Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 1 de marzo de 2012

El fidelismo como histeria

En las biografías de Waldo Frank, escritas por Paul J. Carter y Michael A. Ogorzaly, la primera de 1967, año de la muerte de Frank, y la segunda, editada en 1994, bajo el título de Waldo Frank. Prophet of the Hispanic Regeneration, se confirma a partir de los Diarios y el epistolario de escritor newyorquino, que el gobierno cubano pagó a Frank 2500 dólares por la escritura del libro, Cuba. Prophetic Island (1961).
Durante el proceso de escritura, entre fines de 1959 y fines de 1960, Frank fue cambiando su percepción del proceso revolucionario cubano, el cual había juzgado inicialmente como no comunista. En algún momento del 60, Frank anota en su diario de los discursos de Fidel Castro: "his hysterical speeches sicken me".
Una observación que en el libro aparece desarrollada dentro de una reflexión sobre el rol central que cumple la imagen de la víctima en el discurso de Castro, quien al hacer "hincapié en las invasiones, las explotaciones y las traiciones", pierde oportunidad de exponer su plan de desarrollo social y político para Cuba.
Aunque Frank cobró por el libro, lo que provocó que Beacon Press rompiera el contrato de publicación en inglés, el libro no se editó en español en La Habana, como establecía el propio contrato habanero y como habían prometido a Frank el canciller Raúl Roa y el Ministro de Educación, Armando Hart, sino en Losada, Buenos Aires. Un desencuentro más que se suma a la historia de la conflictiva relación entre el gobierno cubano y la izquierda democrática occidental.

martes, 28 de febrero de 2012

La Habana de Roussel y el cuerpo de García Vega


Hace algunos años la revista La Habana Elegante, que dirige Francisco Morán Llul, reprodujo este fragmento de un libro inconcluso, titulado En La Habana, del poeta, novelista, dramaturgo, músico y ajedrecista francés, Raymond Roussel (1877-1933). El fragmento había aparecido poco antes en la publicación Diario de poesía, traducido por el escritor argentino Damián Tobarovsky y había llamado la atención del escritor cubano Lorenzo García Vega, exiliado en Miami.
Roussel es identificado, sobre todo, por su libro de viajes Impresiones de África (1910) y por la novela Locus Solus (1914), que José Lezama Lima incluyó en su Curso Délfico. En un ensayo que dedicó a Roussel, Michel Foucault daba cuenta de la impresión que le causó conocer que este viajero frenético había escrito un libro titulado Cómo he escrito algunos de mis libros, con el fin de que sus lectores lo conocieran mejor después de su muerte. En 1933, quebrado y solo, sin posibilidad ya de viajar o escribir, Roussel se alojó en un hotel de Palermo y se suicidó con una sobredosis de barbitúricos.


