Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 4 de septiembre de 2012

El socialismo como fe secular

Uno de los ensayos más disfrutables del intelectual checo Ivan Klíma, en su volumen El espíritu de Praga (2010), que editó Acantilado hace un par de años, es el dedicado a la literatura del realismo socialista. Líder intelectual de la Primavera de Praga y de la Revolución de Terciopelo, Klíma fue lo suficientemente flexible o sabio como para reconocer el valor de buena parte de la literatura soviética o prosoviética (Mayakovsky, Bábel, Reed, Sholojov...) Fue, en cambio, implacable con Maxim Gorky.
Recuerda Klíma que Gorky escribió unos reportajes sobre los campos de concentración en las islas Solovetsky, en los que el autor de La madre decía haber visto "establos de caballos y vacas en un estado de tal limpieza que el fuerte hedor que suele emanar de esos lugares era inexistente". Los contrarrevolucionarios que allí vio le parecieron a Gorky del "tipo emocional, monárquicos, aquellos que antes de la Revolución se llamaban los Cientos Negros, exponentes del terrorismo, espías económicos y todas las malas hierbas que la justa mano de la historia ha arrancado del campo".
Había, según Gorky, un "lirismo" en el gulag, que "despertaba un anhelo casi tortuoso de trabajar con más rapidez y más fervientemente para la creación de una nueva realidad". A esta capacidad para ver con los ojos de la religión cristiana el totalitarismo comunista le llama Klíma "fe secular". Una buena variante de esta última la lee en el poeta checo S. K. Neumann, que había sido vanguardista en los 20, amigo y editor de Franz Kafka, pero que en 1936, cuando aparece el Regreso de la URSS de André Gide, le responde al escritor francés desde Praga, con un Anti-Gide en checo.
Neumann llamaba a los críticos occidentales de Moscú, como Gide, "ruinas lamentables de sanguijuelas, esponjas y parásitos, teóricos quisquillosos, románticos que, en su vanidad y odio, son incapaces de reconocer los logros". Se refería naturalmente a los logros del paraíso soviético. La fe secular no sólo llevaba a Neumann a decretar impoluto el comunismo soviético sino a demandar la regulación de la libertad de prensa, con el fin de impedir la publicación de calumnias contra Stalin. Un Tribunal del Santo Oficio para aquella Iglesia del Socialismo Científico:

"El socialismo no puede permitir que nadie diga todo lo que se le ocurre. No puede permitir que cualquiera cree un partido y una organización alrededor de cualquier cosa. El socialismo es un plan y un orden que debe ser observado por todo el mundo. El socialismo no es libre competencia, no puede apoyar el individualismo en la producción de ninguno de los elementos de la superestructura. El socialismo reconoce sólo la personalidad que entiende el significado y la necesidad de que todo el mundo se adhiera al plan, y que se adhiera a él realmente".

domingo, 2 de septiembre de 2012

Despertares de la historia

Por azar, o no, he leído en las últimas semanas dos libros que no podrían ser más opuestos en estilo e idea. La novela Liberación del escritor húngaro Sándor Márai (1900-1989), que, aunque escrita en el verano de 1945, acaba de ser vertida al español por primera vez en ediciones Salamandra. Y el libro El despertar de la historia (Clave Intelectual, 2012) del filósofo francés, Alain Badiou, en versión espléndida de Begoña Moreno-Luque.
Ambos libros, una novela y un ensayo, hablan de despertares de la historia, luego de dos pesadillas diferentes: el fascismo de principios del siglo XX y el neoliberalismo de fines de la misma centuria. Para Márai el despertar de la historia, que trajo la liberación soviética del nazismo en Europa del Este, no fue más que un sueño que abrió las puertas a otra pesadilla. Para Badiou, la primavera árabe, el 15/M y Occupy Wall Street son un despertar equivalente al triunfo de la Revolución de Octubre en 1917: un regreso a la revuelta y a la "Idea"
La lectura de ambos libros deja la sensación de que la joven Erzsébet Sós, protagonista de Liberación, podría dar algunas lecciones al anciano Badiou sobre esos despertares de la historia. Hija de un científico humanista, crítico del nazismo y con algunas simpatías por el bolchevismo, esta joven aprende en un sótano de Budapest, en el verano de 1945, que a la hora de mancillar al otro no había demasiadas diferencias entre fascismo y comunismo.
La joven Erzsébet, como los indignados de hoy, se rebela ideológicamente contra el fascismo y vive clandestina en los sótanos de Buda y Pest, atravesando furtiva los puentes entre las dos orillas del Danubio. Ella misma se resiste a las estigmatizaciones del bolchevismo, que predominaban entre la burguesía húngara. Al fin y al cabo, se dice, los comunistas son seres humanos y quienes los siguen son millones. El final de la novela le depara, sin embargo, una experiencia límite, en la que sufrirá en carne propia la barbarie de la "liberación" soviética: su despertar a la historia.


