Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

domingo, 15 de enero de 2012

Anticapitalismos




En las últimas semanas hemos escuchado, en cada una de las paradas de Mahmud Ahmadinejad en su gira por los países del ALBA, declaraciones anticapitalistas del presidente iraní y de sus anfitriones latinoamericanos. Sin embargo, a juzgar por la propia economía iraní y por las economías de los países latinoamericanos que Ahmadinejad visitó, los anticapitalismos de cada uno de esos anticapitalistas no son idénticos. No es lo mismo el anticapitalismo de Ahmadinejad y Chávez que el anticapitalismo de Fidel y Raúl Castro.
El Estado iraní, como el chavista, controla los recursos petrolíferos del país, pero la agricultura, la ganadería, la producción de lana y alfombras persas, la pesca de perlas, los servicios y la mayor parte del comercio exterior y el mercado interno son privados. Lo mismo podría decirse de la economía de todos los países bolivarianos, menos Cuba. Sólo en este último país persiste una economía planificada de tipo soviético, a pesar de la lenta incorporación de elementos de mercado que se exprimenta desde la última década del siglo XX.
De manera que estamos en presencia de líderes anticapitalistas que impulsan en sus países economías capitalistas, si por capitalismo se entiende lo que entendía Marx. Esos anticapitalismos deben ser deslindados y pluralizados, como ha sugerido un grupo de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO, http://acyseclacso.ning.com/ ), en el que intervienen jóvenes socialistas críticos de la isla como Armando Chaguaceda y Dimitri Prieto Samsónov.
El objetivo de esos líderes, al disolver la diversidad de sus anticapitalismos en un mismo frente ideológico, es burdamente geopolítico. Pero al singularizar el concepto de anticapitalismo, unos y otros buscan atraer un conjunto de significados contradictorios, que se disuelven en un magma retórico común. Ni más ni menos que lo que Ernesto Laclau entiende por "significante vacío", un mecanismo simbólico que, en este caso, permite la sobrevivencia del viejo comunismo de Estado, de economía planificada y partido único, todavía predominante en Cuba, entre los nuevos anticapitalismos del siglo XXI, no reñidos con la democracia política, la economía de mercado y la sociabilidad autónoma.



viernes, 13 de enero de 2012

Moral sin obligación

Una larga y abultada tradición ideológica ha querido leer el Ariel (1900) de José Enrique Rodó sólo como un alegato contra el utilitarismo anglosajón y una apología de la cultura latina. Este énfasis en los arquetipos civilizatorios, construidos por el escritor uruguayo a partir de los personajes de La tempestad de Shakespeare, ha provocado, a su vez, que en el campo referencial de Rodó se destaque, sobre todo, a Renan, Taine y otros espiritualistas franceses de la segunda mitad del XIX.
Sucede, sin embargo, que Rodó sólo dedica el acápite V de su ensayo a la crítica del utilitarismo y a la contraposición latino-sajona y consagra la mayor parte del texto a elaborar una moral y una pedagogía de la juventud latinoamericana. El tema del Ariel es, en realidad, el mismo que unos años después, durante la Primera Guerra Mundial, desarrollará Walter Benjamin en La metafísica de la juventud.
De ahí que en esa tradición se pierda de vista que el autor más citado por Rodó en el Ariel no es Renan o Taine sino Jean Marie Guyau (1854-88), un positivista francés que murió demasiado joven, muy leído por Kropotkin y Nietzsche y que, en una curiosa mezcla de epicureísmo y anglicismo, defendió una "moral sin obligación ni sanción". Rodó cita dos veces a Renan y cinco a Guyau, quien, a su juicio, había formulado una teoría moral de la juventud europea, adoptable por las nuevas generaciones latinoamericanas.

domingo, 8 de enero de 2012

¿Poeta en actos?