En La Habana
Raymond Roussel


"En La Habana vivía en… una pareja de huérfanos, A… L…, de catorce años, y su hermana melliza M…
     Descendientes de una familia de colonos españoles, los dos hermanos crecieron bajo laafectuosa tutela de una vieja señora, su tía abuela S…, persona simple y eficiente, suerte de marimacho entrenada para resolver por sí misma todos los asuntos.
     Los dos mellizos, como suele suceder, habían crecido de manera desigual en el seno materno: M… había acaparado la mayor parte de los jugos vitales, en detrimento de A… quien, de una fragilidad sin remedio, había llegado a la adolescencia de milagro.
     Entre A… y M… reinaba el fanático cariño propio a los dúos mellizos. Además A…, muy dotado, sabía ejercer sobre su entorno un saludable ascendente, que alcanzaba sin duda a su hermana. En el colegio reinaba en su clase y, ostentando un suplemento de prestigio por su título de veterano, fruto de una grave enfermedad que lo había obligado a repetir, aconsejaba a unos, defendía a otros o, con una palabra, dirimía una diferencia.
     Dos ejemplos dan la medida de su autoridad.
     Entre sus compañeros estaba el hijo de N… O… –un arribista famoso en todo el país– y el de R… V…, cuyo nombre recordaba un misterioso escándalo.
     Simple doméstico de un terrateniente, N… O…, gracias a un buen billete de lotería, había podido, todavía jovencito, sentar los fundamentos de una fortuna que, avaro y dotado, se había, en un cuarto de siglo, vuelto considerable.
     Pero sus orígenes le valían, por parte de los cubanos acomodados, una evidente frialdad – que quiso vencer a través de la compra de un título.
     Viajó a Roma – y volvió Conde del papa.
     Sin embargo, los snobs cubanos, para nada deslumbrados, consideraron los hechos como una provocación y se ofendieron. No solamente rechazaron al nuevo noble, sino que se organizaron para hacerle llegar anónimamente una carta, revestida de un rico encuadernamiento con una visible corona condal. Significaba acabar finalmente con las pretensiones aristocratizantes de un antiguo valet campesino.
     El conde de O… comprendió – y se mantuvo tranquilo.
     Sobre todo que prontamente lo iban a acaparar otras ocupaciones.
     La Habana festejaba en ese tiempo a una troupe lírica italiana, que tenía como gran estrella a la bella y galante A…, llamada la “reina de la vocalización”.
     El repertorio de canto no ofrecía nada suficientemente firme como para hacer plenamente valer su virtuosismo único, A… había hecho arreglar para su voz, sobre versos inspirados por el título, la pianística Fileuse de D… Allí se sucedían sin tregua, alcanzando sutiles efectos imitativos, episodios de naturaleza cromática, vedados para los talentos medios. Y, verdadera proeza digital, la ejecución de la obra, gracias a la garganta, se convirtió en una milagrosa hazaña.
     Esa hazaña A… la llevaba a cabo sin aparente esfuerzo, alcanzando, en un perpetuo pianissimo, una velocidad extrema, que no hacía padecer jamás la singular puesta en valor de las notas agrupadas sobre la que se apoyaba cada sílaba.
     Después de cada último acto, imperiosas aclamaciones forzaban a A… a cantar su Fileuse, que la llevaban siempre al triunfo.
     La primera vez que O… vio a A… aparecer en escena, sintió frente al estallido de belleza un gozoso escalofrío, presto a sumarse al sonido de su voz. Su deseo, creciente de acto en acto, llegó al clímax cuando al final de la habitual Fileuse, dando el máximo de su prestigio, la hizo superarse como artista para iluminar una apoteosis.
     Cuando después de una fácil conquista, O… escucha, en plena luna de miel, hablar de la partida de la troupe, su angustia muestra la fuerza de su pasión, y realiza, para que abandonara la escena que aún le quedaba, impresionantes ofertas a A…, quien, percibiendo su poder y teniendo que explotar a fondo la situación, las rechaza; excepto el casamiento – y se mantuvo así hasta que él cedió.
