Sugeríamos en el post anterior que la reticencia de Nicolás Guillén a aceptar que su padre murió en combate, como decía la prensa conservadora de la época, tal vez se debiera a lo incómodo que era para un intelectual comunista, de mediados del siglo XX, haber tenido un padre liberal. Habría que saber un poco más sobre cómo procesó la memoria de Guillén el liberalismo de su padre. Su caso podría sumarse al de otros dilemas edípicos en la historia de la poesía cubana, como los de José María Heredia y José Martí, con sus respectivos padres, defensores del régimen colonial español.
En todo caso, podría imaginarse que para Guillén no haya sido un dato menor que su padre haya muerto en 1917, año en que triunfó la Revolución de Octubre en Rusia. Guillén, como muchos hijos de comunistas cubanos de la segunda mitad del siglo XX que agradecieron que sus padres hubieran muerto antes de la desintegración de la URSS, pudo haber sentido como consuelo que su padre no viviera la existencia del primer Estado comunista de la historia. De haberlo hecho -sería la fantasía del poeta- tal vez lo hubiera aceptado.
Para tener una idea del conflicto que el padre liberal pudo provocar en la memoria de Guillén habría que releer el cuento Los héroes (1941) de Carlos Montenegro, editado precisamente en la editorial de La Gaceta del Caribe y el periódico Hoy, publicaciones en las que colaboraba Guillén. En aquel cuento, los veteranos de las guerras de independencia del siglo XIX, liberales o conservadores, que alardeaban de haber peleado con Maceo, Gómez o García, aparecían implacablemente como "ladrones", "cuatreros" y "comedores de huevos fritos".
Libros del crepúsculo
viernes, 20 de julio de 2012
Nicolás Guillén y el soldado que mató a su padre
Casi
siempre que se intenta reconstruir la imagen del padre en la poesía de Nicolás
Guillén vienen a la mente los versos iniciales de la “Elegía camagüeyana”: “¡Oh
Camagüey, oh suave/ comarca de pastores y sombreros/ No puedo hablar; pero me
gritan/ la noche, este misterio;/ no puedo hablar, pero me obligan/ el perfil
de mi padre, su índice de recuerdo;/ No puedo hablar, pero me llaman/ su
detenida voz y el sonido del viento”.
O
los pasajes de las memorias Páginas
vueltas (1982) en los que el poeta recordaba la amistad política de su
padre, Nicolás Guillén Urra, con el general Justo Gustavo Caballero Arango,
veterano de la guerra del 95 en Camagüey, quien lo nombró coronel; su
levantamiento en agosto de 1906 contra la reelección de Tomás Estrada Palma; su
oposición a la segunda ocupación norteamericana de la isla ese mismo año y su
elección como senador por el Partido Liberal, con el arribo de José Miguel
Gómez al poder.
Hay,
sin embargo, una alusión anterior al padre, en la obra de Guillén, que es la
que encontramos en la dedicatoria al poemario Cantos para soldados y sones para turistas (1937): “a mi padre,
muerto por soldados”. En un cuaderno lleno de guiños a los soldados del
Ejército del 4 de Septiembre, el batistiano por más señas –“abajo estoy yo contigo,/
soldado amigo./ Abajo, codo con codo, sobre el lodo”…; “no sé porqué piensas
tú,/ soldado, que te odio yo,/ si somos la misma cosa,/ yo, tú…”-, Guillén no
vaciló en identificar a los soldados de aquel nuevo ejército, surgido de la Revolución del 33, con los del viejo
ejército del gobierno de Mario García Menocal, que sofocó la revuelta liberal
de 1917 en Camagüey, donde murió su padre.
Un
lector de viejos periódicos, como demostraría ser el autor de El diario que diario (1972), no podía
dejar de indagar sobre la muerte de su padre, involucrado en el movimiento
liberal de “La Chambelona” contra la reelección de García Menocal. Nicolás
Guillén Urra, además de coronel de aquel viejo Ejército y senador de la
República, era un conocido periodista, director de Las dos repúblicas y otras publicaciones liberales, por lo que los detalles
de su muerte fueron reportados en la prensa habanera y camagüeyana.
A
partir de unas notas aparecidas en El
Camagüeyano, periódico conservador, el poeta interpretó que quien había
ejecutado a su padre, cuando el hijo apenas cumplía 15 años, era el cabo Bonifacio
Gandarilla, que dirigió la operación contra el campamento de Guillén
Urra. La información sobre los sucesos de la finca de San Ramón, en marzo de
1917, le daban a entender que su padre y su compañero, el también periodista
liberal Pedro Germán Bueno, no habían muerto en combate sino ejecutados. Sin
embargo, las notas que leyó Guillén y que reprodujo hace algunos años el
periodista José Manuel Villabella no permiten concluir tal cosa.
