Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

viernes, 8 de marzo de 2013

Realismo y morfina

Las cartas en las que el poeta cubano Rubén Martínez Villena lamenta haber "literaturizado" su correspondencia con su esposa, desde la URSS, por medio de detalles sobre su tuberculosis, los síntomas de la enfermedad y la sublimaciones oníricas provocadas por la morfina, relacionan la estética realista con las drogas y el sexo en la época del primer comunismo. La historiadora Helen Rappaport ha sostenido que Lenin contrajo sífilis en los prostíbulos de París a principios del siglo XX y que desde entonces se acostumbró a calmar sus dolores con morfina.
Esta droga opiácea, utilizada como analgésico, tiene como uno de sus efectos distintivos la clarificación de los sueños y las fantasías. El sueño del morfinómano es realista y sensual, como puede leerse en las cartas de Martínez Villena a su esposa Chela, desde los sanatorios del Mar Negro. No estaría de más incorporar la morfina al campo referencial de la teoría y la práctica del realismo socialista entre los años 20 y 40. El famoso cuadro del pintor catalán Santiago Rusiñol capta muy bien aquel sustrato erótico del realismo, tan apreciado por los primeros comunistas.
El realismo, que los neohegelianos y Lukács, específicamente, imaginaban como emanación del racionalismo, no era ajeno a los resortes alucinatorios de la morfina. Esta última era pensada, de hecho, como la droga del realismo por la transparencia que concedía al cuerpo en medio de los afanes espirituales de la Revolución. Cuando Martínez Villena advierte, no sin culpa, que su epistolario, escrito bajo los efectos de la morfina, es literatura, y no simplemente la "información precisa sobre el expediente médico de un compañero" -él mismo-, estamos en presencia del autocercioramiento de la estética del realismo socialista por uno de sus artífices.    

martes, 5 de marzo de 2013

Morfina y Revolución

En su ensayo La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag hace un conocido paralelo entre las representaciones culturales producidas por la tuberculosis y el cáncer. A diferencia de este último, que es invisible y personifica la muerte progresiva y la certeza del fin, la tuberculosis, dice Sontag, es intermitente, “vuelve transparente el cuerpo”, produce “rachas de euforia, aumento del apetito y un deseo sexual exacerbado”.
Dado que la tuberculosis afecta un órgano, los pulmones, y todavía en las primeras décadas del siglo XX era tratada a base de morfina, sus síntomas producían un vaivén anímico. Los tísicos, como Chopin, la “dama de las Camelias”, Kafka o los habitantes del sanatorio de La montaña mágica de Thomas Mann –que "andaban con sus radiografías en el bolsillo"-, mostraban un conocimiento exhaustivo de la dolencia, que los reconciliaba con su cuerpo.
En las cartas de Rubén Martínez Villena a su esposa Chela, se confirman las observaciones de Sontag sobre la tuberculosis. El poeta escribe el 17 de septiembre de 1930, desde Moscú, pronosticando serenamente su muerte. Habla de sus radiografías pulmonares, de los esputos y la tos, las flemas y la sangre. Dice tener “la seguridad de que mi tuberculosis se ha extendido al intestino” y que eso “significa la muerte”.
Poco después, desde el sanatorio de Sajum ha recuperado el ánimo y el humor, a pesar de que su compañero en el largo viaje hacia el Mar Negro trabaja en la morgue de un manicomio moscovita: es un “especialista en cadáveres”. Cuenta sueños, todos, felices, en los que el poeta y el político ejercen a plenitud sus virtudes. Sueños en los que lo anormal –la dictadura de Machado, la condena a muerte, el exilio- se vuelve normal: escenas apacibles en su casa del Vedado, donde habla sobre la Conferencia de los Partidos o charla amenamente con su percutor, el Jefe de la Policía machadista Alfonso L. Fors.
Martínez Villena recuerda a su esposa “las puestas de sol de las tardes del Vedado en los primeros días de nuestro amor”. Y recuerda, también, la estancia feliz en Nueva York, la “primera excursión al Bronx, en que yo creí vivir algún cuento encantado de la niñez”. Con lujo de detalles, va comunicando a Chela cómo aumenta de peso día con día, gracias al apetito y la buena comida del sanatorio, con “olor a burguesía”. En algún momento, intenta racionalizar su euforia: “es una característica de los enfermos de tuberculosis hacer proyectos de felicidad: no sé si es por eso que todavía espero gozar contigo ratos de felicidad colectiva y personal”.
Al final de la estancia en la URSS, ese periodo de su vida, bajo el cielo estrellado del Mar Negro, reaparece críticamente, desde el extrañamiento de la moral comunista. Se reprocha haber “literaturizado” sus cartas y envidia la “frescura limpia del estilo” de su esposa. Se ha recuperado, regresa a Moscú y concluyen las dosis de morfina. El sueño ha pasado y vuelve a la realidad. La literatura deja de estar asegurada como experiencia de sublimación: “yo no sé si lo que escribo es literatura o no: es verdad”. El realismo no sólo es la estética de la Revolución: es también el despertar del sueño de la morfina.    
     

