Desde la izquierda o desde la derecha, es creciente el rechazo a las leyes contra la pitarería y en favor de una normatividad de derechos de autor en Internet, impulsadas en Washington por la Cámara de Representantes y el Senado de Estados Unidos. La primera, Stop Online Piracy Act (SOPA), y la segunda, Protect Ip Act (PIPA) son, por lo visto, leyes que se complementan y que intentan trasladar a los medios digitales principios del derecho de la cultura impresa.
Mientras desde la izquierda se habla de censura, de silenciamiento de voces incómodas, como las páginas comunistas o islamistas, desde la derecha se llama la atención sobre el impacto negativo que podrían tener esas leyes para la promoción de la democracia en el mundo por medios electrónicos. Es contraproducente, dicen algunos, que el gobierno de Estados Unidos respalde el uso de internet para enfrentar regímenes autoritarios en el planeta y que, a la vez, aplique una codificación rígida de la libertad digital en su propio territorio.
Libros del crepúsculo
domingo, 22 de enero de 2012
sábado, 21 de enero de 2012
¿Novelista o propagandista de la novela?
El ego revuelto del escritor francés Michel Houellebecq andará de plácemes estos días. En Nueva York, ciudad que inspira buena parte de la estética globalizadora y tecnofílica de sus novelas y, en especial, de la más reciente, El mapa y el territorio, está siendo leído con forcejeo. Nueva York puede ser tan cosmopolita como provinciana, sobre todo, cuando por el medio hay ciertas visiones europeas o, más específicamente francesas, del mito newyorkino.
A la nota aparecida hace una semana en The New York Times Book Review, en la que Judith Shulevitz comenta El mapa y el territorio con tantos elogios como críticas (pastoral de la alta teconología, pero también remedo de thriller americano de tercera, prosa cruda y lírica, pero también caricaturas del arte contemporáneo, sobre todo, de Jeff Koons y Damien Hirsch) se suma ahora la dura reseña de James Wood en The New Yorker.
Wood dice cosas atendibles, pero la contraposición entre Houellebecq y D. H. Lawrence, que reitera el tópico de la distinción entre una pornografía buena y otra mala, me parece que habla más del tradicionalismo de Wood que de la decadencia de Houellebecq. Aún así, Wood le concede a El mapa y el territorio mayor riqueza estilística que novelas anteriores del mismo autor:"Is Michel Houellebecq really a novelist, or is he just a novelizing propagandist? Though is thought can be slapdash and hasty, its is at least earnest, intensely argued, and occasionally thrilling in its leaps and transitions. (At times, he resembles the theorist Slavoj Zizek, who is all wattage and not enough light). But formal structures that are asked to dramatize these ideas -the escenes, characters, dialogue, and so on- are generally flimsy and diagrammatic... In this respect, "The Map and the Territory" is undeniably richer than any of Houellebecq's previous works".
miércoles, 18 de enero de 2012
El escritor y el general
El reportaje de Wendell Steavenson sobre el novelista egipcio Alaa Al Aswany (El Cairo, 1957), en el último The New Yorker, nos ayuda a comprender mejor las paradojas que, como a las viejas revoluciones europeas y latinoamericanas de los siglos XVIII, XIX y XX, caracterizan a las revoluciones de la primavera árabe. Steavenson relata la valentía con que Aswany se enfrentó en la televisión egipcia al Primer Ministro, Ahmed Shafik, poco después de la caída de Mubarak.
Aswany le dijo al ministro en su cara que era un impresentable por sugerir que ellos, los militares en el poder, eran más patriotas que las víctimas de la Plaza Tahrir. Shafik no admitía el heroísmo de los jóvenes egipcios porque él mismo se consideraba un héroe y exigía la veneración del novelista: "I fought in the war... I killed and was killed", pero llevaba décadas viviendo en el poder.
Cuando el reportaje avanza, esta figura admirable del escritor público, que se enfrenta abiertamente al poder, comienza a desdibujarse un poco en el plano estético. Uno esperaría de Al Aswany gustos y modelos literarios más acordes con su generación y con el tipo de revolución que él defiende, pero los estereotipos pesan. La idea de América Latina que posee este admirable demócrata egipcio tiene medio siglo de retraso.
lunes, 16 de enero de 2012
La comunidad sin enemigos
En este título de Liu Xiaobo, el Premio Nobel de Literatura chino, reseñado por Simon Leys en The New York Review of Books, se condensa la diferenciación todavía vigente entre un régimen totalitario y otro democrático. En las democracias no hay enemigos, que deben ser excluidos o aniquilados en la vida pública, sino opositores y adversarios que debaten y compiten respetuosamente por el poder.