Villabella
sostiene que la “muerte en combate” de Guillén Urra fue una invención de la
prensa oficial menocalista porque así lo creía el poeta, pero no ofrece
elementos suficientes para demostrarlo. La “muerte por soldados” del padre del
Poeta Nacional ha pasado, en las efemérides oficiales del último medio siglo, a
ser el “asesinato del padre de Guillén” ¿Por qué Guillén se resistía a creer
que su padre murió en combate, si era coronel del Ejército y apasionado
defensor del Partido Liberal y de su Jefe, José Miguel Gómez?
Mientras
no se ofrezcan datos concretos a favor de la tesis de la ejecución, podrá
suponerse que el malestar del poeta comunista con el pasado liberal de su padre
lo llevó presentar a éste como una víctima de la “Pseudorrepública”. Imagen
cuya distorsión podría refutarse fácilmente con una breve antología de los
escritos de Guillén Urra a favor de José Miguel Gómez o del caudillo liberal de
Camagüey, Gustavo Caballero Arango, su padrino político.
La
incomodidad de Guillén con el pasado liberal de su padre no se expresó siempre
de la misma manera. En los poemas del citado cuaderno del 37, por ejemplo, hay
una evidente defensa del rol cívico del soldado en la República, que refleja
muy bien las buenas relaciones que hubo entre comunistas y militares, sobre
todo, en los años 30 y 40, en varias ciudades de Cuba, especialmente las de
provincia. Después del 59, Guillén, como muchos comunistas, acentuó su
antiliberalismo, llegando, lamentablemente, a simplificar el rico sentido
político de su poesía republicana.
lunes, 16 de julio de 2012
La guerra rara: Robert Taber y Guillermo Cabrera Infante en Girón
Una buena prueba de la identificación de Taber con la
Revolución fue el texto “Playa Girón. Réquiem al Imperialismo”, uno de los
artículos más radicales de la serie de varios tomos Playa Girón. Derrota del imperialismo (La Habana, Ediciones R.,
1962). La nota se encuentra en el segundo de aquellos volúmenes, publicados por
la mítica editorial que dirigió Virgilio Piñera, y trasmite una identificación
con la guerra, mayor que la que sintieron algunos intelectuales revolucionarios
cubanos. Decía Taber, por ejemplo, que la “historia registrará las batallas de
la Ciénaga de Zapata como el Waterloo de ese gran poder imperial que son los
Estados Unidos de América”. La intervención de Estados Unidos en Cuba era,
según Taber, el inicio de un traslado de la Guerra Fría a América Latina en el
que Estados Unidos quedaría desenmascarado y derrotado.
Al principio, la guerra le parece un juego: “magnífica
guerra, me dije, con visitas a lugares interesantes y ataques aéreos por la
mañana, y tiempo para salir a almorzar como un antiguo generalote chino”. Luego
ve el horror, la muerte y la sangre.
Es interesante hacer una lectura paralela de la visión de
Taber sobre Girón y la de Guillermo Cabrera Infante, en su texto de calculada distancia, “La
letra con sangre”, en el mismo volumen. Casi todos los escritores afiliados al
suplemento Lunes de Revolución
participaron en los combates de Playa Larga y Playa Girón y escribieron
crónicas o reportajes sobre los mismos. Sus textos en la citada serie, editada por R, han quedado como un buen
testimonio de la adhesión de aquellos escritores al gobierno revolucionario.
Una adhesión que, por varios años, sobrevivió a la clausura de Lunes de Revolución. El texto de Cabrera Infante tiene notables coincidencias con el de Robert Taber:
“Fue una guerra rara. Yo no sé mucho de guerras, pero me
parece que fue una guerra rara: uno se encontraba con el enemigo cuando lo
tenía encima y no lo veía más que en el momento en que lo más probable era que
no lo viera nunca más”.