     La intromisión en su existencia de una esposa con un pasado vergonzoso no hizo más que agravar el ostracismo que padecía O… –y contra el que decidió luchar una vez más.
     Fue en las carreras, en honor de Cuba, donde pergeñó su plan. Participar le valdría una aceptación de elegancia –y relaciones en el mundo brillante del turf.
     Funda una escudería y elige los colores, en honor de A…, verde, blanco y rojo de la bandera italiana, aprovechando cualquier oportunidad para honrarla gracias a visibles homenajes, pese a la desaprobación de las personas pudorosas.
     Pero si la pareja tuvo en el hipódromo algunos éxitos deportivos, la indiferencia fue la única respuesta y O…, contrariado, no tarda en vender todos sus caballos.
     A sus sinsabores le sigue una alegría: el nacimiento de un hijo.
     Ahora bien, era precisamente ese hijo, S… d’O…, entonces de catorce años, que A… L… tenía como camarada.
     Un compañero lo trató durante el estudio, en una pelea en voz baja, de hijo de valet y de ramera, S… entonces respondió desafiándolo.
     Llegado el recreo, A…, a los primeros golpes de puños, se interpuso, y se informó de lo sucedido. Visto el carácter odioso del insulto quiso que S… recibiera públicas excusas –y fue como siempre deferentemente obedecido.
     En cuando a V… hijo, sufría injustamente los efectos de ciertas sospechas que planeaban sobre su padre.
     Este, huérfano desde temprano, había, a su mayoría de edad, malgastado rápido un modesto patrimonio y, de aspecto seductor, había entonces buscado… y encontrado una heredera.
     Varios años de gran vida acabaron con la dote, y los suegros irritados pensionaron muy poco a la pareja – desde entonces alcanzada por dificultades que se acrecentaron con el nacimiento de un niño. Ahora bien, apenas hablaban de la bendición, que a la misma hora morían misteriosamente el padre y la madre del recién nacido.
     La autopsia dio la prueba de un doble envenenamiento.
     Una investigación fracasa buscando indicios en la alimentación. Obligatorio fue buscar en otra parte y se terminó sospechando de la goma de un stock de estampillas de origen conmovedor.
     Dos años antes el Americano T… había intentado, en su navío El B…, un audaz reconocimiento polar.
     Cuando fue largamente superado el tiempo de su retorno, una suscripción pública se abrió para que se puedan comenzar las investigaciones.
     Una estampilla fue especialmente creada, la que, mostrando al B… perdido en los hielos, acompaña rápidamente las cartas que se envían.
     A más de uno se le obligaba hábilmente, enviándole autoritariamente una hoja con cien estampillas –e inmediatamente pasaba a domicilio un cobrador pidiendo el pago.
     Ahora bien, a los suegros de V… una hoja de este tipo les había llegado, usándola sin tardar, reservando una buena acogida al cobrador.
     Murieron dos semanas después.
     Quedaban seis estampillas –con goma envenenada, informó el análisis.
     Como no se pudo encontrar el sobre, la investigación giró en vacío y abortó. Pero las sospechas cayeron brutalmente sobre el afortunado V… –sin alcanzar a su mujer, que gozaba de una universal estima.
     Las cosas, sin embargo, no habían salido desde entonces del dominio del chismerío.
     Sin embargo, curtido por el sentimiento de la semejanza en la vulnerabilidad, V… hijo había castigado con sus manos durante las excusas públicas dirigidas a S… d’O…
     Fuera de sí, el agresor busca una venganza que no pudo, anónima, mas que valerle una nueva lección.
