Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

lunes, 19 de marzo de 2012

Conflicto y armonía de las izquierdas en América



En las dos últimas décadas ha avanzado considerablemente el estudio de la Nueva Izquierda de los años 60 y 70 y sus relaciones con la Revolución Cubana. Autores como Van Gosse en Where the Boys Are (1993), Kepa Artaraz  en Cuba and Western Intellectuals since 1959 (2009) y Todd F. Tietchen en Cubalogues (2010) han reconstruido los debates sobre Cuba en la opinión pública norteamericana, francesa y británica durante los primeros años de la Revolución, el Fair Play for Cuba Committee y la fascinación inicial de los poetas de la Beat Generation con el socialismo insular.
            Sin embargo, sólo el último de estos autores, Tietchen, incluye plenamente dentro de esa historia la desilusión de muchos de aquellos artistas, escritores e intelectuales, que celebraron la Revolución Cubana a principios de los 60, pero que a partir de mediados de esa década, como Allen Ginsberg, y más claramente a partir del caso Padilla, como Jean Paul Sartre y tantos otros, se posicionaron críticamente frente a los elementos autoritarios, homófobos y conservadores del régimen insular. Van Gosse y Artaraz no son inconscientes de esa desilusión, pero se centran en el momento del entusiasmo.
            En casi todas las ramas de la Nueva Izquierda Occidental (los Black Panthers, las feministas, el movimiento gay, los existencialistas y estructuralistas franceses, los estudiantes del 68, Monthly Review y The New Left Review…) se pueden rastrear historias de desencanto con el socialismo cubano. ¿No son esas historias parte de la relación intelectual entre la Revolución Cubana y la izquierda occidental? La exclusión o el silenciamiento deliberados de las mismas sólo buscan contar una historia sin conflictos, que sirva para sostener la política y el discurso de la “solidaridad” en el presente.
            Artaraz, por ejemplo, no menciona las expulsiones de Allen Ginsberg u Oscar Lewis de Cuba ¿No fueron esas deportaciones, símbolos del desencuentro entre distintas ideas del socialismo en la izquierda occidental? ¿No es tan importante, para una historia del lugar de Cuba en aquella izquierda, la reconstrucción del proyecto editorial de Pensamiento Crítico como la documentación de su clausura? ¿Por qué dedicar varias páginas a describir el Congreso Cultural de La Habana de 1968 y apenas mencionar su antítesis, el Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971, que tuvo consecuencias ideológicas e institucionales más persistentes?
            Uno de los peores efectos de la política y  el discurso de la “solidaridad con Cuba”, que han regido buena parte de las relaciones culturales de la isla con Occidente, es que favorece narrativas idílicas y armoniosas, que pasan de largo sobre los conflictos constitutivos de un sistema político como el cubano. Es imposible narrar críticamente la historia de un sujeto que todavía se asume como mito o como símbolo de valores universales y trascendentes. Es preciso desmitificar, primero, el sujeto, para luego contar la historia de sus armonías y conflictos.
            

