Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 21 de mayo de 2013

Grau, Belt y una página olvidada de la diplomacia cubana




La historia oficial cubana tiende a privar de toda autonomía la política exterior de los gobiernos anteriores a la Revolución de 1959. Si Cuba era colonia o neocolonia de Estados Unidos, entonces no podía tener gobernantes que imaginaran y condujeran por sí mismos las relaciones internacionales de la isla.
Algunos estudios recientes sobre el gobierno de la II República española, en el exilio, ayudan a matizar esos lugares comunes. En el libro de Octavio Cabezas, Indalecio Prieto. Socialista y español (2005), se cuenta que el ex ministro republicano y presidente del PSOE, exiliado en México, entró en contacto con el gobierno de Fulgencio Batista en 1943, a través del general Lázaro Cárdenas, amigo del presidente cubano, y del embajador de éste en México, el escritor José Manuel Carbonell, para que mediaran en una transacción comercial entre la dictadura de Franco y el gobierno republicano en el exilio.
En la correspondencia entre Prieto y otros dos líderes republicanos, exiliados en Europa, Francisco Largo Caballero y Luis Araquistáin, recientemente publicada por el Fondo de Cultura Económica, bajo el título ¿República o monarquía? Libertad (2012), se habla de otra intervención del gobierno cubano a favor de la República española.
Esta vez son el presidente Ramón Grau San Martín y su embajador en Washington, Guillermo Belt, quienes, en noviembre de 1945, en contra de la poderosa corriente de opinión de la colonia española de la isla y de un voto del Senado, opuesto a romper relaciones con Franco, propuso impulsar en la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro de ese año un acuerdo continental a favor de un plebiscito en la península, que pudiera revocar el mandato de Franco por medio del establecimiento de una república o, incluso, de una monarquía.
Como se lee en las cartas de Prieto entre 1945 y 1947, la iniciativa cubana no contaba con pleno respaldo del gobierno de Estados Unidos, que comenzaba a valorar las ventajas de sostener buenas relaciones con Franco para combatir el comunismo en Iberoamérica. El proyecto de Grau y Belt fracasó, no tanto por la oposición de Washington o Madrid sino por el rechazo de algunos líderes del exilio, que pensaban que un plebiscito sobre la forma de gobierno implicaba el reconocimiento de la legitimidad de la dictadura. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Edward McGlynn, el cura que admiró José Martí




En las crónicas sobre Nueva York que José Martí escribió para periódicos latinoamericanos como La Nación de Buenos Aires y El Partido Liberal de México, el sacerdote de que más se habla no es Félix Varela sino Edward McGlynn, un newyorker
hijo de irlandeses, que en los años 1880 era párroco de la iglesia de Saint Stephen’s. Por sus ideas liberales, McGlynn fue expulsado de su curato por el arzobispo Corrigan, pero luego reivindicado, gracias a la encíclica Rerum Novarum (1891), que fundó la doctrina social del catolicismo moderno.
En enero de 1887, el cura había sido suspendido y enviado a Roma,  a entrevistarse con el Papa León XIII, bajo amenaza de excomunión.  Las razones por las que la jerarquía eclesiástica estaba molesta con McGlynn eran muchas, pero el detonante, como describe Mason Gaffney, fue el apoyo que este sacerdote dio a la candidatura, para un puesto de corregidor en la ciudad de Nueva York, del economista y político del Partido Demócrata, Henry George.
McGlynn se entusiasmó tanto con las ideas de George, expuestas en su libro Progress and Poverty (1879), que comenzó a hablar en sus misas de la tierra como propiedad originaria de la nación y del impuesto a la renta como contribución única de los ciudadanos al Estado, que permitiría una mayor recaudación fiscal y, por tanto, una mejor distribución del gasto público. En sus crónicas de 1887 para ambos periódicos latinoamericanos, Martí se sumó resueltamente a las ideas de George y McGlynn.
Cuando seis mil católicos irlandeses se congregan, en la escuela Cooper Union, a protestar contra la destitución de McGlynn, Martí se incorpora a la vigilia. “Acabo de verlos, de sentarme a su lado, de desarrugar para ellos esta alma ceñuda que piedra a piedra y púa a púa elabora el destierro”. Los juicios de Martí contra la Iglesia Católica, en esas notas, son rudos. La excomunión de McGlynn y la persecución de las ideas y seguidores de Henry George le parecen la confirmación de que Roma, bajo el nuevo Papa, persiste en el antiliberalismo de la famosa encíclica de Pío IX, Quanta Cura, y su infame Syllabus Errorum.
“¿Conque el que sirve a la libertad, no puede servir a la Iglesia?” –concluye Martí. No hay momento más liberal en el pensamiento político de José Martí que ese de las escenas norteamericanas. No habría que olvidar que esas crónicas las escribe el poeta cubano para dos periódicos emblemáticos del liberalismo latinoamericano, La Nación de Mitre y El Partido Liberal de Villada. Dos periódicos que representaban los intereses de gobiernos enfrentados con la Iglesia Católica en Argentina y México.