lunes, 4 de marzo de 2013

Martínez Villena, la felicidad y lo soviético en Occidente



En estos días que, entre cubanos, se leen libros como Caviar with Rum de Jacqueline Loss y José Manuel Prieto y el extraordinario ensayo de Damaris Puñales-Alpízar, Escrito en cirílico. El ideal soviético en la cultura cubana posnoventa (Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2012), vale la pena regresar a los antecedentes de la conexión soviética en Cuba. La correspondencia del poeta y político comunista cubano, Rubén Martínez Villena, es interesante al respecto.
Entre la primavera de 1930 y el invierno de 1932, Martínez Villena se carteó con su esposa Asela Jiménez y sus hermanos David, Esther y Judith, relatando impresiones de una travesía que lo llevó de La Habana a Key West, a Jacksonville, a Nueva York, al Báltico –vía Southampton, Cherburgo y Hamburgo-, a Moscú, al balneario de Sochi, en el Mar Negro, y luego de vuelta a La Habana. Se trataba del primer viaje de Martínez Villena, quien desde 1928 era miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, a Moscú, donde se incorporaría a los trabajos de la Sección Latinoamericana del Comintern.
Martínez Villena habla de la URSS como “nuestra patria” o “el único lugar seguro sobre la tierra para mí” e intenta convencer a su esposa y a sus hermanos de que ese lugar exótico, la nueva Rusia, es más cercano y familiar de lo que imaginan. El propio Martínez Villena, aunque decidido a llegar a Moscú, vacila durante el viaje. La esposa, Chela, quiere que permanezcan en Jacksonville, hasta que caiga Machado, que lo ha condenado a muerte, pero él considera en algún momento pasar su exilio en Nueva York, donde su amigo Jorge A. Vivó ha prometido ofrecerle un trabajo como funcionario de la Trade Union Unity League.
Lo que lo decide a seguir camino a Moscú –además del hecho de haber tramitado una visa temporal en Estados Unidos, como le revela a su hermano David, pidiéndole discreción- es el compromiso que ha hecho de participar como delegado en el Congreso de la Internacional Sindical Roja. Durante el trayecto, de ida y vuelta, Martínez Villena intenta acercar a la cultura rusa a su esposa, por medio de constantes alusiones al cine, la literatura, el arte y la música. Pero si nos fijamos bien, observaremos que se trata, no de alusiones directas a la cultura soviética, sino de alusiones a lo soviético o lo ruso en Occidente. Sobre todo, a lo soviético, tal y como circulaba en ciudades atlánticas como La Habana y Nueva York, el único lugar en el que, según confesaría, fue feliz:

“Todo el grupo de los marineros presentes, acompañados al piano, cantaron cinco o seis canciones rusas formidables. ¡Cómo me acordé de tí anoche! Me parecía absurdo estar asistiendo a aquello sin que tú participaras de lo mismo, sin que tú estuvieras a mi lado sintiendo como yo. Una de las cosas que oí en el fonógrafo y en el piano es la música que siempre tocaban en los cines de Nueva York cuando ponían una película rusa, y que tú aprendiste. ¿Te acuerdas? Según me informó un marinero (varios hablan inglés), es una danza ucraniana. La primera vez que oímos esa música estábamos en el cine Prado, viendo Volga, Volga o Los esclavos del Volga. La tocaban cuando el antiguo cosaco, rebelado y convertido en pirata, después de perder al muchachito que adoptó y haberse matado su amada, hace bailar a toda la tripulación. Después la oímos muchas veces en Nueva York. ¿Cuándo volveremos a oírla juntos?”