sábado, 25 de agosto de 2012

Escrito en las Indias Occidentales




Varios estudiosos de la obra del poeta cubano José María Heredia (1803-1839) han reparado en los equívocos que rodearon el origen y la identidad de este escritor a mediados del siglo XIX, sobre todo en países anglófonos y francófonos. Las traducciones de Heredia al inglés, reunidas por Ángel Aparicio Laurencio en Selected Poems (Miami, Universal, 1970), produjeron algunos de aquellos equívocos.
Uno de los traductores de Heredia, el cónsul James Kennedy, que hizo versiones en inglés de los poemas “A mi esposa”, “A mi caballo” y “A la estación de los nortes”, presentó a Heredia al público anglosajón como un “poeta moderno de España” y le atribuyó su traducción al español de un poema de Lord Byron. Lo mismo hizo Gertrudis F. de Vingut, la esposa del políglota, filólogo, traductor y editor Francisco Javier Vingut, quien tradujo “A la estrella de Venus”, de uno “de los mejores poetas españoles”.
Otros traductores de poemas de Heredia al inglés y al francés en el siglo XIX lo difundieron como un poeta mexicano, lo cual no es incierto. El equívoco mayor, sin embargo, es el de la traducción que hiciera de “En una tempestad” el poeta norteamericano William Cullen Bryant, quien también tradujo la oda “Niágara”. La primera traducción de “En una tempestad” apareció, en 1828, bajo el justificado título de “The Hurricane” –Heredia hablaba, en realidad, de un huracán y no de una tempestad- con una inscripción que decía “written in the West Indies”.
Bryant incluyó la traducción de Heredia en su libro The Talisman (1828), sin aclarar que el poema original había sido escrito por el poeta cubano. Por varios años el poema se atribuyó, pues, a Bryant, ya que los lectores suponían que el poeta norteamericano lo había escrito durante un viaje por el Caribe. Lo cierto fue que Bryant tomó “En una tempestad” de la edición newyorkina de los poemas de Heredia que hizo el padre Varela.
En una edición posterior de la poesía de Bryant, en Londres, el autor de The Death of the Flowers reconoció que “The Hurricane” no era una composición suya: “this poem is merely a translation from one by José María Heredia, a native of the island of Cuba, who published at New York, six or seven years since, a volumen of poems in the Spanish Language”.