     A una hora determinada, entra en el dormitorio vacío y, bien calificado en dibujo, hace en carbonilla en la pared, detrás de la cama del joven V…, un croquis insultante titulado “El doble golpe del Papa”, en donde dos coches fúnebres marchaban en fila, al lado de un ángulo encuadrado por una gran estampilla de la catástrofe polar.
     Comenzó a odiar su obra cuando vio que su descubrimiento provocó un malestar general –y el llanto del interesado.
     Pero de hecho, A… agrupa a todo el mundo –y reprueba doblemente una injuria que, cobardemente anónima, golpeaba al hijo en la persona de su padre.
     Después se hizo crear tan bien la imagen de una rehabilitación por sus confesiones que llorando, a su turno, de culpabilidad, se arrodilla frente a su víctima, culpándose y pidiendo perdón.
     Es fácil imaginar cuáles debían ser en una hermana –y melliza– los efectos de una potencia dominadora tan grande ya sobre simples camaradas.
     Cada palabra de A… era para M… razón de fe, y gustosa hubiera dejado todo por el triunfo de una causa pedida por él.
     Y justamente, lleno de inclinaciones por la bondad activa, el precoz adolescente no dejaba de abrazar, a veces, grandes sueños humanitarios –que proyectaba audazmente realizar algún día.
Especialmente, muy arraigado a su isla natal, hubiera querido que a partir de una imitación intensiva de Europa naciera un refinamiento civilizatorio.
     En efecto, admiraba ardientemente a Europa –a la que lo ligaba por otra parte su sangre española– tierra de grandes recuerdos, de sólidas tradiciones, de obras maestras de arte, de mentes sublimes, despreciando en cambio el industrialismo de la nueva América. Y muy seguido en sus confidencias a M…, se apasionaba, por un futuro lejano, con sus planes inspirados por ese patriotismo especial.
     ¡Pero ay, ese futuro! No iba a alcanzarlo. La muerte, que había, desde la cuna, sobrevolado, lo llamó a los veinte años, carcomido por un mal del pecho –bajo la mirada azorada de M…, para siempre desconsolada.
     Sin embargo, el sentimiento de una misión sagrada a cumplir la sostenía en su desdicha.
     A…, en su lecho de muerte, le había solemnemente invocado realizar en su reemplazo su sueño patriótico –y, con el brazo tendido, ella le había jurado obediencia.
     Un año más tarde, pasada en años moría su tía abuela, dejándole una fortuna que iba a permitirle comenzar su campaña.
     Sintiendo primero cuan poco podía sin colaboración, publica y reparte gratuitamente un folleto conteniendo un explícito llamado de ayuda. Allí se exponía el desiderátum de A… –y el proyecto de fundar, con los partidarios de sus ideas, un club mixto cuyos miembros se reunirían en la casa de M…
     Afirmativamente comprensivos, numerosos intelectuales adhirieron con patriótico entusiasmo.
     Todo club debe ser gobernado; una votación tuvo lugar y, en el primer escrutinio, M… fue unánimemente elegida presidente.
     Decidieron entonces inventar alguna insignia para ella, que al portarla, en las sesiones, afirmara su autoridad.
     Así reflexiona aguda y seriamente y, durante un tiempo, insatisfecha, termina, a fuerza de replanteos, por adoptar una idea audaz, rechazada de entrada por superar el objetivo planteado.
     Se trataba, en efecto, no de un simple suplemento ornamental, sino de una prenda completa.
     Entre las porcelanas exhibidas siempre en las vitrinas de su living, había un Secuestro de Europa. Una graciosa compostura, calcada de la de la historia, que completada con una polera rosa, se convirtió en el traje presidencial.
     La sesión del estreno adquirió un tono de solemnidad inaugural. Por primera vez reinaba la actividad en la búsqueda de las decisiones a tomar. Y finalmente fue encargado a cada uno la misión de aportar características propias para demostrar la superioridad europea.
     Pasaron algunas semanas, en las que M… recibió, como alegato por su causa, los treinta documentos siguientes…"