Martínez Villena se refiere a Die Leibeigenen o Los esclavos del Volga, una película alemana, dirigida por Richard Eichberg y producida en 1928, que se estrenó en La Habana antes de su partida a principios de 1930. También le recuerda a su esposa otra película que vieron en Nueva York, Turksib, un documental sobre la construcción del ferrocarril de Turkestan a Siberia, dirigido por Víctor A. Turin. La música que menciona es la famosa danza ucraniana o casatchok, pero en la versión tabernera, a piano y acordeón, de los bares de Nueva York. En los meses siguientes, cuando la tuberculosis arrecia y lo someten a altas dosis de morfina en el sanatorio de Sujum, Martínez Villena recordará los días que pasó con su esposa en Nueva York como los más parecidos a la felicidad. Algunas de esas cartas, escritas bajo los efectos de la morfina, son prolijas en sueños y focos delirantes, casi todos asociados a la música y el sexo.

“La otra noche algunos enfermos, que pasean por el jardín hasta las nueve y media, cantaron acompañados por una mandolina. Una de las canciones era como un estribillo que oímos juntos en Nueva York la noche que Beatriz nos invitó al pequeño party en casa de unos compañeros. ¿Te acuerdas? Apenas hablamos después respecto a aquella reunión, cuyos asistentes tengo tan presentes ahora; veo sus caras risueñas, sobre todo la del tocador de la guitarra, a quien tanto llamaste la atención; la de aquella fea, flaca y sin embargo no desagradable muchacha, con muy buena voz, que cantó el Ave María de Gounod; la “del cuento” de Vivó y la del buen mozo de su compañero; la del Chino Li cantando gravemente la Internacional… Nuestra vida en Nueva York –a pesar de las estrecheces, las incomodidades, mi enfermedad- se me presenta ahora como una época feliz de luna de miel”.
            

sábado, 2 de marzo de 2013

Formas del pluralismo



Con frecuencia, cuando se debaten los sistemas de partidos contemporáneos en la opinión pública, se piensa que sólo existen dos opciones: el unipartidismo o el multipartidismo. Nada menos cierto: a principios del siglo XXI existen en el mundo muchos más modelos de organización de la competencia electoral y la alternancia en el poder de los que, por pereza intelectual, se admiten.
Los sistemas de partidos están relacionados, naturalmente, con el tipo de régimen político en el que se producen: bajo un régimen parlamentario, por ejemplo, los partidos políticos cumplen una función diferente a la que juegan en regímenes presidencialistas. En países federales, la representación y, en general, las asociaciones políticas responden a una lógica regional distinta a la que se produce en países centralistas.
No hay normas únicas para la implementación del sistema de partidos: los dos países más populosos de la tierra, China e India, étnicamente heterogéneos pero menos multiculturales que grandes países occidentales como Estados Unidos o los europeos, poseen sistemas de partidos que no podrían ser más diferentes: en China, partido comunista único, y en la India, 180 partidos, bajo un régimen parlamentario y federal.
En la mayoría de los países occidentales existe, constitucionalmente, el multipartidismo, pero las normas jurídicas complementarias del proceso electoral y la propia dinámica del proceso político reducen las grandes corrientes nacionales a dos, tres o cuatro organizaciones. En Estados Unidos, por ejemplo, la legislación ha traducido históricamente la complejidad de un país federal y presidencialista en términos de un bipartidismo de facto.
Tiene sentido que bajo regímenes parlamentarios, como los europeos, donde el centro de la vida política es el poder legislativo, exista un pluripartidismo amplio. En presidencialismos como los americanos, la sociabilidad política tiende a reducirse más. En algunos países andinos, como Perú y Ecuador, por ejemplo, la excesiva multiplicidad de partidos ha demostrado no ser demasiado útil para la vida democrática.
Cualquiera de esos sistemas de partidos se beneficia de una sociedad civil vertebrada por la autogestión y la participación. Desde Tocqueville sabemos que mientras más compleja y heterogénea es la sociabilidad civil de una nación menos poderosas son las burocracias y oligarquías de los partidos, que convierten la vida democrática en feudos de minorías. De manera que en naciones donde no existe aún sistema de partidos es más urgente que se consolide una sociedad civil autónoma.
Qué tipo de sistema de partidos convendría a Cuba durante un proceso de transición a la democracia es pregunta que deberán responder, ante todo, los ciudadanos y políticos cubanos del siglo XXI si, realmente, llegan a ponerse de acuerdo en un nuevo diseño constitucional. Las formas del pluralismo son variadas, aunque todas poseen como premisa la libertad de asociación y expresión y la existencia de oposiciones legítimas.
Si tuviera que expresar una impresión sobre el tema –no una opinión, ya que el contexto cubano se halla todavía lejos de un reajuste institucional de su sistema político- diría que a la sociedad cubana actual, cada vez más diversa pero con muy poca experiencia en la actividad política plural y competida, le convendría un sistema de pocas asociaciones políticas –no necesariamente partidos-, que no impida la concertación de acuerdos y la construcción de bloques hegemónicos.
Un sistema político atomizado, en un momento de reconstrucción nacional como el que ya comienza, no parece ser la mejor opción. Existen muchos mecanismos jurídicos y penales para garantizar una estructura política de sociabilidad acotada, sin limitar derechos básicos de asociación y expresión. De lo que no cabe duda es que la remoción de los límites vigentes a esos derechos es el punto de partida, no del “cambio verdadero”, pero sí de cualquiera de las muchas reformas políticas posibles.        
             