viernes, 24 de agosto de 2012

Howe y Cuba

El intelectual newyorkino Irving Howe (1920-1993) es, junto con su maestro Lionel Trilling, una de las mejores refutaciones de la supuesta desconexión que, según puristas de ambos lados, debería existir entre crítica literaria y pensamiento político. La obra de ambos es inimaginable sin la literatura y la política, sin la formación de la prosa en lecturas de novelistas y poetas y en debates ideológicos sobre el fascismo y el comunismo, la democracia y el liberalismo.
A diferencia de su amigo Trilling y de otros contemporáneos suyos, como Daniel Bell e Irving Kristol, que compartieron orígenes socialistas, cercanos al trotskysmo, en los años 50, Howe no giró a la derecha entre los años 60 y 70. Hasta el final de su vida, que coincidió con la desintegración de la URSS y el fin del socialismo real, defendió lo que llamó un "socialismo democrático", denominación que presidiría conceptualmente el partido en el que militó y que aspiró al imposible de articular una socialdemocracia en Estados Unidos.
Las décadas más fecundas de Howe fueron los 50 y los 60, cuando colaboró en Partisan Review y fundó Dissent, se opuso al anticomunismo norteamericano y al totalitarismo de Europa del Este, y escribió sus conocidos ensayos sobre Sherwood Anderson y William Faulkner, Edith Wharton y Thomas Hardy. El libro que resumió aquella invocación simultánea de la literatura y la ideología fue Politics and Novel (1957), celebrado por la nueva generación de escritores newyorkinos.
Aunque Howe, como decíamos, no evolucionó hacia el conservadurismo, como otros jóvenes socialistas de su generación, tuvo una relación polémica con la Nueva Izquierda, alentada por el sociólogo de Columbia Charles Wright Mills y por los marxistas de Monthly Review. Uno de sus puntos de desencuentro con la Nueva Izquierda fue Cuba. Crítico del macarthysmo, Howe rechazó la oposición de Estados Unidos al socialismo cubano, pero no dejó de cuestionar la ausencia de libertades en la isla. En uno de los ensayos incluidos en la antología The Radical Imagination (1967), que polemizaba elegantemente con el clásico título de Trilling, The Liberal Imagination (1950), Howe escribió:

"Between the suppression of democratic rights and the justification or excuse the "New Leftists" offer for such suppression there is often a very large distance, sometimes a complete lack of connection. Consider the case of Cuba. It may well be true that the U.S. policy became unjustifiably hostile toward the Castro regime at an early point in its history; but how is this supposed to have occasioned, or how is it supposed to justify, the suppression of democratic rights (including, and especially, those of all other left-wing tendencies) in Cuba? The apologists for Castro have an obligation to show what I think cannot be shown: the alleged close causal relation between U. S. pressure and the destruction of freedom in Cuba".

miércoles, 22 de agosto de 2012

Sabiduría polaca





El escritor polaco Witold Gombrowicz, quien fuera amigo del cubano Virgilio Piñera durante el exilio de ambos en Buenos Aires, escribió un librito delicioso, que lleva por título Curso de filosofía en seis horas y quince minutos (1971), traducido al francés a mediados de los 90 y rescatado recientemente, en inglés, por la Universidad de Yale. Se trata de un conjunto de viñetas, escritas como pequeñas lecciones de historia de la filosofía, en las que Gombrowicz dibujó siluetas de los pensadores que más admiraba: Kant, Schopenhauer, Hegel, Kierkegaard, Marx, Nietzsche, Heidegger y Sartre.
El orden que siguió Gombrowicz en su librito no fue cronológico, ya que Sartre y Heidegger, por ejemplo, aparecían antes que Marx, y la última semblanza estaba dedicada a Nietzsche. Es en la glosa del pensamiento de este último donde encontramos la clave del experimento de Gombrowicz. Clave nada misteriosa, tan elemental como el patriotismo: entre todos los filósofos, sus preferidos eran Kant, Schopenhauer y Nietzsche. ¿Por qué? Porque los tres eran "polacos".
La frase aparecía de pasada, como si careciera de importancia: "Nietzsche, like Kant and Schopenhauer, was polish". Pero Gombrowicz, que escribió el libro exiliado en París entre fines de los 60 y principios de los 70, tuvo la marrullería de colocar una nota al pie donde se lee: "Kant's hometown, Königsberg (today, Kaliningrad, Russia), was claimed by the Poles, who called it Królewiec. Schopenhauer was from Danzig, which was also claimed by the Poles by the name of Gdánsk. Nietzsche, as well, even though born in Röcken in Prussian Saxony, was deluded by the idea, apparently unfounded, that his ancestors were Polish noblemen (I am a pure-blooded Polish gentleman, Ecce Homo, 1888)