Como Taber, Cabrera Infante vio muertos:
“Fue entonces que comencé a reflexionar: reflexioné sobre la
guerra, pero no sobre la guerra en abstracto, ni sobre el pacifismo en
abstracto, ni sobre la repetición de las guerras, ni sobre el carácter guerrero
del hombre: nada, nada, nada en esa metafísica de la mierda en que todo se
convierte en ideas, en abstracción sobre abstracción, reflexioné en lo que me
rodeaba: en los amigos, en Cuba, en aquel pobre hombre muerto, la dulce
tarde, en el ruido de la guerra que se alejaba y recordé una frase. Recordé una
frase de Von Klausewitz, un teórico de la guerra, un hombre que pensó mucho en
las guerras, aunque no me gustara todo lo que él pensó sobre las guerras, pero
pensé en ese pensamiento de Von Klausewitz que dice que la guerra es una
continuación de la política de la paz por otros medios. Pensé que tenía razón,
que aquella guerra lo demostraba una vez más: una política rapaz de la paz era
continuada rapazmente en la guerra: el imperialismo voraz entraba vorazmente en
la guerra porque no podía continuar su voracidad en Cuba: los piratas
capitalistas que antes tenían una política miserable, ávida, en la
paz, continuaban esa política con la guerra: el imperialismo yanqui que no
había podido seguir dominando a Cuba por medio de la paz, venía ahora a tratar
de dominar por medio de la guerra. Tan simple como eso….”
Pero no dejó de pensar que fue una guerra rara:
“Fue una guerra rara. Se luchó a lo largo de una carretera,
en un frente que tenía el ancho de la carretera. El enemigo estaba bien armado,
pero no peleó, sino que se retiró a lo largo de la carretera. Había llegado,
habían visto y en 72 horas estaban vencidos”.
miércoles, 11 de julio de 2012
Choque de reputaciones
El último libro del crítico literario y profesor de Georgetown University, en Washington, Joseph Fruscione, estudia la complicada relación entre William Faulkner y Ernest Hemingway. Recuerda el crítico que en 1947, antes de que ambos merecieran el Premio Nobel, en una célebre entrevista, Faulkner aseguró que los mejores escritores del siglo XX norteamericano eran, en este orden, Thomas Wolfe, ya fallecido para entonces, él mismo, John Dos Passos, Ernest Hemingway y John Steinbeck.
En los 40, cuando Faulkner hizo aquella declaración, el autor de The Sound and the Fury (1929) era menos leído y admirado que Hemingway, a pesar de su ya vasta obra. Fruscione sostiene que la principal motivación de Faulkner al poner a Hemingway y a Steinbeck al final de su lista era una suerte de venganza contra dos de los más populares escritores norteamericanos de mediados del siglo. Colocar a un muerto a la cabeza era, además, la mejor manera de establecerse como el primer escritor modernista de su generación.
Pero Faulkner no sólo encontraba una forma indirecta de decir que era mejor que Hemingway sino que situaba a Dos Passos por encima de éste y hasta sugería por qué, a su juicio, el autor de For Whom the Bell Tols (1940) quedaba en ese poco honroso cuatro lugar. El problema de Hemingway, según Faulkner, tenía que ver con la cobardía de las palabras. Aseveración difícil de asimilar para un macho de la escritura como Hemingway: "he has no courage, has never crawled out on a limb. He has never been known to use a word that might cause the reader to check with dictionary to see if it is properly used".
Demuestra Fruscione que esa crítica de Faulkner fue decisiva para la literatura de Hemingway entre fines de los 40 y principios de los 60. El juicio de Faulkner afectó a Hemingway, cuya producción entró en un periodo de taciturna reformulación luego de El viejo y el mar (1952) y el Premio Nobel, paradójicamente cuando su reconocimiento mundial fue mayor. La inseguridad de Hemingway, los devaneos con su propio estilo, sublimados en textos póstumos como las memorias de A Moveable Feast o la novela El jardín del Edén, tuvieron que ver con aquel choque de reputaciones con Faulkner.
En los 40, cuando Faulkner hizo aquella declaración, el autor de The Sound and the Fury (1929) era menos leído y admirado que Hemingway, a pesar de su ya vasta obra. Fruscione sostiene que la principal motivación de Faulkner al poner a Hemingway y a Steinbeck al final de su lista era una suerte de venganza contra dos de los más populares escritores norteamericanos de mediados del siglo. Colocar a un muerto a la cabeza era, además, la mejor manera de establecerse como el primer escritor modernista de su generación.
Pero Faulkner no sólo encontraba una forma indirecta de decir que era mejor que Hemingway sino que situaba a Dos Passos por encima de éste y hasta sugería por qué, a su juicio, el autor de For Whom the Bell Tols (1940) quedaba en ese poco honroso cuatro lugar. El problema de Hemingway, según Faulkner, tenía que ver con la cobardía de las palabras. Aseveración difícil de asimilar para un macho de la escritura como Hemingway: "he has no courage, has never crawled out on a limb. He has never been known to use a word that might cause the reader to check with dictionary to see if it is properly used".