Las democracias son comunidades sin enemigos, lo que no quiere decir, por supuesto, que algunos gobiernos democráticos no traten a otros gobiernos del mundo e, incluso, a sectores importantes de su población como enemigos. Cuando eso sucede, por ejemplo, por racismo o por imperialismo, como advertía Hannah Arendt, los enemigos aparecen bajo una categoría jurídica diferente a la del adversario o el opositor excluido o aniquilado como enemigo en los totalitarismos.
Dicho de otra manera, cuando un gobierno democrático trata como enemigos a otro gobierno o a una parte de su población coloca a esos sujetos fuera de la ciudadanía jurídica. Los totalitarismos, en cambio, tratan como enemigos a sus propios ciudadanos, en plenitud de derechos. Las democracias pueden -no siempre- tratar como enemigos al extraño y al inmigrante, pero los totalitarismos siempre hacen del ciudadano opositor un enemigo antinacional.
domingo, 15 de enero de 2012
Anticapitalismos
En las últimas semanas hemos escuchado, en cada una de las paradas de Mahmud Ahmadinejad en su gira por los países del ALBA, declaraciones anticapitalistas del presidente iraní y de sus anfitriones latinoamericanos. Sin embargo, a juzgar por la propia economía iraní y por las economías de los países latinoamericanos que Ahmadinejad visitó, los anticapitalismos de cada uno de esos anticapitalistas no son idénticos. No es lo mismo el anticapitalismo de Ahmadinejad y Chávez que el anticapitalismo de Fidel y Raúl Castro.
El Estado iraní, como el chavista, controla los recursos petrolíferos del país, pero la agricultura, la ganadería, la producción de lana y alfombras persas, la pesca de perlas, los servicios y la mayor parte del comercio exterior y el mercado interno son privados. Lo mismo podría decirse de la economía de todos los países bolivarianos, menos Cuba. Sólo en este último país persiste una economía planificada de tipo soviético, a pesar de la lenta incorporación de elementos de mercado que se exprimenta desde la última década del siglo XX.
De manera que estamos en presencia de líderes anticapitalistas que impulsan en sus países economías capitalistas, si por capitalismo se entiende lo que entendía Marx. Esos anticapitalismos deben ser deslindados y pluralizados, como ha sugerido un grupo de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO, http://acyseclacso.ning.com/ ), en el que intervienen jóvenes socialistas críticos de la isla como Armando Chaguaceda y Dimitri Prieto Samsónov.
El objetivo de esos líderes, al disolver la diversidad de sus anticapitalismos en un mismo frente ideológico, es burdamente geopolítico. Pero al singularizar el concepto de anticapitalismo, unos y otros buscan atraer un conjunto de significados contradictorios, que se disuelven en un magma retórico común. Ni más ni menos que lo que Ernesto Laclau entiende por "significante vacío", un mecanismo simbólico que, en este caso, permite la sobrevivencia del viejo comunismo de Estado, de economía planificada y partido único, todavía predominante en Cuba, entre los nuevos anticapitalismos del siglo XXI, no reñidos con la democracia política, la economía de mercado y la sociabilidad autónoma.
viernes, 13 de enero de 2012
Moral sin obligación
Una larga y abultada tradición ideológica ha querido leer el Ariel (1900) de José Enrique Rodó sólo como un alegato contra el utilitarismo anglosajón y una apología de la cultura latina. Este énfasis en los arquetipos civilizatorios, construidos por el escritor uruguayo a partir de los personajes de La tempestad de Shakespeare, ha provocado, a su vez, que en el campo referencial de Rodó se destaque, sobre todo, a Renan, Taine y otros espiritualistas franceses de la segunda mitad del XIX.
Sucede, sin embargo, que Rodó sólo dedica el acápite V de su ensayo a la crítica del utilitarismo y a la contraposición latino-sajona y consagra la mayor parte del texto a elaborar una moral y una pedagogía de la juventud latinoamericana. El tema del Ariel es, en realidad, el mismo que unos años después, durante la Primera Guerra Mundial, desarrollará Walter Benjamin en La metafísica de la juventud.