viernes, 9 de marzo de 2012

Desencuentro en la izquierda

Un desencuentro que habría que agregar a la historia más conflictiva que armoniosa de las relaciones entre la Revolución Cubana y las izquierdas occidentales, sería el que se produjo entre los líderes intelectuales, políticos y militares de los Black Panthers en Estados Unidos y la dirigencia cubana. Varios líderes de ese movimiento radical en los Estados Unidos, que lograron salir de la cárcel o exiliarse, como Eldridge Cleaver, Robert F. Williams, Stokely Carmichael y Angela Davis, viajaron o residieron temporadas en Cuba, entre fines de los 60 y principios de los 70.
Mark Sawyer, recientemente, y Carlos Moore, antes, han narrado las diversas decepciones que sufrieron casi todos esos líderes, menos Davis, a quien su militancia comunista le inhibía un posicionamiento frente al socialismo cubano, con la situación racial de la isla. En testimonios recogidos por Sawyer en su libro se percibe la impresión que tuvieron aquellos activistas de que en Cuba, la Revolución no había logrado erradicar la discriminación racial sino que había reconstituido una hegemonía blanca sobre nuevas bases comunistas.
Carmichael y Williams fueron, por lo visto, bastante explícitos y ambos lograron una mayor familiaridad con otros gobiernos de izquierda como los de Mao en China o Houari Boumediene en Argelia. Es interesante comparar los juicios de ambos sobre el racismo en la Cuba socialista con la visión idílica de la Revolución Cubana que trasmitía Eldridge Cleaver, por ejemplo, en los textos de la cárcel reunidos en su libro Soul on Ice (1968). Allí sostenía, por ejemplo, que los Black Panthers debían tomar las ciudades de Estados Unidos de la misma manera que Fidel Castro había tomado La Habana. Pero la tesis de la lucha racial defendida por Eldridge, deudora de la de Frantz Fanon en Black Skin White Mask, era de difícil, por no decir imposible, asimilación desde un marxismo prosoviético como el que aceleradamente se naturalizaba en Cuba.

martes, 6 de marzo de 2012

Teosofista de Kansas

Como su amigo Ernest, F. Scott Fitzgerald odiaba a Waldo Frank desde los años de París. Frank representaba todo lo que Fitzgerald odiaba de ese Manhattan de izquierda, patriótico y, a la vez cosmopolita, de judíos y marxistas. Fitzgerald y Hemingway desaprobaban con razón las primeras novelas de Frank, pero también despreciaban ensayos suyos como los de Our America o aquellos en los que el escritor newyorkino mostraba interés por los místicos del exilio ruso, Gurdjieff y Uspenski.
En su "Note on My Generation" (1926), escrito por Fitzgerald en París, no sólo excluía a Frank de la "generación perdida", como haría en otros textos autobiográficos -por ejemplo, en "My Generation" (1940)- sino que lo impugnaba directamente. Sostenía Fitzgerald que los estilos y estéticas más vanguardistas eran inasimilables por aquellos escritores que, aunque poseyeran ideologías de izquierda, no podían librarse de prosas y pensamientos simples como los de Frank:

"Just as the prose of Joyce in the hands of, say, Waldo Frank becomes as insignificant and idiotic as the automatic writing of a Kansas Theosophist, so the (Sherwood) Anderson admirers set up Hergesheimer as an antichrist and then proceed to imitate Anderson's lapses from that difficult simplicity there are unable to understand. And here again critics support them by discovering merits in the very disorganization that is to bring their books to a timely and unregretted doom".

sábado, 3 de marzo de 2012

Hemingway contra Frank



Además de ridiculizarlo en su novela The Sun Also Rises e ignorarlo como miembro de la "génération perdue" en A Moveable Feast, Ernest Hemingway dedicó un verso a Waldo Frank en su poema "The Soul of Spain" (1924). El poema fue escrito en París, donde vivía Hemingway -y donde había vivido Frank antes que Hemingway-y expresaba el rechazo de Hemingway por la visión solemne de los problemas de España, que Frank trasmitía en sus artículos, y que plasmaría en su libro Virgin Spain (1926).
La admiración por Pound era parte, también, del desprecio de Hemingway por la nueva cultura de la izquierda newyorkina, que Frank, en buena medida, personificaba. Las novelas de Hemingway o las de Scott Fittzgerald eran, como sabemos hoy, muy superiores a las de Frank, pero el odio que ambos sintieron por el autor de The Unwelcome Man era algo más que estético. Frank se tomaba demasiado en serio temas que, como los de España y la democracia, Hemingway y Fitzgerald se tomaban, la mayor parte del tiempo, en broma. Los odios entre intelectuales de una misma generación poseen esa textura, por momentos, irracional, parecida a la del odio entre hermanos.






