrita luego de su traslado a Estados Unidos en 1939.  Son los años en que el poeta hace suyo un tono antitotalitario, que cuestionaba, en una misma perspectiva crítica, el nazismo, el comunismo y las democracias burocratizadas de Occidente. Los años, también, en que con su pareja Christopher Isherwood escribe teatro y asume públicamente su homosexualidad, luego de su matrimonio con Erika Mann, la hija de Thomas Mann.
Auden, lo mismo que Dylan Thomas y, un poco más adelante, los poetas beats (Ginsberg, Ferlinghetti, McClure…), fue leído como parte de una secuela del modernismo que criticaba esa tradición y se acercaba a la postulación de una nueva vanguardia. La lectura de Freud, el psicoanálisis y el existencialismo, colocó a Auden en un flanco de la literatura de postguerra, muy atractivo para los escritores reunidos en torno a la revista Ciclón (1955-57) y el magazine Lunes de Revolución (1959-61), que libraban su propia batalla contra una suerte de modernismo a la cubana, que veían personificado en Orígenes.
Aunque Auden llegó a publicar en Orígenes -su nota sobre D. H. Lawrence y el poema "Isla del placer" aparecieron allí- es en Ciclón, específicamente en el valioso número dedicado a Freud, de noviembre de 1956, donde, junto a ensayos de Lionel Trilling, Manes Sperber, Enrique Collado Portal, Maurice Blanchot y Virgilio Piñera, aparece su primer poema de largo aliento,“En memoria de Sigmund Freud”, traducido por José Rodríguez Feo. Allí se leen estos versos:

Así era este doctor: todavía a los ochenta quería
Preocuparse de nuestras vidas, a cuyo desenfreno
Tantos posibles y futuros jóvenes
Con amenazas y zalamería pedían obediencia.

Mas su deseo no se cumplió: sus ojos se cerraron
A este último espectáculo de todos conocido,
De problemas que como parientes reflejos
Y celosos rodean la hora de nuestra muerte.

Porque hasta el fin estaban a su alrededor
Aquellos que habían estudiado, los nerviosos y las noches,
Y otras sombras que esperaban entrar
En el círculo luminoso de su reconocimiento.

En el Lunes de Revolución del 4 de mayo de 1959, Enrique Berros tradujo otros tres poemas de Auden: “Musée des Beaux Arts”, “En memoria de W. B. Yeats” y “Septiembre 1 de 1939”, uno de sus más conocidos poemas políticos. En la nota introductoria, Berros se excusaba con el lector porque la “gracia y la ligereza de algunos fragmentos eran imposibles de rendir en castellano”. Y remataba: “nuestra lengua no lo admite”. La vehemencia de “Septiembre 1 de 1939” era, sin embargo, perfectamente traducible en La Habana de 1959:

Tucídides exiliado conoció
Todo lo que un discurso podía decir
Acerca de la Democracia
Y de lo que hacen los Dictadores,
La basura anciana que hablan
A una tumba apática.
Todo lo analizó en su libro.
El expulsado esclarecimiento,
El dolor, la desorganización
Y el luto que forman hábitos
Debemos padecerlos una vez más.
En este aire neutral
Donde rascacielos ciegos usan toda su altura
Para proclamar
La fortaleza del Hombre Colectivo,
Cada lengua derrama en vano
Excusas que compiten.
Pero quién puede vivir largo tiempo
En su sueño eufórico.
Desde el espejo nos miran
Las caras del Imperialismo
Y de la Injusticia Internacional.

miércoles, 15 de enero de 2014

Prosas para acompañar la muerte de Juan Gelman


“Vacíos del presente molestan al pasado. En la asamblea de las pérdidas, algún amor alza su llama con la humildad dichosa de lo que pudo ser. Los enemigos callan y la noche desnuda dicta maneras/riquezas del cuerpo que soporta. La tempestad fabrica callejones, dialectos, absorbe códigos inmóviles.
El poema quiere engañar al tiempo y el sufrimiento lo derrota. Si escuchara lo que huye de la puerta, si la imperfecta luz diera tu libro, si traicionara este dolor, si oyera tu descanso, si el alba tropezara con el árbol que te abrigó una vez, si pudieras volver a casa una noche cualquiera.
Hay ademanes descentrados que no tocan los horizontes de la carne. Ni sus gemidos altos, ni su infierno que enseña cómo los bellos espectáculos retroceden en las lecciones de la culpa/sin aire saludable ni el orden de las partes que amor serían de lo que no es/para que sea. Se calló el arpa en un rincón de súplicas que saben su peligro. Las imágenes cantan, reniegan, furian en las deflagraciones de la letra y nadie resucita un solo rasgo del secreto. Se derraman hilitos contra la muerte irresponsable en una copia de la línea borrada.
Amásense harinas del encuentro, llamas que ardan como ardieron, el cuerpo sin historia cada noche. Penétrense las jaulas inarmónicas, júntese tanta variedad de tiempos, mírese lo que falta o paridad de idiomas que no suenan lo mismo con lo mismo. La palabra va de aquí para allá, busca un sitio de no marcharse nunca. Su única casa es imposible, nadie se la va a construir.
Cómo entrar en la oscuridad de la conciencia, sus piedras a propósito, la delimitación de sus espejos. La belleza se calla junto al enfermo de la época. ¿Quién le clavó ceguera ante las criaturas de la estupidez? Sus rencores caen rápido en órganos de la razón. El futuro está triste en pensamientos impensables y los jilgueros cantan en vuelos que se irán. Las fantasías violentas del adentro son crueles hacia arriba, su utilidad es traición y nadie labra las tierras del espanto. El viento barre la arena del desierto, los fulgores del mal, dígase lo que se diga de autonomías del amor”.
Del volumen Hoy (Seix Barral, 2013)