sábado, 11 de mayo de 2013

El monstruo amable




El arraigo de frases admirativas como “mujer con clase” u “hombre de mundo” en el habla cotidiana de nuestras sociedades debería convencernos del triunfo del capitalismo en la cultura popular contemporánea. La lucha de clases y el nacionalismo han sido hábitos culturales de los dos últimos siglos, pero a la vuelta de la nueva centuria parecen ser menos populares que la celebración de la riqueza y el confort.
Con su obrita Relative Values (1951), tan dada a montajes y remakes en el último medio siglo, Noël Coward derrotó una eminente tradición literaria, que se remonta a Balzac y Flaubert, a Henry James y Edith Wharton y Evelyn Waugh, obsesivamente empeñada en retratar la codicia y la maldad de la aristocracia o la burguesía. Hoy, los ricos y los cosmopolitas son representados como modelos a seguir, incluso por las culturas populares de las zonas más pobres del planeta.
El capitalismo y la globalización han triunfado culturalmente. Es lo que nos dice el filósofo italiano Raffaele Simone en su libro El monstruo amable. ¿El mundo se vuelve de derechas? (2011), publicado hace meses en Madrid por Taurus, con prólogo de Joaquín Estefanía. La ganancia, el consumo y el lucro han constituido un Zeitgeist prolongado que, como un “monstruo amable”, abraza la cultura global de nuestros días.
Aún la pobreza o la desigualdad, en manos de ese monstruo amable, se vuelven marcas de la moda flapper o camp. En los dos últimos siglos –piensa Simone siguiendo a tres pensadores disímbolos: el liberal Alexis de Tcoqueville, el conservador José Ortega y Gasset y el comunista Pier Paolo Pasolini- el capitalismo ha producido una mutación antropológica, contra la que no parece haber escapatoria o antídoto eficaz. Tiene razón Simone cuando asegura que incluso el marxismo o el comunismo han sido colonizados por ese monstruo amable, pero yerra al encapsular a este último en “la derecha”.
El filósofo italiano desconfía de los discursos anticapitalistas, cobijados por liderazgos de la izquierda europea o latinoamericana y sus expresiones sobre los gobiernos de  Cuba, Venezuela, Bolivia o Ecuador son severas. No encuentra Simone anticapitalismo ahí: a lo sumo usos y administraciones del capitalismo por parte del Estado o de una élite del poder que no se distingue, en modo alguno, de la forma de vida capitalista y tecnológica de nuestros días.
Pero, como advierte en su reseña para Nueva Sociedad José Fernández Vega, Simone se equivoca al identificar conceptualmente el capitalismo con la derecha. Desde mediados del siglo XIX hay izquierdas capitalistas y hoy son esas las izquierdas predominantes, ya no en el mundo sino en el Tercer Mundo. El sentido geográfico o meramente  físico de la localización de las derechas y las izquierdas, en cada nación del planeta, se pierde en la formulación de esa otra variante del “pensamiento único”.