Demuestra Fruscione que esa crítica de Faulkner fue decisiva para la literatura de Hemingway entre fines de los 40 y principios de los 60. El juicio de Faulkner afectó a Hemingway, cuya producción entró en un periodo de taciturna reformulación luego de El viejo y el mar (1952) y el Premio Nobel, paradójicamente cuando su reconocimiento mundial fue mayor. La inseguridad de Hemingway, los devaneos con su propio estilo, sublimados en textos póstumos como las memorias de A Moveable Feast o la novela El jardín del Edén, tuvieron que ver con aquel choque de reputaciones con Faulkner.
domingo, 8 de julio de 2012
El grado cero de la historia
El desarrollo de la antropología física y la medicina forense está produciendo una renovación de los estudios históricos sobre el cuerpo. Los datos relacionados con el sexo, las enfermedades, las adicciones y la muerte de actores del pasado se vuelven cada vez más transparentes gracias a la tecnología. Tecnología cara, naturalmente, que apenas alcanza para hacer estudios sobre muertes y enfermedades de sujetos principescos, como los que hace el médico francés Philippe Charlier. Habría que imaginar, sin embargo, las posibilidades de estos estudios si se extendiesen a grandes poblaciones del pasado.
Charlier ha demostrado que Agnes Sorel, la amante del rey Carlos VII, murió envenenada a principios del siglo X, y ha localizado y autentificado los restos de varios monarcas y doncellas de la corte francesa, como Carlos III, Henri II, su amante Diane de Poitiers, Enrique IV y Luis XVII. A este joven historiador médico le interesa investigar los restos alojados en tumbas de nobles franceses para extraer muestras de médula espinal y estudiar, entre otras cosas, las prácticas de profanación durante la época de la Revolución Francesa.
Uno de los hallazgos más impactantes de Charlier fue la demostración de que las reliquias de Juana de Arco, que permanecían en la arquidiócesis de Tours, y que eran veneradas en peregrinaciones de fieles y turistas, no eran de la doncella de Orleans sino de una momia egipcia. Para revelar la no autenticidad, utilizó, además de las técnicas avanzadas de la espectrometría de emisión atómica, la microscopía de electrones y las pruebas de carbono 14, el olfato de un par de expertos perfumeros de las firmas Guerlain y Jean Patou, quienes detectaron olor a queso quemado y vainilla, que indicaba un proceso de descomposición natural y no de combustión, como el que sufrió el cuerpo de Juana en la hoguera.
Ahora Charlier estudia los restos de Ricardo Corazón de León con el fin de verificar cuál de las dos tumbas de este monarca inglés y francés del siglo XII es la verdadera. En Francia hay dos tumbas de Ricardo Corazón de León, una en Fontevraud y otra, más conocida, en la catedral de Ruán. Charlier sospecha que en su investigación podría demostrarse también la causa de la muerte del príncipe, que ha sido motivo de debate entre los historiadores durante diez siglos.
Las pesquisas de Charlier llevan la historia a su grado cero: la trama de los cuerpos del pasado, sus adicciones y enfermedades, sus sexualidades y sus muertes. Una historia rústicamente física, pero que puede tener efectos desmitificadores más tangibles que el revisionismo de la historia política. Charlier no ha podido demostrar que los restos de Juana de Arco fueron desmembrados en el Sena, pero sí ha desmontado un santuario del nacionalismo católico francés.
Charlier ha demostrado que Agnes Sorel, la amante del rey Carlos VII, murió envenenada a principios del siglo X, y ha localizado y autentificado los restos de varios monarcas y doncellas de la corte francesa, como Carlos III, Henri II, su amante Diane de Poitiers, Enrique IV y Luis XVII. A este joven historiador médico le interesa investigar los restos alojados en tumbas de nobles franceses para extraer muestras de médula espinal y estudiar, entre otras cosas, las prácticas de profanación durante la época de la Revolución Francesa.
Uno de los hallazgos más impactantes de Charlier fue la demostración de que las reliquias de Juana de Arco, que permanecían en la arquidiócesis de Tours, y que eran veneradas en peregrinaciones de fieles y turistas, no eran de la doncella de Orleans sino de una momia egipcia. Para revelar la no autenticidad, utilizó, además de las técnicas avanzadas de la espectrometría de emisión atómica, la microscopía de electrones y las pruebas de carbono 14, el olfato de un par de expertos perfumeros de las firmas Guerlain y Jean Patou, quienes detectaron olor a queso quemado y vainilla, que indicaba un proceso de descomposición natural y no de combustión, como el que sufrió el cuerpo de Juana en la hoguera.
