Libros del crepúsculo

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viernes, 26 de julio de 2013

Lezama litigante

Hace tres años, cuando se cumplió el centenario del nacimiento de José Lezama Lima, escribí para la página electrónica Diario de Cuba un ensayo titulado "Lezama y los castillos", que en versión ampliada y bajo el título, "Del derecho a la poesía", ha sido recogido en un volumen de homenaje al poeta cubano, coordinado por Gema Areta.
En aquel texto intentaba valorar el peso de los estudios de Derecho, cursados por Lezama en la Universidad de la Habana, en la poesía, la narrativa y la ensayística del autor de Paradiso. Ahora, vuelvo brevemente al tema, con motivo de una reciente relectura del poema "Pensamientos en La Habana". Un tono litigante recorre este poema, de principio a fin, que la crítica no ha destacado lo suficiente y que se aprecia, sobre todo, en la versión grabada en voz del propio Lezama.
Lezama parece debatir con un otro europeo o norteamericano, civilizado y próspero, que desprecia la cultura cubana o latinoamericana. El viejo duelo doctrinario entre civilización y barbarie reaparece aquí, bajo acentos similares a los de la tradición latinoamericanista de Martí, Rodó, Vasconcelos y Reyes. Ese otro, condensado en el pronombre "ellos", es siempre alguien que "quiere" o "sueña humillar" al cubano o al latinoamericano.
La fórmula retórica que utiliza Lezama en el poema es la del litigante: "Como sueñan humillarnos,/ repitiendo día y noche con el ritmo de la tortuga/ que oculta el tiempo en su espaldar:/ ustedes no decidieron que el ser habitase en el hombre;/ vuestro Dios es la luna/ contemplando como una balaustrada/ al ser entrando en el hombre./ Como quieren humillarnos, les decimos/ the chief of the tribe descended the staircase".
Los versos finales, en inglés o en francés, luego de cada alegato, buscan la exposición de un dominio de la lengua del civilizado, como medio liberación del bárbaro. Lezama escribe "my soul is not in an ashtray" o "l'entranger nous demande le garcon maudit", pero en la versión leída no dice estos versos en inglés o en francés. En su elusión de la lengua del otro, este Lezama no está tan lejos del Guillén monolingüe y anglófobo, nacionalista y anticapitalista de Motivos de son o Cantos para soldados y sones para turistas:

"Ellos que cargan con sus maniquíes a todos los puertos/ y que hunden en sus baúles un chirriar/ de vultúridos disecados./ Ellos que no quieren saber que trepamos por las raíces húmedas del helecho/ -donde hay dos hombres frente a una mesa; a la derecha, la jarra/ y el pan acariciado-,/ y aunque mastiquemos su estilo,/ we don't choose our shoes in a show-window".

Algo de ese estilo litigante proviene, como decíamos, del ensayo latinoamericanista, a la manera de Nuestra América de Martí o Ariel de Rodó. Pero otra parte se origina en la contaminación de la oratoria política cubana de mediados del siglo XX con el lenguaje de los abogados y fiscales del periodo republicano. Un tono litigante que Lezama probablemente adquirió desde sus años de estudiante en la Universidad de la Habana, que compartió con muchos políticos de la isla intelectualmente formados antes de la Revolución, en la misma escuela, y que se volvió hegemónico en la esfera pública cubana a partir de enero de 1959.

miércoles, 24 de julio de 2013

Lezama noir


Comentábamos en un post anterior la presencia, en la poesía de José Martí –especialmente en Versos sencillos- de la tradición del romanticismo noir, estudiado por Mario Praz en un clásico ensayo. No es imposible localizar rastros de esa misma tradición, después del modernismo y de la vanguardia, en la poesía de José Lezama Lima.
Un poema emblemático de invocación de la muerte, que recrea el tópico del bosque espectral, sería “Una oscura pradera me convida”. Pero hay otros poemas de Lezama, como “Los fragmentos de la noche” o “Doble noche”, donde ese mundo fantasmal y onírico, que escenifica el desdoblamiento del sujeto, entre el yo y su sombra, reaparece con nitidez.
En el poema “Doble noche”, por ejemplo, se reproduce una escena muy parecida a la del poema sencillo “Yo tengo un amigo muerto” de José Martí. Lezama despierta a mitad de la noche  -“la noche nos agarra un pie,/  nos clava en un árbol,/ cuando abrimos los ojos/ ya no podemos ver al gato dormido”, e inicia un juego mental con la imagen del
gato, que esconde la noche, como esconde sus desechos bajo un agujero húmedo que ha escarbado en el patio.
En la segunda escena del poema, Lezama regresa a su cuarto, a retomar el sueño, y encuentra a un hombre sentado en un taburete, junto a su cama. Como en Martí, un doble despierto al lado del dormido: “como en una explicación casi inaudible/ dije: Uno./ El otro, con su cuerpo inmovilizado,/ moviendo sus labios con sílabas muy lentas/, me respondió: el cuerpo”.
También como en Martí, ese otro despierto, en la trama del sueño, se enoja y discute: “comenzó entonces un debate ciceroniano/ en el senado romano,/ golpeando las almohadas con los puños”. A Lezama también se le vuelve la situación insostenible y “acuesta el muerto a dormir”. En su versión, pone al “gato absorto y lentísimo” a “esconder la noche”.  

miércoles, 17 de julio de 2013

¿Qué hacer con el mito?