The Soul of Spain
Ernest Hemingway




In the rain in the rain in the rain in the rain in Spain.
Does it rain in Spain?
Oh yes my dear on the contrary and there are no bull fights.
The dancers dance in long white pants
It isn't right to yence your aunts
Come Uncle, let's go home.
Home is where the heart is, home is where the fart is.
Come let us fart in the home.
There is no art in a fart.
Still a fart may not be artless.
Let us fart an artless fart in the home.
Democracy.
Democracy.
Bill says democracy must go.
Go democracy.
Go
Go
Go

Bill's father would never knowingly sit down at table with a Democrat.
Now Bill says democracy must go.
Go on democracy.
Democracy is the shit.
Relativity is the shit.

Dictators are the shit.
Menken is the shit.
Waldo Frank is the shit.
The Broom is the shit.
Dada is the shit.
Dempsey is the shit.
This is not a complete list.
They say Ezra is the shit.
But Ezra is nice.
Come let us build a monument to Ezra.
Good a very nice monument.
You did that nicely
Can you do another?
Let me try and do one.
Let us all try and do one.
Let the little girl over there on the corner try and do one.
Come on little girl.
Do one for Ezra.
Good.
You have all been successful children.
Now let us clean the mess up.
The Dial does a monument to Proust.
We have done a monument to Ezra.
A monument is a monument.
After all it is the spirit of the thing that counts.

jueves, 1 de marzo de 2012

El fidelismo como histeria

En las biografías de Waldo Frank, escritas por Paul J. Carter y Michael A. Ogorzaly, la primera de 1967, año de la muerte de Frank, y la segunda, editada en 1994, bajo el título de Waldo Frank. Prophet of the Hispanic Regeneration, se confirma a partir de los Diarios y el epistolario de escritor newyorquino, que el gobierno cubano pagó a Frank 2500 dólares por la escritura del libro, Cuba. Prophetic Island (1961).
Durante el proceso de escritura, entre fines de 1959 y fines de 1960, Frank fue cambiando su percepción del proceso revolucionario cubano, el cual había juzgado inicialmente como no comunista. En algún momento del 60, Frank anota en su diario de los discursos de Fidel Castro: "his hysterical speeches sicken me".
Una observación que en el libro aparece desarrollada dentro de una reflexión sobre el rol central que cumple la imagen de la víctima en el discurso de Castro, quien al hacer "hincapié en las invasiones, las explotaciones y las traiciones", pierde oportunidad de exponer su plan de desarrollo social y político para Cuba.
Aunque Frank cobró por el libro, lo que provocó que Beacon Press rompiera el contrato de publicación en inglés, el libro no se editó en español en La Habana, como establecía el propio contrato habanero y como habían prometido a Frank el canciller Raúl Roa y el Ministro de Educación, Armando Hart, sino en Losada, Buenos Aires. Un desencuentro más que se suma a la historia de la conflictiva relación entre el gobierno cubano y la izquierda democrática occidental.

martes, 28 de febrero de 2012

La Habana de Roussel y el cuerpo de García Vega


Hace algunos años la revista La Habana Elegante, que dirige Francisco Morán Llul, reprodujo este fragmento de un libro inconcluso, titulado En La Habana, del poeta, novelista, dramaturgo, músico y ajedrecista francés, Raymond Roussel (1877-1933). El fragmento había aparecido poco antes en la publicación Diario de poesía, traducido por el escritor argentino Damián Tobarovsky y había llamado la atención del escritor cubano Lorenzo García Vega, exiliado en Miami.
Roussel es identificado, sobre todo, por su libro de viajes Impresiones de África (1910) y por la novela Locus Solus (1914), que José Lezama Lima incluyó en su Curso Délfico. En un ensayo que dedicó a Roussel, Michel Foucault daba cuenta de la impresión que le causó conocer que este viajero frenético había escrito un libro titulado Cómo he escrito algunos de mis libros, con el fin de que sus lectores lo conocieran mejor después de su muerte. En 1933, quebrado y solo, sin posibilidad ya de viajar o escribir, Roussel se alojó en un hotel de Palermo y se suicidó con una sobredosis de barbitúricos.


