Se requiere de una mezcla precisa, no desmesurada, de
lucidez y estilo para convertir una obra ensayística, no en un puñado de
volúmenes diversos, sino en una serie editorial. Los ensayos de Montaigne
fueron eso y colecciones como El
Espectador de José Ortega y Gasset o las Iluminaciones, el título que sus editores dieron a algunos textos
de Walter Benjamin, serían dos antecedentes célebres.
El escritor mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez ha logrado
esa mezcla precisa con el segundo volumen de Andar
y ver (El Equilibrista, 2012). El primer Andar y ver (2005), también publicado por El Equilibrista, ya
insinuaba las virtudes de un prosista que glosa todo tipo de documentos: una
película y un cuadro, un poema y una novela, la retórica de un político o el
pensamiento de un filósofo.
En este “segundo cuaderno” –así le llama Silva-Herzog, como
si se tratara más de un poemario o una bitácora que de un libro de ensayos-
esas virtudes se afinan aún más. Como en Ortega o Benjamin, esta es la prosa de
un caminante que observa y anota, un espectador atento a los detalles de la
cultura que se produce a su alrededor. Detalles que el paseante no transcribe sino que
reimprime en la página.
A Silva-Herzog le interesan cosas como la diferencia radical
entre dos filmes de Sam Mendes, Revolutionary
Road y Away We Go, las relecturas
de Marx y Darwin en la fotografía de Sebastiao Salgado, los poemas escritos con
“lápiz roto” de Eugenio Montejo, la idea de la poesía en Bentham y Mill, el “pasado anterior” de Salvador Elizondo o
la “tiranía del contorno” en Fernando Pessoa.
El verdadero desafío de una prosa como esta es la
preservación de un talante en medio de la dispersión, de una mirada entre
tanta curiosidad. La clave de la escritura de Silva-Herzog está en el “ver”, que
es la cualidad que destila lo mucho que se "anda". Un ver que agrega dulzura a la
inteligencia, que estiliza tiernamente el universo que circunda al andante.