En alguna parte hemos señalado lo perniciosa que, a nuestro juicio, ha sido la idea de José Martí como “poeta en actos” para el culto martiano mismo y para los discursos más autoritarios de la identidad cultural cubana. Otra variante de la misma se encuentra en el debate público o subterráneo sobre la obra del poeta habanero Rubén Martínez Villena (1899-1934), entre los escritores cubanos de los años 40 y 50.
                Poetas y críticos de la generación de Orígenes, como Cintio Vitier y Gastón Baquero, especialmente, pusieron a circular en la esfera pública cubana de aquellas décadas la idea de que la entrega de Martínez Villena a la política y su temprana muerte, de una enfermedad pulmonar crónica, habían impedido la maduración de su poesía. Vitier, por ejemplo, hablaría del “arcaísmo convencional” y de lo poco “significativos” que eran los sonetos “El cazador”, “Fin de velada” y “La medalla del soneto clásico”.
                Sin embargo, el propio Vitier y también Baquero sostenían que el drama de la biografía de Martínez Villena obligaba a “juzgarlo con especial respeto”, dada la “profunda fuerza de contradicción que habitaba en el autor de La pupila insomne –título que un panfletista contemporáneo ha convertido en equivalente del “Centinela alerta” de los integristas españoles del siglo XIX-, fuerza hastiada, tierna, irónica o colérica, cualquiera que sea el grado de inmadurez de sus entregas”.
                 La más extrema refutación de estos juicios no se debe a Raúl Roa, como generalmente se piensa, sino al crítico comunista Juan Marinello. El 16 enero de 1950, aniversario de la muerte de Martínez Villena, Marinello develó una tarja de bronce en la casa natal del poeta, el número 68 de la calle Máximo Gómez de Alquízar, costeada por el ayuntamiento local y por el Partido Socialista Popular y esculpida por Juan José Sicre y el pintor Romero Arciaga.
Prueba de la plural admiración política que despertaba Martínez Villena en las últimas décadas republicanas fue que la Comisión Municipal creada para patrocinar el homenaje estuvo integrada por militantes, además del PSP, del Partido Liberal, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), el Sindicato de Torcedores, el Círculo Familiar, el Centro San Agustín, el Colegio de Maestros, el Colegio de Barberos y los ayuntamientos vecinos de Alquízar: Bauta, Caimito del Guayabal, Santiago de las Vegas, Bejucal, San Antonio de los Baños, Güira de Melena, La Salud y Quivicán.
En el acto de develación de la placa, en el que tocó la banda del Reformatorio Torrens, Juan Marinello pronunció un discurso en el que, entre otras cosas, cuestionaba a los críticos literarios que manejaban el tópico de la “inmadurez” poética de Martínez Villena. Marinello, en otra vuelta de tuerca al juicio de José Martí sobre los “poetas de la guerra”, llevará la idea de la “poesía en actos” al extremo de defender como “poetas” a José Stalin y Mao Tse Tung. Ambos, Stalin y Mao, habían escrito poemas juveniles, pero su verdadera poesía debía leerse en la Historia, ya que era “poesía en actos”:

“La calidad lírica de Rubén no cambio sino de sendero, y su maestría de las palabras se afiló y aceró en la polémica insuperable. Su don poético, inseparable y vitalicio en su esencia a pesar del violento repudio, le facilitó mil veces, sin él saberlo, el cordial magisterio; y la gracia verbal hija del dominio del idioma y de la posesión de sus secretos, fue en él arma victoriosa. Poetas fueron, a su tiempo, José Stalin y Mao Tse Tung. Y los poetas de hoy y mañana no les deberán, es cierto, los más logrados modelos de su arte, pero sí el tamaño de los cantos futuros. Así ocurrirá, en los límites nacionales, con Rubén Martínez Villena. Todavía por algunos años los poetas se lamentarán de que nuestro gran joven no cobijara con versos su casa de grandezas. Les pido que miren más al fondo del tiempo y de las cosas”.