En la novela Santa Evita (1995) de Tomás Eloy Martínez están planteadas las actitudes intelectuales básicas frente a un mito popular. Aunque el novelista apela a constantes exergos desmitificadores, como el de Jean Cocteau ("la canonización de Eva Perón por el Papa y la de Jean Genet por Sartre (otro Papa) son los acontecimientos místicos de este verano") o el de Oscar Wilde ("el único deber que tenemos con la historia es reescribirla"), se autodefine como un "iniciado" en el culto a Santa Evita.
En un momento de la novela, Martínez parece decirnos que ante la bifurcación de caminos entre la historia y el mito, el escritor debe escoger una tercera vía: la novela. Este género literario sería el artefacto moderno por excelencia, que permitiría reconstruir la articulación de mito e historia en el culto popular a Evita Perón y, a la vez, eludir los clichés incubados por el duelo. El cliché, por ejemplo, de la desmitificación positivista o el cliché de la deshistorización mitológica: dos peligros inversos, pero que, en el fondo, comparten el mismo origen.

domingo, 14 de julio de 2013

Recuerdo o vivencia; Málaga o Pajarete




Es difícil deslindar, en algunos poemas de Versos sencillos (1891), el recuerdo o la vivencia como fuentes de las escenas e imágenes que Martí convoca en su poemario. Me refiero, desde luego, a la vivencia a la mano de Martí, en aquel presente suyo del verano de 1890, cuando escribe los versos que se publicarán al año siguiente.
La crítica acepta que casi siempre que Martí se refiere a España, en ese poemario, en el poema X o en el VII, dedicado a Aragón, el poeta está evocando sus años de estudiante de Derecho, Filosofía y Letras en Zaragoza. En la Universidad de esta ciudad aragonesa, Martí se graduó de Doctor en Leyes, en 1874, con una tesis sobre Marco Tulio Cicerón como máxima expresión de la oratoria política y forense entre los romanos.
Además de elogiar la tradición patriótica peninsular, en medio de la organización de una guerra de independencia contra el trono español, y de destacar la dimensión musulmana –gesto frecuente en Martí- de la cultura ibérica, el poema tiene el interés de deslizar la confesión de que en Zaragoza el poeta y político cubano habría perdido la virginidad.
No todas las alusiones a España, en Versos sencillos, provienen de evocaciones de aquella estancia de Martí en la península. Cuando en el poema XV se refiere a dos vinos españoles, el Málaga y el Pajarete, no está apuntando un recuerdo sino una vivencia newyorkina. El mesero que le sirve en algún bar de Manhattan o Brooklyn, a diferencia del “médico amarillo”, “con una mano cetrina y la otra en el bolsillo”, le receta una mejor medicina al darle a escoger entre dos vinos españoles muy populares en Estados Unidos en aquellas décadas, tal y como se lee en el libro A History of Wine in America (1989) de Thomas Pinney.
Uno de los grandes fundadores de la vinicultura en Estados Unidos, el húngaro Agoston Haraszthy, autor del clásico de la enología Grape Culture, Wines and Wine-Making (New York, 1862) comenzó importando Málagas y Pajaretes del Sur de España a Boston y Nueva York, vía Londres, a mediados del siglo XIX, antes de crear el emporio vinícola californiano que llega hasta nuestros días. Haraszthy y Martí son, por cierto, dos de los más célebres inmigrantes de la segunda mitad de aquella centuria que reconoce la Smithsonian Institution.

