
Releyendo poetas cubanos para un curso de verano me encuentro con algo que, seguramente, muchos estudiosos de José Martí ya han señalado. Los poemas finales de los dos cuadernos publicados por Martí en vida -además de Ismaelillo- terminan con artes poéticas. Versos libres cierra con “Mi poesía” y Versos sencillos con “Vierte, corazón, tu pena”, dos poemas sobre la poesía.
No se trata, desde luego, de finales azarosos. Martí debió ser un poeta que pensaba con cuidado el orden de los versos en un poema y de los poemas en un cuaderno. Tan relevante es que ambos cuadernos concluyan con esos poemas como que los poemas mismos cierren con los versos “¡Vuelan las flores que del cielo bajan/ Vuelan, como irritadas mariposas,/ Para jamás volver las crueles vuelan!” -Versos libres- y “Verso, nos hablan de un Dios/ Adonde van los difuntos:/ Verso, o nos condenan juntos,/ O nos salvamos los dos!” -Versos sencillos.
Los signos de admiración reforzaban aquel tono mayor, de grand finale, que Martí quería imprimirle al cierre del poema. No todos los poetas poseen esa conciencia del final y terminan sus cuadernos como mismo los habrían iniciado. Nicolás Guillén, por ejemplo, pone punto final a Motivos de son con “No te enamore ma nunca,/ Bito Manué,/ si no sabe inglé/ si no sabe inglé” y a Sóngoro cosongo con “carretón;/ carretón de cuatro ruedas,/ carretón; carretón de sol y tierra,/ ¡carretón!”.
Otro poeta muy cuidadoso con sus finales fue José Lezama Lima. Su primer cuaderno propiamente dicho –después de Muerte de Narciso-, Enemigo rumor, terminaba con “Un puente, un gran puente” y Fragmentos a su imán, su último cuaderno, concluía con el estremecedor poema “El pabellón del vacío”. Es imposible que Lezama no reparara en el hecho de que los versos que ponían fin a su último libro conformaran esta perfecta alegoría de la muerte:
Araño en la pared con la uña,
La cal va cayendo
Como si fuese un pedazo de la concha
De la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
Es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
Evaporo el otro que sigue caminando.
No se trata, desde luego, de finales azarosos. Martí debió ser un poeta que pensaba con cuidado el orden de los versos en un poema y de los poemas en un cuaderno. Tan relevante es que ambos cuadernos concluyan con esos poemas como que los poemas mismos cierren con los versos “¡Vuelan las flores que del cielo bajan/ Vuelan, como irritadas mariposas,/ Para jamás volver las crueles vuelan!” -Versos libres- y “Verso, nos hablan de un Dios/ Adonde van los difuntos:/ Verso, o nos condenan juntos,/ O nos salvamos los dos!” -Versos sencillos.
Los signos de admiración reforzaban aquel tono mayor, de grand finale, que Martí quería imprimirle al cierre del poema. No todos los poetas poseen esa conciencia del final y terminan sus cuadernos como mismo los habrían iniciado. Nicolás Guillén, por ejemplo, pone punto final a Motivos de son con “No te enamore ma nunca,/ Bito Manué,/ si no sabe inglé/ si no sabe inglé” y a Sóngoro cosongo con “carretón;/ carretón de cuatro ruedas,/ carretón; carretón de sol y tierra,/ ¡carretón!”.
Otro poeta muy cuidadoso con sus finales fue José Lezama Lima. Su primer cuaderno propiamente dicho –después de Muerte de Narciso-, Enemigo rumor, terminaba con “Un puente, un gran puente” y Fragmentos a su imán, su último cuaderno, concluía con el estremecedor poema “El pabellón del vacío”. Es imposible que Lezama no reparara en el hecho de que los versos que ponían fin a su último libro conformaran esta perfecta alegoría de la muerte:
Araño en la pared con la uña,
La cal va cayendo
Como si fuese un pedazo de la concha
De la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
Es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
Evaporo el otro que sigue caminando.