Luego de la lectura del fragmento de Roussel, Lorenzo García Vega anotó en su libro Cuerdas para Aleister (Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2005):

"Vuelvo entonces, y contemplo entonces, desde lo sereno de mi ombligo, una altura: las nítidas ruinas de un pedazo de la ciudad. Las contemplo desde un texto inconcluso que Raymond Roussel llamó En La Habana: "En La Habana vivía en... una pareja de huérfanos, A..., L..., de catorce años, y su hermana melliza M..." Así que abajo, se destacan, creciéndome desde el ombligo, las ruinas del Anfiteatro de Anatomía, y las ruinas -amarillas- de la Escuela de Lingüística.

Vertical entonces: detenido, sentado, en el sillón verde de mi cuarto de Playa Albina. Repito que acabo de leer ese texto inconcluso de Raymond Roussel, mientras mi difunta madre, desde un verde que no logro precisar, se acaba de dar cuenta de que, al llegar a La Habana, ha perdido la manutención que recibía en la Playa Albina".






jueves, 23 de febrero de 2012

Alegorías asimétricas




Un libro reciente del historiador cubano Ricardo Quiza Moreno, titulado Imaginarios al ruedo. Cuba y los Estados Unidos en las Exposiciones Internacionales (1876-1904) (2010), editado en La Habana por Ediciones Unión, se suma a las evidencias sobre la vitalidad de la nueva historiografía escrita en la isla que hemos acumulado, sobre todo, en la última década. El tema del libro es las relaciones culturales entre Estados Unidos y Cuba a fines del siglo XIX. Un periodo caracterizado por dos transiciones llamadas a producir múltiples asimetrías: de potencia media a potencia mundial en Estados Unidos y de colonia a república en Cuba.
El campo referencial de Quiza está ubicado justo en uno de los periodos y temáticas que en los últimos años ha sido más innovadoramente trabajado por historiadores dentro o fuera de Cuba como Marial Iglesias, Pablo Riaño o Louis A. Pérez. El autor avanza, por tanto, sobre una zona del pasado insular suficientemente desmitificada, en el ámbito académico al menos, y liberada ya de la polarización maniquea entre Estados Unidos y Cuba que ha caracterizado por siglos, tanto, a la historiografía imperial norteamericana como a la historiografía nacionalista cubana.
A la manera del historiador mexicano, Mauricio Tenorio, profesor de la Universidad de Chicago y del CIDE, en su gran estudio sobre las representaciones culturales de México en las Exposiciones Universales de fines del siglo XIX, Quiza reconstruye las figuraciones de Cuba y los cubanos, bajo las últimas décadas del dominio español y los primeros años de la hegemonía política de Estados Unidos sobre la isla, no en las Exposiciones Universales, desde luego, sino en diversas muestras y ferias comerciales internacionales celebradas en ambos países como las de Filadelfia (1876), Matanzas (1881), Búfalo (1901) y San Luis (1904)
Las representaciones cubanas en esos foros, a diferencia de las mexicanas estudiadas por Tenorio, tenían la peculiaridad de involucrar alegorías de la colonia tardía o de la naciente república dentro de los conjuntos alegóricos que representaban a las potencias hegemónicas española y norteamericana, que limitaban la soberanía insular. Cuba era entonces, como aludiera un célebre título de Louis A. Pérez, un sujeto cultural “entre imperios” y esa condición determinaba la forma en que era representada en el mercado internacional de los símbolos.
Escrito en tono ensayístico y respaldado por una investigación realizada en más de diez fondos del Archivo Nacional de Cuba, el libro de Quiza Moreno, además de un valioso ejercicio de interpretación y escritura de la historia, es también una crítica, no sólo a los estereotipos historiográficos sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos sino a todo tipo de visión asimétrica de las mismas que quiera imponerse desde cualquier lugar de enunciación o cualquier poder constituido.
En un magnífico prólogo, el profesor José Francisco Buscaglia Salgado señala que si hubiera que escoger una alegoría que ilustrara el sentido de este libro no sería la del monumento al Maine, en el malecón habanero, o cualquier otra que trasmita una condición subordinada de la pequeña nación a la grande, sino aquella que encontró Quiza en la Exposición de Búfalo de 1901 en la que Estados Unidos y Cuba son dos mujeres abrazadas, sólo diferenciadas por el atuendo típico que cada una viste.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Lunas de Revolución

A fines de 1961, Allen Ginsberg anotó en sus diarios varias frases que, a juicio de los editores de Journals. Early Fifties. Early Sixties (New York, Grove Press, 1977), aluden al cierre de Lunes de Revolución, el suplemento literario que dirigía Guillermo Cabrera Infante en La Habana. Estos apuntes adelantan su conflicto con el gobierno cubano en 1965, cuando el poeta beat fue deportado de la isla, y cuestionan un tanto la tesis del biógrafo Barry Miles de que Ginsberg no se "preparó" antes de su viaje a La Habana.

Luego de mencionar a Fidel Castro ("a big cigar and he wants to be hero too"), como uno más de los presidentes y caudillos latinoamericanos que viajaban regularmente a Nueva York, a discursear en la ONU, anota Ginsberg: "He thinks of his name in the future and shuts down de Moons of the Revolution", y agrega: "The Moons of the Cuban Rebellion´s gone under the laughing Carib!" Varias páginas más adelante, todavía en diciembre de 1961, Ginsberg inserta este poema en su diario:


The Moon of the Cuban
Revolution's gone under
the Laughing Carib -
I told you so!

Pierrot Lunaire's been
banned from the stands
for seraphim tender cries
Wouldn't you know!

What'll we do for new
hope for the masses now
politics shows its tricks
How should I know?

Communists, Capitalists
play up to the masses
and both are sincere but
Business is slow!

Le Roi Jones President
I'll be the Treasury
We'll reform the world with
our stupid noses in a row!

Cut up the world, and
You'll see the right answer
Words are the weapons,
the weapons must go!
  