  

jueves, 9 de mayo de 2013

Tony & Amy



En el documental The Zen of Bennett (2012), dirigido por uno de los hijos del cantante Tony Bennett, se reconstruye el momento en que el viejo newyorker recibe a la joven Amy Winehouse en un estudio de Londres. Antes Bennett ha expresado a sus productores la típica inquietud "demográfica", como él mismo dice, de grabar con una londinense nacida en los 80, alcohólica y drogadicta. "Tiene todo el cuerpo cubierto de tatuajes"! -dice el viejo. Por lo visto, Bennett renunció a su primer impulso moralizador de tratar de convencer a la joven de que abandonara el camino del vicio y la autodestrucción. Cuando la Winehouse entra al estudio y Bennett la nota nerviosa y seca, el anciano cantante, de 85 años, le pregunta si conoce a Dinah Washington. A la chica se le ilumina el rostro y comienza a cantar con soltura su parte en el dueto de Body and Soul, último sencillo grabado por la artista en vida. Al final de esa escena del documental, ella confiesa que fue la alusión a Dinah Washington, una de las cantantes que más admiraba, lo que la hizo entrar en calor: "¿Murió joven, verdad?" -pregunta y afirma Winehouse a Bennett. "Sí, no llegó a los 40".    

sábado, 27 de abril de 2013

En la frontera de la ley

La última novela de Javier Cercas trata sobre una banda de delincuentes juveniles que operó en Girona a fines de los 70, durante los años de la transición del franquismo a la democracia en España. Al igual que otras novelas de Cercas, como Soldados de Salamina o Anatomía de un instante, se trata de una ficción y un relato reales, en los que el narrador cuenta algo que sucedió en la historia. Pero a diferencia de aquellas obras, no hay aquí una excesiva conciencia de tal operación intelectual -narrar un hecho real en clave de novela- ni una exposición tan evidente del yo de Cercas.
La novela cuenta la historia del Zarco, el Gafitas y Tere, sin hacer del acto de la narración de los sucesos relacionados con aquella banda un dilema intelectual o literario. La dimensión metaliteraria de Cercas, menos tangible que en otros novelistas españoles contemporáneos como Javier Marías y Enrique Vila-Matas, está rebajada al mínimo en Las leyes de la frontera (2012). Una dimensión que pudo ser muy explotable al tratar algunas de las subtramas de la novela, por ejemplo, la subtrama de la relación incestuosa entre el Zarco y Tere.
Estos jóvenes ladrones eran medio hermanos, compartían la misma madre, pero sólo uno de ellos, Tere, lo sabía. El incesto, lo mismo que las drogas y los robos, eran prácticas ubicadas en esa frontera de la ley que le interesa describir a Cercas. El personaje del Gafitas parece cruzar esa frontera, cuando en la adultez se vuelve abogado. Pero dicho tránsito tiene lugar sólo para que el personaje pueda quedarse en el territorio del derecho más cercano al crimen. No es gratuito que sea el Gafitas el único de los tres personajes que no es huérfano.
La orfandad y el incesto del Zarco y Tere suceden a la intemperie, en el vértigo del crimen y las drogas, en la vida entre cárceles y albergues. Un incesto radicalmente distinto al de los hermanos de la novela The Cement Garden de Ian McEwan, llevada al cine por Andrew Birkin, quienes se enclaustran en la vieja casucha donde han muerto sus padres. En ausencia de los padres, unos y otros pierden la noción del límite que separa lo legal y lo ilegal y se entregan a rituales que, más que una subversión, producen una reproducción de la autoridad desde lo ilegítimo.

jueves, 25 de abril de 2013

Escrito en cirílico



Hoy a las 7 de la noche, en la Casa Refugio Citlaltepetl, de la Ciudad de México, conversaremos con el historiador Jean Meyer y la poeta y crítica cubana Damaris Puñales-Alpízar sobre el reciente libro de esta última, Escrito en cirílico: el ideal soviético en la cultura cubana posnoventa, publicado por la editorial Cuarto Propio de Santiago de Chile.
El libro de Puñales propone un paseo por las representaciones del mundo soviético en la cultura cubana en el último medio siglo. Representaciones mayormente ubicadas en la literatura -aquí se glosan e interpretan textos de Manuel Cofiño, Félix Luis Viera, Jesús Díaz, José Manuel Prieto, Emerio Medina, Reynaldo González o Alexis Díaz Pimienta-, pero que también se localizan, con provecho, en las artes plásticas, el cine y la cultura material.
Además de novelas, Puñales lee documentales y películas como Good Bye, Lolek (2005) de Amado Soto Ricardo y Magdiel Aspillaga o Lisanka (2009) de Daniel Díaz y Eduardo del Llano y compara estas intervenciones contemporáneas con films canónicos del periodo soviético como Soy Cuba (1964) de Mijaíl Kalatosov. Estas lecturas de textos tan diversos, como una novela, una película o la chatarra de alguna tecnología soviética, le permiten a Puñales ilustrar la existencia de una "comunidad sentimental soviético-cubana", que desarrolla un particular discurso de la nostalgia a partir de los 90:

"La cultura rusa (o soviética) y la cubana logran fundirse solo a partir de un contrapunteo necesario en que se reconocen distintas. Es en ese juego de diferencias donde único es posible establecer su unidad: unidad en la diferencia, en su relación de extrañamiento-cercanía con el otro. Esta relación pasa, también, por el exotismo, la admiración y, en parte, el desconocimiento. El pasado soviético cubano continúa siendo presencia actual en Cuba hoy como uno de los imaginarios culturales más importantes. No se trata de una nostalgia ideológica o política. En este caso, la nostalgia representa el duelo por el fin de un mundo que de repente dejó de existir, y cuyos remanentes siguen activos en la memoria colectiva".

domingo, 21 de abril de 2013

La biografía epistolar de Bruce Chatwin


Finalmente ha aparecido, vertida al español por Ismael Attrache y Carlos Mayor, la correspondencia del viajero y novelista inglés Bruce Chatwin (1940-1989), editada por su viuda Elizabeth Chatwin y su biógrafo Nicholas Shakespeare. La editorial Sexto Piso se encargó de este oportuno rescate, que ofrece al lector de En la Patagonia, Los trazos de la canción, Utz, Colina negra, El virrey de Quidah o Anatomía de la inquietud, una suerte de biografía epistolar.
Porque lo que ha intentado Shakespeare, fundamentalmente, es organizar cronológicamente la correspondencia de Chatwin con sus parientes, amigos y colegas, de tal manera que el lector siga la vida del viajero, desde su estancia en el colegio Old Hall, en Shopshire, hasta sus últimos días en Homer End, Oxford, pasando, naturalmente, por sus largos años como perito de arte antiguo y moderno en Sotheby’s, como estudiante de arqueología en Edinburgh y como nómada empedernido en Afganistán, Argentina, Turquía o Sudáfrica.
Como en todo epistolario, es posible leer aquí los cambios de piel del corresponsal. Cuando Chatwin escribe a su familia o a su esposa Elizabeth muestra una vulnerabilidad, que se oculta rigurosamente bajo la coraza segura y hasta soberbia de quien se trata de tú a tú con Roberto Calasso, Salman Rushdie o Susan Sontag. Como observó W. G. Sebald, a su muerte, Chatwin rompió el maleficio de los grandes prosistas, que se arriesgaron a contar ficciones sin recurrir al formato de la novela, en el momento de mayor fetichismo mercantil del género.
La grandeza de Chatwin, lo que lo distingue dentro de la brillante generación de novelistas británicos de su generación (McEwan, Amis, Barnes, Ishiguro…), es haber probado la fuerza de su prosa, no en ensayos o memorias, sino en esa literatura viajera y antropológica que fue su sello y que era tenida por literatura menor. No siempre es Chatwin tan buen escritor epistolar como cronista de viaje, pero el novelista que había en él asoma de un modo tan genuino que, con apenas siete años, cuenta a sus padres la impresión que le produjo el film El tren fantasma, de Walter Forde: “trata –escribe el niño- de un tren que, todos los años, a medianoche, llegaba a la estación, y, si alguien lo miraba, moría”.
La conocida bisexualidad de Chatwin y su muerte, a causa de SIDA, en 1989, son temas que este epistolario devela sutilmente. Su esposa Elizabeth, en el prólogo, no se da por enterada y atribuye sus viajes solitarios y sus largas desapariciones de casa a la necesidad de “ser libre” del artista. El biógrafo Shakespeare es más explícito y descubre la faceta de un Chatwin que oscila entre la negación de su letal enfermedad –“el VIH no es el ocaso de los dioses de finales del siglo XX, sino sencillamente otro virus africano”, escribe unos meses antes de morir- y una valiente curiosidad por la pandemia que truncó su vida.