Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 4 de enero de 2014

Los dos sonetos a Washington de Gertrudis Gómez de Avellaneda

Este 2014 -específicamente el 23 de marzo- se cumplen doscientos años del nacimiento, en Camagüey, de la escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda. Poeta, narradora y dramaturga, La Avellaneda fue una de las primeras escritoras profesionales de Cuba y España, donde residió desde 1836 hasta su muerte en 1873, con un intervalo de regreso a la isla, entre 1859 y 1864.
Se escribirá mucho este año sobre La Avellaneda, para bien o para mal. No faltarán, como cuando el bicentenario de José María Heredia en 2003, quienes intenten encapsular el patriotismo lírico de La Avellaneda en un nacionalismo grave, ajeno a su relación con Cuba.
Se escribirá mucho sobre la literatura de La Avellaneda, pero poco sobre su política, tan interesante como aquella. La camagüeyana fue una católica, admiradora de las tradiciones pactistas y contractuales de la monarquía española. Una católica liberal, no absolutista, como la mayoría de sus contemporáneos en la península, que respaldó la Constitución de Cádiz y, luego de la rebelión de La Granja, el orden constitucional de 1837. En una biografía en romance de Alfonso el Sabio, reunida en su obra poética, La Avellaneda resumió su visión positiva sobre la monarquía liberal española, en tanto modalidad del gobierno representativo.
También estuvo cerca La Avellaneda del reformismo criollo cubano, como puede leerse en sus novelas abolicionistas. Pero a diferencia de otros reformistas cubanos (Arango, Saco, Del Monte) o de sus contemporáneos y amigos en la literatura peninsular (Quintana, Espronceda, Zorrilla), y al igual que su maestro Heredia, La Avellaneda fue una gran admiradora de los Estados Unidos. Los versos finales del poema "A vista del Niágara", escritos durante el viaje de varios meses que hizo a Estados Unidos, en 1864, exponen esa admiración:


Tu ambiente aspira, ¡oh pueblo americano!
Que si tienes –cantando tu grandeza-
Prodigios como el Niágara en el suelo,
Cimentarte supiste instituciones
Que el genio liberal como modelo
Presenta con orgullo a las naciones!

Otra muestra de la admiración de La Avellaneda por Estados Unidos puede leerse en las dos versiones del soneto a George Washington que dejó escritas. La primera, de 1841, fue incluida en el primer volumen de sus Poesías, editado en Madrid con prólogo del crítico peninsular Juan Nicasio Gallego, quien, naturalmente, no dio mayor importancia estética o política a esta composición:

No en lo pasado a tu virtud modelo
Ni copia al porvenir dará la historia
Ni el laurel inmortal de tu victoria
Marchitarán los siglos en su vuelo

Si con rasgos de sangre guarda el suelo
Del coloso del Sena la memoria
Cual astro puro brillará tu gloria
Nunca empañada por oscuro velo

Mientras la fama de las virtudes cuente
Del héroe ilustre que cadenas lima
Y la cerviz de los tiranos doma

Alza gozosa, América, tu frente,
Que el Cincinato que formó tu clima
Lo admira el mundo, y te lo envidia Roma.

La segunda versión, escrita en 1864, luego de aquel viaje a Estados Unidos con su hermano, en que, además de peregrinar a las cataratas del Niágara, visitó la tumba de Washington en Mount Vernon, mantiene los dos primeros versos de la estrofa inicial y altera el resto del soneto. Vale la pena releer ambas versiones para comprender las razones de la reescritura:

No en lo pasado a tu virtud modelo
Ni copia al porvenir dará la historia
Ni otra igual en grandeza a tu memoria
Difundirán los siglos en su vuelo

Miró la Europa ensangrentar su suelo
Al genio de la guerra y la victoria
Pero le cupo a América la gloria
De que el genio del bien le diera cielo

Que audaz conquistador goce en su ciencia;
Mientras al mundo en páramo convierte
Y se envanezca cuando a siervos mande;

¡Mas los pueblos sabrán en su conciencia
Que el que los rige libres sólo es fuerte
Que el que los hace grandes sólo es grande!