miércoles, 27 de febrero de 2013

La fábula del amo, el padre y el buen administrador


La editorial española El Viejo Topo, donde apareció hace algún tiempo el libro Stalin de Domenico Losurdo, una crítica a lo que este historiador italiano llama la "leyenda negra" del antiestalinismo, acaba de avanzar un poco más en la reivindicación de la figura de Stalin con el libro ¡Ve y lucha!. Stalin a través de su círculo cercano (2012)
Se trata, en realidad, de una larga conversación entre el sovietólogo murciano Antonio Fernández Ortiz y Vladimir Fiodorovich Alliluev, hijo de Anna Allilueva, hermana de la segunda esposa de Stalin, Nadezhda, quien se suicidó en noviembre de 1932, luego de una pelea pública -en un banquete por el aniversario de la Revolución de Octubre- con Stalin, siendo execrada por éste, por haber muerto cobardemente, "como un enemigo".
Casi toda la familia de Alliluev sufrió muertes y encarcelamientos durante los procesos de Moscú, entre 1937 y 1938, cuando fue fusilado su padre, y durante la llamada "campaña contra el cosmopolitismo" en 1948, cuando fue arrestada su madre, por haber publicado y promocionado unas Memorias que en algunos círculos fueron leídas como un documento disidente, "sin serlo".
La madre de Vladimir estuvo seis años presa y fue liberada, en 1954, tras la muerte de Stalin, pero sólo para morir poco tiempo después, por las secuelas de la cárcel. Casi todos los primos de Vladimir, incluyendo los hijos del propio Stalin, tuvieron muertes violentas o trágicas, además de protagonizar algunos suicidios fallidos. La memoria de esta víctima, sin embargo, se ha destilado curiosamente a favor de Stalin y su legado.
Alliluev recuerda con nostalgia su infancia en la Casa del Malecón, un edificio privilegiado en la ribera del río Moscú, y las primaveras y veranos en las dachas del Politburó. No sólo eso, este sobrino de Stalin piensa que las desgracias de la URSS comenzaron con el deshielo de Jruchov y se ahondaron con la perestroika de Gorbachov, a quien llama "traidor".
Según Alliluev, el concepto que define a Stalin es el de joziain o amo. Un amo que no debe ser entendido como déspota sino como noble patriarca de la casa, según las tradiciones campesinas rusas. Stalin, dice Alliluev, fue eso: un buen "amo de su casa", que puso toda su inteligencia y tenacidad en la administración de la gran economía familiar y en la defensa de aquella casa, Rusia, de sus enemigos internos y externos.

