En Stealing Base: Cuba
at Bat, una reciente muestra de pintura cubana en la galería The 8th Floor, en Manhattan, se expuso
un cuadro del joven artista cienfueguero Camilo Villalvilla, titulado “El
Mago”. La pintura retrata a un José Martí, vestido de umpire, detrás del home,
con la mano derecha oculta en su espalda y la careta en la izquierda.
Un Martí hipster, desenmascarado, civil entre uniformados, que
en pose respetuosa espera, detrás del home, por el cátcher, el bateador y el
pitcher. El héroe como umpire del gran juego de la nación, cuya tarea consiste
en marcar la bola y el strike, el out y el safe. Pero en este caso, el héroe en
reposo, antes de que comience el juego propiamente dicho.
Se trata de un árbitro ya listo para cumplir una función,
que el artista asocia con un acto de magia. ¿O la magia es que a casi 120 años
de su muerte y luego de tantos usos y apropiaciones José Martí siga siendo un
referente clave de la política cubana? La magia también podría aludir a que la
jugada que deberá arbitrar el umpire será la más complicada, en el juego de la
nación.
El punctum del
retrato, como diría Barthes, es que la jugada no ha tenido lugar aún. Cuando
lleguen los jugadores al home, el umpire dará al cátcher una de las pelotas que
lleva en el bolsillo y comenzará el partido. Martí, según el artista, no es un
jugador, es un árbitro, alguien que, en vez de jugar, propicia y canta la jugada. Un
sujeto neutral, imparcial, que desde algún afuera de la historia interviene en
ésta para dotar de sentido al evento.