Como Heredia, Olmedo, Bello y otros escritores hispanoamericanos de la primera mitad del XIX, La Avellaneda intentaba una contraposición entre Washington y Napoleón, favorable el primero. Mientras el corso representaba la ambición, el despotismo y el imperio, el norteamericano personificaba el civismo republicano del presidente que se retira a la vida privada luego de su segundo mandato. Washington era el nuevo Cincinato y Napoleón el nuevo César. 
Uno de los cambios más notables entre una y otra versión del soneto es la fórmula que usa La Avellaneda para referirse a Napoleón. Si en el primero habla de un "coloso del Sena", en el segundo hablará de un "genio de la guerra y la victoria", que no es específicamente francés sino europeo. Lo que intentó la poeta fue actualizar históricamente el sentido de su soneto de 1841, en medio de la Guerra de Secesión de 1864, para contraponer el republicanismo de Washington -transferible a Lincoln- al imperialismo de Napoleón III, Bismarck o cualquier otro monarca europeo de la época.
    




domingo, 22 de diciembre de 2013

Música y libertad

Adam Gopnik vuelve en el último The New Yorker al complicado tema de la relación entre música y libertad. Comienza citando al historiador John Lukacs, quien en un ensayo sobre el mundo de la segunda postguerra señalaba que la música americana de los 30, 40 y 50, especialmente el jazz, se convirtió en la banda sonora del antifascismo. Juicio que, como es sabido, contraría la idea de Theodor Adorno de que, por su rítmica monotonía, el jazz establecía conexiones con la cultura fascista.
Gopnik prefiere, desde luego, la versión de Lukacs y extiende esa interpretación antitotalitaria de la música norteamericana a los años 60 y 70, a través del rock and roll. Dice que si bien no se puede negar que haya habido nazis fans del jazz, es indudable que el rock and roll fue el principal referente musical de las revoluciones democráticas contra el comunismo, en Europa del Este, durante los años 80. La herencia del jazz en el rock and roll es bastante reconocida, pero Gopnik la rastrea a través de la relación no tan difundida de los Beatles con Duke Ellington.
A partir de la reciente aparición del primer volumen, Tune In, de la monumental biografía de los Beatles de Mark Lewisohn, Gopnik sostiene que la principal deuda de los jóvenes de Liverpool con el jazz no fue, como generalmente se piensa, Chuck Berry o cualquier otra figura del blues, sino Duke Ellington. Antes de cumplir 20 años, Lennon y McCartney habían escuchado y admiraban los principales álbumes de Ellington, editados por RCA Victor o Columbia Records, como  Such Sweet Thunder y Black, Brown, and Beige. El editor William Shawn lo dice de forma contundente:

"You can't talk about the Beatles without mentioning the transcendent Duke Ellington. They are off by themselves, doing their own thing, just as Ellington always has been. Like Ellington, they're unclassifiable musicians".



sábado, 21 de diciembre de 2013

Dos Harvardians en La Habana




Si se hiciera una historia de las traducciones de la literatura norteamericana en Cuba, entre los años 20 y 50, un nombre ineludible sería Lino Novás Calvo, traductor de Hemingway, Faulkner, D. H. Lawrence, Eugene O’ Neill, Aldous Huxley y Sherwood Anderson. Novás Calvo no sólo tradujo para revistas como Bohemia y Ultra sino para editoriales iberoamericanas, como Espasa Calpe y Sur, que circularon en Cuba en aquellas décadas.
Importantes traductores de poesía norteamericana también fueron Eugenio Florit y los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña que tradujeron, para las revistas Avance y Orígenes, respectivamente, a Jorge Santayana y Dylan Thomas. No se podría hacer, sin embargo, una historia de la recepción de la literatura norteamericana en Cuba sin las dos piezas clave de la política de traducción, en dichas revistas: Jorge Mañach y José Rodríguez Feo.
Los dos, graduados de la Universidad de Harvard. Mañach en 1920, año del nacimiento de Rodríguez Feo, y éste, en 1949, cinco años después de fundada la revista Orígenes. A pesar de la diferencia de edad entre ambos y de la contradicción estética e ideológica que caracterizaría el vínculo de Orígenes con Avance –escenificada en la famosa polémica Mañach-Lezama- estos dos harvardians compartieron la pasión por el modernismo poético americano. En cuanto a la poesía norteamericana hay más continuidad que ruptura entre Orígenes y Avance, y la fractura origenista tiene que ver, en parte, con la reacción del ala católica, hispanista y afrancesada de la revista contra ese modernismo.
Mañach tradujo para uno de los primeros números de Avance el largo “diálogo en el limbo”,  “La sabiduría de Avicena” de Santayana. Rodríguez Feo, por su parte, publicó en el primer número de Orígenes su gran ensayo “George Santayana: crítico de una cultura”, que puede ser leído como indicio de una poética editorial. La presencia de Santayana fue constante en ambas revistas, ya que en la primera se publicó, además, una traducción de “Aversión al platonismo” de Pedro Henríquez Ureña y en la segunda otra traducción de Rodríguez Feo, del “Epílogo a mi anfitrión el Mundo”, fragmento de la célebre Autobiografía, y el obituario “Jorge Santayana” de Humberto Piñera Llera –más bien contra Santayana o contra el Santayana de Rodríguez Feo- en uno de los últimos números.
Muchas traducciones en Avance no especificaban al traductor. Las de Mañach, de Santayana o de Eugene O’Neill, aparecían con la leyenda “versión española” o “versión en castellano de Jorge Mañach”. ¿Pero fueron esas las únicas traducciones que hizo Mañach para Avance? Tal vez no. Algunas traducciones de poesía como las de “Blues” de William Carlos Williams, la del “Discurso académico en La Habana” de Wallace Stevens o la del polémico ensayo “Energética literaria” de Ezra Pound pudieron haber sido de Mañach ¿Por qué no firmaba Mañach como traductor? Tal vez por la inseguridad con que siempre trató el tema de la poesía y, también, por escrúpulos de la vanidad: en cada número de Avance aparecía una o más de una colaboración de Mañach.
En todo caso, el momento de máximo esplendor en la edición del modernismo poético norteamericano, en Cuba, lo alcanza Rodríguez Feo en Orígenes. Allí, este harvardian habanero tradujo, además de Santayana, a William Carlos Williams, “East Coker” y “Burnt Norton” de T. S. Eliot, el enjundioso ensayo de su maestro, Francis O. Matthiessen, sobre los cuartetos de Eliot –el más largo ensayo publicado en Orígenes- y, desde luego, a su amigo Wallace Stevens. De Stevens no sólo tradujo Rodríguez Feo poesía, como generalmente se piensa. También tradujo el ensayo “Las relaciones entre la poesía y la pintura”, sin el que difícilmente se entiende la idea del arte en Orígenes.   