jueves, 5 de enero de 2012

Dante, Swedenborg y el libro que se le escapó a Martí



Desde que lo leí por primera vez, hace casi treinta años, no ha dejado de admirarme el pasaje del número 18 de los Cuadernos de apuntes de 1894 de José Martí, en el que este hombre tan atareado en menesteres revolucionarios se pregunta “¿y por qué no se ha hecho un estudio comparativo de Dante y Swedenborg?”. Lo que me impresiona del pasaje no sólo es la erudita imaginación que contiene la pregunta sino el hecho de la que misma está insertada en medio de un relato que puede ser interpretado  alegóricamente.
Martí está contando que un día ve dos arañas caminando sobre una roca y se pone a jugar con ellas. Primero atraviesa su paraguas, acostado, en el camino de la primera araña y ésta no escala el paraguas sino que le da la vuelta. Luego, la segunda araña, menos “conocedora de su roca”, de cuerpo “más cucarachero y aire menos fino” se arriesga y se sube al paraguas para cruzar al otro lado. En ese momento, Martí, “vestido todo de negro”, se levanta y levanta su paraguas y la araña “huye desolada”, creyéndolo “monte acaso”
Es entonces que Martí inserta la pregunta sobre el estudio comparativo entre Dante y Swedenborg. Lo curioso es que, a continuación de la pregunta, no pierde el hilo de la fábula de la araña y el paraguas y anota: “como la araña, que no da paso hasta después de haberse asegurado del camino (por los tentáculos). Palpar, antes de andar”. Si la moraleja tenía relación con la pregunta sobre el libro inexistente, entonces tal vez Martí estaba previendo que a lo mejor sí existía un tratado que comparase a Dante y Swedenborg.
Y, en efecto, existía. Un año antes, en 1893, había aparecido en Londres el ensayo Dante and Swedenborg with other Essays on the New Renaissance, de Frank Sewall (1837-1915), editado por James Speirs. ¿Pudo confirmar Martí la existencia de este libro que sospechaba no escrito? A Martí, animal público, hombre de periódicos, siempre tan endemoniadamente informado a pesar de la conspiración, la política y la guerra, se le escapó tal vez el libro de Sewall, como la araña de su paraguas.


miércoles, 4 de enero de 2012

La mentalidad reaccionaria

En The New York Review of Books, Mark Lilla reseña con ambivalencia The Reactionary Mind. Conservatism from Edmund Burke to Sarah Palin (Oxford University Press, 2011) de Corey Robin. Le sigue pareciendo válida la definición de identidades doctrinales conservadoras o liberales o de izquierda y derecha en Estados Unidos y agradece algunos perfiles de pensadores de derecha como Ayn Rand, Barry Goldwater o Justice Antonin Scalia, de disidentes que giraron a la izquierda como John Gray y Edward Luttwak y hasta filósofos clásicos de la modernidad como Thomas Hobbes. Pero le inquietan esas genealogías transhistóricas, proclives a la caricatura y el maniqueísmo, que hacen desembocar un linaje eminente, fundado por Edmund Burke, pensador refinado y escritor transparente, whig irlandés, crítico de la Revolución Francesa pero admirador de la Revolución Americana, en Sarah Palin.
Podríamos decir, desde nuestra orilla, que esas invenciones de tradiciones se vuelven más forzadas aún, sobre todo cuando se trasladan a otros contextos nacionales y globales. Lo que es izquierda en unos países es derecha en otros y lo que es derecha nacional a veces puede ser izquierda global. En América Latina, por ejemplo, existen desde hace décadas izquierdas en el poder con elementos de mentalidad reaccionaria -nacionalismo, populismo, autoritarismo, religiosidad, orden...-, como los que describe Corey Robin, a las que se enfrentan derechas, centros y también izquierdas democráticas con más de una sintonía con la tradición liberal anglosajona y norteamericana. Un argumento que enlaza a no pocos caudillos de la izquierda latinoamericana con la tradición conservadora es que sus pueblos necesitan gobiernos fuertes, que interpreten su voluntad, porque en democracia las masas se desorientan y pueden ser manipuladas por el enemigo.

lunes, 2 de enero de 2012

Definiendo la poslegalidad







El profesor de la Universidad Di Tella, en Buenos Aires, Juan Gabriel Tokatlian, publica hoy un artículo en El País, que aborda un tema tratado en este blog. Advierte este académico que así como en América Latina, el Medio Oriente, África y Asia, es detectable un proceso de avance o consolidación de la democracia, en Estados Unidos y Europa aparecen señales inquietantes de “ocaso democrático”.


