Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Moloch en América



Garry Wills ha escrito un elocuente artículo, invocando la figura de Moloch, a propósito de la matanza pertetrada por Adam Lanza en Newtown. Moloch, la terrible deidad de los amonitas, acorazado en bronce y con cabeza de becerro, a cuyos brazos de fuego lanzaban a los niños en sacrificio.

El artículo de Wills me ha recordado otra invocación de Moloch en América: la de Allen Ginsberg en su poema Howl (1956). Es sabido que Ginsberg tomó esa representación de Moloch del film Metropolis de Fritz Lang, asociando al ídolo con la civilización industrial.

Wills no le da esa connotación, pero se acerca a la idea del sacrificio de los niños como ritual de la civilización americana. En algunos poemas de los 60, Ginsberg apelaría a la misma figura monstruosa para aludir a las muertes de niños inocentes en la Guerra de Viet Nam:


“What sphinx of cement and aluminium bashed open their skulls and ate up their brains and imagination?

Moloch! Solitude! Filth! Ugliness! Ashcans and unobtainable dollars! Children screaming under the stairways! Boys sobbing in armies! Old men weeping in the parks!

Moloch! Moloch! Nightmare of Moloch! Moloch the loveless! Mental Moloch! Moloch the heavy judger of men!

Moloch the incomprehensible prison! Moloch the crossbone soulless jailhouse and Congress of sorrows! Moloch whose buildings are judgement! Moloch the vast stone of war! Moloch the stunned governments!

Moloch whose mind is pure machinery! Moloch whose blood is running money! Moloch whose fingers are ten armies! Moloch whose breast is a cannibal dynamo! Moloch whose ear is a smoking tomb!

Moloch whose eyes are a thousand blind windows! Moloch whose skyscrapers stand in the long streets like endless Jehovas! Moloch whose factories dream and choke in the fog! Moloch whose smokestacks and antennae crown the cities!

Moloch whose love is endless oil and stone! Moloch whose soul is electricity and banks! Moloch whose poverty is the specter of genius! Moloch whose fate is a cloud of sexless hydrogen! Moloch whose name is the Mind!

Moloch in whom I sit lonely! Moloch in whom I dream angels! Crazy in Moloch! Cocksucker in Moloch! Lacklove and manless in Moloch!

Moloch who entered my soul early! Moloch in whom I am a consciousness without a body! Moloch who frightened me out of my natural ecstasy! Moloch whom I abandon! Wake up in Moloch! Light streaming out of the sky!

Moloch! Moloch! Robot apartments! invisible suburbs! skeleton treasuries! blind capitals! demonic industries! spectral nations! invencible madhouses! granite cocks! monstrous bombs!

They broke their backs lifting Moloch to Heaven! Pavements, trees, radios, tons! lifting the city to Heaven which exists and is everywhere about us!”




miércoles, 12 de diciembre de 2012

La virtuosa desafinación del viejo Baker

Socialistas en el imperio

En pocos momentos, como en los años 20 y 30, la vieja tesis del sociólogo y economista alemán, Werner Sombart, en su ensayo Why is there no Socialism in the United States? (1906), se vio en entredicho. Luego de analizar el pobre desempeño electoral de Eugene V. Debs y los socialistas norteamericanos, en las elecciones de 1900 y 1904, Sombart concluyó que el electorado socialista en Estados Unidos tenía, a principios del siglo XX, la misma proporción demográfica que los socialdemócratas alemanes en la década de 1870.
En los 20, sin embargo, el legado de Debs vivió una recuperación impresionante, como puede comprobarse en la campaña nacional e internacional de solidaridad con Sacco y Vanzetti, recientemente recapitulada por Moshik Temkin en su libro The Sacco-Vanzetti Affair. America on Trial (2009). La recuperación del socialismo en Estados Unidos, en aquellas décadas, es notable no sólo en Chicago, base de operaciones de Debs, sino también en Boston y en Nueva York, que ya en los 30 era la sede de las grandes publicaciones socialistas del país.
Como en todas las capitales culturales de Occidente, el socialismo newyorkino, en los 30, se dividió claramente entre un ala estalinista y otra antiestalinista, primero hegemonizada por los socialdemócratas y luego por los trotskystas. Las dos revistas que protagonizaron la escisión y el debate entre aquellos socialismos antagónicos fueron The New Masses y Partisan Review. La influencia de ambas publicaciones podría imaginarse tan sólo enumerando algunos de sus colaboradores: Ernest Hemingway y Hannah Arendt, John Dos Passos y George Orwell, Eugene O' Neill y T. S. Eliot, William Carlos Williams y Lionel Trilling.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Piñera y el estrépito