sábado, 11 de enero de 2014

Ciudad líquida y locura

La conversación entre Gerardo Fernández Fe y Nestor Díaz de Villegas, hoy en Diario de Cuba, no tiene desperdicio. Más que evocaciones, hay ahí figuraciones traviesas de sujetos marmóreos: escritores (Neruda o Arenas), dictadores (Hitler, Batista o Castro), ciudades (La Habana o Miami). Pero hay ahí algo más: un intento, algo disimulado, de pensar el problema de la locura en el exilio cubano.
Frente a la sugerencia de una utopía del goce, desprendida de la eterna estampa del balneario, Díaz de Villegas habla del Miami de los 80 como el lugar del dolor. Un resort sado-maso al que llegan los expulsados de un comunismo en el Caribe. Una playa de coca en la que intentan experimentar el límite criaturas que no lograron normalizarse bajo el socialismo cubano.
Las constantes alusiones de Díaz de Villegas a Reinaldo Arenas, Nicolás Guillén Landrián, Guillermo Rosales y su Boarding Home, Carlos Victoria, Esteban Luis Cárdenas y Eddy Campa son como las marcas del memorialista en el bosque del olvido. El encuentro de estos seres con aquella ciudad produjo, en palabras de Díaz de Villegas, "grandes catástrofes, grandes locuras".
En un momento del diálogo, Fernández Fe sugiere que Miami sea pensada como "ciudad líquida". Díaz de Villegas lo entiende literalmente, como una ciudad marina, atravesada por ríos y rodeada de pantanos, pero tal vez la provocación de Fernández Fe apuntaba a la idea de "modernidad líquida" del filósofo polaco Zygmunt Bauman, quien ha sostenido que en esta era global, el sujeto, su moral y sus afectos se disuelven, pierden solidez y racionalidad y se abren más plenamente a la locura. La locura es, hoy, menos estigmatizada que cuando la estudió Foucault, pero está, demográficamente hablando, mucho más extendida.
El Miami de los 80 tal vez pueda pensarse como un laboratorio de la locura en la modernidad líquida. En culturas, como la cubana, todavía regidas por el paradigma de la solidez, es muy difícil entender esas locuras. Basta con escuchar las voces en off que, al inicio de Café con Leche (2003), el documental de Manuel Zayas sobre Nicolás Guillén Landrián, intentan "analizar el caso" de este cineasta exiliado, o leer los testimonios sobre Guillermo Rosales, de varios de sus contemporáneos en la isla, reunidos por Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco en Hablar de Guillermo Rosales (2013), para documentar esa incomprensión de la locura.
 

jueves, 9 de enero de 2014

La carta del exiliado


En 1915, Ezra Pound reunió en el volumen Cathay  –el nombre que Marco Polo dio a la China y que Colón imaginó como Las Indias, o sea, América- versiones al inglés del poeta chino Li Bai (o Li Po, traducido por Pound como Rihaku, del nombre del poeta en japonés) elaboradas a partir de las notas que sobre esas composiciones de la época de la dinastía Tang había redactado el orientalista Ernest Francisco Fenollosa, hijo de malagueño e india, que estudió filosofía y sociología en Harvard a fines del XIX.
Uno de los poemas se titula “Exile’s Letter”, que se conoce en español como “Carta del exiliado”. Hay varias traducciones al castellano del poema de Li Bai/ Pound, una composición fácil de traducir por su tono narrativo y lenguaje llano. La versión que más me ha gustado es la José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal, a la que he hecho pequeños ajustes, a partir, sobre todo, del uso de conjunciones, signos de puntuación y separación entre secciones del poema que hizo Pound en el original.
Una vez que Fenollosa y Pound intervinieron el texto, se abrió un juego de infinitas posibilidades para el viaje de Li Bai a las lenguas occidentales. Un viaje en el que se borran fronteras, se desmantelan aduanas y la autoría se transfiere, del creador original, a sus múltiples traductores. Al fin y al cabo, la historia que cuenta el poema no podría ser más familiar: la amistad entre un funcionario y un exiliado, bajo un régimen despótico, que, en el lapso de una vida, pasa de la “ebriedad”, “sin pensar en el rey y los príncipes”, a la terrible separación de los cuerpos y los afectos.    