A esto último, es decir, a la tendencia a limitar libertades civiles y políticas como consecuencia de “estados de emergencia” o “amenazas a la seguridad nacional”, en el contexto de la lucha antiterrorista, lo llama “poslegalidad”. Habría que agregar que dicha poslegalidad comienza a manifestarse también en el plano del Derecho Internacional, lo cual favorece la afirmación de autoritarismos que, no por subalternos desde un punto de vista de global, carecen de hegemonía:

“Una de las tantas paradojas actuales es que mientras en la periferia muchas sociedades y Gobiernos intentan ampliar los derechos ciudadanos, en varios países centrales se pretende desvertebrar el Estado de derecho. En América Latina y, en tiempos recientes, en Oriente Próximo y el norte de África con la llamada primavera árabe, se observan impulsos y logros importantes en el reclamo y la extensión de derechos y garantías de diverso tipo. Inversamente, en países clave de Occidente, y desde el 11 de septiembre de 2001, en Estados Unidos se denota un esfuerzo desde el Ejecutivo y el Legislativo (y con pocas limitaciones por parte del Poder Judicial) de recortar y suprimir derechos alcanzados con enorme esfuerzo colectivo. Con el presunto objetivo de proteger la seguridad nacional en Estados Unidos se ha gestado una compleja estructura jurídica, burocrática e institucional cívico-militar que ha configurado de hecho una condición de inseguridad permanente; meta que al parecer ha logrado alcanzar el terrorismo transnacional a una década de los atentados en Nueva York, Washington y Filadelfia...”

Y agrega:

“La poslegalidad tiene símbolos: Guantánamo y Abu Ghraib. Tiene puntos clave de construcción conceptual: las oficinas del Legal Advisor del Departamento de Estado, delGeneral Counsel del Departamento de Defensa y del Special Counsel de la Casa Blanca. Tiene un mapa de referencia para su racionalización y justificación: la "guerra contra el terrorismo". Y tiene continuidad política bipartidista: desde George W. Bush a Barack Obama”.