En la correspondencia de Virgilio Piñera, que ha comenzado a ser parcialmente rescatada en La Habana en ediciones Unión, releo una carta que ya había leído en la Firestone de Princeton. Se trata de una de las últimas cartas de Piñera a su amiga Julia Rodríguez Tomeu, quien vivía en Buenos Aires. La carta, fechada el 5 de julio de 1977, ofrece uno de esos testimonios desoladores, de quien comienza ya a percibir el rostro de la muerte.

Luego de recordar los "dichosos días" en que compartía su casa en la playa de Guanabo, con los hermanos Rodríguez Tomeu, Piñera confiesa un estado de ánimo muy parecido al que leemos en algunas de las últimas cartas de José Lezama Lima a su hermana Eloísa, exiliada en Miami. Julia Rodríguez Tomeu, como Eloísa Lezama Lima, vendría siendo el testigo elegido por el poeta para revelar la espantosa soledad que siente al final de su vida en Cuba:

"Pienso y estoy seguro de que eso sí era la verdadera vida. Pensaba (¡qué inocente!) que allí viviríamos hasta el final de nuestros días y allí envejeceríamos digna y sosegadamente, con ese ritmo de vida acompasada en que sientes que los días que te llevan a la muerte son tan amables que te van cubriendo como de una capa protectora de vitalidad. Pero todo eso se vino abajo con estrépito, el mismo que se suponen harán las trompetas del Juicio Final".

jueves, 6 de diciembre de 2012

El buen morir


Ahora que, a partir de ideas y creencias de los "kunas" y otros pueblos originarios de Panamá, Colombia, Ecuador y Bolivia, algunos juristas y políticos suramericanos desarrollan la categoría del "buen vivir", como un concepto articulador de derechos de primera, segunda, tercera y cuarta generación, valdría la pena asomarse a su antípoda, la categoría del "buen morir".

Es lo que postula el film sudafricano, Life Above All, de Oliver Schmitz, premiado hace un par de años en Cannes. En todas las comunidades -no se trata únicamente de un fenómeno localizable en el Tercer Mundo- se producen situaciones límites en las que, antes de asegurar el "buen vivir" de los niños y los jóvenes, es preciso garantizar la paz de los que mueren.

La joven Chanda es el arquetipo de esa nueva autoconciencia de la plenitud de derechos naturales y sociales a principios del siglo XXI. Cada día resulta más difícil establecer jerarquías entre derechos, sacrificar unas libertades en nombre de otras. Los políticos y los juristas comprobarán, cada vez con mayores evidencias, que los derechos sólo pueden ser reconocidos en su totalidad. De otra forma no serían derechos, sólo garantías.




miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los límites del anticomunismo

En un libro ya un poco viejo, The New York Intellectuals. The Rise and Decline of the Anti-Stalinist Left from 1930s to the 1980s (1987) de Alan M. Wald, encuentro la explicación más simple de la decadencia de la izquierda newyorkina de los 60. Luego de un recorrido bastante exhaustivo por las ideas de Howe y Kristol, Swados y Podhoretz, Cannon y Shachtman, Burnham y Shapiro, Wald concluye que ya en los 80 la mayoría de aquellos socialistas se habían vuelto  liberales. En algunos casos, liberales neoconservadores, y en otros, los menos, liberales neocomunistas.

La decadencia de aquella izquierda, que pudo haber refutado la clásica tesis de Werner Sombart sobre la imposibilidad de un socialismo en Estados Unidos, abriendo campo a una socialdemocracia norteamericana, con implicaciones decisivas para América Latina, tuvo que ver con la pérdida del centro. Un centro ideológico, habría que decir, garantizado paradójicamente por la Unión Soviética y el socialismo real en Europa del Este. Fue la propia decadencia del totalitarismo comunista la causa eficiente del agotamiento de aquella promesa socialista en Estados Unidos.