En La Habana
Raymond Roussel


"En La Habana vivía en… una pareja de huérfanos, A… L…, de catorce años, y su hermana melliza M…
     Descendientes de una familia de colonos españoles, los dos hermanos crecieron bajo laafectuosa tutela de una vieja señora, su tía abuela S…, persona simple y eficiente, suerte de marimacho entrenada para resolver por sí misma todos los asuntos.
     Los dos mellizos, como suele suceder, habían crecido de manera desigual en el seno materno: M… había acaparado la mayor parte de los jugos vitales, en detrimento de A… quien, de una fragilidad sin remedio, había llegado a la adolescencia de milagro.
     Entre A… y M… reinaba el fanático cariño propio a los dúos mellizos. Además A…, muy dotado, sabía ejercer sobre su entorno un saludable ascendente, que alcanzaba sin duda a su hermana. En el colegio reinaba en su clase y, ostentando un suplemento de prestigio por su título de veterano, fruto de una grave enfermedad que lo había obligado a repetir, aconsejaba a unos, defendía a otros o, con una palabra, dirimía una diferencia.
     Dos ejemplos dan la medida de su autoridad.
     Entre sus compañeros estaba el hijo de N… O… –un arribista famoso en todo el país– y el de R… V…, cuyo nombre recordaba un misterioso escándalo.
     Simple doméstico de un terrateniente, N… O…, gracias a un buen billete de lotería, había podido, todavía jovencito, sentar los fundamentos de una fortuna que, avaro y dotado, se había, en un cuarto de siglo, vuelto considerable.
     Pero sus orígenes le valían, por parte de los cubanos acomodados, una evidente frialdad – que quiso vencer a través de la compra de un título.
     Viajó a Roma – y volvió Conde del papa.
     Sin embargo, los snobs cubanos, para nada deslumbrados, consideraron los hechos como una provocación y se ofendieron. No solamente rechazaron al nuevo noble, sino que se organizaron para hacerle llegar anónimamente una carta, revestida de un rico encuadernamiento con una visible corona condal. Significaba acabar finalmente con las pretensiones aristocratizantes de un antiguo valet campesino.
     El conde de O… comprendió – y se mantuvo tranquilo.
     Sobre todo que prontamente lo iban a acaparar otras ocupaciones.
     La Habana festejaba en ese tiempo a una troupe lírica italiana, que tenía como gran estrella a la bella y galante A…, llamada la “reina de la vocalización”.
     El repertorio de canto no ofrecía nada suficientemente firme como para hacer plenamente valer su virtuosismo único, A… había hecho arreglar para su voz, sobre versos inspirados por el título, la pianística Fileuse de D… Allí se sucedían sin tregua, alcanzando sutiles efectos imitativos, episodios de naturaleza cromática, vedados para los talentos medios. Y, verdadera proeza digital, la ejecución de la obra, gracias a la garganta, se convirtió en una milagrosa hazaña.
     Esa hazaña A… la llevaba a cabo sin aparente esfuerzo, alcanzando, en un perpetuo pianissimo, una velocidad extrema, que no hacía padecer jamás la singular puesta en valor de las notas agrupadas sobre la que se apoyaba cada sílaba.
     Después de cada último acto, imperiosas aclamaciones forzaban a A… a cantar su Fileuse, que la llevaban siempre al triunfo.
     La primera vez que O… vio a A… aparecer en escena, sintió frente al estallido de belleza un gozoso escalofrío, presto a sumarse al sonido de su voz. Su deseo, creciente de acto en acto, llegó al clímax cuando al final de la habitual Fileuse, dando el máximo de su prestigio, la hizo superarse como artista para iluminar una apoteosis.
     Cuando después de una fácil conquista, O… escucha, en plena luna de miel, hablar de la partida de la troupe, su angustia muestra la fuerza de su pasión, y realiza, para que abandonara la escena que aún le quedaba, impresionantes ofertas a A…, quien, percibiendo su poder y teniendo que explotar a fondo la situación, las rechaza; excepto el casamiento – y se mantuvo así hasta que él cedió.