jueves, 11 de julio de 2013

Palacio de la memoria y romanticismo noir



Los Versos sencillos (1891) de José Martí, como recuerdan algunos de sus devotos –Fina García Marruz u Orlando González Esteva, por ejemplo- son cualquier cosa menos sencillos. A ciertos atributos de la “sencillez”, como la rima, Martí dio un tratamiento aleatorio, que por momentos saca al lector de la cadencia establecida por los primeros versos.
El poema V, por ejemplo, mantiene las cuartetas en octosílabos pero altera la rima de la secuencia ABAB a la ABBA, que reaparece también en el XI, el XIV, el XV y el XIX. El XII, “En el bote iba remando/ Por el lago seductor,/ Con el sol que era oro puro/ Y en el alma más de un sol”…, quiebra levemente la rima. El XXXVI la altera nuevamente, pasando de ABBA a AABB. Ya al final del cuaderno, el XLII introduce la rima continua, AAAA, y el XLV, “Sueño con claustros de mármol”, es, en realidad, verso libre.
Hay poemas, en ese cuaderno, que son como cápsulas en la memoria de Martí. Los de la bailarina española, la niña de Guatemala o el que arranca con el verso “El enemigo brutal”, que transcriben recuerdos del adolescente o el joven Martí. No en balde el monte donde escribe sus poemas es la “catedral” o el “palacio” de la memoria. Hay otros, como alguna vez apuntamos aquí, que traducen alegóricamente una vivencia, dotando al texto de un sentido enigmático, por momentos, metafísico.
Dos de esos poemas alegóricos en los que Martí refiere experiencias de escisión o desdoblamiento, nos trasladan al mundo del espiritismo o del romanticismo noir, estudiado por Mario Praz. Una exposición reciente en el Musée d’Orsay de París reconstruye esa tradición, específicamente en la pintura europea, de Goya a Ernst.
Los dos poemas a los que me refiero son aquel en que Martí habla de un “paje fiel”, que lo “cuida” y le “gruñe”, que “no come y no duerme”, que “se le desliza en el bolsillo”, que le ofrece “una taza de ceniza”, que “castañetea”, "derrama sangre”, “hiela y chispea”, y que resulta ser su propio esqueleto. El otro poema noir de Martí, en ese cuaderno, es el VIII:

Yo tengo un amigo muerto
Que suele venirme a ver:
Mi amigo se sienta, y canta;
Canta en voz que ha de doler

“En un ave de dos alas
Bogo por el cielo azul:
Un ala del ave es negra
Otra de oro Caribú.

El corazón es un loco
Que no sabe de un color:
O es su amor de dos colores,
O dice que no es amor.

Hay una loca más fiera
Que el corazón infeliz:
La que le chupó la sangre
Y se echó luego a reír

Corazón que lleva rota
El ancla fiel del hogar,
Va como barca perdida
Que no sabe a donde va”.

En cuanto llega a esta angustia
Rompe el muerto a maldecir:
Le amanso el cráneo, lo acuesto;
Acuesto el muerto a dormir.

La escena del muerto -Martí mismo- sentado al pie de la cama, se repite en ambos poemas. Un muerto vivo, alma errante, como el exiliado al que se le “rompe el ancla fiel del hogar”. Un muerto ofendido y rencoroso; otro yo que emerge cuando el yo de la vigilia duerme, que maldice y refunfuña y que debe ser devuelto al sueño para que el sujeto no despierte escindido.