Ahora Charlier estudia los restos de Ricardo Corazón de León con el fin de verificar cuál de las dos tumbas de este monarca inglés y francés del siglo XII es la verdadera. En Francia hay dos tumbas de Ricardo Corazón de León, una en Fontevraud y otra, más conocida, en la catedral de Ruán. Charlier sospecha que en su investigación podría demostrarse también la causa de la muerte del príncipe, que ha sido motivo de debate entre los historiadores durante diez siglos.
Las pesquisas de Charlier llevan la historia a su grado cero: la trama de los cuerpos del pasado, sus adicciones y enfermedades, sus sexualidades y sus muertes. Una historia rústicamente física, pero que puede tener efectos desmitificadores más tangibles que el revisionismo de la historia política. Charlier no ha podido demostrar que los restos de Juana de Arco fueron desmembrados en el Sena, pero sí ha desmontado un santuario del nacionalismo católico francés.
martes, 3 de julio de 2012
La falsedad de lo real
James Wood es un resuelto defensor de la tradición realista de la novela moderna en los dos últimos siglos. Su libro How Fiction Works (2008), que alguna vez comentamos aquí, es una de las más vehementes apuestas por el realismo que ha producido la crítica literaria en décadas. Pero incluso la estética realista, piensa Wood, tiene límites que de rebasarse nos internan en un terreno ajeno al arte mismo. La última novela de la joven escritora canadiense, Sheila Heiti, How Should a Person Be? (2012), le ha parecido a Wood un mal experimento con el género, que lo lleva a distinguir entre el realismo de la ficción y la falsedad de lo real.
La transcripción literal de las zozobras de un grupo de jóvenes cosmopolitas, que entran llenos de dudas y frustraciones a la adultez, en cualquier ciudad del planeta, no le parece a Wood un ejercicio de ficción. Piensa el crítico que la autora de Ticknor (2005), una novela histórica inspirada en la amistad entre los historiadores norteamericanos del siglo XIX William H. Prescott y George Ticknor -los dos, hispanófilos, por cierto- debería conocer la diferencia entre novela e historia y entre ficción y realidad. Heiti podría replicar a Wood que, precisamente por conocer dicha diferencia, se propone ignorarla.
domingo, 1 de julio de 2012
Obama, crítico de Eliot
La biografía del presidente de Estados Unidos por el periodista David Maraniss está llamando la atención de los reseñistas por su imagen de un joven Barack Obama, estudiante en Columbia y en Harvard, que trata de integrarse a los círculos blancos, post-hippies, del liberalismo de la Costa Este. Aquel Obama anterior a la política comunitaria en Chicago y al viaje a Kenya, en busca del espectro del padre, sería uno de los bagajes fundamentales que el actual presidente aprovechó en su camino a Washington.
La historiadora de Harvard, Jill Lepore, ha reparado en los amores y las lecturas del joven Barack, cuando era alumno de Edward Said en Columbia. Por entonces Obama no sólo escribía y publicaba poemas en una revista estudiantil -uno de los poemas, titulado "Pop", estaba inspirado en la figura de Mick Jagger- sino que leía acuciosamente "The Wasteland" de T. S. Eliot. Esto escribía el actual presidente a su novia Alex McNear, en aquella fase de radicalismo juvenil:
"Eliot contains the same ecstatic vision which runs from Munzer to Yeats. However, he retains a grounding in the social reality/order of his time. Facing what he perceives as a choice between ecstatic chaos and lifeless mechanic order, he accedes to maintaining a separation of asexual purity and brutal sexual reality. And he wears a stoical face before this. Read his essay on "Tradition and the Individual Talent", as well as "Four Quartets", when he's less concerned with depicting moribund Europe, to catch a sense of what I speak".
La historiadora de Harvard, Jill Lepore, ha reparado en los amores y las lecturas del joven Barack, cuando era alumno de Edward Said en Columbia. Por entonces Obama no sólo escribía y publicaba poemas en una revista estudiantil -uno de los poemas, titulado "Pop", estaba inspirado en la figura de Mick Jagger- sino que leía acuciosamente "The Wasteland" de T. S. Eliot. Esto escribía el actual presidente a su novia Alex McNear, en aquella fase de radicalismo juvenil:
"Eliot contains the same ecstatic vision which runs from Munzer to Yeats. However, he retains a grounding in the social reality/order of his time. Facing what he perceives as a choice between ecstatic chaos and lifeless mechanic order, he accedes to maintaining a separation of asexual purity and brutal sexual reality. And he wears a stoical face before this. Read his essay on "Tradition and the Individual Talent", as well as "Four Quartets", when he's less concerned with depicting moribund Europe, to catch a sense of what I speak".
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