     La intromisión en su existencia de una esposa con un pasado vergonzoso no hizo más que agravar el ostracismo que padecía O… –y contra el que decidió luchar una vez más.
     Fue en las carreras, en honor de Cuba, donde pergeñó su plan. Participar le valdría una aceptación de elegancia –y relaciones en el mundo brillante del turf.
     Funda una escudería y elige los colores, en honor de A…, verde, blanco y rojo de la bandera italiana, aprovechando cualquier oportunidad para honrarla gracias a visibles homenajes, pese a la desaprobación de las personas pudorosas.
     Pero si la pareja tuvo en el hipódromo algunos éxitos deportivos, la indiferencia fue la única respuesta y O…, contrariado, no tarda en vender todos sus caballos.
     A sus sinsabores le sigue una alegría: el nacimiento de un hijo.
     Ahora bien, era precisamente ese hijo, S… d’O…, entonces de catorce años, que A… L… tenía como camarada.
     Un compañero lo trató durante el estudio, en una pelea en voz baja, de hijo de valet y de ramera, S… entonces respondió desafiándolo.
     Llegado el recreo, A…, a los primeros golpes de puños, se interpuso, y se informó de lo sucedido. Visto el carácter odioso del insulto quiso que S… recibiera públicas excusas –y fue como siempre deferentemente obedecido.
     En cuando a V… hijo, sufría injustamente los efectos de ciertas sospechas que planeaban sobre su padre.
     Este, huérfano desde temprano, había, a su mayoría de edad, malgastado rápido un modesto patrimonio y, de aspecto seductor, había entonces buscado… y encontrado una heredera.
     Varios años de gran vida acabaron con la dote, y los suegros irritados pensionaron muy poco a la pareja – desde entonces alcanzada por dificultades que se acrecentaron con el nacimiento de un niño. Ahora bien, apenas hablaban de la bendición, que a la misma hora morían misteriosamente el padre y la madre del recién nacido.
     La autopsia dio la prueba de un doble envenenamiento.
     Una investigación fracasa buscando indicios en la alimentación. Obligatorio fue buscar en otra parte y se terminó sospechando de la goma de un stock de estampillas de origen conmovedor.
     Dos años antes el Americano T… había intentado, en su navío El B…, un audaz reconocimiento polar.
     Cuando fue largamente superado el tiempo de su retorno, una suscripción pública se abrió para que se puedan comenzar las investigaciones.
     Una estampilla fue especialmente creada, la que, mostrando al B… perdido en los hielos, acompaña rápidamente las cartas que se envían.
     A más de uno se le obligaba hábilmente, enviándole autoritariamente una hoja con cien estampillas –e inmediatamente pasaba a domicilio un cobrador pidiendo el pago.
     Ahora bien, a los suegros de V… una hoja de este tipo les había llegado, usándola sin tardar, reservando una buena acogida al cobrador.
     Murieron dos semanas después.
     Quedaban seis estampillas –con goma envenenada, informó el análisis.
     Como no se pudo encontrar el sobre, la investigación giró en vacío y abortó. Pero las sospechas cayeron brutalmente sobre el afortunado V… –sin alcanzar a su mujer, que gozaba de una universal estima.
     Las cosas, sin embargo, no habían salido desde entonces del dominio del chismerío.
     Sin embargo, curtido por el sentimiento de la semejanza en la vulnerabilidad, V… hijo había castigado con sus manos durante las excusas públicas dirigidas a S… d’O…
     Fuera de sí, el agresor busca una venganza que no pudo, anónima, mas que valerle una nueva lección.