sábado, 18 de agosto de 2012

La imaginación radical


El performance del grupo punk ruso, Pussy Riot, en una iglesia ortodoxa de Moscú, y la condena a dos años de prisión a sus integrantes, por el gobierno de Vladimir Putin, me ha devuelto al clásico de Saul Alinsky, Rules for Radicals (1971). Las jóvenes de Pussy Riot han seguido, deliberadamente o no, algunas de las tácticas y estrategias recomendadas por Alinsky a la Nueva Izquierda norteamericana y europea hace cuarenta años.
La plegaria punk contra Putin fue una articulación de varias impugnaciones a la vez: contra la autocracia, contra la complicidad de la Iglesia y el Estado, contra el machismo, contra la gerontocracia y contra el conservadurismo cultural o, específicamente, musical. A la hora de confrontar un poder, pensaron estas jóvenes discípulas de Alinsky, mejor confrontarlos todos, ya que bajo un régimen autoritario -por no hablar de uno totalitario- todos los poderes están conectados.
La reacción de la Iglesia y el gobierno contra el performance deja al descubierto, una vez más, el despotismo del régimen ruso. La figura del Jefe de Estado sigue estando sacralizada allí, aunque bajo formas más seculares que en tiempos del zarismo o el estalinismo. Rezar a la Virgen María para que libre a los rusos de Putin es algo más que un sacrilegio o una herejía: un acto de traición a la patria y, por tanto, un crimen que merece castigo.


martes, 14 de agosto de 2012

Martí y los negros

Ahora que crece el interés en el estudio de la cuestión racial en José Martí, como prueban algunos ensayos recientes de Jorge L. Camacho, Laura Lomas y Jossianna Arroyo, y que se discute dentro y fuera de la isla el centenario de la masacre de los "independientes de color", recuerdo la entrevista de Martí y Gómez con el periodista norteamericano, William Shaw Bowen, el 7 de mayo de 1895, dos días después de la famosa reunión con Antonio Maceo en La Mejorana. En aquella entrevista, publicaba en el New York World y rescatada por Gonzalo de Quesada y Miranda en un artículo de junio de 1938, en Bohemia, y luego incluida en su libro Facetas de Martí (1939), Bowen retrataba un Martí "en buena cabalgadura y un rostro tostado del sol", con la "misma facilidad oratoria que hizo resonar al Hardman Hall con su voz".
A una observación de Bowen sobre el hecho de que la mayoría de los quinientos hombres de Gómez eran de color, Martí respondió que uno de los objetivos de extender la guerra hacia Puerto Príncipe, Las Villas y el centro de la isla era lograr que "más cubanos blancos fuesen a la manigua". A Martí, por lo visto, le preocupaba tanto el regionalismo que podía generar un levantamiento concentrado sólo en el Oriente como una mayoría negra en el Ejército Libertador. Es por ello que declara al corresponsal de Nueva York: "los nobles patriotas de la raza de color se están levantando en armas en todas partes. No podemos aceptar que la guerra se limite a ellos. Hay muchos blancos en la manigua, pero su número no se acerca al de los soldados de color de la República".
En esa misma entrevista, Martí responsabiliza a Julio Sanguily por el fracaso del levantamiento en Occidente: "estoy muy satisfecho con la situación en general. El no haber organizado Sanguily la revolución cerca de La Habana fue una decepción. No me agrada hacer graves cargos contra él, pero hay algo extraño en su conducta. Espero que no haya sido un traidor a nuestra causa". Tomadas al pie de la letra, como las sagradas palabras del Apóstol, estas declaraciones han llevado a algunos historiadores oficiales a juzgar a Sanguily como "traidor", a pesar de su arresto el mismo 24 de febrero de 1895, su condena a cadena perpetua y su posterior deportación de la isla.
La incomodidad de las declaraciones de Martí dentro de las tradiciones intelectuales nacionalistas y marxistas en Cuba puede comprobarse en el libro Martí y los negros (1947), de Armando Guerra, prologado por Juan Marinello. A pesar de presentarse como un exhaustivo recorrido por los juicios de Martí sobre la cuestión racial y, específicamente, sobre la población negra y mulata de la isla, y de haber sido escrito después de la publicación de la citada entrevista, Guerra prefirió no referirse a las declaraciones de Martí a Bowen. Es muy raro que Guerra o Marinello no conocieran el artículo de Quesada en Bohemia o el libro Facetas de Martí, editado por Emeterio Santovenia en Trópico diez años antes de la publicación de Martí y los negros.