De ahí que en esa tradición se pierda de vista que el autor más citado por Rodó en el Ariel no es Renan o Taine sino Jean Marie Guyau (1854-88), un positivista francés que murió demasiado joven, muy leído por Kropotkin y Nietzsche y que, en una curiosa mezcla de epicureísmo y anglicismo, defendió una "moral sin obligación ni sanción". Rodó cita dos veces a Renan y cinco a Guyau, quien, a su juicio, había formulado una teoría moral de la juventud europea, adoptable por las nuevas generaciones latinoamericanas.
domingo, 8 de enero de 2012
¿Poeta en actos?
En alguna parte hemos señalado lo perniciosa que, a nuestro
juicio, ha sido la idea de José Martí como “poeta en actos” para el culto
martiano mismo y para los discursos más autoritarios de la identidad cultural
cubana. Otra variante de la misma se encuentra en el debate público o
subterráneo sobre la obra del poeta habanero Rubén Martínez Villena
(1899-1934), entre los escritores cubanos de los años 40 y 50.
Poetas
y críticos de la generación de Orígenes,
como Cintio Vitier y Gastón Baquero, especialmente, pusieron a circular en la
esfera pública cubana de aquellas décadas la idea de que la entrega de Martínez
Villena a la política y su temprana muerte, de una enfermedad pulmonar crónica,
habían impedido la maduración de su poesía. Vitier, por ejemplo, hablaría del
“arcaísmo convencional” y de lo poco “significativos” que eran los sonetos “El
cazador”, “Fin de velada” y “La medalla del soneto clásico”.
Sin
embargo, el propio Vitier y también Baquero sostenían que el drama de la
biografía de Martínez Villena obligaba a “juzgarlo con especial respeto”, dada
la “profunda fuerza de contradicción que habitaba en el autor de La pupila insomne –título que un
panfletista contemporáneo ha convertido en equivalente del “Centinela alerta”
de los integristas españoles del siglo XIX-, fuerza hastiada, tierna, irónica o
colérica, cualquiera que sea el grado de inmadurez de sus entregas”.
La más extrema refutación de estos juicios no
se debe a Raúl Roa, como generalmente se piensa, sino al crítico comunista Juan
Marinello. El 16 enero de 1950, aniversario de la muerte de Martínez Villena,
Marinello develó una tarja de bronce en la casa natal del poeta, el número 68
de la calle Máximo Gómez de Alquízar, costeada por el ayuntamiento local y por
el Partido Socialista Popular y esculpida por Juan José Sicre y el pintor
Romero Arciaga.
Prueba de la plural admiración
política que despertaba Martínez Villena en las últimas décadas republicanas
fue que la Comisión Municipal creada para patrocinar el homenaje estuvo integrada
por militantes, además del PSP, del Partido Liberal, el Partido del Pueblo
Cubano (Ortodoxo), el Sindicato de Torcedores, el Círculo Familiar, el Centro
San Agustín, el Colegio de Maestros, el Colegio de Barberos y los ayuntamientos
vecinos de Alquízar: Bauta, Caimito del Guayabal, Santiago de las Vegas,
Bejucal, San Antonio de los Baños, Güira de Melena, La Salud y Quivicán.
En el acto de develación de la
placa, en el que tocó la banda del Reformatorio Torrens, Juan Marinello
pronunció un discurso en el que, entre otras cosas, cuestionaba a los críticos
literarios que manejaban el tópico de la “inmadurez” poética de Martínez
Villena. Marinello, en otra vuelta de tuerca al juicio de José Martí sobre los
“poetas de la guerra”, llevará la idea de la “poesía en actos” al extremo de
defender como “poetas” a José Stalin y Mao Tse Tung. Ambos, Stalin y Mao,
habían escrito poemas juveniles, pero su verdadera poesía debía leerse en la
Historia, ya que era “poesía en actos”:
“La calidad lírica de Rubén no cambio
sino de sendero, y su maestría de las palabras se afiló y aceró en la polémica
insuperable. Su don poético, inseparable y vitalicio en su esencia a pesar del
violento repudio, le facilitó mil veces, sin él saberlo, el cordial magisterio;
y la gracia verbal hija del dominio del idioma y de la posesión de sus
secretos, fue en él arma victoriosa. Poetas fueron, a su tiempo, José Stalin y
Mao Tse Tung. Y los poetas de hoy y mañana no les deberán, es cierto, los más
logrados modelos de su arte, pero sí el tamaño de los cantos futuros. Así
ocurrirá, en los límites nacionales, con Rubén Martínez Villena. Todavía por
algunos años los poetas se lamentarán de que nuestro gran joven no cobijara con
versos su casa de grandezas. Les pido que miren más al fondo del tiempo y de
las cosas”.
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