martes, 26 de febrero de 2013

Marx sobre el suicidio

La editorial El Viejo Topo ha desempolvado un raro escrito del joven Karl Marx sobre el suicidio. Redactado en 1845, en la época de los Cuadernos de París, el texto es, en realidad, una glosa y una traducción al alemán de unos pasajes de las Mémoires tirés des archives de la police del publicista, jurisconsulto y funcionario de la administración y la policía francesas, Jacques Peuchet.
A Marx le llamó la atención que un archivista de la Prefectura de París lograra tal solvencia filosófica o especulativa en su escritura. Esa mezcla de oscuro funcionario y filósofo elocuente lo fascinó, por sus revelaciones sobre el discurso burgués y por la rica fuente literaria -aprovechada, entre otros, por Dumas en El Conde de Montecristo- que proporcionaba. Era en Peuchet, y no en los tediosos tratadistas del derecho o la economía, donde se encontraba la radiografía de la conciencia moderna.
Peuchet comenzaba su relato de los suicidios en Francia, en las primeras décadas del siglo XIX, polemizando con Mme Staël y otros filósofos, que consideraban el suicidio como un acto antinatural y cobarde. Sin llegar a la idea del suicida como héroe moderno de Walter Benjamin, Peuchet pensaba, por el contrario, que el "suicidio estaba en la naturaleza de nuestra sociedad". Nada menos cobarde, decía, que suicidarse por miedo a ser encarcelado o a morir deshonrado en un duelo o en la horca.
La frase que utilizaba el funcionario para definir conceptualmente el suicidio, captó el interés de Marx: el suicidio es el "síntoma de un vicio constitutivo de la sociedad moderna". El joven Marx, sin embargo, interesando en conducir sus lecturas hacia la teoría de la alienación del hombre bajo el capitalismo, transcribió la frase de esta manera: el suicidio es "un síntoma de la organización deficiente" de la economía capitalista.
Una vez más, este joven Marx humanista, que glosa pasajes de un teórico francés del suicidio, resulta próximo a reflexiones contemporáneas como las referidas a las relaciones de poder dentro de la familia, el patriarcado, el machismo o el dogmatismo religioso. El propio Marx, padre de una hija y un yerno suicida -el cubano Pablo Lafargue- parece haber atisbado la corporeidad de ese "síntoma" en la modernidad, más allá de cualquier seducción del espíritu romántico.

viernes, 22 de febrero de 2013

Un poeta cubano contra la pena de muerte


En el verano de 1925, el joven poeta y abogado cubano Rubén Martínez Villena reseñaba, en la publicación Venezuela Libre, un caso de indulto a un condenado a muerte bajo la recién estrenada presidencia de Gerardo Machado. Martínez Villena, que comenzaba a afilar su pluma contra Machado, observaba que el indulto había sido concedido por la misma sala del poder judicial de la República que lo había condenado y no por el presidente.
Lo que inquietaba a Martínez Villena era que en un país como Cuba, donde en más de veinte años, desde la fundación de la República en 1902, no había sido aplicada la pena de muerte, establecida en el Código Penal, un presidente no mostrara inclinación al indulto. Machado, según Martínez Villena, debió manifestarse por el perdón, antes del fallo de último minuto del juzgado, por cualquier razón, "científica, práctica, liberal o hasta masónica".
Debió hacerlo el presidente, decía el poeta, porque los gobernantes tienen que saber y poder "transigir". Sobre todo, "transigir en esas ocasiones en que, realmente, gobernar es transigir". Que Machado no transigiera era, para Martínez Villena, un sombrío indicio de que una nueva generación de políticos autoritarios estaba emergiendo en Cuba. Una generación, cuya memoria de la pena de muerte bajo la Capitanía General española comenzaba a fallar.
Según Martínez Villena, "el pueblo de Cuba era opuesto a la pena de muerte porque veía en el garrote, donde murieron algunos precursores y mártires de la libertad, un instrumento símbolo de la colonia. Desde el venezolano Narciso López -uno de esos precursores, a quien no reprochaba su anexionismo-, repetidas veces quisieron los Capitanes Generales estrangular en la máquina vil la noble voz de la rebeldía política".
Tan convencido estaba Martínez Villena del rechazo de los cubanos a la pena de muerte, que vaticinaba su derogación en las leyes de la isla: "la pena de muerte, reminiscencia del Talión bárbaro, pena sin finalidad correctiva, con negativo carácter preventivo o coaccionador, desechada en los proyectos modernos de las legislaciones penales, será abolida en nuestro Código, por arcaica e inútil".