     A una hora determinada, entra en el dormitorio vacío y, bien calificado en dibujo, hace en carbonilla en la pared, detrás de la cama del joven V…, un croquis insultante titulado “El doble golpe del Papa”, en donde dos coches fúnebres marchaban en fila, al lado de un ángulo encuadrado por una gran estampilla de la catástrofe polar.
     Comenzó a odiar su obra cuando vio que su descubrimiento provocó un malestar general –y el llanto del interesado.
     Pero de hecho, A… agrupa a todo el mundo –y reprueba doblemente una injuria que, cobardemente anónima, golpeaba al hijo en la persona de su padre.
     Después se hizo crear tan bien la imagen de una rehabilitación por sus confesiones que llorando, a su turno, de culpabilidad, se arrodilla frente a su víctima, culpándose y pidiendo perdón.
     Es fácil imaginar cuáles debían ser en una hermana –y melliza– los efectos de una potencia dominadora tan grande ya sobre simples camaradas.
     Cada palabra de A… era para M… razón de fe, y gustosa hubiera dejado todo por el triunfo de una causa pedida por él.
     Y justamente, lleno de inclinaciones por la bondad activa, el precoz adolescente no dejaba de abrazar, a veces, grandes sueños humanitarios –que proyectaba audazmente realizar algún día.
Especialmente, muy arraigado a su isla natal, hubiera querido que a partir de una imitación intensiva de Europa naciera un refinamiento civilizatorio.
     En efecto, admiraba ardientemente a Europa –a la que lo ligaba por otra parte su sangre española– tierra de grandes recuerdos, de sólidas tradiciones, de obras maestras de arte, de mentes sublimes, despreciando en cambio el industrialismo de la nueva América. Y muy seguido en sus confidencias a M…, se apasionaba, por un futuro lejano, con sus planes inspirados por ese patriotismo especial.
     ¡Pero ay, ese futuro! No iba a alcanzarlo. La muerte, que había, desde la cuna, sobrevolado, lo llamó a los veinte años, carcomido por un mal del pecho –bajo la mirada azorada de M…, para siempre desconsolada.
     Sin embargo, el sentimiento de una misión sagrada a cumplir la sostenía en su desdicha.
     A…, en su lecho de muerte, le había solemnemente invocado realizar en su reemplazo su sueño patriótico –y, con el brazo tendido, ella le había jurado obediencia.
     Un año más tarde, pasada en años moría su tía abuela, dejándole una fortuna que iba a permitirle comenzar su campaña.
     Sintiendo primero cuan poco podía sin colaboración, publica y reparte gratuitamente un folleto conteniendo un explícito llamado de ayuda. Allí se exponía el desiderátum de A… –y el proyecto de fundar, con los partidarios de sus ideas, un club mixto cuyos miembros se reunirían en la casa de M…
     Afirmativamente comprensivos, numerosos intelectuales adhirieron con patriótico entusiasmo.
     Todo club debe ser gobernado; una votación tuvo lugar y, en el primer escrutinio, M… fue unánimemente elegida presidente.
     Decidieron entonces inventar alguna insignia para ella, que al portarla, en las sesiones, afirmara su autoridad.
     Así reflexiona aguda y seriamente y, durante un tiempo, insatisfecha, termina, a fuerza de replanteos, por adoptar una idea audaz, rechazada de entrada por superar el objetivo planteado.
     Se trataba, en efecto, no de un simple suplemento ornamental, sino de una prenda completa.
     Entre las porcelanas exhibidas siempre en las vitrinas de su living, había un Secuestro de Europa. Una graciosa compostura, calcada de la de la historia, que completada con una polera rosa, se convirtió en el traje presidencial.
     La sesión del estreno adquirió un tono de solemnidad inaugural. Por primera vez reinaba la actividad en la búsqueda de las decisiones a tomar. Y finalmente fue encargado a cada uno la misión de aportar características propias para demostrar la superioridad europea.
     Pasaron algunas semanas, en las que M… recibió, como alegato por su causa, los treinta documentos siguientes…"