miércoles, 8 de febrero de 2012

Termidor de la globalización

Dos artículos recientes en The New Republic, el primero de Robert Kagan sobre los que considera "mitos" de la decadencia de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo y el segundo de Michael Ignatieff sobre el rearme de la soberanía que observa en algunos estados europeos -glosa, a su vez, del libro de Brad R. Roth, Sovereign Equality and Moral Disagreement (Oxford University, 2012)- parecen llamar la atención sobre el momento termidoriano de la globalización que estaríamos viviendo.
Luego del frenesí integrador que siguió a la caída del Muro de Berlín y a la desaparición de la Unión Soviética, hace veinte años, según estos autores estaríamos viviendo no sólo tendencias a la constitución de otros bloques regionales, como los de China y el Sudeste Asiático o Brasil y los Brics, sino un rearme de los principios bismarckianos del interés nacional en Europa y Estados Unidos que se formularon por primera vez a fines del siglo XIX.
Ignatieff, por supuesto, lo advierte críticamente, desde el rechazo a esa vuelta -que, aunque ligera, vuelta al fin- a los nacionalismos, con la memoria bien puesta de alguien que sabe que la historia terrible de la primera mitad del siglo XX tuvo ese origen. Pero Kagan casi que lo celebra, en medio de sus razonables objeciones a las tantas imágenes apocalípticas sobre el futuro de Estados Unidos que circulan en el mercado simbólico global. No está mal leer a ambos y, también, a Roth, para saber por dónde va el debate sobre los poderes mundiales a principios de la segunda década del siglo XXI.

domingo, 5 de febrero de 2012

Bausch, Wenders y La Habana de los 80



El documental de Wim Wenders sobre Pina Bausch me ha transportado a La Habana de los 80, donde esta legendaria coreógrafa y bailarina alemana tenía fervorosos seguidores. Recuerdo a las maravillosas apóstatas del Ballet Nacional, Caridad Martínez, Mirta García y Rosario Suárez, que junto a algunos actores como Pedro Sicard y Francisco Gattorno, fundaron el Ballet Teatro de La Habana. Y recuerdo, también, la ascendencia de Bausch sobre las propuestas escénicas de Marianela Boán en Danza Teatro y de Víctor Varela en su Teatro del Obstáculo.
En aquella Habana, la poderosa impugnación que Bausch hacía a la expresión corporal en el ballet clásico y la danza moderna, tuvo una recepción impresionante. Allí también, en esa ciudad caribeña, tan ajena y distante de Wuppertal, se había institucionalizado una rígida noción del cuerpo, con no pocas sintonías con la metafísica que cuestionaba Bausch en Alemania. Con este conmovedor homenaje, Wenders lleva esa liberación escénica del cuerpo al nivel que aquellos jóvenes habaneros soñaron en los 80.
Las tres dimensiones del film hacen que el espectador sienta encima de su cabeza las sillas de Café Müller, la tierra y el agua que se acumulan en el escenario y que, de pronto, se disparan desde la pantalla. La perspectiva y la profundidad que la cámara de Wenders logra en este documental ya comienzan a ser comentadas como hito en la filmación de la danza. La danza de Pina Bausch encuentra en el cine de Wim Wenders el medio que le faltaba para expresar plenamente esa idea del cuerpo que tan bien nos retrata.

martes, 31 de enero de 2012

Cattelan o el abismo del siglo XXI

Alguna vez, a propósito de sendos libros de Alain Badiou y Christopher Domínguez Michael, hablamos aquí de divergentes maneras de pensar el siglo XX. Para unos se trata del siglo de los totalitarismos y para otros del siglo de las revoluciones, para otros más del siglo de la voluntad de poder o del siglo de las vanguardias estéticas.
En la retrospectiva del artista italiano, Maurizio Cattelan (Padua, 1960), en el Guggenheim de Nueva York, podría leerse otra imagen del siglo pasado. La retrospectiva comienza en 1989, año de la primera muestra personal de Cattelan y, también, de la caída del Muro de Berlín. Si la retrospectiva en el Guggenheim no estuviera condensada en la gran instalación All podría pensarse que ese año cumple una función meramente curricular en la trayectoria de Cattelan.
Sin embargo, lo que ha hecho este artista es colgar toda su obra, de 1989 a la fecha, en el hueco que forma la escalera en espiral del Guggenheim, diseñado por Frank Lloyd Wright. Una obra donde no pocos de los personajes representados son íconos del siglo XX, como Hitler y Berlusconi, el Papa y la carreta, Superman y el Zorro, el refrigerador y la televisión.
Tan sólo en un tablero de ajedrez que cuelga, con derroche de equilibrio, el espectador puede ver al Che Guevara, la Madre Teresa, Gandhi, Martin Luther King y George W. Bush. Sin forzar demasiado la interpretación, podría pensarse que la suspensión de todos esos íconos, incluido el ícono del propio Cattelan, tantas veces autorretratado, es una metáfora del siglo XXI como abismo en el que se despeñan las grandezas y miserias del siglo XX.