miércoles, 10 de julio de 2013

Martí en los Catskill


A unas 110 millas de Nueva York, por la carretera 87, que conecta esa ciudad con Albany, se anuncian las primeras entradas a los montes Catskill. Primero, los Catskill Cairo, luego los Catskill Creek, finalmente, los Catskill Ski. En las publicaciones turísticas que circulan por las aldeas de esos montes se habla de un esplendor perdido de la zona, que algunos ubican a fines del siglo XIX, cuando se construyó el ferrocarril y las cascadas de Kaaterskill y el lujoso hotel al borde la misma, Laurel House, acogían a la alta sociedad de Manhattan, o todavía en los años 1940 y 1950, cuando la comunidad judía de Nueva York creó allí clubes de verano e invierno.
José Martí, como es sabido, viajó en varias ocasiones a los Catskill y estos montes son una presencia importante en su obra. Los estudiosos cubanos Rodolfo Sarracino Magriñat y Salvador Arias han estudiado esas visitas, relacionadas con la pertenencia de Martí al selecto club Crepúsculo, que reunió a filósofos, naturalistas, poetas, políticos, empresarios y banqueros de Nueva York, bajo la doble invocación doctrinaria del positivismo spenceriano y el trascendentalismo norteamericano, y del que formaron parte figuras públicas de esa ciudad, muy admiradas por Martí, como Walt Whitman y Henry George.
Martí debió saber de la existencia de los Catskill antes de visitarlos, por la publicidad turística que reproducía la prensa newyorkina y por referencias literarias precisas como el famoso relato de Rip Van Winkle, el amante de los bosques que se duerme 20 años y regresa a una casa, una esposa y una aldea que no reconoce, de Washington Irving, ambientado en la comunidad holandesa de esos montes. Las cataratas de Kaaterskill, como las del Niágara, habían sido celebradas por poetas norteamericanos, que Martí conocía bien, como William Cullen Bryant y Henry Wadsworth Longfellow.
La visita más conocida de Martí a los Catskill es la del verano de 1890, luego de los intensos meses de involucramiento en los debates sobre la Conferencia Panamericana del invierno anterior, en Washington. Como señala en la Dedicatoria a Versos sencillos, aquel “invierno de angustia” afectó su salud. No sabemos cómo, pero podría especularse que se trató de una afección respiratoria o nerviosa, por la recomendación del médico de que pasara una temporada en el campo: “me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos. A veces ruge el mar, y revienta la ola en la noche negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores”.
¿Viajó Martí esa vez a los Catskill con Carmen Miyares, viuda de Mantilla, y su hija, María Mantilla, de diez años? Son constantes las alusiones de Martí a una “amante”, a veces llamada “Eva”, y a una “niña”, en el escenario de los Catskill, que predomina en los primeros Versos sencillos. Abejas y laureles, víboras y abedules, gamos y grutas, cascadas y arroyos, lagos y jacintos son típicos de ese escenario. La publicidad reunida por el Catskill Archive nos ayuda a reconstruir a Martí en aquella “land of streams”. Los biógrafos asumen, sin embargo, que viajó solo.
Martí debió llegar en ferrocarril a Catskill Creek y luego continuó en carruaje hasta uno de los hoteles. ¿Dónde se hospedó, en el lujoso Laurel House, a un costado de la cascada de Kaaterskill? Si fue allí, es probable que los tan interpretados versos de “odio la máscara y vicio/ del corredor de mi hotel:/ me vuelvo al manso bullicio/ de mi monte de laurel” contengan un juego de palabras con el nombre de dicho hotel y, a la vez, no se refieran a un hotel en Nueva York, como generalmente se piensa, sino al principal hotel de los Catskill, por entonces, además de que, en la ciudad, Martí vivió mayormente en casas de huéspedes y en ese momento vivía en casa de Carmen Miyares.
El poema IV, en el que aparecen la amante y la niña, que tradicionalmente se ubica en Bath Beach o  
alguna otra playa de Brooklyn, podría inspirarse en una visita de Martí y Carmen a Kaaterskill, ya que los turistas se bañaban en el lago donde se precipitaba la cascada, al lado de las “grutas umbrías” que se abren entre las rocas.
En varias escenas de la publicidad turística de los Catskill aparecen señoras con “quitasoles” como los que menciona Martí en el poema. Kaaterskill parece ser también el escenario del poema XVII, “Es rubia: el cabello suelto”, y la “laguna vecina” podría ser Lake Joseph o cualquiera de los lagos azules que separan las verdes montañas.

miércoles, 26 de junio de 2013

Costo intelectual del neoliberalismo y el neopopulismo

La última entrega de la revista Nueva Sociedad, que editan Svenja Blanke y Pablo Stefanoni en Buenos Aires, vuelve sobre el eterno dilema de los intelectuales de izquierda y el poder político en América Latina. En la segunda mitad del siglo XX, el asunto fue tratado desde la perspectiva de izquierdas marginadas o reprimidas por los poderes políticos. A principios de la segunda década del siglo XXI, ese enfoque ha sido rebasado por la prolongada experiencia de varios gobiernos de izquierda en el poder de la región.
Las dos contribuciones que encabezan el dossier, el ensayo del historiador argentino Carlos Altamirano y la entrevista con el antropólogo Enzo Traverso, intentan lidiar con la crisis del rol del intelectual público en un periodo de universalización de la democracia como el que vivimos. Ambos, a su manera, cuestionan el tópico de que la figura del intelectual público esté condenada a desaparecer en contextos en que los derechos civiles y políticos están garantizados. Una de las funciones de esa figura moderna es, precisamente, ubicar aquellas zonas de la vida humana en que la libertad pública se ve obstruida por viejas leyes o nuevos poderes.
Mientras Altamirano cuestiona el mito de que sociedades de arraigada tradición liberal, como la británica, hayan carecido de intelectuales públicos, Traverso hace la pertinente observación de que una de las corrientes más renovadoras del pensamiento de izquierda, en las dos últimas décadas, el marxismo postcolonial, se ha desarrollado en la India, Pakistán y el Medio Oriente y no en países comunistas, como China, Viet Nam y Cuba, que vivieron revoluciones anticoloniales supuestamente más radicales que los procesos de descolonización asiáticos y norafricanos. El paralelo sería suficiente para aceptar que el intelectual público vive posibilidades y riesgos bajo todo tipo de sociedades.
Mi contribución al número es una veloz hojeada a las mutaciones del rol del intelectual público entre los años 90 y los 2000. Si la última década del siglo XX produjo una hegemonía neoliberal, la primera del siglo XXI ha producido una hegemonía neopopulista. Ambas hegemonías han generado efectos, a mi juicio negativos, sobre dos de las tradiciones intelectuales más ricas y vivas del pensamiento latinoamericano de los últimos siglos: el liberalismo y el marxismo. Ambas tradiciones han salido dañadas de las simplificaciones, maniqueísmos y estereotipos que esas hegemonías han impuesto a la esfera pública de nuestros países.