Luego de la lectura del fragmento de Roussel, Lorenzo García Vega anotó en su libro Cuerdas para Aleister (Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2005):

"Vuelvo entonces, y contemplo entonces, desde lo sereno de mi ombligo, una altura: las nítidas ruinas de un pedazo de la ciudad. Las contemplo desde un texto inconcluso que Raymond Roussel llamó En La Habana: "En La Habana vivía en... una pareja de huérfanos, A..., L..., de catorce años, y su hermana melliza M..." Así que abajo, se destacan, creciéndome desde el ombligo, las ruinas del Anfiteatro de Anatomía, y las ruinas -amarillas- de la Escuela de Lingüística.

Vertical entonces: detenido, sentado, en el sillón verde de mi cuarto de Playa Albina. Repito que acabo de leer ese texto inconcluso de Raymond Roussel, mientras mi difunta madre, desde un verde que no logro precisar, se acaba de dar cuenta de que, al llegar a La Habana, ha perdido la manutención que recibía en la Playa Albina".






jueves, 23 de febrero de 2012

Alegorías asimétricas




Un libro reciente del historiador cubano Ricardo Quiza Moreno, titulado Imaginarios al ruedo. Cuba y los Estados Unidos en las Exposiciones Internacionales (1876-1904) (2010), editado en La Habana por Ediciones Unión, se suma a las evidencias sobre la vitalidad de la nueva historiografía escrita en la isla que hemos acumulado, sobre todo, en la última década. El tema del libro es las relaciones culturales entre Estados Unidos y Cuba a fines del siglo XIX. Un periodo caracterizado por dos transiciones llamadas a producir múltiples asimetrías: de potencia media a potencia mundial en Estados Unidos y de colonia a república en Cuba.
El campo referencial de Quiza está ubicado justo en uno de los periodos y temáticas que en los últimos años ha sido más innovadoramente trabajado por historiadores dentro o fuera de Cuba como Marial Iglesias, Pablo Riaño o Louis A. Pérez. El autor avanza, por tanto, sobre una zona del pasado insular suficientemente desmitificada, en el ámbito académico al menos, y liberada ya de la polarización maniquea entre Estados Unidos y Cuba que ha caracterizado por siglos, tanto, a la historiografía imperial norteamericana como a la historiografía nacionalista cubana.
A la manera del historiador mexicano, Mauricio Tenorio, profesor de la Universidad de Chicago y del CIDE, en su gran estudio sobre las representaciones culturales de México en las Exposiciones Universales de fines del siglo XIX, Quiza reconstruye las figuraciones de Cuba y los cubanos, bajo las últimas décadas del dominio español y los primeros años de la hegemonía política de Estados Unidos sobre la isla, no en las Exposiciones Universales, desde luego, sino en diversas muestras y ferias comerciales internacionales celebradas en ambos países como las de Filadelfia (1876), Matanzas (1881), Búfalo (1901) y San Luis (1904)
Las representaciones cubanas en esos foros, a diferencia de las mexicanas estudiadas por Tenorio, tenían la peculiaridad de involucrar alegorías de la colonia tardía o de la naciente república dentro de los conjuntos alegóricos que representaban a las potencias hegemónicas española y norteamericana, que limitaban la soberanía insular. Cuba era entonces, como aludiera un célebre título de Louis A. Pérez, un sujeto cultural “entre imperios” y esa condición determinaba la forma en que era representada en el mercado internacional de los símbolos.
Escrito en tono ensayístico y respaldado por una investigación realizada en más de diez fondos del Archivo Nacional de Cuba, el libro de Quiza Moreno, además de un valioso ejercicio de interpretación y escritura de la historia, es también una crítica, no sólo a los estereotipos historiográficos sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos sino a todo tipo de visión asimétrica de las mismas que quiera imponerse desde cualquier lugar de enunciación o cualquier poder constituido.
En un magnífico prólogo, el profesor José Francisco Buscaglia Salgado señala que si hubiera que escoger una alegoría que ilustrara el sentido de este libro no sería la del monumento al Maine, en el malecón habanero, o cualquier otra que trasmita una condición subordinada de la pequeña nación a la grande, sino aquella que encontró Quiza en la Exposición de Búfalo de 1901 en la que Estados Unidos y Cuba son dos mujeres abrazadas, sólo diferenciadas por el atuendo típico que cada una viste.