martes, 27 de diciembre de 2011

Prólogo a una novela de Gerardo Fernández Fe



Gerardo Fernández Fe (La Habana, 1971) es un escritor cubano raro. No como los raros que acumulan las arqueologías literarias, tan dadas a iluminar perfiles polvorientos, desdibujados por el olvido de las historias tradicionales. Fernández Fe es un raro vivo, un raro instalado en la dimensión más cosmopolita y de vanguardia de las poéticas literarias contemporáneas que, como otros escritores de la misma estirpe, proyecta una sombra discreta, apenas delineada por la voluntad de estilo.
                Hasta ahora la obra Fernández Fe se había caracterizado por maniobras poéticas, ficcionales o ensayísticas en las que la representación parecía atada al archivo literario. En los poemas de Las palabras pedestres (1995), en la trama de su novela La falacia (1997) o en las analogías de los ensayos de Cuerpo a diario (2007), el mundo letrado parecía desplazar o codificar el mundo real y la escritura metamorfoseaba a los personajes, las situaciones y las ideas en glosas metatextuales.
                Aquellos ejercicios adelantaron el ritmo y la cadencia, el horizonte y la latitud de la prosa de Fernández Fe. Una prosa que muestra todos sus atributos en esta, su segunda novela, El último día del estornino. Vemos visualizarse, aquí, un relato que viene de vuelta de la metaficción, que toca la ribera de lo real y de lo histórico, luego de una temporada en el archivo. Hay aquí un regreso a lo real y a lo histórico que, como todo regreso, arrastra consigo algunas evidencias de otro mundo.
                El lector entra en contacto con Luis Mota, el protagonista de esta novela, por medio de una mezcla de referentes -Hollywood y el postestructuralismo francés, Vin Diesel, Deleuze y Guattari…- que lo ubican desde las primeras páginas en el cruce entre cultura letrada y cultura popular que caracteriza la era digital. El espacio desde el que Fernández Fe da ese salto a lo real es, en buena medida, “la biblioteca”, específicamente la “Biblioteca Pública Central”, “frente al Congreso”, que podría ubicarse en cualquier capital del planeta.
                La novela mantendrá esa gravitación hacia el cruce de lo letrado y lo popular de principio a fin, filtrando todo tipo de mensajes, desde los que provienen de la televisión –la serie Los Soprano, películas de Tarantino, un match de tenis entre Rafael Nadal y algún rival de Europa del Este, la guerra de Bosnia…- hasta los más propiamente letrados, como las fugitivas glosas de La montaña mágica de Thomas Mann. Ese juego referencial funciona, por tanto, como afirmación de que la realidad a la que se regresa es, como la realidad del siglo XXI, virtual.
                Como el propio Fernández Fe, su héroe Luis Mota es un ciudadano transnacional. Su lugar de residencia se mueve entre La Habana, Barcelona, París, Caracas, Quito y varias ciudades latinoamericanas. Mota y los personajes secundarios que lo rodean, Octavio Forlán, Boris Nerén, Mariana…, podrían ser cubanos con residencias flotantes en el espacio y en el tiempo: sus vidas se mueven entre los años 50 del siglo XX y la primera década del siglo XXI, como si atravesaran la experiencia histórica del último medio siglo cubano.
                La vuelta a la historia que propone esta novela es, sin embargo, lateral. Hay momentos en que algunos personajes históricos, como los escritores de la generación de Mariel (Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, Esteban Luis Cárdenas, René Ariza, Roger Salas…) que se reunían en la cafetería de la Funeraria de Calzada y K, en El Vedado, aparecen en la ficción sin más atributos que cualquier otro personaje ficticio. Pero esos momentos son evanescentes, con suaves ataduras a la trama de la novela.
                El tránsito de la biblioteca a la calle, del tiempo de los libros y las películas al momento de la vida, del placer o del dolor, es, en El último día del estornino, un pasaje laberíntico, flanqueado por vitrinas, puertas y ventanas. Un pasaje, como los habaneros o los parisinos, como los benjaminianos en suma, donde el transeúnte –Gerardo Fernández Fe, Luis Mota, el lector…- atraviesa  simultáneamente diversas galerías. Una experiencia poliédrica que pone al sujeto en contacto con varios tiempos y espacios a la vez.
             Tan distintiva de la poética literaria de Fernández Fe es la intersección entre cultura letrada y cultura popular como el escalonamiento de distintos planos simbólicos en la representación de la realidad y de la historia. Esta novela, que anuncia un regreso a lo real y a lo histórico, es a la vez una excursión por las mixturas culturales del siglo XXI, un curioseo por la Era Digital de una criatura de la Era Gutenberg. El lector de El último día del estornino distingue, entre las páginas de una novela, las resonancias del mundo visual y electrónico que rodean al autor y a los personajes.
               No se puede leer esta novela como se lee El sobrino de Wittgenstein, El malogrado o cualquier otra novela de Thomas Bernhard, tan admirado por Fernández Fe. El lector de esta novela está obligado a leer reservando parte de su subjetividad a esos ecos del mundo digital que se infiltran en la ficción. Fernández Fe no sólo ha escrito, por tanto, una novela que es nueva en su convocación de sentidos sino que ha inventado un nuevo lector, un semejante de la ficción en el público, que sabe leer de otra manera.
         El nuevo lector, habitante del planeta donde se avecindan Deleuze y Tarantino, Mann y Tony Soprano, es, junto a la novela misma, otra hechura de Fernández Fe. Hay en El último día del estornino una invención múltiple de escritura, texto, autoría y lector, llamada a desestabilizar las tradiciones poéticas de la literatura cubana del último medio siglo. No está solo, por cierto, Fernández Fe en esa empresa –otros escritores de la isla y la diáspora como Ena Lucía Portela, José Manuel Prieto o Antonio José Ponte se mueven en la misma zona- pero ya es, acaso, uno de los que mejor personifican el arribo del siglo XXI a la literatura cubana. 

Rafael Rojas
La Condesa, México D.F.
Verano de 2011.