jueves, 19 de diciembre de 2013

El primer poema cubano de Wallace Stevens

Antes de que su "Discurso académico en La Habana" fuera publicado en un espléndido número de noviembre de 1929, de la Revista de Avance -el mismo en que apareció el ensayo de Ezra Pound "Energética literaria"-, y mucho antes, por supuesto, de que, en 1944, José Rodríguez Feo le escribiera su primera carta, anunciándole las primeras traducciones suyas que aparecerían en Orígenes -traducciones, curiosamente, no del propio Rodríguez Feo sino de su amigo, Oscar Rodríguez Feliú-, Wallace Stevens viajó a Cuba.
Entre 1922 y 1923 el poeta hizo dos viajes seguidos a la isla. El primero, en enero de 1922, de pesquería con su amigo Arthur Powell, un empresario de Atlanta con el que pasó varias temporadas en Biscayne Bay y Long Key. El segundo, en octubre de 1923, con su esposa Elsie, en una breve estancia dentro de un largo viaje que los llevaría, luego, a cruzar el canal de Panamá y subir por la costa del Pacífico hasta México y, finalmente, California. Aquel viaje de los Stevens, según los biógrafos, fue, a la vez, una luna de miel atrasada y una celebración de Harmonium, el primer cuaderno del poeta publicado por Alfred Knopf en septiembre de ese año.
En ese cuaderno aparece un poema titulado "The Cuban Doctor" y que, contrario a lo que podría suponerse, no se inspira en alguna experiencia de su primer viaje, el de 1922, ya que fue escrito, por lo menos, un año antes: se publicó en la revista Poetry en 1921. Los estudiosos encuentran en este poema, lo mismo que en el contemporáneo "Anecdote of the Prince of Peacocks", premisas clave del modernismo de Stevens como el vínculo difuso entre imaginación y experiencia.

The Cuban Doctor

I went to Egypt to escape
The Indian, but the Indian struck
Out of his cloud and from his sky.

This was no worm bred in the moon,
Wriggling far dawn the phantom air,
And on a comfortable sofa dreamed.

The Indian struck and disappeared.
I knew my enemy was near -I,
Drowsing in summer's sleepiest horn.

Otro poema de Harmonium, "The Emperor of Ice-Cream", que sí fue escrito en 1922 y que la crítica tradicionalmente localiza en Florida, pudo haber sido motivado, irónicamente, por alguna escena habanera. La mayoría de los críticos ha leído en el poema una trama de inmigrantes hispanos en alguna ciudad de Estados Unidos, pero no habría razón para no remitir la escena a aquella Habana de enero de 1922 que visitaron Stevens y Powell, y que llegó a captar Walker Evans en sus fotos, unos años después.

The Emperor of Ice-Cream

Call the roller of big cigars,
The muscular one, and bid him whip
In the kitchen cups concupiscent curds.
Let the wenches dawdle in such dress
As they are used to wear, and let the boys
Bring flowers in last month's newspapers.
Let be be finale of seem.
The only emperor is the emperor of ice-cream.

Take from the dresser of deal,
Lacking the three glass knobs, that sheet
On which she embroidered fantails once
And spread it so as to cover her face.
If her horny feet protrude, they come
To show cold she is, and dumb.
Let the lamp affix its bean.
The only emperor is the emperor of ice-cream.