Carta del Exiliado
 A So-Kin de Racuyo, mi viejo amigo y Canciller de Gen

Recuerdo cuando me hiciste un bar particular
En el extremo sur del puente de Ten-Shin.

Con oro reluciente y transparentes gemas pagábamos los cantos y las risas
Y pasábamos ebrios un mes tras otro, sin pensar en el rey ni los príncipes

Hombres inteligentes venían por el mar y la frontera occidental

Y con ellos, contigo sobre todo,

Nos entendíamos perfectamente

Y nada para ellos era cruzar el mar o las montañas

Con tal de estar en nuestra compañía,

Y hablábamos de todo, sin ocultarnos nada, y sin pesares

Después fui confinando a Wei del Sur,
Encerrado en un bosque de laureles,

Y tú hacia el norte de Raku-hoku

Hasta no haber entre nosotros más que añoranzas y memorias comunes

Y luego, cuando era ya insufrible continuar separados,
Volvimos a encontrarnos y fuimos a Sen-Go,
Siguiendo las mil vueltas y remolinos de las sinuosas aguas,

Hasta un lugar resplandeciente con millares de flores,
Que era el primero de los valles,

Y luego otros mil valles llenos de voces y del rumor del viento en sus pinares.

Y con sillas de plata y riendas de oro
Salió a encontrarnos el capitán Kan del Este y su comitiva.

Y vino allí también el verdadero mandamás de Shi-yo,
 a darme a mí la bienvenida
Sonando un órgano de boca incrustado de piedras preciosas

Y en las casas de dos y más pisos de San-Ko nos obsequiaron más música Sennin,

Con muchos instrumentos, como en un coro de Pichones de Fénix.

El mandarín de Kan Chu, ebrio, bailaba, 
porque sus largas mangas no conseguían estar 
inmóviles

Con la charanga de aquella música.

Y yo, cubierto de brocados, me quedé dormido en su regazo,

Con el espíritu tan encumbrado que me hallaba en el séptimo cielo,

Y antes del fin del día nos dispersamos como estrellas
 o lluvia.

Yo me tenía que marchar a So, muy lejos todavía aguas arriba,

Tú regresaste a tu puente del río.


Y tu padre, que era valiente como un leopardo,
 Gobernaba en Hei-Shu, y sometió a los bárbaros.

Y un mes de mayo te mandó a traerme,
 a pesar de la enorme distancia.

Y con las ruedas rotas y lo demás, fue un viaje duro, sobre caminos retorcidos como tripas de chivo,

Y yo que caminaba todavía a finales de año 
bajo el viento cortante que soplaba del norte,

Y pensaba qué poco te preocupaba el gasto
 y tú te asegurabas lo suficiente para pagarlo.

Y ¡qué recibimiento!
 Copas de jade oro, platos bien arreglados en una mesa azul toda enjoyada

Y yo borracho, y sin pensar en el regreso,

Y tú caminabas conmigo hasta el extremo occidental del palacio

Hasta el templo dinástico, rodeado de agua, un agua transparente como jade azul claro,

Con canoas bogando, y el son de las armónicas y tamboriles,

Y las ondas parecidas a las escamas de los dragones, remedando el verdor de la yerba en el agua,

El placer prolongado en compañía de las cortesanas, yendo y viniendo sin estorbos,
Con las pelusas de los sauces cayendo como nieve,

Y las chicas pintadas con bermellón, emborrachándose por fin al caer la tarde

Y el agua, de cien pies de hondo, reflejando sus cejas verdes,

-Unas cejas pintadas de verde que son para verse bajo la luna tierna,

Lindamente pintadas-

Y las muchachas cantando y respondiéndose con cantos las unas a las otras

Bailando en trajes transparentes,

Y el viento alzando el canto, interrumpiendo,

Y zarandeando bajo las nubes.

Pero todo esto tiene fin.

No se vuelve a encontrar otra vez.

Me fui a la corte a presentar examen,

Probé la suerte de Layú, ofrecí el canto Choyo,

Sin lograr promoción

Y regresé a las montañas del Este
con la cabeza blanca.

Y más tarde, otra vez, nos encontramos en el puente
 del sur,
Y luego el grupo se deshizo, tú partiste hacia el Norte, para el palacio San,

Y si tú me preguntas cómo es que siento tu partida:
Tal como caen las flores al terminar la primavera,
Confusamente, en agitado remolino.
¿De qué sirve hablar? -y hablar no tiene fin,
No tienen fin las cosas del corazón.


Llamo al muchacho,

Lo hago sentarse en los talones aquí a mi lado
A sellar esto,
Y te la envío hasta mil millas de distancia, mientras quedo pensando.